Peter Thiel: "Facebook no basta para salvar a la civilización"

<font face="tahoma, arial, helvetica, sans-serif"><span style="font-size: 12px;">Es un libertario que no confía en el Estado. Es uno de los fundadores de Paypal y el primer inversionista externo que tuvo Facebook. Es millonario y forma parte de la lista de Forbes de los hombres más ricos del mundo. Es escéptico ante el desarrollo tecnológico y cree que el progreso está detenido desde los 60. La culpa es de los hippies.&nbsp;</span></font>




Peter Thiel se acaba de sentar en una mesa del restaurant Evvia de Palo Alto, California, y de inmediato empieza a discurrir sobre la historia de las burbujas financieras. “Esto”, declara tras enumerar las frecuentes erupciones del mercado de las últimas tres décadas, “es muy anómalo en términos históricos. Apenas hubo una burbuja en la década de 1920 y otra en 1720”.

Es el tipo de declaración dramática que a Thiel le encanta hacer. Considerando que ha acumulado fortunas de mil millones de dólares dos veces y en rincones muy diferentes del mundo de las inversiones (aunque haya perdido una de ellas rápidamente), uno se siente inclinado a darle el beneficio de la duda.

Pero también es inevitable pensar: ¿En serio? ¿Qué hay de la burbuja de los ferrocarriles de 1870 o los periódicos booms y caídas en la era dorada del capitalismo? Al igual que con varias otras de las eclécticas afirmaciones que usa Thiel para condimentar su conversación -alusiones a Dickens y Shakespeare, además de innumerables datos de historia económica, tecnológica y política- uno desea usar Google escondido bajo la mesa para corroborar sus datos.

Evvia es una taberna griega que ofrece un almuerzo agradable en este próspero enclave de Silicon Valley. Está a media cuadra del lugar en University Avenue donde partió Facebook. Los 500 mil dólares que Thiel invirtió en la empresa en 2004 lo convirtieron en su primer inversionista externo y en una leyenda de Silicon Valley: cuando Facebook se abrió a la bolsa en 2012 las acciones de Thiel, de 46 años y quien llegó a EE.UU. proveniente de Alemania siendo muy pequeño, valían más de mil millones de dólares.

El mismo edificio hoy es la sede de Palantir, una reservada compañía de “data mining” que se ha ganado su nombre trabajando para la CIA y que es una de las inversiones recientes más exitosas de Thiel, mediante su firma Founders Fund. Un par de cuadras más abajo está el sitio donde nació PayPal, la empresa de pagos en línea que creó durante el boom puntocom, antes de venderla a eBay en 2002.

La conducta de Thiel es decidida y cautelosa a la vez. No tiene problemas para hacer declaraciones  controvertidas pero las camufla con “ehs” dubitativos y hace varios intentos para formular sus ideas. Parte cada afirmación con un “yo pienso”, como si quisiera dejar, de forma bastante educada, que su interlocutor decida si se traga cada frase como un hecho innegable.

Ejemplo: “Y por supuesto, eh,  que como un libertario, yo pienso que es imperativo que impidamos otro ataque terrorista en EE.UU., porque lo peor que le podría pasar a este país es que tengamos otra norma de vigilancia electrónica como la Ley Patriota”. Hablar de grandes ideas es un reflejo de la seriedad que a los tipos de Silicon Valley les gusta afectar y Thiel no es una excepción.

Twitter no basta

En el mundo de Thiel todas las cosas están conectadas y él combina ideas en una gran teoría unificadora de nuestros tiempos. Las piezas encajan más o menos así. Las burbujas históricamente anómalas de los recientes años- el boom del mercado accionario de Japón de los 80, la manía puntocom de los 90, el frenesí de financiamiento inmobiliario de la década pasada- son producto de que la gente tenía expectativas descomunales sobre el futuro, aun cuando la realidad se quedó corta.

La razón para la brecha entre las expectativas y la vida real, plantea Thiel, es que el progreso tecnológico se detuvo a fines de los 60. Tal como señala el sitio de Founders Fund, empresa formada por Thiel y otros inversionistas de firmas como Facebook y Napster: “Queríamos autos voladores y en lugar de eso obtuvimos 140 caracteres”. Thiel aclara: Twitter es una compañía que funciona perfectamente e incluso puede que valga lo que Wall Street dice que vale, pero, agrega con fría ironía que “quizás no sea suficiente para llevar a la humanidad al siguiente nivel”.

No importa que Thiel haya hecho una fortuna con Facebook (de acuerdo con Forbes, su patrimonio es de US$ 1,8 mil millones). Según él, internet no ha sido suficiente para compensar el déficit en innovación. Es precavido al hablar de esta red social, ya que todavía integra su directorio. Pero sí dice: “La verdad es que Facebook es una gran empresa, es un éxito específico. Sin embargo, no es suficiente para salvar nuestra civilización. No son ideas contradictorias”.

Sobre cuál es la respuesta al estancamiento del progreso, está menos seguro. Pero tiene numerosas teorías. En una explicación breve, lo plantea de la siguiente manera: “Llegamos a la Luna en julio de 1969 y Woodstock partió tres semanas después. Fue entonces que los hippies ganaron y de cierta forma el progreso murió”.

