Maragogi: el escondido edén del nordeste brasileño

<P>Si busca desconexión, este puede ser su destino. Aguas turquesas, largas playas, rica gastronomía y una naturaleza que ofrece una de las mayores barreras de coral de Brasil, en un sitio que aún escapa de las masas de turistas. </P>




TAL VEZ habría que agradecer que este destino no esté en la ruta habitual de los turistas que viajan a Brasil. Quizás porque lo suyo no sea el jolgorio y la fiesta eterna; quizás porque no es de aquellos balnearios que hacen de su oferta el ir de bar en bar y porque además, de hacerlo, se necesita de algún vehículo para desplazarse. O porque llegar aquí es una travesía larga: seis horas de viaje y dos escalas (Santiago-São Paulo, São Paulo-Recife) y luego dos horas y media más por tierra para llegar a destino.

Por todo ello, uno agradece que aún existan sitios como Maragogi, un verdadero regalo para la calma y la tranquilidad. Y a pesar de ser la segunda ciudad turística más importante del estado de Alagoas, sigue siendo un paraíso tropical poco masivo, donde la mirada puede perderse entre palmeras y extensas playas de aguas mansas. De ahí que se la conozca como el Caribe brasileño.

Lo cierto es que una vez que se llega acá, es imposible no dejar de pensar en estirar la toalla en la arena o acomodarse en una silla de lona a observar con calma infinita el horizonte, o bien ponerse al día con la lectura. Incluso si se ha viajado con niños. La marea baja y la calma del oleaje permiten que jueguen y corran a la orilla del mar sin peligro aparente.

Esta condición es la que brinda uno de los mayores atractivos de la zona: las galés, piscinas naturales que se forman mar adentro, a unos seis kilómetros de la Playa Central, la de mayor movimiento de Maragogi y que es parte del Área de Protección Ambiental Costa dos Corais. Desde este lugar y muy temprano -porque aquí amanece cerca de las 5.30, cuando ya el sol calienta a 25° C, para esconderse pasadas las seis de la tarde- zarpan diversos catamaranes con turistas hacia estas formaciones, donde al bajarse, el agua les llega sólo hasta la cintura y pueden observarse de cerca las barreras de coral, una de las mayores de Brasil, como también alimentar a los peces de colores que se congregan. Pero, antes de vivir esta experiencia, hay que tener en cuenta ciertas condiciones para no frustrarse: se aconseja realizar la travesía en períodos de luna llena y luna nueva, con bajamar, y sobre todo, que el día esté soleado, vital para la transparencia del agua.

Maragogi (25.000 hab.) está ubicada a 125 km entre Maceió -su capital- y Recife. Su nombre deriva del idioma de los indios pitiguares que habitaban el litoral y que con el tiempo fue derivando a mariguis y luego a maiguiji, que es como la llamaban los holandeses, invasores de la zona durante el siglo. XVII.

En sus orígenes, Maragogi era una aldea marinera conocida como Gamela y su principal fuente de ingresos fue la pesca y la agricultura, especialmente de la caña de azúcar. En 1887 fue elevado a la categoría de pueblo cuando pasó a llamarse Isabel en homenaje a la princesa que abolió la esclavitud en Brasil. En 1892 fue rebautizado como Maragogi debido al río que baña el lugar.

Hoy figura entre las mejores playas de Brasil. Entrega 22 kilómetros de extensiones vírgenes color turquesa, que a la ya mencionada Central, se suman la de Japaratinga, Peroba, San Bento y Bugalhau. Son rincones apacibles, para caminar con agrado y sin apuro, pero que, dada su extensión, muchos prefieren visitarlas utilizando buggies que se arriendan por cerca de US$ 50 por tres horas, aunque también se puede regatear con el conductor. Los paseos se extienden por los distintos poblados que conforman la zona, así como por algunas instalaciones hoteleras cercanas a orilla de playa, con servicios de restaurante, piscina, reposeras, hamacas y bares al aire libre que ofrecen caipiriña o refrescantes aguas de coco, sabrosos boliños de bacalao, un clásico de la gastronomía del país.

Y si de boliños se trata, la excursión no estará completa sin conocer una de las típicas preparaciones culinarias de la región: el boliño de goma, base de la economía de muchos habitantes del poblado de San Bento. A partir de una receta centenaria, se elabora esta especie de galleta seca a base de manteca, leche de coco, azúcar, sal y huevos, que por su sabor y aspecto recuerda a un merengue, aunque con más cuerpo.

Lo otro que se descubre es la vida cotidiana de algunos de sus habitantes. Mujeres y niños, cuando ya atardece y aprovechando la marea baja, suelen internarse en el mar para buscar pequeños cangrejos que luego cocinan, a pesar de que algunos de los chicos prefiera jugar con ellos antes de echarlos a la olla. Pero los más, arman sus particulares canchas de fútbol marcando los arcos con dos ramas enterradas en la arena húmeda, jugando entusiasmados y soñando en convertirse en un futuro Neymar.

Si bien Maragogi no es aún un destino favorito de los chilenos, los viajes al nordeste de Brasil han subido en un 125%, visitando ciudades como Fortaleza, Porto Galinhas, Natal, Maceió y Salvador de Bahía, según datos que entrega Lan. Tal vez fueron los mismos brasileños los que protegieron esta belleza natural que desde hace 40 años se tomaron para el turismo interno o atender a pasajeros argentinos. Lo cierto es que ese escenario probablemente cambiará con el desarrollo del próximo Mundial de Fútbol, en donde Recife será una de sus sedes.

Afortunadamente, el lugar cuenta con más de 40 opciones de alojamiento. Los hay desde lujosos resorts cinco estrellas que ofrecen shows en vivo, barra abierta, discotecas y toda suerte de actividades que invitan a pasarlo bien cada día, tal como lo hace el Grand Oca Maragogi. También están las posadas boutiques con ofertas de alta gastronomía. Entre ellas, la Praiagogi y su restaurante Tuyn, comandada por el holandés y su señora brasileña, ofrecen una carta fusión y espacios de descanso para visitantes con y sin niños. Mientras, la Posada Camurim Grande, de una bella infraestructura y entorno, hace gala de la expertise de su chef, Mara Cardoso. Con especialidad en langostas -crustáceo que hasta tiene festival en Maragogi cada noviembre-, el restaurante Divina Gula cuenta con seis acogedoras habitaciones bien equipadas para parejas o familias con vista al mar. Si la idea es viajar por la historia, la Fazenda Marrecas, que data del siglo XIX, permite convivir con el verdor del campo, las cañas de azúcar y actividades ecuestres, pero además conocer todo el proceso de elaboración artesanal de la cachaza Maragogi. Existen propuestas más económicas en la misma ciudad, aunque más alejadas de la playa, como la Posada Tartaruga, que ofrece buen servicio a precio moderado. Si está en el centro no pierda la oportunidad de visitar el local de Mujeres de Fibra, la unión de artesanas provenientes de diversos asentamientos rurales de la zona, que desarrollan un hermoso trabajo usando como materia prima el plátano y el coco.

Por lo mismo, no queda más que atreverse a hacer el recorrido hasta este edén todavía escondido, cuyas aguas -según dicen quienes viven en el lugar- son fuente de eterna juventud. Y no se preocupe si no le desaparecen las arrugas; de seguro que la sonrisa tampoco podrá sacársela de la cara.

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