Por qué detrás de todo gran hombre hay una gran mujer
<P>Aunque a veces nos quejamos, la influencia femenina en los hombres es sorprendente. La ciencia ha descubierto que nos impulsan a ser más empáticos, generosos, cooperadores, sanos y hasta eficientes. </P>
Melvin Udall y Carol Connelly están sentados en un restorán y él, desubicado como siempre, se queja de tener que vestirse de etiqueta para ir al lugar y que a ella la dejen entrar "con ese vestido corriente". Entonces Connelly (Helen Hunt) se indigna y le exige un piropo bajo amenaza de irse para siempre. Ahí Udall (Jack Nicholson) reacciona: "Tengo un gran piropo para ti". Ella responde escéptica: "Tengo tanto miedo de que estás a punto de decir algo horrible". Y él se larga. Le cuenta que su siquiatra le recomendó tomar una pastilla, pero que él no quiere hacerlo. Que odia las pastillas, que las odia, las odia mucho (repite la palabra varias veces). Y que, a pesar de todo eso, había empezado a tomarlas después de conocerla. Connelly lo mira con cara de haber confirmado su miedo y le dice no entender dónde está el piropo. El se concentra y remata: "Tú me haces querer ser una mejor persona".
La clásica escena de la película Mejor... Imposible sintetiza una de las grandes verdades de la relación entre los sexos: la mujer tiene la capacidad de cambiar al hombre, una capacidad mucho mayor que la influencia de él en ella. Y eso marca sus dinámicas. Varios estudios han mostrado cómo la presencia de ellas empuja a los hombres a ser más generosos, empáticos, cooperadores, sanos y, por si fuera poco, eficientes.
De esto habla una columna que Adam Grant, investigador y profesor de la U. de Pennsylvania, escribió para New York Times dejando claro por qué las mujeres (como hijas, hermanas, esposas o madres) se vuelven tan imprescindibles para los hombres: como dijo el personaje de Jack Nicholson, son su mayor motivación para ser mejores personas.
Ser mejores
El antecedente más fresco del efecto de las mujeres en los hombres lo dio un estudio publicado en diciembre por los investigadores Michael Dahl (U. de Aalborg en Dinamarca), Cristian Dezso (U. de Maryland) y David Ross (U. de Columbia), quienes buscaron averiguar el impacto que tiene la paternidad en los directores de más de 10 mil empresas danesas. Monitorearon los sueldos que éstos ofrecieron durante 10 años a sus empleados. Así descubrieron que la mayoría reducía los salarios ofertados a sus nuevos subordinados después de ser padres. Lógico, en una actitud bastante humana, los tipos pensaban en la seguridad financiera de su prole por sobre el resto.
Pero al hacer una revisión más exhaustiva los investigadores descubrieron que había matices. Y dependía del género de la guagua y del empleado: si el hijo del jefe era un niño, se castigaba el salario de los empleados hombres, pero no así el de las mujeres. ¿Qué pasaba cuando era una niña? Todos ganaban: tanto ellos como ellas se beneficiaban de un ataque de desprendimiento del jefe, lo que se veía potenciado si se trataba de la primogénita. Así. Tal cual. Las niñas los volvían más generosos. "Pensamos que tener una hija puede influir en el comportamiento y las percepciones de los padres", dice a Tendencias Dahl, quien agrega que "esto está respaldado por la existencia de investigación que muestra que las mujeres (esposas, hermanas y madres) influyen en el comportamiento de hombres". Y puede ser que hagan las cosas más llevaderas: un estudio de la U. de Ulster en 2009 postuló que las familias compuestas sólo por hijas producen ambientes más abiertos y dispuestos a discutir sentimientos.
Porque es obvio que sería un error subestimar la capacidad que ellas tienen para cambiar a los hombres. Esto incluso en sus gustos más profundos y esenciales. Como los colores políticos. Un estudio de Andrew Oswald (U. de Warwick) y Nattavudh Powdthavee (U. de York) revisó las preferencias políticas de siete mil hombres cada año entre 1991 y 2005. Los resultados fueron increíbles: los hogares que tenían en su mayoría hijas votaban por candidatos progresistas y los que tenían niños optaban por los conservadores. Pero eso no fue todo. Lo más llamativo que notaron fue que personas que siempre habían votado por los conservadores podían cambiar de color político al tener una primera hija mujer, tendencia que se agudizaba si tenían más.
