Memorias de la Copa que dejó a Chile en blanco
<P>Mañana se cumplen 20 años del histórico triunfo de Colo Colo sobre Olimpia, que le valió la Libertadores al "Cacique". Aquel proceso tuvo de todo: peleas con Mirko Jozic, insólitas cábalas y un cierre excepcional, que dejó el trofeo en casa por única vez. </P>
5 de junio de 1991. Minuto 18. La pelota se durmió en el estómago de Luis Pérez. En centésimas de segundo, el "Chico" tomó la decisión más importante de su vida. "Voy a amagar", se dijo. Según confiesa, el remate siempre fue su debilidad, así que trató de limpiarse el camino y asegurar el disparo. Su marcador, Mario Ramírez, hizo el movimiento en falso que él esperaba y Pérez quedó con toda la portería a su disposición. Fue uno de los pocos goles de zurda que hizo en su carrera y el más importante. Seis minutos antes, ya había hecho estallar el Monumental con el 1-0, tras una pared con Rubén Espinoza, una jugada que ambos practicaban desde hacía años en la UC. Pero este gol era más importante, porque dejaba a Olimpia fuera de combate y aseguraba la esquiva Copa Libertadores.
A pocos minutos del pitazo final, Leonel Herrera Silva puso el definitivo 3-0 y cumplió el deseo frustrado de su padre, Leonel Herrera Rojas, finalista de la Libertadores en 1973. A esa hora, en Temuco, el viejo "Chuflinga" rompía su cama de tanto saltar. "Salí festejando hacia el rincón y miraba a la gente, pero no podía pensar en nada. Fue una sensación muy fuerte", cuenta hoy el delantero. Al reunirse con Marcelo Barticciotto, autor del centro, el argentino le dijo "esto es por tu viejo", una frase que le hizo entender la importancia de lo que iban a conseguir.
El final desató emociones desconocidas. El "Chano" Garrido pensó en las cinco veces que lo habían rechazado en los cadetes de Colo Colo; Mirko Jozic sintió una alegría incluso superior a la de ser campeón del mundo con la Sub 20 de Yugoslavia, y el ayudante técnico Eddio Inostroza recordó su final perdida como jugador de Unión Española, en 1975. "Es como estar en el parto de tu hijo", cree Miguel Ramírez, mientras que Daniel Morón considera que "es mejor que casarse o ganarse la lotería". Sin embargo, para Garrido, la sensación de ser campeón de América no es tan fácil de describir: "Te quedas como en blanco". Millones de chilenos sentían lo mismo en ese instante.
Nadie tenía más fe que Jorge Vergara. El dirigente albo engatusó a varios de los refuerzos que llegaron la temporada '91 (Patricio Yáñez, Gabriel Mendoza y Luis Pérez) con una sola frase: "Estamos armando un equipo para ganar la Copa Libertadores". La eliminación sufrida a manos de Vasco da Gama, en octavos de final del año anterior, había dolido, pero la plana mayor estaba convencida de que se podía avanzar mucho más. "Mucha gente cree que la Copa fue un logro puntual, casi casualidad, cuando lo cierto es que era parte de un programa dirigencial que venía de los años 80, llamado 'Ruta al Exito'", relata Vergara.
Efectivamente, la base del plantel venía de los tiempos de Arturo Salah, DT del "Cacique" entre 1986 y 1990, un hombre con una visión muy distinta del fútbol a la de Mirko Jozic, su sucesor. El croata había dirigido las inferiores albas después de ganar el Mundial Sub 20 de Chile 1987 con Yugoslavia y conocía bien a jóvenes valores como Miguel Ramírez, Javier Margas, Juan Carlos Peralta y Leonel Herrera, por lo que fue llamado por su amigo Eduardo Menichetti, presidente de Colo Colo, para hacerse cargo del primer equipo. Inmediatamente, implementó un sistema de juego más físico y frontal. "Arturo se preocupaba de lo técnico, de que todos supieran dar un pase bueno, mientras que Mirko era más táctico, quería que todos hicieran los movimientos adecuados", comenta Inostroza, ayudante de ambos.
El estilo Jozic no fue aceptado rápidamente. Los más veteranos del plantel rechazaron los cambios y la distancia que imponía con sus jugadores. "Yo no sé qué pensaba Mirko que se iba a encontrar en Chile. Un día me aplaudió por cubrirle el espacio al stopper, el ABC de un defensa central. 'Eso está muy bien', me dijo. Tuve que contar hasta 40 para no responderle", confiesa Garrido, respecto de un sentimiento generalizado dentro del equipo. "Nos tuvimos que controlar para no pegarle", recuerda el volante Raúl Ormeño.
