Muere Guillermo Blanco, un maestro del cuento chileno

<P> Autor de clásicos como <I>Gracia y el forastero</I> y <I>Cuero de diablo</I>, Guillermo Blanco falleció al mediodía de ayer, a los 84 años. </P>




La prosa precisa, de palabras justas para la forma perfecta; el sentido del humor constante; la generosidad a toda prueba: Guillermo Blanco fue un maestro del cuento, un cronista agudo y divertido, un profesor dedicado y alentador, y un compañero querido por sus colegas.

Autor de verdaderos clásicos de la narrativa chilena, como Gracia y el forastero y Cuero de diablo, Blanco falleció ayer a los 84 años, a raíz de un paro cardiorrespiratorio. Desde el viernes pasado estaba hospitalizado en la Clínica Tabancura, tras sufrir un accidente cerebro vascular extenso. Su funeral se llevará a cabo hoy, a las 15 horas, en el Templo Ecuménico del Parque del Recuerdo, donde luego será sepultado.

Ganador del Premio Nacional de Periodismo en 1999, Blanco tuvo una larga trayectoria como periodista: además de participar en revistas como Hoy y Ercilla, formó a generaciones de periodistas en la Universidad Católica y Diego Portales. Pero fue en la narrativa donde Blanco se volvió atemporal.

Lealtad al lenguaje

Desde fines de los años 50, cuando publicó cuentos claves que sirven para enseñar el idioma en los colegios, como La espera o Adiós a Ruibarbo, se destacó por la narración diáfana de temas cercanos, campesinos incluso, pero lejanos al costumbrismo o al naturalismo. Saltó a la fama con la novela Gracia y el forastero (1964), una trágica historia de amor entre un joven humilde y la hija de una general. El libro demoró en agarrar popularidad, pero hoy es uno de los libros más leídos en el país: ha tenido casi 50 ediciones y más de 700 mil ejemplares.

Dos años antes, Blanco escribió a cuatro manos, junto a Carlos Ruiz-Tagle, el graciosísimo Revolución en Chile, firmado por una tal Sillie Utternut: una ficticia periodista neozelandesa que narraba sus peripecias en Chile. Era una caricatura de la mirada de una extranjera a nuestro país.

Sus Cuentos completos (2005) suman 64 textos y van del suspenso feroz a lo insondable de las relaciones humanas. Ahí brillan los relatos de Cuero de diablo, hilados por la figura amenazante de El Negro. Sus temas vienen de la observación de la realidad: experiencias de su niñez en Talca (donde nació en 1926 y es hijo ilustre desde el 2006), conflictos éticos y religiosos (Camisa limpia es un buen ejemplo) o la situación política y social del país, que trató desde los hechos cotidianos.

En los años 60 escribía en Ercilla la columna La vida, simplemente, con una pluma ligera, pero crítica y actual. En los años 90 fue presidente del naciente Consejo del Libro (se fascinaba por poder gastar $ 50 millones en textos para bibliotecas públicas y en dar becas a jóvenes creadores) y también formó parte del Consejo Nacional de Televisión. Fue bastante crítico con este medio, según consta en el libro El joder y la gloria (1996), y con el periodismo simplista en general, por su pobreza en el uso del lenguaje: "Estamos usando un idioma reblandecido, fofo", escribió en la Revista Universitaria en 1996. Su última figuración pública fue participar en 1999 en la Mesa de Diálogo sobre Derechos Humanos.

Para Blanco, la palabra era una forma de vida, una pasión estética y un imperativo ético. "Una palabra esencial es también una bandera, un partido, una fe, un trozo de la patria espiritual del hombre", dijo en su discurso de incorporación a la Academia Chilena de la Lengua desde 1971. "Falta lealtad al lenguaje. Al destruirlo, al violarlo, se destruyen y violan valores más hondos. Se enajenan el derecho y el deber de ser quienes somos". El sintió ese deber y lo comunicó y enseñó con excelencia y largueza.

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