Siguiendo la ruta de Juan Valdez
<P>La producción de café en Colombia es una institución nacional que puede vivirse y palparse siendo testigo directo del trabajo de los caficultores en el eje cafetero. Una visita que despierta los sentidos y una oferta turística en pleno crecimiento.</P>
"¿QUIERE UN TINTO?", pregunta una camarera en Bogotá, horas antes de tomar el avión a Pereira, la urbe ubicada en pleno triángulo del café colombiano. Y como buen chileno, lo primero que se me viene a la mente es una copa de vino. Pero no. Se trata en realidad de un café negro cargado, al que en Colombia llaman así.
Los colombianos tienen códigos propios para referirse a su producto estrella, un común denominador entre la diversidad que exhiben con orgullo sus habitantes. Diversidad que también se observa en la amplitud de sus regiones cafeteras, abarcando una zona que se extiende desde el sur hasta la Sierra Nevada de Santa Marta, en su extremo norte, todo siempre por sobre los 1.500 metros.
Así, quien quiera conocer cómo se vive el café en Colombia tiene muchas opciones, como tomar un avión y, en 25 minutos, aterrizar en Armenia, Pereira o Manizales, en pleno "eje cafetero" y zona paisa. También está la opción terrestre, que cruza varios cordones montañosos por vías en buen estado, pero lentas.
Entramos por Pereira, una pujante ciudad de 500.000 habitantes antes de dirigirnos hacia las fincas cafeteras, ubicadas en el camino hacia Armenia.
"No faltaba más"
En torno al café se ha ido formando una oferta turística similar a las rutas del vino. Gracias a que se ha mejorado la seguridad, es posible realizar el recorrido en auto, pero también se pueden aprovechar los paquetes turísticos que incluyen visitas guiadas a cafetales, recolección del fruto y degustaciones.
Algo que destaca es la extrema amabilidad paisa. Uno puede detenerse y preguntarle al dueño de alguna de las innumerables fincas que van poblando el camino si es posible conocer su propiedad. "Válgame Dios, no faltaba más", fue de hecho la respuesta de don Segundo, haciéndonos pasar a su linda parcela que, ubicada sobre una loma, exhibía un paisaje exuberante de distintos tonos verde y cafetos que se confunden con plantas de papaya, plátanos y árboles de lima limón.
Junto a la casa, una construcción de techo plano, es el lugar donde se secan al sol los granos de café después de pasar por un proceso por el cual las bayas se despojan de su cáscara y luego se mantienen unos días en agua para quitarles la viscosidad natural que tiene el fruto.
Caficultores como don Segundo forman parte de los 560.000 asociados que tiene la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia (FNC), la mayoría dueños de pequeñas parcelas que no superan las dos hectáreas. La FNC funciona como una cooperativa que les compra el café, ofrece capacitación, realiza investigaciones para mejorar el cultivo y combatir plagas, además de preocuparse de elevar la percepción internacional del café colombiano.
Fue por esta política que hace 50 años nació el personaje de Juan Valdez y es el motivo de que ahora estén surgiendo cafeterías gourmet y productos de la marca en muchos países. Claro que, a diferencia del personaje y su mula, los auténticos Juan Valdez se desplazan en un montón de jeeps del tiempo de la II Guerra Mundial: los "Willys", el vehículo de trabajo más usado en el eje cafetero y que con su presencia contribuyen más al toque pintoresco que hace tan atractiva esta ruta.
Parques temáticos
Cruzando de Pereira al departamento del Quindío puede visitarse un par de parques temáticos que giran en torno al café. Uno es Recuca, a 20 minutos de Armenia, que fue íntegramente concebido como un recorrido interactivo por la cultura cafetera. Ofrece varios programas que incluyen vestirse como caficultores y experimentar las faenas del campo, recogiendo, despulpando y secando el café, para terminar con una agradable degustación del brebaje.
En Colombia la recolección siempre es manual, obligación que suma puntos al prestigio internacional del producto. Cual Juan Valdez, hay que ponerse manos a la obra: únicamente hay que sacar los frutos maduros, o sea los rojos, y dejar en la planta aquellos que todavía estén verdes. Una especie de canasta atada a la cintura va recibiendo los granos que cuelgan del tupido bosque de cafetos que llegan a medir hasta dos metros.
Otra opción, muy apropiada para ir con niños, es el Parque Nacional del Café, emplazado en un lugar privilegiado, rodeado por vastos cafetales. Sus atractivos incluyen un teleférico, juegos mecánicos con temática asociada al café, restaurantes, patio de comidas, tiendas de souvenires y construcciones hechas a semejanza de los típicos pueblitos del eje cafetero.
Si tanto paseo le abre el apetito, lo mejor es probar el plato típico de la región: la bandeja paisa. Una preparación que incluye porotos, arroz, carne molida en polvo, chicharrón, chorizo, huevo frito, plátano frito y arepa. Es tanta comida que no cabe en un plato, por eso"bandeja".
Luego, a descansar. En la zona se han abierto varios hoteles boutique que tratan de reproducir la arquitectura de las fincas, pero con todas las comodidades que exigen los viajeros. Un ejemplo es el Hotel Campestre La Navarra, a 15 minutos del centro de Armenia. Pasar una noche ahí significa disfrutar de las estrellas vistas desde la terraza y sumergirse en un silencio sólo interrumpido por el sonido de los grillos y algunas aves nocturnas.
Estando aquí uno se olvida de todo y sólo hay tiempo para pensar en cuándo tirarse a la piscina, aprovechar el jacuzzi o bajar al gran prado de enfrente para tumbarse en una hamaca.
La taza de café vendrá después.
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