Pétain, la caída del héroe de guerra
<P><span style="text-transform:uppercase">[HISTORIA] </span>Héroe de la I Guerra y condenado a muerte por traición, Philippe Pétain encapsula la idea de la colaboración francesa con el III Reich. Pero las cosas son más complejas, dice el historiador Marc Ferro en su nuevo libro. </P>
El 23 de julio de 1945, Philippe Pétain entra al recinto de la Corte Suprema en el Palacio de Justicia de París. Se le acusa de alta traición y de complot contra la República. Con 89 años en el cuerpo, su decisión fue guardar silencio luego de leer algunas líneas de defensa: "Es el pueblo francés, a través de sus representantes reunidos el 10 de julio de 1940 en la Asamblea Nacional, el que me ha confiado el poder. A él he venido a rendir cuentas. (…) He dado a mis defensores la misión de responder a acusaciones que sólo quieren ensuciarme, pero que no salpican sino a quienes las profieren".
El proceso seguido a Pétain terminó el 15 de agosto con una sentencia de muerte, que la propia corte conmutó, dada la edad del inculpado. Encuestas de la época hablan de un 75% de los franceses a favor del dictamen y un 18% en contra. Como si todo lo que Francia tuvo de abdicacionista, de negadora y de colaboracionista en esos años, se encapsulara en la figura del mariscal.
Sólo cinco años antes, cuando aceptó el armisticio propuesto por Hitler y pretendió evitar así una "polonización" de Francia, Pétain asomó para miles como el salvador del país. Como un héroe en la medida de lo posible.
¿Quién fue Henri Philippe Benoni Omer Joseph Pétain (1856-1951)? ¿Cómo revaluar históricamente su figura? Si hay alguien a la altura del desafío es Marc Ferro (1924), autor de una biografía sobre el militar (ver recuadro) y quien publicó hace unos meses Pétain en vérité, texto vertebrado por una entrevista que le realiza Serge de Sampigny, a su vez autor del documental Pétain, un héros si populaire (2010).
El volumen arranca con un personaje que al momento de estallar la I Guerra se acercaba a los 60 años y estaba a dos del retiro. Un tipo sin rasgos sobresalientes al que se conocía como "Pétain el seco" y que, en lo tocante a estrategias de combate, prefería la defensa criteriosa al ataque febril. Sólo uno de sus alumnos, apunta Ferro, supo valorar sus cualidades: un militar más joven llamado Charles de Gaulle. La estrechez del vínculo entre ambos llevó, por ejemplo, a que De Gau-lle bautizara a su primer hijo Philippe y que en 1945, cuando la amistad era un lejano recuerdo, el antiguo discípulo interviniera para que se le perdonara la vida. El quiebre, en tanto, se origina en los 20, cuando Pétain encarga a su subalterno la redacción de una historia del Ejército francés. De Gaulle, conocido por su buena pluma, acepta la tarea, pero un puesto en el extranjero lo lleva a abandonar el manuscrito. Una década más tarde, De Gaulle lo retoma y termina pariendo un libro… con su firma (Francia y su Ejército). Pétain se indigna, por más que le hayan dedicado el volumen. Fue la ruptura.
Nombrado general "por defecto" el 14, tuvo Pétain su momento estelar para la extensa batalla de Verdún (1916), la segunda en número de bajas de la I Guerra. Consciente de que los alemanes tenían más cañones, optó por multiplicar las trincheras, no para atacar al enemigo, sino para acercársele lo más posible e impedirle así usar sus cañones. La táctica era suya y le fue reconocida. La "leyenda rosa" de Pétain, como la llama Ferro, arranca con una imagen suya que ocupa toda la portada del diario L'Illustration, en marzo del 16. Al mes siguiente se da a conocer un comunicado suyo que termina con unas palabras que resonaron en las conciencias patrióticas: "Valor. ¡Los venceremos!".
El libro deja claro que lo del "vencedor de Verdún" es una chapa que no todos le ponen a Pétain. Sin embargo, este es nombrado mariscal y asoma, con su apostura y sus ojos azules, como una figura popular, un "buen padre de la patria". Un hombre que, si bien se cuidaba de dar sus opiniones políticas, apoyó a la viuda de Edouard Drumont tras la muerte de este ícono del antisemitismo francés y tuvo a Charles Maurras, de la Acción Francesa, como su maître á penser. Militó en el movimiento nacional-monarquista Cruz de Fuego y pensaba en la Francia de entreguerras como un barco sin capitán. Como un país sin mística.
Dada su popularidad, fue nombrado ministro de Guerra en 1934, año particularmente turbulento en la política francesa. Y si bien "sonó" para Presidente, el triunfo del Frente Popular, en 1936, frenó sus aspiraciones. Antisemita como tantos compatriotas, señala Ferro, no se vio atraído, sin embargo, por los fascismos ni creía en regímenes de partido único. Y fue de los que culparon a la clase política por el desastre de 1940, cuidándose de dejar a un lado su propia responsabilidad como mariscal y como ex ministro en lo que toca a la pobre preparación para un conflicto. Y a un papelón como el fracaso de la Línea Maginot, una red de fortificaciones levantada para mantener a los invasores a distancia.
Puestos en sus manos los destinos de la "zona libre" del país, con sede en Vichy, firmó un armisticio que vio como el mal menor. Sin embargo, algunas de las medidas represivas por él adoptadas ni siquiera habían sido solicitadas por el III Reich. Igualmente, su "revolución nacional", inspirada en valores familiares y campesinos, pudo ejecutarse como si se tratara todo de una burbuja donde los resistentes eran "terroristas" y Pétain era vitoreado por los suyos.
A la hora de los balances, Ferro afirma que Pétain, "incluso estando a la cabeza del Estado, nunca entendió la especificidad del régimen nazi. Para él, los nazis eran sólo alemanes, los enemigos de siempre, una 'nación de salvajes'". El mariscal tampoco entendió jamás lo que Hitler pretendía y hasta creyó que era posible entenderse con él. Por último, pensó que podía influir en la política del Reich, ignorando de paso el desprecio del führer por los militares. "Este error de juicio pesó mucho en el destino de Francia".
Curtido en el arte de desmitificar, Marc Ferro entrega nuevas luces para entender a Pétain. Y desecha simplificaciones conciliatorias como aquella que expresa que el mariscal fue el escudo de la patria, mientras la espada fue De Gaulle. Las cosas nunca son tan redondas. b
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