Quintana y el sur que no olvida

<p>El senador y presidente del PPD se ha negado a armar casa en Santiago y Valparaíso, ciudades donde debe ejercer su trabajo. Jaime Quintana no transa: mantiene su hogar en Lautaro, IX Región, donde viven su mujer y sus hijas y donde él nació hace 45 años. Trata de estar allí de jueves a domingo. Una de sus razones de más peso, y menos conocida, para hacerlo así es la enfermedad de Isidora, su hija mayor. </p>




Cuando Jaime Quintana viene a Santiago, duerme en hoteles. El Diego de Almagro, el céntrico San Francisco o el Bidasoa, en Vitacura. Los va rotando.

El senador por La Araucanía Norte y presidente del PPD no ha armado casa aquí. No ha querido. “Debo ser el único loco de los parlamentarios que hasta hoy no tengo ni arriendo un departamento en Santiago”, dice. El consejo de hacerlo así, agrega, se lo dio en 2002 un diputado de su partido, cuando Quintana recién llegaba a la Cámara Baja. Le dijo: “Mira, Jaime, el riesgo que corren los que se compran o arriendan un departamento acá es que o se separan de sus esposas y pierden a la familia o pierden la elección. Porque vas a tener un día de lluvia y vas a pensar: ‘¿Para qué me voy a ir al sur? Mejor me quedo acá’. Y te empiezas a quedar”.

Y Jaime Quintana, tanto entonces como ahora, lo que menos quiere es quedarse.

Su vida emocional y familiar sigue en el sur. Sus padres y su única hermana viven en Temuco. Su esposa y sus dos hijas viven en Lautaro, 30 km al norte de la capital de la IX Región, donde él nació hace 45 años. Pasa aquí los fines de semana y los domingos en la noche toma un avión de regreso a Santiago. Se va directo al hotel, en el que también duerme la noche del lunes. De martes a jueves se va al Congreso en Valparaíso. Otra vez noches de hotel.

Los jueves, si no hay nada urgente en su agenda, trata de volver al sur. Además de sus recuerdos, en Lautaro hay otra razón más de peso para forzarse a regresar. Tiene que ver con su hija mayor, incapaz de moverse de su silla de ruedas.

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Viernes 25 de enero. El senador Quintana recorre Temuco. Su Iphone suena por quinta vez esta mañana. Es el diputado PPD Felipe Harboe. Hablan dos minutos. Al cortar, Quintana dice que está resolviendo temas del partido, que ojalá no deba viajar de nuevo a Santiago. Marcelo, su chofer, lo mira por el espejo retrovisor. No sería la primera vez que tendrían que recorrer imprevistamente los más de 700 kilómetros que los separan de la capital.

El senador cree que no será necesario. “Estoy demostrando que sí se pueden resolver los temas del partido desde la región. Pero es difícil”.

Dice que siempre ha querido tener un pie firme en la región. Una zona que conoce desde siempre. Vivió en Lautaro hasta los cuatro años, junto a sus padres, su hermana mayor, Cecilia, y el resto de la familia: tíos, primos, abuelos. En 1972 se mudaron a Temuco, ya que el padre consiguió un trabajo en Abastible. La casa a la que llegaron tenía un dormitorio y un baño. La ampliarían siete años después y Jaime Quintana recién ahí sabría lo que es tener pieza solo.

Daniel Quintana, el padre, era dirigente sindical de los trabajadores de los combustibles. Nació en Vilcún y se crió en una familia de trabajadores agrícolas. Blanca Leal, la madre, era dueña de casa, oriunda de Lautaro. La familia que ambos construyeron no tuvo lujos. “Yo ya estaba grandecito cuando apareció el primer televisor IRT en blanco y negro en mi casa. O el teléfono o el equipo de música, que eran los signos de estatus de la época. Eramos una familia que hoy sería del segundo quintil”, dice el senador.

En Temuco, Jaime Quintana fue a la escuela municipal Manuel Rodríguez, a los pies del Cerro Ñielol. El trayecto entre su casa y el colegio lo hacía en micro, solo. “Para mí estos viajes eran interminables, llenos de imágenes. Recuerdo ir en la micro viendo propagandas del circo Las Aguilas Humanas”, cuenta.

Ahora, esta mañana de enero, se anima a entrar a su escuela. Desde los 14 años que no regresaba. Recorre las salas, los pasillos, llega al patio. “Aquí jugábamos a la pelota”, dice. Y apunta al sitio donde hay un resbalín con la pintura descascarada y los pastizales crecen en total abandono. La escuela dejó de funcionar en diciembre: recibía muy pocos alumnos y la municipalidad no podía hacerse cargo de los gastos.

En la época de Quintana, la escuela tenía mil alumnos de primero a octavo básico. Todos de sectores humildes. Muchos de origen mapuche. Dice el senador: "Nos metían en la cabeza que éramos todos iguales. Y a estos chicos les costaba asumirse iguales al resto, pues no lo eran. La sociedad era discriminadora. Había mucho bullying hacia ellos, les decían 'los autóctonos'".

La media la hizo en el liceo Pablo Neruda, en Temuco. Allí, a los 16 años, se incorporó a las juventudes socialistas. A los 20, se pasó al PPD mientras estudiaba Letras en la Universidad Católica de Temuco. Fue secretario regional del partido a los 24 años, al tiempo que ejercía como profesor de Castellano en un pre universitario. A los 33 se convirtió en diputado. Y empezó entonces su vida dividida: hoteles en Santiago y Viña, y casa familiar en Lautaro.

