¿Quién es parte de la élite?

Es de esas palabras que se usan mucho en las discusiones informadas, pero que pocos pueden definir con precisión. ¿La integran Julio Ponce, Sebastián Dávalos  o la bancada estudiantil? ¿Se necesita una nueva élite?  Desde el Informe del PNUD hasta recientes monografías intentan dar respuesta a algunas de estas cuestiones.




Normalmente no es tan cómodo formar parte de una minoría. Salvo que se trate de una selecta: un grupo que acapara el poder, la riqueza, la excelencia y, a su propio juicio, la virtud. En ese caso, quizá no sea del todo desagradable ser uno de los happy few y ser -en pocas palabras- de la "clase alta", el "grupo dirigente", la "aristocracia",  o -en una palabra- la "élite".

 Pero la élite (o elite) no es una sola. Existen tantas como dimensiones en la sociedad: en las artes, las ciencias, el deporte o la industria. Alexis Sánchez es un deportista de élite como pianista de élite fue Claudio Arrau. Pero el sentido más propio de la palabra dice relación con las capas dirigentes o dominantes, más que las eminentes, de la sociedad. Está conformada por grupos o personas que, por su poder o sus posiciones, toman (o intervienen) en las decisiones sobre asuntos públicos. 

Configuraciones

Se habló de élites para referirse a los grupos sociales superiores desde el siglo XVII, pero la vigencia más importante del término se produjo a fines del siglo XIX y comienzos del XX, con las teorías sociológicas de Vilfredo Pareto y Gaetano Mosca. Luego aparecerán otras formas de análisis general, como la idea de Bourdieu de la "distinción" (el supuesto buen gusto) de la élite.

Sin embargo, cada país debe considerar, de acuerdo a su historia, su estratificación social. En Chile, los conquistadores no pertenecían al nivel más alto de la nobleza española (no se puede hablar de "aristocracia", sino muy metafóricamente). Pero en el nuevo territorio pasaron a ocupar un lugar de privilegio. La aspiración del pedigrí no estaba ausente: Vicuña Mackenna en Los Lisperguer y la Quintrala (1877) se refiere a las familias santiaguinas de "sangre azul" del siglo XVII: algunas de ellas decían descender de un pretor romano y otras de los Reyes Magos.

Esa élite terrateniente era permeable. Con el desarrollo comercial y la apertura política republicana, ciertas familias tradicionales comienzan a relacionarse con la burguesía emergente (comerciantes inmigrantes, mineros chilenos o extranjeros), desde fines del siglo XVIII. Incorporan nuevos miembros, siempre que aporten capital económico, político o cultural. Los inmigrantes, generalmente europeos, fueron consolidando un grupo burgués. Con todo, la endogamia familiar se practicó hasta límites biológicamente peligrosos.

En el recelo a los "recién llegados", se distingue a los "viejos" de los "nuevos ricos" en el ejercicio de la austeridad y del servicio público, así como en el engranaje de los apellidos y la ascendencia. Hasta ahora se practica la disciplina botánica, en la que hay expertos, de adentrarse en el ramaje de los árboles genealógicos. Pero el dinero "nuevo", si es mucho, como ocurre con familias que se cuentan entre las más ricas de Chile y del mundo puede ayudar a salvar al menos parte de esas distancias.

¿Élite o élites?

Si la élite no es una sola, una distinción tan válida como cualquier otra es entre la intelectual, la política y la económica.

¿Los intelectuales constituyen una minoría exquisita? Intelectual, según el mexicano Gabriel Zaid, es quien opina en cosas de interés público con autoridad entre las élites; no lo son taxistas, peluqueros y otros que hacen lo mismo que los intelectuales, pero sin el respeto de aquellas. En Chile puede haber élites intelectuales: escritores, académicos o comentaristas más respetados o con más autoridad entre otros escritores, académicos o comentaristas. Pero han sido escasas las con influencia política. La primera élite intelectual, que basaba su prestigio en su formación cultural, fue la generación de 1842, discutiendo una serie de temas que pasaron al campo político; tal vez podría considerarse tal el "gobierno de los gerentes", bajo Jorge Alessandri; o a los "Chicago Boys" bajo Pinochet (en este caso, algunos integrantes de esta élite intelectual pasaron pronto a conformar la élite económica.)

