¿Podemos evitar ser prejuiciosos?

<P>No, porque venimos cableados para serlo y nuestro aprendizaje cultural lo refuerza. Aunque no todo está perdido: nuevas investigaciones han dado con fórmulas para atenuar los efectos de los prejuicios.</P>




EN 1939 los sicólogos Kenneth y Mamie Clark (marido y mujer) iniciaron un experimento que cambiaría el destino de la educación en su país. En la ahora célebre prueba, mostraron a niños afroamericanos una muñeca blanca y otra pintada marrón (en ese tiempo no existían negras); debían escoger una para jugar e indetificar a la "buena" y a la "mala". Los resultados fueron sorprendentes: la gran mayoría prefirió la muñeca blanca y consideró "mala" a la negra. ¿La conclusión? El racismo había calado tan profundo, que habían distorsionado la imagen que tenían de su propio grupo. Años después, el estudio fue ocupado como evidencia en el emblemático caso de Brown contra la Junta de Educación de 1954, que terminó con la segregación racial de los colegios en Estados Unidos. Estudios posteriores comprobaron que ya a los tres años, los niños absorben los prejuicios (principalmente aquellos que se basan en diferencias físicas), aunque no sean capacez de comprenderlos del todo.

En efecto, todos prejuzgamos y somos prejuzgados desde chicos. Inconscientemente, rechazamos como una manera de protegernos. ¿De qué? De lo diferente. De otros tonos de piel, de otras religiones o de costumbres que identificamos como peligrosas básicamente debido a que nuestra cultura lo ve así. Y es de ida y vuelta: de la misma forma que endosamos estereotipos, a nosotros nos los endosan (en 2011 un estudio de Unicef sobre escolares chilenos mostró que 42% dijo sentirse discriminados en sus colegios).

Aunque nuevas líneas de investigación parecen haber dado con eficientes y, por sobre todo, sencillas maneras de blindarnos de los molestos efectos del prejuicio.

Somos así "de fábrica"

Primero, lo primero. ¿Por qué somos prejuiciosos? Esa pregunta se la han hecho por décadas los sicólogos sociales y según recientes estudios de los investigadores Peter Glick (Lawrence University), Susan Fiske (U. de Princeton) y Amy Cuddy (U. de Harvard) esto pasa porque los seres humanos evolucionamos para responder rápidamente dos preguntas básicas sobre los extraños: ¿amigos o enemigos? ¿Tienen buenas o malas intenciones con nosotros? "Utilizamos categorías sociales para responderlas. Por supuesto, el problema es que esto puede llevarnos a decisiones injustas. Pero debido a que es muy costoso confiar en alguien que puede resultar ser un enemigo, tendemos a errar por asumir que no podemos confiar en los demás grupos", dice Glick a Tendencias.

Según un estudio de la U. de Talca, ocho de cada 10 chilenos cree que tener un apellido mapuche perjudica la búsqueda de empleo, cuatro de 10 piensa que los rubios son más distinguidos y 28% de nuestros escolares considera que los niños con VIH deben estudiar en colegios apartes. Pero aunque suene contradictorio, para los sicólogos sociales el prejuicio no es algo condenable, ni siquiera malo. Más bien se trata de una de las tantas cosas que aprendemos y reflejan la cultura en la que crecemos. "No hay que culpar demasiado a la gente, a menos que hagan algo dañino. Las sensaciones negativas hacia otros grupos son comunes, aunque comportarse de una manera perjudicial es algo diferente", dice a Tendencias Christian Crandall, de la U. de Kansas.

Aunque no todos los prejuicios son iguales, Glick dice que "es importante tener en cuenta que los diferentes tipos de prejuicios tienen diferentes tipos de efectos". Según una escala para medirlo que diseñó junto a Fiske y Cuddy, hay tres tipos: el prejuicio paternalista, el envidioso y el despectivo. El primero es dirigido a grupos vistos como más débiles, de bajo estatus o sencillos (por ejemplo, ancianos, mujeres dueñas de casa o discapacitados). Ellos despiertan emociones compasivas, lo que produce una discriminación sutil al ser vistos como más incompetentes y disminuir sus posibilidades de desarrollo y promoción. El prejuicio envidioso apunta a grupos considerados poderosos y vistos como peligrosos o competitivos. "Supone e incluso exagera la competencia del grupo objetivo, son vistos como superelegantes, listos, con un poder exagerado y, al mismo tiempo, con malas intenciones", dice el sicólogo. Por último, el prejuicio despectivo se produce hacia grupos de bajo nivel que se consideran peligrosos o parasitarios de la sociedad, a los que se margina, ignora y, a veces, ataca. ¿Ejemplos? Los vagabundos y alcohólicos.

Cómo escapar

Es difícil. Como explica Glick, la única manera de protegernos de los prejuicios sería vivir toda la vida en una comunidad con personas que se parecen a nosotros. "Una mujer puede quedarse sólo con mujeres, ir a una universidad y trabajo de mujeres y pasar tiempo sólo con ellas. Una minoría racial podría hacer lo mismo".

Aunque los efectos pueden atenuarse. Y de manera sencilla. Una fue la hallada por investigadores de las universidades de Toronto, Harvard, Yale y el MIT, quienes conscientes de que las personas susceptibles de enfermarse con más frecuencia (probablemente como una respuesta evolutiva) muestran mayor prejuicio a grupos estigmatizados, buscaron averiguar cómo medidas asociadas a la protección (vacunas o lavado de manos, por ejemplo) lo podían disminuir. "Pensamos que si podíamos aliviar las preocupaciones acerca de la enfermedad, también podríamos aliviar el perjuicio que deriva" dijo a la revista Psychological Science Julie Y. Huang (U. de Toronto). Los resultados en voluntarios mostraron que las personas vacunadas para alguna enfermedad o que se lavaban las manos con fórmulas antibacterianas mostraban menores niveles de intolerancia en tests sobre inmigrantes, drogadictos y obesos, que los grupos de control sin estas medidas. "Incluso cuando todo el mundo estaba realmente protegido. La percepción de que estaban 'bien' protegidos atenuó los prejuicios", dijo Huang.

Pero quizás la forma más compleja como operan los prejuicios es en el rendimiento de los estigmatizados, lo que en la sicología se conoce como "amenaza del estereotipo". Funciona así: cuando se nos recuerda el prejuicio asociado a nuestro grupo sentimos tanta ansiedad por demostrar que está errado, que hacemos peor las tareas. Así se ha visto en mujeres (siempre consideradas malas para los números) en pruebas de matemáticas y afroamericanos (conocidos como "flojos") en exámenes académicos. ¿Qué pasa? Catherine Good, investigadora del Baruch College, dice a Tendencias que el prejuicio pesa "disminuyendo la memoria de trabajo, creando ansiedad y distracciones".

La solución parece haberla encontrado el sicólogo Geoffrey Cohen (U. de Stanford), quien desarrolló un simple pero efectivo método para disminuir estos efectos. Su técnica consiste en preguntar antes de las pruebas a los voluntarios qué es lo que consideran más importante de sí mismos y después pedirles que argumenten sus respuestas en un ensayo. La rutina de 15 minutos estimula la autoconfianza de los voluntarios y consigue anular los efectos del prejuicio sobre ellos. Toni Schmader, sicólogo social de la U. de Columbia Británica en Canadá, explica a Tendencias que "este sencillo ejercicio parece reducir la experiencia del estrés y la ansiedad a través de una serie de ámbitos que son fáciles de desarrollar para la gente". Y no exagera, el método ha logrado anular la brecha existente de 40% entre los resultados de alumnos blancos y afroamericanos en colegios de California.

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