Me gusta mi trabajo, pero odio a mi jefe




NO SE ENGAÑE. Que alguien se haga el enfermo para no ir a trabajar, que no se esfuerce en sus labores diarias o que incluso se esconda de sus superiores en la oficina no sólo habla de un empleado poco comprometido, sino que también de un mal jefe. Eso es lo que asegura el sicólogo estadounidense y profesor de la U. de Stanford Robert Sutton en su último libro, Buenos jefes, malos jefes.

Sutton llegó a este tema casi por casualidad. En su anterior libro, La regla de 'no a los idiotas', que exploraba los principales problemas que las personas enfrentaban en el trabajo, se dio cuenta de que la dificultad número uno del ámbito laboral no eran la sobrecarga de obligaciones o el sueldo, sino los malos jefes. Es por eso que, a punta de estudios científicos y encuestas longitudinales, se dio a la tarea de develar hasta dónde llega el impacto de una mala jefatura.

Y llega lejos. Sutton habla de un estudio de la U. de Florida que asegura que el 30% de los trabajadores que sienten que sus jefes son abusivos son capaces de cometer errores a propósito y de hacer todo con más lentitud, en comparación con el escaso 6% que lo haría de considerar que tiene buenos jefes. Aún más, un 27% de aquellos hartos de sus superiores se esconde de ellos en la oficina; un 33% no está ni cerca de realizar su máximo esfuerzo y un 29% llama para reportarse enfermo cuando no lo está.

Isabel (25) sabe de esto. Hace un año que trabaja como periodista en una empresa y hace dos meses que busca otro trabajo. ¿Su principal problema? "hay días en que, derechamente, mandaría a mi jefa en una caja a Madagascar, porque de trabajar de una forma súper autónoma, pasé a un ritmo que requiere de, al menos, una reunión diaria, lo que es una pérdida de tiempo, porque en vez de estar trabajando, tengo que estar sentada contándole qué voy a hacer".

La gerenta general del área de selección de Laborum.com, Birgit Nevermann, dice que las jefaturas se han ido complejizando en los últimos años con el ingreso al mundo laboral de jóvenes con otra idea de lo que es la jerarquía y las normas y los desafíos a la cadena tradicional que eso implica. Pero el problema viene de antes.

Robert Sutton se refiere a un estudio conducido por el investigador Robert Hogan, que tomó cifras de los años 1948, 1958, 1968 y 1998 en Londres, Baltimore, Seattle y Honolulu a partir de empleados de correo, conductores y profesores, y que le permitió darse cuenta de que el mismo patrón se repetía a través del tiempo: cerca del 75% de la fuerza laboral reportó que su supervisor inmediato era la parte más estresante de su trabajo, algo que hace concluir a Sutton que "la gente no abandona un trabajo, sino que abandona a sus jefes".

Pero no todo es malo. De partida, se puede sacar algún consejo de cifras como las de la encuesta realizada este año por Laborum.com, que se centró en lo que esperaban los chilenos de sus jefes: un 24,3% considera fundamental que despierte su entusiasmo, un 23,9% dice que debe inspirar confianza y un 14,5% que sepa escuchar.

Sutton tampoco se queda de brazos cruzados y entrega recomendaciones que pueden servirles a los jefes y también a los empleados. Lo que todos deberían considerar es que los trabajadores deben tener libertad, pero siempre dentro de ciertas normas, necesarias para que el trabajo funcione. Las pequeñas metas, semanales o mensuales, son el mejor incentivo para alcanzar aquellas de largo aliento. Aunque suene muy poco tradicional, un buen jefe siempre debe estar ahí para respaldar a sus empleados, incluso a riesgo de parecer muy involucrado en sus temas personales. Y la jerarquía debe ser olvidada al momento del trabajo creativo, pues eso inhibe la participación de los trabajadores y hace que la conversación gire siempre en torno a lo que opina el superior.

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