Qué es Escocia
<font face="tahoma, arial, helvetica, sans-serif"><span style="font-size: 12px;">Eligió ser parte del Reino Unido, pero a la vez lucha por diferenciarse de él. Para el resto del mundo, acostumbrado a asociar esta parte de Europa a Inglaterra, no queda claro cuál es la identidad escocesa. Un paseo por sus cuatro puntos emblemáticos puede resolver estas dudas. </span></font>
Tras el referéndum llevado a cabo el pasado 18 de septiembre, se podría decir que Escocia ha elegido “libre y voluntariamente” casarse con el Reino Unido. Para nadie es un secreto que este fue un matrimonio por conveniencia, arreglado más bien por razones político-económicas que por el deseo de formar una familia.
Aún así, tanto los que votaron en contra de la independencia como los que lo hicieron a favor, tienen algo en común: no quieren ser llamados simplemente “británicos”, porque ellos son escoceses y tienen su propia identidad. Lo cierto es que en el imaginario del resto del planeta el Reino Unido es Londres, y Union Jack (la bandera de la Unión) representa a Inglaterra. Ni hablar de Gales, Irlanda del Norte o Escocia.
De ahí que de todos los sectores políticos se quiera promover la independencia en términos de idiosincrasia, para lo cual se intenta poner en valor lo propio. Pero, ¿qué es típico de Escocia?
Más allá de William Wallace en su falda de tartán, la nación se compone de distintos elementos que bien vale la pena explorar. Y la mejor forma de hacerlo es visitando cuatro lugares representativos: Edimburgo, St. Andrews, la isla de Skye y Glasgow.
Tradición e historia
Edimburgo es para el visitante un resumen viviente del pasado de Escocia. Edificios medievales y calles adoquinadas se amontonan en una colina como un enorme museo al aire libre. La Ciudad Vieja es tan antigua, que la zona aledaña, construida entre los siglos XVIII y XIX, se denomina Ciudad Nueva. Ambas partes se conservan en perfecto estado y son Patrimonio de la Humanidad.
El edificio más emblemático es el castillo de Edimburgo, que domina el paisaje desde la gran roca que corona el cerro. Desde que hubo humanos allí, el sitio fue escenario de disputas y batallas, pues los acantilados que lo rodean hicieron las veces de fuerte natural.
A partir del siglo XII se comenzó a construir el castillo y una extensa fortaleza de piedra, dentro de la cual se fue conformando una aldea. Pronto, de aldea pasó a ser el “Manhattan” de la época, ya que la alta densidad poblacional y la falta de espacio obligaron a construir hacia arriba.
Daniel Dafoe escribió a principios del siglo XVII que no existía lugar en el mundo en que la gente viviera tan apretada como en Edimburgo. Repetidos incendios, condiciones de higiene lamentables y un olor a la altura obligaron a tomar medidas drásticas.
Las autoridades llamaron a concurso para planificar una nueva ciudad. Lo ganó James Craig, de 23 años, desconocido y arquitecto autodidacta. Al otro lado del pantano que bordeaba la colina, trazó calles amplias y ordenadas, grandes jardines y majestuosos edificios georgianos. Los sedimentos de la construcción de la Ciudad Nueva terminaron por secar el pantano, sobre el que se inauguraron extensos parques.
En ambas zonas de la ciudad y especialmente en las cercanías del castillo se respira tradición. No es raro toparse con hombres y mujeres usando el kilt -la famosa falda de tartán-, tocando la gaita o animando a los turistas a participar en bailes folclóricos.
Los gastropubs, igualmente habituales, ofrecen las especialidades escocesas, que más vale reservar para ocasiones especiales: haggis, un embutido de cordero servido con tatties (papas) y, para terminar, deep fried Mars, una barra de chocolate Mars apanada y frita.
Edimburgo es una verdadera reliquia y el segundo destino turístico más visitado del Reino Unido, después de Londres, y representa bien a un país que quiere dejar claro que no es lo mismo que Inglaterra.
Golf entre ruinas
A primera vista, nadie adivinaría la importancia de este pequeño pueblo para Escocia y el mundo. St. Andrews fue el principal centro religioso de país, la primera ciudad universitaria y, más recientemente, la cuna del golf.
La historia cuenta que fue fundado para albergar los huesos del santo patrono de Escocia. Desde entonces se transformó en una meca de peregrinaje religioso, lo que hoy se puede constatar en las impresionantes ruinas que alberga. Lo que queda de la catedral y de su cementerio, del año 1160, forman una perfecta postal junto al mar, que se remata con el castillo aledaño, donde vivía el obispo. Este fue el escenario de las luchas entre católicos y protestantes que ocurrieron en 1545, y aun se puede caminar por los túneles que se cavaron para la defensa.
Continuando por la costa, poco más allá de las ruinas y de la Universidad de St. Andrews se encuentra The Old Course, una extensión de pasto milimétricamente cortado donde hace más de 600 años se juega golf.
