Memorias de un cementerio ruso

<P>[Sobre héroes y tumbas]La única necrópolis rusa ortodoxa de Sudamérica está en Puente Alto. Allí han encontrado reposo, desde 1954, los cientos de inmigrantes rusos contrarios al régimen comunista que desembarcaron en Chile después de la Segunda Guerra Mundial. </P>




En la comuna de Puente Alto, en el sector Bajos de Mena, sobre un terreno alargado de una hectárea, se enfilan ordenadamente unas 400 tumbas entre un bosque de pinos altos. Cada una luce una cruz ortodoxa, con tres travesaños sobre el eje vertical, y sobre las lápidas nombres en alfabeto ruso. En su mayoría nacidos en Rusia a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. "Rusos blancos" (detractores del régimen comunista), que salieron tras la revolución y que después de un largo e inestable periplo por Europa Central fueron acogidos en América Latina.

Ortodoxos hasta la médula, los que llegaron a Chile tenían clarísimo que lo primero que harían sería fundar una iglesia y un cementerio propios. "La necesidad de construir un cementerio tenía que ver con la obligación que tienen los ortodoxos de sepultar a sus muertos según el rito ecuménico, en un cementerio propio, con una capilla ortodoxa", explica Alexandra Buzhynska, miembro del comité administrador del cementerio.

Y así lo hicieron. Con donaciones y pagos de cuotas, la idea empezó a cristalizarse con la compra de una pequeña iglesia en Recoleta (después fue reemplazada por una en Ñuñoa) y la compra de una hectárea en Puente Alto, justo al lado del cementerio católico.

Allí existen hoy 400 tumbas, varias de personajes notables dentro de la colonia, como la del obispo Leoncio, fallecido en 1971, primer y único obispo chileno de la iglesia ortodoxa rusa en exilio.

Entre apellidos como Ivanov, Romanov, Krivoss y Smirnov, destaca una placa con el nombre W. Gagarin, nacido en Rusia en 1898 y muerto en Chile en 1977. Se trata de un familiar directo del primer cosmonauta Yuri Gagarin, de acuerdo con el relato del cuidador del recinto, Benjamín Zagal. La versión es confirmada por el presidente y representante legal de la colonia rusa en Chile, Boris Gauzen. "Lo constatamos porque en una ocasión la embajada nos pidió la nómina de los sepultados para enviarla a Rusia, y allá aparecieron familiares de este señor Gagarin, que estaban vinculados con el astronauta. La revolución dividió a familias enteras", explica el octogenario Gauzen.

El mismo llegó con sus padres a Chile en 1948, a los 18 años, desde Alemania, en el barco norteamericano General Black. Como la suya, unas 720 familias rusas (3.000 personas) acogidas por el gobierno de Gabriel González Videla terminaron en Chile un largo éxodo.

En el número 2395 de la Avenida Eyzaguirre, en Puente Alto, una cúpula en forma de cebolla sobre el portón, típica de la arquitectura rusa, es la única señal de identidad.

Fundada en 1954, esta necrópolis rusa es la única en Sudamérica. Los terrenos fueron comprados en dos tandas por la Asociación Pro-Cementerio de los Rusos Ortodoxos en Chile. Aunque al comienzo fue concebida sólo para los "rusos blancos", hoy cualquier ruso tiene derecho a ser sepultado ahí. Sólo es necesario ser miembro de la asociación y pagar la cuota anual, aunque la directiva también analiza y aprueba peticiones especiales. "Con la caída del régimen comunista sólo existen los rusos. Se borraron las diferencias. La única condición es que tienen que ser ortodoxos, por los ritos", aclara Gauzen.

De todas las tradiciones, la obligación de sepultar en tierra es la más importante. Por lo mismo, en este cementerio no se observan nichos. Y los ortodoxos chilenos, más conservadores que liberales, tampoco aceptan la cremación.

En este camposanto, el 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, no tiene importancia. Es la Pascua de Resurrección la fiesta religiosa más importante. Por eso, cada año en esa fecha se celebra una misa para los difuntos en la capilla del cementerio, ocasión en la cual un sacerdote reza sobre cada una de las tumbas y recuerda con plegarias el alma del difunto.

Ese día el cementerio se llena de familiares que, de acuerdo con la antigua usanza, dejan sobre las tumbas velas, huevos pintados y pan de Pascua. "En Rusia se acostumbra a que los pobres e indigentes esperan fuera del cementerio a que termine la misa. Cuando los feligreses se van, ellos entran y consumen estos obsequios sobre la tumba de cada difunto, rezando por el alma sepultada allí", relata Gauzen.

Benjamín Zagal, el cuidador, explica que la tasa de entierros es bajísima (cuatro o cinco por año), lo que se atribuye a la conocida longevidad de los rusos. El recinto está todavía en la mitad de su capacidad, lo que significa que hay cupo para 300 tumbas más. Suficiente por ahora, considerando que la colonia rusa en Santiago no supera las 300 familias (1.000 rusos, de los 5.000 que según la embajada hay en todo Chile).

En una de las filas que alberga las tumbas más antiguas, cerca de la capilla, se encuentra el sepulcro de un longevo coronel que murió a los 104 años, con dos nombres diferentes inscritos en la lápida. Según la información disponible, este señor fue una suerte de espía, que primero militó en el ejército blanco, cuando comenzó la revolución, luego sirvió al ejército rojo, y después arrancó de Rusia para terminar en las filas nazis, en la Segunda Guerra Mundial. "Estuvo bajo tres banderas y tres ideologías. Más que un espía fue un militar. La guerra lo obligó", piensa Gauzen.

¿Cómo llegó a Chile? Como todos, explica Gauzen. "Terminó la Segunda Guerra y en el centro de Europa quedaron dispersos más de 10 millones de personas que no pudieron volver a su país por razones políticas. A través de Naciones Unidos se les pidió a otros continentes recibirlas. Y cada país puso sus condiciones. Y en mi opinión, las más favorables estaban en Chile".

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