Tacuarembó, el Uruguay de Gardel

<P>Una vuelta por Tacuarembó, el departamento uruguayo donde muchos aseguran que nació Carlos Gardel. Más allá, San Gregorio de Polanco es un pueblo con playas de arena blanca y paredes llenas de arte en lo más íntimo del llamado <I>paisito.</I> </P>




EN EL Hotel Carlos Gardel, donde duermo esta noche, hay fotos del mismísimo, letras de tangos en las paredes, vestidos de fiesta de los años 20, un acordeón y sombreros de guapo. Al registrarme pregunto la clave del wi-fi y el empleado responde rápido: "carlosgardel10, todo junto y con minúscula. Pero el uruguayo, eh, si no, no entra".

La broma es porque el recepcionista sabe que soy argentina y conoce la vieja pica. Por acá creen que el Zorzal Criollo, el Morocho del Abasto, el número uno del tango de todos los tiempos, habría nacido a unos pocos kilómetros de este hotel. Difieren de los gardelianos francesistas que sostienen que el nacimiento fue en Toulouse.

Tacuarembó es el departamento más grande del país, sede de un importante frigorífico, la minera San Gregorio y la forestal Weyerhauser que produce chips para paneles de aglomerado. En marzo se hace la fiesta de la Patria Gaucha; hay algunos museos, un club social y recuerdos de Miss Tacuarembó, el libro de Dani Umpi que después fue película con Natalia Oreiro.

Pero Gardel no nació en la ciudad. Para saber más voy hasta Valle Edén, a unos 20 kilómetros. Ni siquiera es un pueblito, más bien un caserío donde viven unas 60 personas. Hay un puente colgante que se hizo varias veces y cada vez más alto para evitar que las crecidas del río se lo llevaran, un restaurante, la escuela Carlos Gardel, que tiene cinco alumnos, y el Museo Carlos Gardel.

El museo está del otro lado del puente colgante, en un entorno verde y cerca de una vieja estación. Adentro me entero de la historia, el novelón, parada frente a las fotos en blanco y negro de las hermanas Sghirla.

En síntesis, se afirma "con documentos que lo prueban" que Carlos Gardel era hijo del coronel Escayola y que habría nacido en la estancia Santa Blanca, a unos pocos kilómetros de este museo.

Parece que el coronel andaba en amores con una señora (Juana Sghirla) que tenía tres hijas. Después de conocer y estar con la madre pasó a andar en amores con la hija mayor (Clara) de esa señora, y antes de terminar con ella empezó a salir con la segunda hija (Blanca). Inesperadamente, la mayor murió y Escayola tuvo el campo libre para casarse con la hermana. Pero era un hombre que nunca se conformaba y bastante picaflor. Ya casado, le gustó la hermana más chica y menor de edad (María Lelia). Y de los amoríos con ella -y estando todavía casado con la otra- nació Carlos. Como todo el episodio fue un escándalo, cuando el embarazo de María Lelia fue notorio la mandaron a la estancia Santa Blanca. Luego, el bebé fue entregado junto con algún dinero a una mujer de un burdel del que él era dueño. Esa mujer sería Berta Gardes, según la tesis argentina la madre de Gardel, que lo tuvo en Francia. Pero resulta que Berta sí tuvo un hijo en Francia, que para los uruguayos no fue Gardel. En el museo hay una foto de los dos hermanos (de crianza), que a propósito no se parecen nada. Curiosamente, la segunda esposa, Blanca, también muere y tiempo más tarde el coronel se casa con María Lelia con quien tiene varios hijos más.

Cuando este viaje termine y regrese a Buenos Aires, me cruzaré con un viejo gardeliano y le contaré esta historia. La escuchará impasible y dirá:

-Me muero de risa de lo que contás. Que digan lo que quieran, que nació en Uruguay o en Francia, Gardel es argentino.

-Pero hay documentos…

-¡Qué me importa!

Fin de la conversación.

Antes de salir del museo, la guía cuenta algo más del coronel Escayola. Además de un amante intenso -se cree que tuvo alrededor de 50 hijos naturales- el coronel era aficionado a la guitarra y un promotor de las artes. Eso no estaba bien visto dentro de la élite militar. Hace poco leí un artículo que cuenta una anécdota. Parece que una noche un diplomático caminaba con un periodista y ven a Escayola parado al lado del teatro. Entre ellos bromearon que seguro que estaría esperando a alguna corista. Después se acercaron y el diplomático le preguntó qué hacía por ahí a esas horas. El coronel respondió de inmediato, muy serio: "¿Y qué quiere que haga un militar? La guardia".