Hay quienes dicen que no se inventó allí, pero lo seguro es que para el año 1457 era tan popular que James II tuvo que prohibirlo porque interfería con la práctica de los arqueros de sus tropas. Claramente la proclama no tuvo mucha repercusión, porque el deporte siguió practicándose y extendiéndose.
A estas alturas no importa si los escoceses inventaron o no el golf. Hoy es parte de su identidad y razón por la cual muchos lo practican, incluso en los largos meses de invierno, cuando ni siquiera los fanáticos de este deporte se aventuran por estas tierras. Es que los locales parecen no sentir la gélida brisa marina. Tanto así, que las heladerías son otro elemento típico del paisaje urbano de St. Andrews.
Vida rural
La isla de Skye es el lugar que hace que los turistas se pregunten por qué el Lago Ness es tan famoso. Varios convendrán en que no se debe a su particular belleza, sino simplemente a la remota posibilidad de avistar al monstruo prehistórico. Pero incluso este atractivo podría quedar en el olvido. Recientemente se identificó una especie de reptil marino de la era jurásica en Skye.
Esta isla, además de ser el hogar del primer y único “monstruo” marino descubierto en Escocia, se lleva el premio en la competencia de belleza escénica. Lagos, cascadas, acantilados y montañas de formas curiosas interrumpen verdes praderas onduladas salpicadas de ovejas, que a la vez se rodean de playas de colores de sorprendente parecido caribeño (colores y no calores, no se mal entienda).
Es todo un paraíso para los amantes del deporte extremo y las actividades outdoor en general. Y para cuando el clima impide practicarlos, existen los restoranes de los múltiples puertos de la isla, con pescado fresco todos los días. Y también están las destilerías.
El whisky se produce en Escocia desde hace más de 500 años y hoy tiene el sello de denominación de origen. La ley prohíbe darle el nombre de Scotch Whisky si no se ha producido en el país y/o ha permanecido menos de tres años en barricas de envejecimiento.
La destilería Talisker es un emblema de Skye y, como dice su eslogan, produce whisky literalmente a orillas del mar. Esto le permite almacenar las barricas sin necesidad de controlar la temperatura ambiente, permitiendo un añejado más natural. Por unas pocas libras, se puede acceder a un tour guiado por la fábrica que culmina, como es de esperar, en una degustación.
Si bien en Skye difícilmente se escuchará una gaita, la tradición escocesa se vive en lo cotidiano, y esto no se refiere únicamente al consumo de la bebida nacional. Es de los pocos lugares donde aún se oye gaélico, el idioma que se hablaba antes de que el inglés se expandiera por todo el Reino Unido.
Vanguardia postindustrial
El periplo por Escocia quedaría incompleto sin conocer su ciudad más grande. Aunque no tiene la belleza de Edimburgo, Glasgow es el corazón de la escena cultural de país y el hogar del escocés moderno.
Glasgow es una urbe antiquísima, pero lo esconde bien. Del medioevo solo queda la catedral, y el legado arquitectónico de la época victoriana se mimetiza entre edificios recientes. Es inquieta y está en constante renovación. Atrás ha quedado la mala fama de una ciudad industrial sucia, peligrosa y deprimida. En parte gracias al legado de Charles Rennie Mackintosh, el arquitecto que transformó su ciudad natal.
A principios de siglo XX, Mackintosh causó polémica con sus diseños, que buscaban romper con el estilo victoriano. Y aunque se le considera adscrito al Art Noveau, sus creaciones se alejan de la típica riqueza ornamental de este movimiento. Edificios simples, basados en formas geométricas y despojados de adornos poco funcionales eran su firma. Su legado se ve hoy por todas partes en Glasgow, tanto en fachadas como en interiores, ya que fue también un connotado artista y diseñador de muebles.
Como es de esperar de una meca cultural, Glasgow alberga ilustres galerías y museos. El más reconocido es el Museo Kelvingrove, que entre otras obras maestras aloja el Cristo de San Juan de la Cruz de Salvador Dalí. El GoMA (Gallery of Modern Art), situado en pleno centro, es un ícono de la ciudad, sobre todo por la estatua ecuestre del Duque de Wellington de la entrada principal, frecuentemente coronada por un cono de tráfico. Esta broma lleva ya tantos años repitiéndose, que está aceptada como parte de la escultura.
Para rematar la vibrante actividad cultural, Glasgow se sitúa como uno de los mejores escenarios de música en vivo del mundo. Prácticamente todos los días se puede encontrar un evento de este tipo, y con frecuencia grandes conciertos y festivales, que traen a los artistas del momento.
Un punto clave para desgranar la identidad escocesa es conocer los locales de esta ciudad, por ejemplo, en alguno de sus miles de pubs. Son conocidos por su afición a la bebida y por su humor negro, pero también por su legendaria calidez y simpatía. Generalizando, representan bien al resto del país; son sencillos y de fácil trato, abierto a nuevas ideas pero a la vez protectores de sus tradiciones.
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