Muere Camilo Fernández, el productor más importante de la música chilena

<P> El reconocido productor, que grabó más de 700 canciones durante su carrera, falleció ayer a los 80 años, víctima de un infarto cerebral.</P>




Desde hace dos décadas, amigos, periodistas y melómanos ocasionales sabían que Camilo Fernández siempre estaba dispuesto a contestar el teléfono que descansaba en uno de los escritorios de su residencia de Pedro de Valdivia Norte. Tras la muerte hace dos años de su esposa, Ruth Campbell, vivía solo en la casa que compró con las ganancias reportadas por el hit El rock del Mundial, de 1962, y casi no tenía reparos en despachar horas de anécdotas y memoria enciclopédica.

Pero, desde 2010, el teléfono comenzó a sonar fuera de servicio y Fernández se hizo inubicable. Su hija mayor, Alejandra, se lo llevó a su hogar en Huechuraba, con la condición de construir un departamento para albergar los discos y libros que cubrían casi la totalidad de los tres pisos de su casa en Providencia. El plan era que no estuviera solo y que se cuidara de una diabetes que se le diagnosticó a los 50 años, pero que en el último tiempo le había provocado varias alteraciones orgánicas. Un proceso que ayer tuvo su desenlace: el reputado productor musical falleció a los 80 años víctima de un infarto cerebral.

"Siempre se mantuvo muy inquieto, encargando música al extranjero e intentado saber más, pero en el último tiempo había perdido el interés intelectual y se notaba que tenía ganas de partir", dice Alejandra Fernández, en una descendencia que completan su hermano menor, Camilo, y cinco nietos. Y precisamente esa hambre por abarcar más fue la marca de su carrera: columnista, mentor discográfico, asesor televisivo, figura en las sombras del Festival de Viña y hábil hombre de negocios, Fernández es uno de los nombres capitales de la música popular chilena en el siglo XX y uno de los impulsores de la industria de la música local.

Nacido en Valdivia, se mudó a la capital para estudiar Odontología en la Universidad de Chile, donde estuvo cuatro años. A partir de ahí, fichó como columnista musical de la revista Ecran, con la misión de dar vitrina a los sonidos del momento. Amante del jazz y las grandes orquestas, una de sus reseñas más llamativas fue una temprana crítica donde desconfiaba del posible éxito de Elvis Presley. "Es algo muy anecdótico, porque es la música de la que vivió después", documenta Carlos Contreras, cantante de la Nueva Ola.

Con su fama en Ecran, y tras incursionar en publicidad a través de la frase "tómelo con Andina" que hizo para la agencia McCann Erickson, llegó hasta el sello Goluboff, subsidiario del gigante Columbia y que sólo grababa en inglés. Ahí intentó convencer a su jefatura de adaptar los hits del rock and roll de los 50 al español, bajo una de sus primeras técnicas de trabajo: "Estaba suscrito a la revista Billboard y, antes que cualquiera, sabía lo que sonaba", precisa Danny Chilean, uno de los nuevaoleros que trabajó con él. Sin éxito en Goluboff, se va a la RCA Victor y comienza a fraguar su prestigio: a cambio de 20 escudos ficha a un adolescente de 14 años, Peter Rock, y lo hace grabar un single con el cover de Baby I don't care, de Presley. Es considerado el primer disco del rock chileno y el big bang de la Nueva Ola, movimiento que se convirtió en su mayor obra. "Ya tenía buen ojo comercial, porque era cultísimo", recuerda Peter Rock.

El single fue éxito en tres meses y, tras avizorar la mina de oro, Fernández funda en 1962 su propio sello, Demon, donde asesta otro golpe: El rock del Mundial, de The Ramblers, que sólo ese año despachó 80 mil copias. Otro suceso y también otro rastro de su estilo: por tratarse de artistas novatos, Fernández daba escasísimas regalías (entre 2% a 3% de las ventas) y no pagaba demasiado por grabar, lo que le permitía acumular numerosos fichajes -desde Luis Dimas y Larry Wilson, hasta Luz Eliana y Gloria Benavides-, situación que, con los años, lo hizo ganarse detractores. "Como era productor independiente, pagaba menos que los sellos grandes", cuenta Germán Casas, de Los Ramblers.

Tras alcanzar la cima con la Nueva Ola, Fernández llega hasta las jefatura de radios como Portales y decide mirar cómo en Argentina la tradicional canción folclórica era estilizada con nuevos arreglos vocales y una vocación más moderna: fue el inicio del Neofolclor y de la Nueva Canción Chilena, dos cumbres de la cultura local que lo tuvieron como otro de sus gestores. En ese rubro, trabajó con Las Cuatro Brujas, Ginette Acevedo, Violeta Parra y Víctor Jara. Según coleccionistas, en su sello Demon, que luego bautizó como Arena, grabó 684 temas, totalizando más de 700 en toda su carrera.

Productor y jurado

En televisión, Fernández es reconocido como el creador de Música libre, el programa de baile que se emitió entre 1971 y 1975. También participó en la creación del primer estelar musical chileno, A 120 kilómetros por hora, con César Antonio Santis y Gonzalo Bertrán, con los que, además, después colaboró en Kukulina show. "Cumplía muy bien su labor. Era un interlocutor válido respecto de los distintos artistas que podían participar en un programa", cuenta Felipe Pavez, director que trabajó con él en Vamos a ver, La gran canción, Música para la historia de Chile y en siete Festivales de Viña.

Antonio Vodanovic, que compartió con él en espacios como Siempre lunes, apunta: " Era una discoteca ambulante de la historia de la música, aprendimos mucho de él". Después de ese período tras las cámaras, a mediados de los 80, Alfredo Lamadrid tuvo la idea de llamarlo para que participara como jurado en Exito, que conducía José Alfredo Fuentes, porque "queríamos a alguien con autoridad para juzgar", como detalla el animador. En esa época también asesoró Martes 13, nuevamente con Santis y Bertrán. Dos décadas después, llegó a un puesto similar, pero esta vez en el espacio de TVN Rojo VIP (2007). "Iba a todas las reuniones", recuerda Rafael Araneda, conductor del espacio. También estuvo tras el breve regreso de Música libre a la pantalla, en 2001.

Sus polémicas

Aunque desde los 60 que su estilo de negocios causaba recelo, la polémica sólo llegó en los 90, cuando nombres como los hermanos Isabel y Angel Parra, y Joan Jara, viuda de Víctor Jara, impulsaron procesos judiciales para que pagara las regalías de los discos que reeditó cuando sus autores estaban en el exilio. El más mediático de sus conflictos vino en 2005, cuando, como jurado de Rojo VIP, Oscar Andrade lo acusó de tener intereses económicos con uno de los participantes, Buddy Richard. A la par, Patricio Manns reveló que, durante décadas, Fernández había editado sus discos en Europa y, alegaba, no vio ganancias.

Hoy, Manns prefiere no opinar del fallecido productor y, a través de su esposa, dice que no quiere recordar su relación con él. Isabel Parra también prefiere el mutismo: "Sería muy hipócrita que ahora dijera algo de él", señala. Rafael Araneda recuerda: "No era un tema con el programa, sino que era un tema de industria y en eso quedó".

Pese a estas críticas y diferencias, todos concuerdan en algo que se alza unánime: su huella en la música chilena es irrebatible.

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