El ajedrecista

Llega la comida. La sopa de limón tiene una textura pastosa pero sabe bien. Le pregunto a Thiel si sigue la dieta paleo, que implica dejar los granos, las papas y el azúcar refinado, que se ha vuelto popular en Silicon Valley (y que yo mismo sigo esporádicamente). Dice que va y viene y luego ofrece una típicamente certera teoría: “Uno no debería comer azúcar. En casi todo hay diferentes variaciones de lo que uno puede hacer pero si cortas drásticamente tu consumo de azúcar, yo creo que vas a ser mucho más saludable. Esa es la única regla”.

Nos movemos al tema de la superación personal. A inicios de 2013, Thiel, quien fue un jugador de ajedrez que llegó a estar rankeado a nivel nacional en EE.UU., decidió que dedicar una hora y media diaria de ajedrez en línea era mucho tiempo desperdiciado, así que borró el programa de su computador... sólo para descargarlo y volverlo a borrar “al menos una docena de veces”.

Lo presiono para que hable de otros defectos con el argumento de que nadie va a creer que el exceso de ajedrez es su principal problema. Cautelosamente menciona el mal manejo del tiempo y dice que tampoco le presta mucha atención a  los detalles. ¿Qué hay con respecto a tomar en cuenta las opiniones de los demás?, pregunto.

“He mejorado con el tiempo”, responde. “Cuando era veinteañero creía que toda la gente era más o menos igual. Ahora creo que las personas son muy diferentes en esas pequeñas cosas que son tan importantes. Si criticas a alguien, algunas se van a poner a llorar y otras ni se van a dar cuenta”.

Suena incómodo cuando hay que hablar de sí mismo. Sólo recupera la compostura cuando explica cómo la ambición tecnológica ha desaparecido del mundo, dejando lo que él llama “una era de bajas expectativas que lentamente se ha filtrado en la cultura”. Predeciblemente, dado su perfil libertario, este fenómeno se puede rastrear hasta la regulación.

Esta es su explicación de por qué la industria de la computación (que habita el “mundo de los bits”) ha prosperado mientras que tantas otras (“el mundo de los átomos”) no lo ha logrado. “El mundo de los bits no ha estado regulado y es en ese ámbito donde hemos visto muchos avances en los últimos 40 años, mientras el mundo de los átomos ha estado controlado, y ese es el motivo de por qué ha sido difícil progresar en la biotecnología, la aviación y en todo tipo de ciencia de materiales”.

Dice creer en la habilidad irrestricta de los individuos de hacer la diferencia, pero aún así se queja de que la gente “se ha vuelto demasiado temerosa del riesgo y que no se esfuerza lo suficiente”. Menciona a Elon Musk, un amigo de sus días de PayPal y actual director del fabricante de autos eléctricos Tesla Motors y la empresa privada de cohetes espaciales  SpaceX, como un ejemplo de cómo las grandes ideas pueden florecer.

En comparación, dice Thiel, la mayoría de la gente está atrapada por la conformidad social. El resultado, afirma, es que él nunca “sabe cuánto creer de todas las cosas que dicen” las personas.

A pesar de esto, dice que aún es un optimista. Aunque de una clase que no encaja en la especie que parece endémica de Silicon Valley, donde reina con impunidad la creencia casi inocente en los buenos resultados. “Creo que las cosas podrían ser muchísimo mejores”, dice como auto justificación. “Hay muchas cosas que no estamos haciendo”, añade. Por ejemplo, el hecho de que “no estemos hallando curas definitivas contra el cáncer”. También considera “una catástrofe” que un tercio de la gente mayor de 85 años tenga Alzheimer. “Creo que todas estas cosas podrían ser sumamente curables y que podríamos hallar fuentes de energía más baratas si nos esforzáramos. También podría haber una radical extensión de la vida”, afirma. Aunque Founders Fund se ha mantenido al margen del sector energético, el cual ha probado ser una tumba para los inversionistas en emprendimientos, sí ha apoyado varias empresas del sector biotecnológico y de la salud que ostentan metas bastante ambiciosas.

Para Thiel, sólo una aceleración de la tecnología puede proveer soluciones. Consideremos la vigilancia gubernamental descontrolada. Si bien muchos creen que es resultado de la existencia de demasiada tecnología en manos de la comunidad de inteligencia, Thiel piensa que debería ser incluso mayor. “Si logras desarrollar formas eficientes de identificar terroristas, entonces no necesitas ser tan intrusivo. Es la carencia de tecnología la que impulsa el comportamiento invasivo”, afirma. Precisamente, ese es el problema que Palantir intenta resolver.

Mientras tomamos café, vuelvo a intentar con su faceta personal. Me pregunto cómo se sentirá con respecto a la caricatura que lo muestra como un multimillonario libertario y tecno-utópico. ¿Está preocupado por ser visto como, digamos, un excéntrico? “Si esa es la peor cosa que han dicho sobre mí, estoy feliz con ello”, replica.

Son pasadas las dos y la taberna está casi vacía. Thiel, cortés y atento hasta el final, se asegura de haber respondido todo minuciosamente. Luego se va tan abruptamente como llegó, dejando un leve eco del futuro.

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