San Marino: la antigua república de la libertad

<P>No es usual recorrer un país entero en menos de un día. Pero aquí es posible. Pueblos disfrazados de ciudades enclavados en los verdes Apeninos, más su capital en la cima del Monte Titano conforman este microestado independiente de 1.713 años de existencia y rodeado por Italia. Un destino desconocido para la gran mayoría de los chilenos y que vale la pena descubrir, sea por sus bellos paisajes, lo curioso del lugar o su exquisita gastronomía.</P>




DOS PRESIDENTES elegidos cada seis meses para un país de menos de 33.000 habitantes. Cosa curiosa en cualquiera de las democracias modernas, en aquellos países de cientos de millones de habitantes donde sólo uno basta.

Pero es así. Y funciona. Sean bienvenidos a la República de San Marino, el Estado más antiguo del mundo. Su nombre oficial: Serenísima República de San Marino.

Y sí que lo es.

Hasta allí llegó, buscando la paz, el humilde albañil dálmata Marino hace más de 1.700 años, un cristiano que huía de la ira colérica del emperador romano Diocleciano. Cuenta la leyenda que Marino se refugió en solitario en la cima del Monte Titano, en donde hoy se asienta la capital de la república, la Ciudad de San Marino. Allí se quedó durante más de un año, y construyó una pequeña iglesia, hasta que fue descubierto y enfrentado por los propietarios del terreno. Se dice que sólo con el poder de su oración derribó y dejó inconsciente al hijo de la gran señora de la zona. Ésta al verlo se postró ante él y le pidió perdón, tras lo cual el hijo volvió en sí. Ambos se arrodillaron ante Marino, y se convirtieron al cristianismo junto a sus familiares. Pero lo más importante en esta historia: le regalaron el terreno del actual país.

A Marino se le unieron pronto otros cristianos que huían del acoso. Allí formaron una pequeña comunidad que fue organizándose hasta que el 3 de septiembre del 301 d. C. se fundó la república que perdura hasta hoy. Hubo algunos intentos de invasiones y de anexión infructuosos durante su historia; sobrevivió a Napoleón, Mussolini, a Hitler y a la unificación del gobierno italiano. Quedó completamente rodeada por Italia (al igual que Lesotho dentro de Sudáfrica), como un enclave, pero mantuvo su estatus de independencia.

Y de orgullo. Los sanmarinenses presumen de su pequeño país y su exclusiva nacionalidad, que los convierte en una rareza y uno de los seis microestados europeos junto a Andorra, Liechtenstein, Malta, Mónaco y el Vaticano. En la práctica es casi imposible diferenciarlos en su acento y costumbres con los de sus vecinos italianos de la Emilia-Romaña, y la primera forma que uno tiene de darse cuenta de que llegó al país cruzando desde Italia son las patentes de los autos, pequeñas, graciosas y propias. Si se pone más ojo, podrán advertirse las varias fronteras, señaladas con pequeños letreros que dan la bienvenida a "La antigua república de la libertad".

Y poco más que eso. No hay controles, ni aduanas, ni policías pidiendo pasaportes. San Marino no pertenece a la Unión Europea pero sí tiene su régimen de frontera abierta y usa el euro como moneda, al desaparecer la lira italiana, y que acuñaba versiones especiales de lira sanmarinense, casi para coleccionistas.

"Mundomágico"

San Marino es como de cuento. Dentro todo es pequeñito, mononito. A los que se nos cayó el carnet nos recuerda el antiguo Mundomágico, en Pajaritos. Ese parque tantas veces visitado en la infancia, que recreaba a Chile en miniatura. ¡Y que se podía recorrer en tren en un pispás! Aquí es casi lo mismo, pues es perfectamente factible dar la vuelta al país en un solo día, o incluso en medio. La red de carreteras del país es buena, sinuosa y en medio de un paisaje de verde alucinante, serpenteando los montes que conforman la república. Sin embargo, en ocasiones para llegar de un lugar a otro se debe pasar por Italia, y no es poco frecuente que haya momentos en que uno no sepa verdaderamente en qué país está, lo que divierte o agobia, dependiendo de la premura o el estado de ánimo. Mejor reírse, pues todo está al alcance de la mano, a un tiro de piedra.

El centro histórico de la Ciudad de San Marino se recorre bien en un par de horas; las hermosas ciudades -aquí "ciudad" es una palabra relativa, más parecida a "pueblo"- de Borgo Maggiore, Chiesanuova y Montegiardino (imperdible una visita a Montegiardino y sus casitas de piedra, casi de ensueño) valen la pena. A veces las localidades son tan pequeñas que pueden verse casos curiosos, como el de un edificio que alberga en sus dependencias a la policía, un centro social, una biblioteca y... un bar. Todos juntos. Y lo más chistoso o ingenuo es el lago. En los mapas figura un lago de pesca deportiva que al ir a visitarlo se transforma en piscina. Una gran piscina pero nada más. La frontera con Italia está a diez literales metros de ahí.