El "Yeyo" Inostroza tuvo que interceder entre ambas partes para "aquietar las aguas", aunque también reconoce que "si hubiera sido jugador, también hubiera estado en la fila para golpearlo". Hasta el médico Carlos Barrera se enfrentó a Jozic, quien, tozudo como siempre, quería que todos los jugadores tomaran vitaminas, para evitar los resfríos, algo que para el cuerpo médico "no tenía sentido".
El precario castellano del estratego también era una barrera importante, aunque Jozic bromea con que "si nos hubiéramos comunicado mejor, tal vez no ganábamos la Copa".
Los resultados fueron el gran aliado del croata, pues Colo Colo empezó a ganar partidos en ambos frentes, tanto en el torneo local como en la Copa Libertadores. En el certamen continental fueron cayendo uno a uno Concepción, Barcelona y LDU de Quito en la fase de grupos; luego, Universitario de Lima, en octavos de final, y Nacional de Montevideo en cuartos. El grupo logró adaptarse a las exigencias de Jozic y estaba cohesionado dentro y fuera de la cancha. Además, el equipo siguió religiosamente una serie de cábalas que les afirmaba la confianza. Todos escuchaban canciones de la Nueva Ola y la recordada Sopa de caracol, de Banda Blanca, hasta el hartazgo; chocaban la mano del paramédico Carlos Velásquez en el túnel y salían con el pie derecho a la cancha.
Morón llevaba la delantera en cuanto a las supersticiones. "Tenía entre 40 y 50", revela el transandino nacionalizado, quien cada noche limpiaba sus guantes y se encargaba de lavar su tradicional tenida amarilla. Luego, en el camarín siempre cumplía con el ritual de vestirse en el mismo orden, de abajo hacia arriba, dejando la camiseta para el final. Abajo de sus cortos amarillos, invariablemente usaba calzoncillos rojos, una de sus cábalas más íntimas. "Lo que pasa es que los slips rojos alejan la envidia. Me costó mucho encontrarlos en Chile", cuenta el "Loro", quien tomaba una pelota y se ponía a darle bote contra el suelo y las murallas como un preso. "Era enfermante lo de Morón", se ríe "Cheíto" Ramírez, quien igualmente cumplía con otra de las costumbres grupales: manejar desde el Hotel Sheraton hasta el Monumental antes de los partidos.
Aquella superstición siguió funcionando en la semifinal frente a Boca Juniors. Después de haber perdido 1-0 en Buenos Aires, el plantel se convenció de dar vuelta el resultado en Macul. En la charla técnica previa, Jozic hizo su alocución más emotiva, después de apagar las luces de la sala. "Les dije que no miraran quién estaba al frente, que éramos mejores y que se entregaran con todo", rememora el croata. En la cancha, el equipo cumplió y ganó 3-1. Para el plantel y cuerpo técnico, los incidentes posteriores son una anécdota. Ya estaban en la final contra Olimpia.
Unas pocas horas antes de aquel trascendental encuentro, un mozo del Sheraton le permitió a Garrido ver la copa, que estaba guardada en una habitación. "No quise tocarla, para no mufar", indica el ex defensa, quien se habría enojado bastante si hubiese sabido que el "Garra" Velásquez le dio un beso al trofeo.
El 3-0 de Herrera fue un gol especial para el "Coca" Mendoza. El lateral derecho lo gritó junto a doctores y enfermeras en el hospital, tras sufrir la luxación del codo durante el duelo. "Era el destino que el 'Leo' me reemplazara e hiciera el gol", dice el de Graneros, quien regresó al estadio, en contra del tránsito, sólo para tocar la copa y luego se fue a su casa, a descansar a su tierra natal.
Sus compañeros festejaron en el restorán Don Carlos, que se llenó de autoridades de gobierno y prensa. "Estaba todo lleno. No teníamos dónde sentarnos", acusa Ormeño. Los jugadores no alcanzaron a celebrar demasiado y se fueron temprano a casa. Todos dan fe de que la copa estaba allí, en el medio del salón, pero nadie sabe cómo llegó ahí. Un par de horas antes, el preciado trofeo había sido abandonado por el plantel en el camarín del Monumental. Fue la única vez que algún colocolino se olvidó de la Libertadores.
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