¿Qué los hacía dejar de lado una creencia tan importante? La preocupación por el futuro de su hija (en el papel, mejor resguardada con un Estado benefactor como el impulsado por los progresistas). Y eso es justamente lo que Grant destaca en su columna como el gran aprendizaje que reciben ellos de ellas: se hacen más empáticos. Es decir, más preocupados por lo que le pasa al otro.
Uno de los investigadores que más ha estudiado este fenómeno en el mundo es Paul van Lange, sicólogo de la Vrije Universiteit de Holanda, quien dice a Tendencias que "aunque se necesita más investigación para comprender realmente los procesos (a través de los cuales las mujeres inculcan a los hombres), creo que ellas tienen más probabilidades de comunicar normas que impulsan comportamientos cooperativos y dirigidos a los demás".
Un estudio de Van Lange buscó indagar en la generosidad de 600 personas. En un juego, voluntarios debían decidir entre repartir o no ganancias con una persona que no conocían ni volverían a ver. Las opciones eran dos: recibir 25 dólares y dar a su pareja sólo 10 (la alternativa "egoísta") o recibir 20 y entregar 30 (la "generosa"). Los resultados volvieron a dejar en claro el efecto femenino: quienes optaron por la opción "generosa" tenían 40% más posibilidades de haber crecido con hermanas que los que elegían la alternativa "egoísta". "Se podría especular que a veces la presencia de una sola mujer en un grupo de hombres puede hacer ya una diferencia importante", agrega Van Lange.
la enseñanza
La pregunta cae de cajón: ¿qué marca una diferencia tan notoria en la generosidad entre los dos sexos? La respuesta es tan sencilla como antigua: la misma sociedad lo hace. Así ha comprobado la socióloga estadounidense Alice Eagly (U. Northwestern), quien plantea que como ellas tienen más probabilidades de ocupar roles vinculadas a cooperación en sus comunidades (por ejemplo, siendo cuidadoras, maestras o enfermeras), se genera un estereotipo que es transmitido de generación en generación. "Las personas llevan consigo las expectativas sociales de su género, y en cierta medida, las mujeres han internalizado esto. Estas expectativas conllevan la idea de que son más colaborativas", dice Eagly a Tendencias.
Esta inclinación femenina por la colaboración puede ser la clave de otra de las razones que hacen a los hombres necesitarlas tanto: el marcado efecto que tienen sobre su salud. Estudios de casados versus solteros han constatado que en general son ellos quienes se ven más beneficiados por la compañía que representa el matrimonio. Tienen una mortalidad dos veces más baja al casarse (relación mucho más modesta en mujeres) y tres veces menos posibilidades de sufrir una enfermedad cardiovascular (principal causa de muerte en el mundo), algo que en ellas sólo se reduce a la mitad. Otro buen ejemplo es el cigarro: si una mujer se casa con un fumador es probable que empiece a fumar, lo que no pasa si es al revés. "Podría darse el caso de que las mujeres mejoren el comportamiento de los hombres en lo que respecta a su salud: ellas se aseguran de que visiten al doctor a tiempo y cuiden de sí mismos, como ellas lo harían", explica a Tendencias Ellen de Bruin, doctora en sicología y escritora holandesa.
Este efecto femenino también se hace presente en las oficinas donde su estilo más democrático mejora el rendimiento de los equipos. Otra investigación de Dezso y Ross revisó los resultados de empresas entre 1992 y 2006, descubriendo que cuando tenían mujeres en cargos de poder arrojaban un promedio de 1% más valor económico, lo que puede sonar a poco, pero que se traduce en más de 40 millones de dólares. "El impacto positivo se encuentra en empresas que están involucradas con innovación, donde se sabe que un enfoque democrático y participativo es importante. Eso es coherente con la idea de un estilo de gestión femenina", concluye Ross.
Pero, como todo en las relaciones de género, la cosa no es tan sencilla y esta capacidad femenina para cambiar hombres no siempre deja contentas a quienes en el papel deberían ser las mayores beneficiadas: las mismas mujeres. La paradoja la describió muy bien Barbra Streisand, quien en una de sus miles de entrevistas lanzó una pregunta tan certera como imposible de responder: "¿Por qué una mujer que trabaja 10 años para cambiar a un hombre después se queja de que él no es el mismo con el que se casó?"
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