La pequeñez de San Marino puede ser curiosa, adorable, pero también puede generarles inconvenientes a sus habitantes. Giacomo Ferrari es un "jubilado" de 50 años que cuando no está en San Marino se dedica a recorrer el mundo en su moto sanmarinense. "A veces cuando cruzo las fronteras de países lejanos debo esperar un buen tiempo a que la policía compruebe si el país existe. Al ver mi pasaporte y la patente muchos quedan descolocados, casi como si fuera una broma", cuenta. Y eso es perfectamente posible, pues no es difícil imaginar la cara de un carabinero o PDI al entrar un vehículo sanmarinense por Chacalluta o Los Libertadores.

En la Ciudad de San Marino es imperdible realizar una caminata por sus tres torres que culminan en el Titano (Patrimonio de la Humanidad), a 740 m, con una impresionante vista a la vecina Italia y al mar Adriático. Eso, si está despejado. Si está nublado y se tiene suerte, se pueden ver las nubes cubriendo la planicie, desde la capital, dando la impresión de estar en una ciudad en medio de las nubes o en la isla volante de Lupata, de Los Viajes de Gulliver.

En la capital, además de las decenas de tiendas de sus estrechas calles peatonales -algunas de exclusivas marcas- se encuentran la bella basílica y la única universidad, fundada en 1985. No es que los sanmarinenses hayan sido iletrados hasta ese momento, sólo que estudiaban en Italia. La mayoría en la vecina Rímini, y otros optaban por ciudades como Florencia, Bolonia o Milán. Y lo siguen haciendo, dependiendo de la carrera que escojan. Es parte de los convenios que tiene San Marino con Italia -también en el área salud y hospitales- y que la hacen, a la vez, muy dependiente de ese país.

En San Marino città también funciona el palacio de gobierno, en el que trabajan los dos presidentes, llamados "Capitanes Regentes".

No son elegidos por votación directa, sino por el Consejo General o Parlamento, del que los Capitanes Regentes son miembros, y que sí es votado cada cinco años. Al momento de ser investidos, ambos líderes dejan por seis meses el poder legislativo para junto al Consejo de Ministros integrar el Poder Ejecutivo. Este sistema de gobierno ha funcionado sin grandes cambios desde el siglo XIII, a tono con la antigüedad de la que tanto se enorgullecen los sanmarinenses.

También lo hacen de su gastronomía, y tienen razón.

En San Marino se puede encontrar lo mejor de la comida romañola, con productos de excelencia, frescos, bien preparados y a buen precio. Destaca en Borgo Maggiore la Hostaria da Lino -donde también se puede dormir-, con especialidad en exquisita pasta de producción propia, que ameritó incluso una nota en el The New York Times.

También en Borgo está la Trattoria de Borg, cuya especialidad son sus exquisitas carnes, como la tagliata y la fiorentina. En un país altamente carnívoro como Chile, es difícil imaginar la cocina italiana fuera de la pasta y algunos antipastos, por lo que es toda una sorpresa descubrir la calidad de su carne.

En la capital, escapando del maremagno turístico está Righi la Taverna, a un costado del parlamento, en donde los sanmarinenses aún se asoman a comer. Y no hay que olvidar el vino. San Marino tiene una pequeña e incipiente industria vitivinícola, pero con botellas de sorprendente calidad y precio.

Ayrton Senna

Ya con el país recorrido, vale la pena abandonarlo un rato para conocer los hermosos pueblos italianos que rodean a esta república. La mayoría se encuentran enclavados en montes pertenecientes a los Apeninos. Destacan los hermosos San Leo, con sus callejuelas, dos iglesias medievales y una fortaleza en altura; y Verucchio, con su Castillo de la Roca, del periodo malatestiano. Además están Albereto, con un restaurante enoteca en un antiguo castillo y el bello Montescudo. Todos estos rodeados por pueblos y caseríos casi deshabitados, bucólicos, capaces de trasladarte a lo mejor de las locaciones de cine italianas.

Para terminar este viaje, un homenaje al gran corredor de Fórmula 1, Ayrton Senna. El pasado mayo se cumplieron 20 años de su mortal accidente, corriendo justamente el Gran Premio de San Marino, el que se realiza en la localidad italiana de Imola, 100 kilómetros al norte del pequeño país. Y a 50 kilómetros al sur de la antigua república de la libertad, otro grande, afortunadamente vivo: el campeón mundial de motociclismo, Valentino Rossi, originario de Urbino, y donde su familia posee un restaurante. Motivos sobran para conocer este pequeño y adorable país enclavado en Italia, y sus hermosos alrededores romañolos. Sólo falta animarse y pegarse un pique.

*Periodista y uno de los "Motoviajeros", de Canal 13C.

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