Decía Pareto que "la historia es un cementerio de las aristocracias"; una idea fundamental suya era la circulación de las élites. Pero la clase política chilena ha contado y cuenta con apellidos protagónicos y sus "dinastías".

En cuanto a la riqueza, alguna vez la estrambótica cantante de cabaret de los años 30, Sophie Tucker, señaló: "He sido rica y he sido pobre", agregando: "y, créanme, es mejor ser rico". En Elites económicas, crisis y el capitalismo del siglo XXI, el economista chileno Andrés Solimano sostiene que desde los años 80 diversos países han vivido bajo una variedad de capitalismo, el neoliberal, que, entre otras características, tiene la de la concentración de la riqueza y la influencia política en pequeñas élites económicas. Son las de los "multimillonarios" (según la revista Forbes) o "del 1 por ciento más rico" de la población (según se empleó por el movimiento Ocupa Wall Street). Solimano aborda la fragmentación de la clase media y la marginalización de la clase trabajadora, la frecuencia de las crisis financieras; habla de la privatización de empresas públicas que significó una rápida acumulación de riqueza por haber tenido las conexiones políticas adecuadas (cita el caso de España en los años del PSOE, no es el único). El libro se refiere al mundo, pero habla de la implementación del capitalismo neoliberal en Chile con Pinochet y su consolidación por los gobiernos socialdemócratas de la alianza de partidos que lo sucedieron.

Informe PNUD

Los tiempos de la politización, el reciente informe sobre desarrollo humano que entregó la semana pasado el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), dedica su octava parte a la élite. A su composición y características, sus percepciones, autopercepciones y emociones, además de la conexión (o su falta) entre élite y ciudadanía. Ven que existe un malestar en la sociedad, pero han aparecido otras voces y actores que desafían a la élite o las élites. También hay comparaciones con el Informe de 2004. Los resultados dicen que hay opiniones diversas e incluso contrapuestas entre las élites y que hay una débil representación de la ciudadanía en ellas. Las fuentes del Informe PNUD son cuatro: opiniones públicas de representantes de la élite y tres encuestas. Tal vez tiene razón el sociólogo canadiense Albert Brie: "La encuesta es el juego de palabras de las cifras".

El informe distingue cuatro ámbitos de poder: económico, político, simbólico (que incide en el debate público) y social (representación más allá de los partidos políticos). En cierta forma son los equivalentes a las élites económicas, políticas e intelectuales, más la élite "social". ¿Quiénes forman esta última? Según el Informe son como el doble opuesto de las otras élites: hay más mujeres, hay más jóvenes, son mayoritariamente no católicos, de "centro-izquierda" y quieren cambios profundos al sistema. Podrían perfectamente configurarla los miembros de la "bancada estudiantil" antes de ser diputados. Pero, ¿no sería más lógico considerarla como una minoría de la élite política, antes que una mayoría de la social? Hay otras superposiciones parecidas: por ejemplo, se disputan la presea a la institución más poderosa los medios de comunicación y los grandes grupos económicos, como si fueran necesariamente distintos (y como si algunos de los primeros no fueran parte de los segundos).

Evolución y nueva élite

Daniel Fernández y Pablo Reyes proponen en La nueva élite un enfoque desde un punto de vista "evolutivo cultural" para dejar atrás "paradigmas caducos".

Parten del planteamiento del biólogo Richard Dawkins de los memes como análogo cultural de los genes. Hasta aquí la biología evolutiva, pues lo que sigue parece una mezcla de charla de psicología organizacional, sopa de letras y paleta de pintor. Siguiendo el "modelo" de Graves-Beck, consideran que el desarrollo humano se produce a través de una evolución en espiral por ocho estadios o niveles de existencia. Dadas unas determinadas "condiciones de vida"-desde lo más primitivo a lo más sofisticado, de las letras A a la H-, los individuos generan una forma de adaptación o "sistema de pensamiento"-desde el instinto a lo "holístico", letras N a U-. La idea es lograr un equilibrio entre condiciones y sistema: cada equilibrio calza una condición con un sistema: desde A-N hasta H-U. 