El mandó a construir el teatro que hoy lleva su nombre y que se levantó a fines de 1880, antes de que llegara el ferrocarril a San Fructuoso, como se llamaba Tacuarembó en esa época. Los materiales -el mármol de Carrara, los tapices franceses- llegaban en carreta. El Escayola fue uno de los primeros teatros que tuvo Uruguay, y uno de los mejores. Se inauguró en 1891 y se cerró en 1956. Actualmente funciona una imprenta, pero existe una comisión que tiene el objetivo de recuperarlo. Gardel no llegó a cantar en ese teatro ni frente al que se cree que fue su padre.

San Gregorio de Polanco está en el mismo departamento. Pero por aquí ya no se escucha tango. Es una zona de colinas suaves, campos de ovejas y gauchos de a caballo. Zitarrosa le sienta bien al paisaje.

No eches en la maleta lo que no vayas a usar, son más largos los caminos pal que va cargao de más.

Hace poco leí que en una reunión de empresarios en España, Mujica dijo que los uruguayos son medio atorrantes y no se van a morir por trabajar mucho. Y que es un país decente. Recorriéndolo da esa sensación. La gente tiene algo del Pepe, de su llanura y espontaneidad. Y también tienen algo de los cantares de Zitarrosa, una cierta sabiduría de vida. Por lo menos en estos caminos del interior.

Para llegar a San Gregorio hay que entrar unos 60 kilómetros por la ruta 43. San Gregorio es un pueblo de 1.500 habitantes, a orillas de una represa que se hizo en 1946 en las aguas del río Negro. "Hay pocos jóvenes porque se van a estudiar; algunos vuelven con hijos", me cuenta Liliana Clariget, gerente del Hotel Los Médanos, con parque y playas en el fin de la península de arena blanca.

Hace 20 años, en una iniciativa cultural, se convocó a varios artistas para cubrir el pueblo de murales. Hasta el tanque de agua, todo se pintó. Así se formó el Museo Abierto de Arte Iberoamericano. La gente entregaba sus casas y las recibía de vuelta con un muro pintado. Al principio fue raro, hubo algunos que no estaban de acuerdo y miraban recelosos a los artistas. Pero al final terminaron amigos, compartiendo mates y anécdotas. Desde hace algunos años se organiza la Alfombra Integradora, otra experiencia en donde se pintan las calles con auspicio de pinturerías. Sí, a pesar del día nublado San Gregorio es colorido.

El pueblo vive del río. Hay más de 100 pescadores y en esta época de temporada baja no es raro verlos arreglando sus redes largas extendidas en la vereda. Sacan tararira, bagre, pejerrey y cada tanto se cuela un esturión. Tres años atrás se instaló en el pueblo una planta donde se crían esturiones polacos para que produzcan -en dos años más- el preciado caviar. A veces con las tormentas se dan vuelta las jaulas y todo el pueblo termina comiendo esturiones. Dice Liliana, que me acompaña en el recorrido:

-Yo comí uno cuereado y estaba buenazo.

¡Pa!, buenazo, bien de bien y ta, giros que se escuchan en el interior.

Para salir de San Gregorio se puede cruzar el río en balsa y seguir a Durazno por camino de tierra (balastro, en uruguayo). Siempre es más rápido ir por la ruta 5, asfaltada.

Algunos kilómetros más adelante, en Paso de los Toros, nació Benedetti. Parece -hay dudas- que fue en una casa de esquina donde hoy se lee el cartel "Farmacia Larraburu". Y también en este pueblo nació y se vendió por primera vez la bebida que "arrolla la sed" y que hoy comercializa Pepsi.

Hacia el interior, la represa Rincón del Bonete produce electricidad para todo el país. Hay un buen hotel construido en su momento para los ingenieros que repararon la represa y, desde hace poco, un acuario de peces autóctonos donde la mayoría tiene bigotes y se llama "vieja" algo: "dientuda", "del agua", "roncadora".

En la plaza de Paso de los Toros y en todas las plazas de esta vuelta uruguaya encuentro parejas de viejos que caminan de la mano y se ven contentos. Como si no existiera el divorcio. Como si fuera un país de la tercera edad. Y gente que abre las puertas de su casa como si nos conociéramos de toda la vida, aunque nos hayamos encontrado recién. De situaciones en vías de extinción, de eso está hecho el interior de Uruguay.

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