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Santiaguinos abren las puertas de sus bibliotecas personales

<P>[libros privados] No son de uso público, pero son tan valiosas como cualquier biblioteca instalada en la capital. Contienen el primer texto que los conmovió o el que los lanzó a la lectura. Este es el mundo privado de un historiador, un escritor y una profesora. </P>




El escritor e historiador Alfredo Jocelyn-Holt viene llegando de Medellín con un libro bajo el brazo. Es un texto sobre las casas de haciendas agrícolas en Colombia. Es uno de los tantos que se sumarán, de aquí en adelante, a su biblioteca de 15 mil libros; una de las razones de ni siquiera pensar en cambiar la casa que habita con su hija Emilia y su esposa, Sofía Correa, en Providencia.

Esta casa de 300 m2 fue escogida para albergar tal cantidad de libros, una colección de la que es imposible elegir un favorito, según explica Jocelyn-Holt. "Quizás sí podría decir que tengo uno especial", se arrepiente, y sigue: "Es un libro sobre la cultura del Renacimiento en Italia, de Jacob Burckhardt, que compré en Washington cuando tenía 12 años".

-¡Leía eso a los 12 años!

-Es que yo fui muy precoz. A los 12 años sabía perfectamente qué quería ser -dice, con una seguridad que envidiaría cualquier estudiante de 20 años.

Y eso que él quería ser está distribuido por toda su casa. Mucha historia y también narrativa. "Los historiadores leemos muchos libros malos, así es que sumamos y sumamos. Contienen información que alguna vez nos puede servir, pero no es que encontremos que sean grandes libros", dice.

Por eso, no tiene ninguno favorito. "También sería injusto con otros textos decir que algo me gusta en especial", comenta.

No tiene libros de gran valor económico y como tampoco están registrados en fichas, sólo con el tiempo se ha dado cuenta de que más de alguno desapareció en el bolsillo de algún visitante. "Yo le presto libros a gente muy cercana nomás".

Esta casa en Providencia no es un ejemplo de lo que pasa en el país, donde según la encuesta Chile y Los Libros 2010, hecha por la Fundación La Fuente, con el apoyo de Adimark GFK, la población no lectora llega a 52,8%.

Según el mismo sondeo, en Santiago se repite el mismo fenómeno que en regiones: sólo el 7% es socio de una biblioteca.

Pero en la casa de Jocelyn-Holt, no hace falta. Tampoco en los casos siguientes. Los verdaderos tesoros están dentro de la casa.

La primera vez que la niña Elisa Reyes leyó un libro fue en quinto básico y por obligación. Era El maravilloso viaje de Nils Holgersson, de Selma Lagerlöf, y una profesora de Castellano de su colegio en Ñuñoa le pidió que diera una prueba sobre el texto para poder subir la nota en el ramo. Ella no alcanzó a terminarlo y su profesora tampoco sumó décimas a su calificación, pero ganó un mundo del que no se ha despegado hasta ahora.

Después de eso pasaron por delante de sus ojos cuentos de los hermanos Grimm y textos costumbristas de Alberto Blest Gana.

Hoy, Elisa tiene 49 años y con rigurosidad marca con lápiz grafito cada una de las frases que le gustan. Entre sus libros más rayados están El país de las últimas cosas, de Paul Auster, y Seda, de Alessando Baricco. "Subrayar es como dejarte un recado para el futuro; por algo te llamó la atención esa frase en un minuto de tu vida y no otra", dice.

Elisa es profesora de Educación Física y doctorada en Ciencias de la Educación en la Universidad de Lovaina. Trabaja en consultorías de educación y, además, lee con frecuencia: aproximadadamente, dos o tres libros al mes. Desde que comenzó a juntarlos -después de esa experiencia en el colegio- ha hecho un largo camino. Tiene cerca de 4 mil ejemplares, todos comprimidos en estantes en un departamento de 85 m2 en la Villa Frei, en Ñuñoa.

"Tengo libros valiosísimos para mí. Quizás no muy caros para otros, pero para una profesora…", comenta y apunta a su joyita: un libro de 1971. Se trata de Obras Completas, de César Vallejo, un ejemplar regalado por el canciller de Perú a Clodomiro Almeyda, ministro de Salvador Allende. El texto le costó $ 80.000 frente a las Torres de Tajamar, hace cinco años.

Entre sus libros destacan también Alicia en el País de las Maravillas, en inglés. Es una versión que celebra el centenario de Lewis Carrol, con ilustraciones que imitan grabados. También se pueden encontrar las obras completas de Dostoievsky y Chéjov.

A Elisa no le importa que el tiempo pase por los libros, le gusta que envejezcan, que se pongan más oscuros y que se note que alguna vez se leyeron, por eso no se le ocurriría forrarlos, sino sólo marcarlos con lápiz mina para que el siguiente lector pueda borrar lo que considere pertinente, sin dejarse llevar por lo que a ella le impresionó un día.

El departamento del escritor y académico en filosofía y estética, Ricardo Loebell, se complementa con el Museo de Bellas Artes, ubicado frente a su departamento en el Parque Forestal. Cerca de 16 mil libros están en los estantes pegados a las paredes. En la sala estudio, los textos lo cubren todo, pese a que empezó casi de cero.

Cuando era niño, sólo había un libro en su casa: La historia de la humanidad, de Hendrik Willem van Loon. Estaba escondido en el ropero de su madre, en una casa de calle Marcoleta. El siempre lo miró con curiosidad, pero fue sólo a los 18 años que lo pudo leer y su madre se lo entregó con una sonrisa cómplice, como si ya estuviera en edad de entenderlo.

Loebell fue acumulando historias y libros desde pequeño, pero la mayor cantidad de ellos fue adquirida después de que cumplió 10 años, cuando su familia decidió partir en barco a Europa. Llegaron a Italia y vivieron en Alemania y España. Cuando llegó el momento de regresar, el año 1997, debió viajar a Chile en un avión, mientras más de 200 cajas con sus libros venían en un container.

Entre sus textos hay un ejemplar de La vuelta al día en 80 mundos, de Julio Cortázar, con anotaciones del propio escritor. "El de Cortázar fue regalo de un editor. También tengo algunos textos únicos de Benjamín Vicuña Mackenna sobre el barrio Santa Lucía; de Joaquín Edwards Bello, de Vicente Pérez Rosales, Jotabeche y una compilación de textos de Augusto D'Halmar pronta a publicar", cuenta.

Loebell separa los libros por temas. Por ejemplo; en un estante hay colecciones de literatura francesa, inglesa, alemana, española y filosofía. En otro, literatura latinoamericana. En un pequeño clóset, un espacio profundo para la literatura judaica.

También tiene fichas preparadas para cada uno de ellos. Son pequeñas carpetas de color azul paquete de vela cruzadas con elásticos negros. Al interior hay tarjetas que dicen el nombre del libro, el autor y la fecha de publicación. Loebell prefiere que la información quede respaldada en papel, antes que en computador. Para él sus libros atesoran la memoria: "Al escribir sobre diversos temas, indago posteriormente en los libros para alguna cita, o al revés, me inspiro desde una lectura".

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