Me aburro con mi marido en los viajes

<P>Con 42 años de matrimonio, esta mujer asume que no le gusta pasar las vacaciones a solas con su marido: un hombre soporífero, según ella, y que aprendió a disfrutar los viajes de trabajo de él y compartir de una manera diferente. </P>




¿Es posible querer a una persona, pero aburrirse con ella cuando están de vacaciones? Yo creo que sí. No es que no me guste pasar tiempo a solas con él, es sólo que si ese tiempo sobrepasaba los dos días, algo no andaba bien. Y hablo en pasado, porque ya lo superé y ahora hasta disfruto salir casi sola.

La primera vez que me di cuenta de que me aburría con él fue a comienzos de los 80, cuando viajamos con los niños a Disney. Mi hijo mayor tenía 10 años, el otro ocho y la más chica, 5. Fueron unas vacaciones súper programadas, nos preparamos como un año. Era la primera vez que los más chicos viajaban en avión y la idea de estar con el Ratón Mickey hasta a mí me emocionaba.

Si no hubiera sido por los niños, habría sido terrible. Los cuatro días que alcanzamos a estar allá, Alberto, mi marido, se lo pasó con la cara larga. Nada lo motivaba. Cero entusiasmo. Por él, se hubiera quedado en el hotel, leyendo un diario, fumando y tomando café. Y yo con mi mejor cara saludando a cuanto mono se ponía por delante para no arruinar el sueño de los niños.

No fue un buen viaje, pero lo disculpe creyendo que estaba cansado y que el trabajo lo tenía sobrepasado. Por lo mismo, pensé que unas vacaciones para los dos podría ser una buena idea. No era que ya no nos quisiéramos, ni nada eso, pero estábamos fomes. Durante un año me las arreglé para juntar plata y cuando llegó mi cumpleaños en octubre, le pedí que saliéramos.

Sería como una segunda luna de miel. Esta vez sí le gustó la idea, y el destino: Buenos Aires y Montevideo. Sería casi una semana en la que nos reencontraríamos y volveríamos más enamorados que nunca, llenos de nuevos planes y proyectos. Eso al menos creía yo, pero algo pasó. O no me supe expresar o, simplemente, Alberto no entendió nada. Como si se tratara de una cura de sueño, él se lo durmió todo, despertaba tardísimo, y cuando lo hacía se dedicaba a leer varios diarios mientras tomaba café y comía pasteles. Hasta que le daba hambre y buscábamos a algún lugar rico para almorzar.

Después caminábamos hasta alguna librería y compraba cuentos e historietas para los niños y colecciones completas de revistas de motores, entiéndase autos, barcos, aviones... Panorama típico del ingeniero industrial, pensaba yo. Como se dice por allá, los dos primeros días me lo "banqué". Al tercero, salí a recorrer sola. Cuando volví, llena de bolsas de las compras, no estaba enojado. Me preguntaba qué cosas había visto, qué me había llamado la atención y seguía atento cada uno de mis comentarios. Su panorama fue almorzar en el hotel y en la tarde, atravesar hasta el café del frente a leer más diarios y mirar a la gente.

Cuando llegamos a Montevideo y creyendo que ya había descansado lo suficiente -cuatro días abriendo los ojos poco después de las 11 de la mañana- le dije que saliéramos a recorrer el centro de la ciudad y la costanera y que en la noche, fuéramos a un restorán en el que hacían hasta clases de milonga. Era mi panorama ideal. Grande fue mi sorpresa cuando dijo: "Gordita, usted sabe que no me gustan esas cosas. Vaya sola no más. Yo me quedo acá y nos juntamos a almorzar y después vemos qué hacemos. ¿Le parece?".

Sentí que casi me moría. No lo podía creer. ¡Pero si era una segunda luna de miel! Me senté en una silla a llorar. Con cara de no entender nada Alberto me miraba y preocupado me preguntó si me dolía algo o si llamaba a un médico. Esa vez exploté. No aguanté más. "¡Cómo no vas a saber qué me pasa! Llevamos 11 años casados, dos de pololeo y no sabes qué me pasa. Quiero que salgamos a caminar a conocer cosas y gente nueva, a bailar, a pasarlo bien y me dices que no te gustan 'esas cosas'", le grité como si llevara años preparando el mismo discurso.

"Gaby, nunca me ha gustado salir. Tú sabes que a mí me gustan los autos, los motores. El fútbol, el tenis. Esas son vacaciones para mí. Nunca he salido a recorrer ciudades. Se te olvidó que cuando estuvimos en Alemania conocí sólo la universidad", me contestó con un verdadero portazo en la cara.

Recién entonces me cayó el tejo. Rebobiné a los 70, cuando recién casados llegamos a Colonia para que estudiara el postgrado. Durante casi tres años salí sola a conocer los alrededores y llegaba con el reporte a la hora de la comida, cuando él volvía de sus clases. Los fines de semana los pasábamos con sus amigos, también estudiantes, con los que armaba autos de karting que después corrían. Autos y fútbol.

Desde que volvimos a Chile, con hijo mayor incluido, las vacaciones siempre fueron en Maintencillo, rodeados de amigos y familiares. De hecho, la vez que fuimos a Disney, fue la primera en que estuvimos los cinco solos. Después de cada Navidad yo me iba con los tres niños a la playa y volvía para preparar las cosas del colegio. Alberto sólo iba los fines de semana y las tres primeras semanas de febrero la universidad en la que hacía clases, cerraba.

¡Nunca me cambiaron el marido!, como yo pensaba. Fue solo que entre tanta gente -los veranos siempre estábamos con toda la parentela, los amigos y los amigos de los amigos- no me había dado cuenta de que mi marido era simplemente fome y no había más vuelta que darle. No es que yo sea full entretenida, pero no me gustan los motores, ni el futbol ni el tenis. Tampoco dormir hasta tarde y el café me cae mal. Prefiero conocer gente nueva, conversar, aprender de otras costumbres y pasarlo bien.

Desde esa catarsis en el hotel de Avenida 18 de Julio busco que cada vez que participe en algún seminario o taller fuera del país, me lleve. Ya ni siquiera intento que me acompañe en mis andanzas. El se queda en el hotel o en las bibliotecas de las universidades y yo salgo. En la comida, le doy mi reporte, él se ríe y me hace preguntas. Con esa fórmula, he conocido Cancún, Cartagena de Indias, Lima, Punta del Este, Madrid, Barcelona, Roma y Florencia. En los últimos viajes nunca me ha faltado el grupo de jubilados entretenidos a los que me sumo feliz. Hasta vallenato aprendí a bailar en Colombia. Hace un par de semanas, le avisaron de un seminario en Texas. Alberto todavía no confirma, pero yo ya tengo mis maletas listas.

Maitencillo y Pucón son las vacaciones clásicas con la parentela y amigos de siempre, pero ahora también se suman los nietos y los amigos de nietos. Con tanta gente que entra y sale, ya nunca me aburro.

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