Reinventando la Concertación
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Convengamos que la crisis de representación en Chile no es una novedad. Desde fines de la década pasada se advierte una baja en la identificación de la ciudadanía con el eje izquierda-derecha, una notoria menor afinidad con los partidos, y una fuerte desconfianza hacia las instituciones políticas, particularmente el Congreso y los partidos. El efecto inmediato es el declive constante en la participación electoral y un aumento del abstencionismo en las elecciones.
Las manifestaciones sociales recientes no hacen más que destacar esta brecha entre un sistema político oligarquizado y una ciudadanía con mayor predisposición hacia la demanda efectiva de derechos. En los últimos 20 años la sociedad se transformó, pero los partidos políticos se quedaron en un congelador replicando sus rutinas y aplicando las mismas recetas que quizás fueron muy efectivas para el inicio de la transición, pero que resultan completamente inapropiadas para este nuevo tiempo.
En efecto, la transición democrática se organizó en torno a grandes acuerdos de las cúpulas, excluyendo la participación de las mayorías. Lo anterior contribuyó a garantizar la gobernabilidad pero, una vez resueltos los nudos de la transición, el modelo de negociaciones desde arriba se agotó.
Sin duda esta crisis de representación se manifiesta con mayor intensidad en la Concertación, por cuanto fue precisamente esta coalición la que encarnó un ideario de democratización, inclusión, participación e igualdad. En el arcoíris se reflejaba una muy particular articulación de actores sociales y políticos capaces de procesar sus diferencias y ofrecer al conjunto de la sociedad una propuesta que superaba históricas diferencias entre el centro y la izquierda, el socialcristianismo y el laicismo.
La receta para reinventarse se encuentra en la recuperación de los principios constitutivos de la coalición (justicia, participación, igualdad, libertad), pero en la simultánea erradicación de viejas prácticas políticas que contribuyeron a generar esta brecha de representación. ¿A qué me refiero? A tres cuestiones muy básicas. Primero, los líderes de los partidos deben plantearse la urgente democratización interna de sus conglomerados. Si no transforman la manera de hacer las cosas internamente, difícilmente podrán ganar en credibilidad social. Segundo, proponer una renovada agenda programática que atienda el desafío de alcanzar el desarrollo, reducir la desigualdad y ampliar las libertades en nuestra sociedad. Tercero, encarar la renovación efectiva de los liderazgos políticos, donde la más evidente señal será la próxima elección municipal.
Si la Concertación quiere recuperar la credibilidad perdida, deberá ser capaz de actuar en sintonía con las demandas sociales actuales. Contribuir con alternativas concretas de política pública en temas como el desarrollo sustentable, equidad, reforma tributaria, el conflicto de interés, la regulación del mercado, y la reforma política parecen hoy día prioridades. Así, para convertirse en alternativa de gobierno, la Concertación requerirá de un marco programático renovado, prácticas políticas transparentes e inclusivas y liderazgos efectivos. Es decir, la Concertación requiere reinventarse.
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