Como todo esto parece bastante e innecesariamente complicado, se opta por denominar cada sistema según un color: desde el beige (A-N, instintivo) hasta el turquesa (H-U, holístico). Están el rojo (C-P, sumisión), el azul (D-Q, absoluto), naranja (E-R, logro), el verde (F-S, sensible) y el amarillo (G-T, integrador). Harán una serie de precisiones y agregados, cuadros, figuras, dibujitos ("memeglifos culturales"). Pero lo esencial está en sus análisis cromáticos: desde las normas de la Constitución a la evolución política y cultural de Chile 1960-2020. Así, el gobierno de Alessandri fue "muy teñido de azul con intentos naranjas". Frei Montalva, los historiadores discuten si fue naranja-verde o Verde. Allende, verde con rojo. Pinochet:  azul y luego mucho naranja.

"La antigua élite de Chile está constituida con una predominancia azul-naranja que no comprende al verde", dicen. De las personas que "la llevan", la vanguardia, surgirá la Nueva Élite, que propagará los memes del nivel de conciencia amarillo...

Algo sabrá Daniel Fernández, quien ha estado vinculado a la élite política y la económica: a cargo de varias empresas estatales durante los gobiernos de la Concertación y ejecutivo del grupo Matte en el proyecto eléctrico HidroAysén.

Mérito y rédito

El libro de Andrés Solimano está lleno de datos interesantes. Como que la participación de ingresos del 1 por ciento más rico representa actualmente el 22 por ciento en Estados Unidos, el 15 por ciento en Reino Unido y en Chile ha alcanzado un récord de un 33 por ciento. O las gradaciones de los ricos: por ejemplo, una definición según la cual es rica la persona que tiene 30 veces el ingreso promedio por persona (su tasa de retorno generaría intereses equivalentes al ingreso promedio y podría vivir de sus intereses). La riqueza de los superricos equivale a 30 x 30 veces el ingreso promedio y la de los megaricos, a 30 x 30 x 30 veces. Este último es equivalente al billonario de Forbes. Solimano cita la revista como fuente, del año 2011, cuando habían 1.210 billonarios en el mundo; en América Latina Brasil era el país con más billonarios, seguido por México y luego Chile, pero éste era el país con más billonarios per cápita en la región, 4. En la versión 2015 de Forbes, hay 12 billonarios chilenos (uno de ellos, Julio Ponce).

Una de las tesis principales de Solimano es que las élites económicas no sólo tienen el control de la mayor parte de la riqueza, sino además influencia en las ideas, la cultura y en la democracia misma, contribuyendo, por ejemplo, al financiamiento de campañas políticas o haciendo actividades de lobby.

Y, sin embargo, según el Informe PNUD, como anoréxicos al revés, un 56 por ciento de la élite económica chilena opina que el poder está menos concentrado. Y, en general, las élites ven un aumento significativo del poder social y una disminución del poder político y económico. 

Todo indica que las posiciones más altas del poder se asignan en base a los valores, pero muchas veces transables en el mercado. A las personas de la élite les va mejor en la vida no porque sean mejores, sino porque son de la élite. Su supuesta excelencia la heredan no en los genes, ni en los memes, sino en los bienes.

La élite tiende a replicarse. Una de las discusiones más airadas de los últimos años se ha centrado en un espacio principal de esa reproducción: el sistema educativo, el que debiera basarse en los méritos. En un mundo mejor, o más razonable, los hijos talentosos de los pobres podrían ascender a posiciones de poder y prestigio.

La educación como factor de promoción social pretende que los logros sean fruto del merecimiento y no del privilegio. Como la resurrección para los católicos, esa es una de las grandes promesas de la democracia.

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