Sonreír en América o en Europa no es lo mismo: los gestos también tienen acentos
<P>Durante décadas se creyó que las expresiones eran idénticas en todos los rincones del planeta. Sin embargo, estudios recientes indican que la forma en que sonreímos, caminamos o saludamos tiene sutilezas propias de cada cultura. </P>
UNA SONRISA de un estadounidense es idéntica a la de un británico o un latinoamericano. Esa fue la postura que por décadas mantuvieron los expertos en expresión humana, apoyados por estudios como los realizados en los 60 por el sicólogo estadounidense Paul Ekman. El investigador se hizo famoso por viajar a Nueva Guinea y demostrar, por ejemplo, cómo los aislados aborígenes Fore usaban las mismas señales faciales que los occidentales para mostrar felicidad, tristeza, miedo y molestia.
Incluso, otros estudios indican que estas reacciones ante algo que nos alegra o nos entristece son innatas. Así quedó en evidencia en un reporte de la U. Estatal de San Francisco (EE.UU.), donde se mostró que ciegos congénitos sonreían como cualquiera otra persona, pese a nunca haber visto un rostro feliz para imitarlo.
Pero aunque se ha establecido que si sonreímos en Francia o Nueva Zelandia los demás sabrán que estamos felices, nuevos reportes indican que tal como el inglés que habla un australiano y un estadounidense difiere notablemente en entonación y pronunciación, nuestros gestos faciales, la forma en que caminamos y la postura del cuerpo también tienen "acentos" locales.
Uno de los ejemplos más claros está en los estudios del sicólogo Daniel Keltner, de la U. de California en Berkeley (EE.UU.) y experto en cultura de las emociones. Sus análisis muestran que estadounidenses y la mayoría de los occidentales sonríen usando el músculo cigomático mayor, que se extiende de las comisuras de los labios hasta el borde de los ojos. Esto hace que se contraigan las mejillas y los labios suban, exponiendo los dientes superiores en una sonrisa como la del actor Tom Cruise.
En cambio, los ingleses usan el músculo risorio, que corre bajo el cigomático y tira del labio inferior. El resultado es una sonrisa que también expone los dientes inferiores -como ocurre en el Príncipe Carlos- y que hace que la persona parezca más cortés y atenta. Según Keltner, en lugar de reflejar placer, esta sonrisa es una especie de reconocimiento del otro: "Este gesto dice "respeto lo que piensas de mí y moldeo mi conducta de acuerdo a eso", señaló a New York Times (los canadienses muestran un término medio entre sus vecinos y los británicos).
Abigail Marsh, sicóloga de la U. de Georgetown (EE.UU.) y quien ha realizado varios estudios sobre el tema, dice a La Tercera que si bien hay una universalidad básica en la expresión emocional, el paso de los siglos y las distancias han ido creando variantes locales que emergieron de forma similar a los acentos lingüísticos. "Por eso no es tan sencillo identificar reacciones de otras culturas muy ajenas a las nuestras. Por ejemplo, para mí es más complejo interpretar un rostro triste de una persona de Angola que alguien de Canadá, porque este país y EE.UU. son similares culturalmente y próximos en términos geográficos", afirma.
Sutilezas en el rostro y el saludo
Marsh y sus colegas realizaron en 2007 un test con expresiones y gestos de habitantes de EE.UU. y Australia, tales como sonrisas, saludos con la mano y la forma de caminar. En este caso se usaron fotos de personas de ambas nacionalidades que usaban ropas neutras para ocultar su procedencia.
Expuestos a las imágenes, los participantes lograron identificar a los norteamericanos debido a un estilo de saludo más duro -con el brazo más rígido- y una forma de caminar más erguida que parecía más segura e imponente.
Según la sicóloga, estos acentos no verbales reflejan diferencias de personalidad entre las culturas. Marsh indica que los australianos tienden a considerarse como más amables y extravertidos que los estadounidenses, quienes se ven a sí mismos como más dominantes: "Ciertamente, hay personas que son más eficientes al detectar estas diferencias. Tal vez se deba a una mayor identificación de una persona con su propia cultura, por lo que está más en sintonía con marcadores grupales como los acentos no verbales".
Un estudio de la U. de Glasgow (Escocia) comprobó precisamente eso. Al analizar 15 personas caucásicas y 15 de ascendencia china que vivían en Londres se estableció que las de raíces asiáticas miraban a los ojos para descifrar una expresión, mientras los otros se enfocaban en cejas y boca. ¿La explicación? En presencia de otros, los asiáticos suprimen sus emociones y, dado que es más difícil controlar el movimiento de los ojos que el de la boca, enfocarse en ellos les da más pistas sobre las emociones de la persona.
Caminamos de forma diferente
¿Quiere saber quiénes son los más raudos para recorrer las calles? La respuesta está en Singapur, cuyo tranco alcanza los 6,2 km por hora, superando incluso a los neoyorkinos (5,4 km/h). Así lo muestra un reporte de la U. de Hertfordshire (Inglaterra), que abarcó 32 ciudades y que concluye que las personas más lentas están en Blantyre (Malawi).
Los autores señalan que los resultados son reflejo del estilo de vida cada vez más exigente y acelerado de las naciones asiáticas. Al comparar los datos con otros similares obtenidos en los 90 por Robert Levine, de la U. Estatal de California (EE.UU.), se reveló que en Singapur la velocidad del tranco creció 30% (en China aumentó 20%).
Levine indica a La Tercera que el mayor sentido de urgencia no solo influye en una alimentación poco apropiada, sino que también en una mayor propensión a ataques cardíacos. Richard Wiseman, autor del reporte más reciente, dijo a BBC que la gente que camina más rápido también habla de forma más acelerada y se impacienta en un taco de tránsito o en la fila del banco.
La distancia también cuenta
El gesto de proximidad que adoptan las personas varía entre los que son de origen latinoamericano o europeo. Diversos estudios muestran que al conversar o saludar, cada cultura despliega una zona de confort en el espacio personal de cada individuo. Entre estadounidenses y latinos, la separación mínima confortable es de entre 35 y 50 cm, mientras en el Reino Unido es de unos 60 cm y en Japón llega a 90 cm. La excepción a la regla son las personas de Medio Oriente que aceptan una separación de hasta 20 y 25 cm.
Según Masaki Masaki Yuki, científico conductual de la U. de Hokkaido (Japón), el hecho de que una cultura como la asiática se aparte de la expresión abierta de emociones como la felicidad y que enfatice la conformidad y la humildad incentiva una mayor separación al hablar. Incluso, dentro de un mismo continente puede haber diferencias, agrega Marsh: "Una distinción clásica se da en países mediterráneos más cálidos, que prefieren una distancia conversacional mucho menor que las naciones más frías del norte europeo".
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