Romper una amistad es tan doloroso como el quiebre con una pareja

<P>Involucramos emociones y ponemos la vulnerabilidad sobre la mesa. Pero cuando rompemos con un amigo, no hay reglas claras (como en un divorcio) y nadie corre a levantarnos el ánimo. De hecho, a nadie le importa. Por eso, preferimos evitar ese trance.</P>




SEGURAMENTE en más de una ocasión usted echó mano a la frase "no eres tú, soy yo" para terminar una relación de pareja. O, peor que eso, fue víctima de esas palabras. Puede ser una excusa poco creíble, pero la frase es un recurso reconocido en los quiebres amorosos. Pero hágase la siguiente pregunta: ¿qué frase utiliza usted para terminar una amistad? Antes que eso: ¿ha terminado una amistad? Lo más probable es que no.

Podemos dejar de ver a los amigos porque nos cambiamos de barrio, de trabajo o porque perdimos cercanía cuando salimos del colegio o la universidad. Pero otra cosa es tomar la decisión de romper una amistad, sentarse y plantearlo de frente. Curioso, porque a los amigos los elegimos y, si no nos satisface una amistad o entramos en un conflicto imposible de arreglar, se supone que no debería ser difícil decir "hasta luego" y vivir como si nada hubiera pasado. Pero algunos estudios dicen lo contrario. Es más, el dolor de terminar una amistad cercana puede ser tan potente como el quiebre de una relación de pareja. Tal como lo lee. O, incluso, peor.

Irene Levine es periodista, sicóloga, profesora de la Escuela de Medicina de la U. de Nueva York y autora del libro Best Friends Forever: Surviving a Breakup With Your Best Friend (Mejores amigas para siempre: sobreviviendo a una ruptura con tu mejor amiga), donde entrevistó a 1.500 mujeres. Y en cada una de esas conversaciones pudo comprobar su tesis. Lo que pasa, dice Levine a La Tercera, es que las personas se van involucrando emocionalmente en sus amistades y al compartir confidencias y secretos, se vuelven vulnerables en esa relación. Por eso, si una relación de este tipo se termina puede desencadenar una serie de sentimientos negativos, como la decepción, el miedo, la ira y la inseguridad.

El dolor se agrava, advierte la sicóloga, si el amigo o amiga se aleja sin decir una palabra (hasta algo del tipo "no eres tú, soy yo" podría servir): la sensación de rechazo se siente aún más por la falta de un cierre y de la comprensión de las razones para ese final. Es que, como se lee en el estudio "Amistades difíciles e inseguridad ontológica", publicado en The Sociological Review, la amistad, al igual que los vínculos familiares, no son relaciones estáticas y mantener o terminar una, implica una negociación. Pero, para eso, hay que estar dispuestos a hacerlo. Y, según Levine, preferimos evitarnos ese trance porque puede llevar a daños colaterales, como provocar desencuentros con otros amigos o incluso con otros miembros de nuestra propia familia.

La sicóloga explica que si bien muchas de las emociones que provoca el quiebre de una amistad son similares a los que se sienten cuando alguien rompe con una pareja, acá hay un condimento adicional: cuando rompemos con amigos no hay nadie para contenernos. La gente suele trivializar las relaciones de amistad, dice Levine. No tiene paciencia para escuchar a alguien hablar sobre los problemas con sus amigos, pero es capaz de juzgar a otro por sus amistades o por no poder mantenerlas. Además, las reglas son más claras en el divorcio que en los quiebres con amigos: la gente puede no estar segura de cuándo comienza y ni cuándo termina una amistad. "No hay consejos para poner fin a la amistad", agrega a La Tercera Carol Smart, socióloga y académica de la U. de Manchester y una de las autoras de "Amistades difíciles e inseguridad ontológica".

De hecho, antes de romper con un amigo, preferimos alejarnos de a poco. Sin explicaciones. Abandonarlos a su suerte. La culpa juega un rol clave en esta conducta, dice Carol Smart. Así quedó demostrado en uno de los escenarios que describieron los participantes de su estudio: el del clásico amigo apoyador. Ese que permanece al lado de su partner en los peores momentos, poniéndole el hombro por un tiempo prolongado después de un evento tan difícil como un divorcio.

En el estudio, los participantes describían el caso en que cumplieron ese rol con un amigo. Pasado el tiempo, y como puede ocurrir con las personas que dejan atrás una experiencia dolorosa, el amigo a quien habían apoyado parecía otra persona. Por eso, se preguntaban cómo podía haber cambiado tanto o cómo pudo haberles caído bien en alguna época. Pero al momento de responder si habían dejado esa amistad, los participantes reconocían que el sentimiento de culpa se los impedía. Aun teniendo a mano una justificación para hacerlo, dijeron que habían optado por seguir siendo amigos. "La ética de la amistad es muy fuerte, lo que hace muy difícil poner fin a una amistad, incluso cuando ha dejado de ser divertido, porque nos sentimos terriblemente culpables por ello", dice Smart.

Nada es para siempre

Poner fin a una amistad puede sentirse como un fracaso personal, a pesar de que no lo es, dice Levine. De hecho, la mayoría de las amistades no duran para siempre. Las personas cambian y sus vidas siguen trayectorias distintas. Laura Carstensen, sicóloga del Centro de Longevidad de Stanford, en California, plantea al diario The New York Times, que la cantidad de relaciones con conocidos tiene la primera disminución a los 17 años, marcado por el abandono del colegio. De ahí, el número de conocidos aumenta entre los 30 y 40 años. Y al pasar los 40 años comienza a declinar bruscamente. Es que la forma de relacionarse y hacer amigos va cambiando a lo largo de la vida. Carstensen lo llama la teoría de la selectividad socioemocional: los cambios en la composición de la red social vinculados con la edad no constituyen una pérdida, sino que son el resultado de un cambio motivacional en las metas sociales. No se pierden amigos, sino que se selecciona otro tipo de amistades.

Durante el ciclo vital, las personas suelen perseguir dos tipos de metas generales: prepararse para el futuro y regular en forma exitosa los estados emocionales del momento. Cuando el tiempo se percibe como algo abierto, es decir, cuando las personas son más jóvenes, las metas relacionadas con el futuro son las relevantes y se busca entonces información, orientación y reafirmación de parte de las redes sociales. En cambio, las relaciones con hermanos, cónyuges y familiares se vuelven más fuertes, mientras que disminuye el número de amistades, al envejecer, cuando el tiempo de vivir parece limitarse cada vez más y las metas emocionales se vuelven más importantes.

Con esta dinámica natural, Levine aconseja jerarquizar: tenemos un período de tiempo limitado y debemos centrar nuestro tiempo y atención en las amistades que son gratificantes.

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