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La casa de Jaime Quintana en Lautaro tiene dos pisos, un patio grande, dos perros. Es sábado 26 de enero, pasadas las 19.00. Allí lo espera su hija menor, Leonor, de cinco años. El senador entra y ella se abalanza a sus brazos.

-¿Y la Isi? -le pregunta Quintana.

-Está comiendo -responde ella.

El senador entra a la cocina. Minutos más tarde sale de allí empujando una silla de ruedas, donde va su hija mayor, Isidora, de nueve años. El respaldo va completamente inclinado hacia atrás, porque la niña no puede sentarse ni mover las piernas ni los brazos. Tampoco habla. Todo partió tres días después de nacer.

Quintana recuerda: “Susana (su mujer, que hoy es la nueva alcaldesa de Vilcún) quedó embarazada y al cuarto mes nos dijeron que el embarazo sería complicado. Nosotros necesitábamos un médico especialista en embarazos de alto riesgo, pero tocamos mal la puerta. Susana necesitaba hacer reposo desde el mes cinco en adelante y no lo hizo”.

Isidora nació con menos de seis meses. Pesó 700 gramos, midió 34 centímetros. Era una prematura extrema. “Era una cosita chiquitita, una muñequita, como una barbie”, dice su padre. “Después de nacer, le hicieron el test de Apgar y el resultado fue muy bueno: sacó un siete en una escala del uno al 10. Tenía reflejos, reacciones, órganos inmaduros pero con potencial. Nos sentimos tranquilos, pese a su situación de riesgo”.

Sin embargo, al tercer día se les vino el mundo abajo. “Hizo una hemorragia intercraneana grado 3 a 4, que es lo más severo que le puede haber pasado. Es como cuando chocan dos camiones a toda velocidad de frente. Eso la dejo mal. Después le vinieron varias cosas: retinopatía prematura, problemas gastrointestinales. El problema de los prematuros extremos es que están expuestos a enfermedades asociadas a los órganos inmaduros. Y ella tuvo gran parte de estos problemas”, dice. La niña quedó para siempre con un daño cerebral severo.

Mientras Quintana cuenta la historia, le toma la mano a Isidora. Ella duerme. Nunca abre los ojos, pero él no deja de mirarla.

Tras nacer, la niña estuvo 40 días conectada a ventilador mecánico y tres meses internada en la clínica. Susana tenía que ir a darle leche allá. Con su marido pasaban el día en la clínica. Quintana, que estaba recién asumido como diputado, se ausentó por tres semanas del Parlamento. “Fue un momento muy doloroso. Pasábamos horas en la clínica, hablando con los médicos. Después fuimos tomando decisiones siempre con la opción de la vida. Porque en algunos momentos también te dan distintas miradas. Hay momentos en que te dicen: ¿le hacemos o no tal procedimiento? Y nosotros estábamos totalmente aferrados a la vida”, dice.

Hoy tratan que Isidora tenga la mejor calidad de vida. Tiene una mujer que la cuida todo el día, desde que nació. En los inviernos están pendientes de su sistema respiratorio, que es muy débil. Además, va un kinesiólogo a su casa dos veces a la semana, para ayudar a cuidar su columna. Antes iba mucho a la Teletón de Temuco. Hoy va tres veces al año.

“Yo siento que ella está con nosotros. Celebra cuando nos ve. Siento que entiende, que nos conoce. A veces se ríe, grita, trata de hablar. Estoy seguro que está conectada con nosotros”, dice Quintana, quien se emociona, pero no se quiebra.

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A la familia del senador Quintana le costó acostumbrase a su rutina parlamentaria. Los tiempos se han puesto más complicados desde que asumió la presidencia del PPD, hace siete meses. Antes, al menos, tenía tiempo para comprarle los remedios y los pañales a Isidora. Lo hacía los domingos en la noche. Ahora, a esa hora, toma un vuelo a Santiago.

Dice que con este nuevo modo de vida se le ha caído más el pelo. Que está más canoso y mal genio. “Algunos creen que ser presidente de partido sólo es comparable con ser entrenador de fútbol. Son las pegas más ingratas, difíciles, incomprendidas. Debes sacarte la mugre para que al otro le vaya bien y a uno nadie le reconoce nada. ¿Quién reconoce al entrenador? Si les va bien, son los futbolistas los celebrados. Y si les va mal, el entrenador para afuera”.

Reconoce, eso así, que se lo advirtieron. “Longueira fue de los que me desalentó. Me dijo: ‘Mira huevón, fueron seis años y fueron los peores de mi vida’. Si le hubiese hecho caso a Longueira… Pero le hice caso a Allamand, que me dijo: ‘Tienes que hacerlo, son oportunidades una vez en la vida, tómala’”.

Aunque siente que este es un gran episodio en su carrera política, dice que en algunos momentos se ha arrepentido. Incluso, va más lejos: “Esto no lo debería decir, pero la verdad es que no me veo en otro período como presidente del PPD. Voy a hacerlo bien, me voy a esforzar, pero no estoy pensando en una reelección”.

Quintana piensa que, recuperando más su tiempo, podría evitarse esa pregunta cruda que su hija Leonor le hace cada vez que lo ve partir los domingos en la noche:

-Papá, ¿ya te vas otra vez?

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