Teatro di San Carlo de Nápoles trae a Chile tres siglos de historia

<P>La próxima semana llegan los 200 músicos y técnicos del teatro más antiguo de Europa.</P>




Los palcos adornados con oro y el terciopelo azul brillan a la luz de miles de velas puestas en enormes candelabros y cientos de farolas que iluminan la sala del Teatro San Carlo de Nápoles. La soprano más reconocida de su tiempo, Isabel Colbran, está sobre el escenario cantando la ópera Zelmira ante el público y ante dos hombres que ven en ella más que una buena voz: sus dos amantes, el administrador del teatro, Domenico Barbaja, y el compositor de esa y otras 38 óperas, Gioachino Rossini. Esa tarde de febrero de 1822, la cantante madrileña y el compositor abandonan Nápoles juntos para irse a Viena, donde se casaron un mes después. Por cierto, Barbaja no fue invitado a la fiesta.

El San Carlo, escenario de este triángulo amoroso y testigo durante siglos de incendios y guerras, es el teatro más antiguo de Europa actualmente funcionando: abrió sus puertas en 1737. En noviembre, hará el viaje más largo de su historia. Más de 200 músicos y técnicos llegarán a Chile para realizar una actividad cultural sin precedentes: tres conciertos masivos gratuitos, una gala y dos funciones liberadas de Così fan tutte, una de las últimas óperas de Mozart.

"Esto es el equivalente en música a la Pequeña Gigante. Un espectáculo abierto para miles de personas, la idea es que vengan, disfruten y sueñen", asegura Carmen Romero, directora de la Fundación Teatro a Mil, que junto a Minera Escondida (operada por BHP Billiton) presentan al Teatro San Carlo en Chile. "La orquesta del teatro, una de las mejores del mundo, y el director Maurizio Benini vienen con un repertorio que es para parar los pelos, con lo mejor de la lírica italiana (Verdi, Puccini, Mascagni) y, además, con esta ópera que nunca ha salido de Italia".

Fuego y aplausos en Nápoles

El Rey Carlos de Borbón quería un buen escenario cerca del Palacio Real en Nápoles, pero sólo existía el viejo Teatro di San Bartolomeo, que estaba en ruinas. En 1737 ordenó destruirlo y reutilizar la madera para levantar el teatro que su reinado merecía. En sólo nueve meses el San Carlo abría sus puertas en el centro de la ciudad. Nápoles se consolidó como la capital europea de la música, tanto, que compositores extranjeros como Haydn y Bach consideraban los conciertos allí como la cúspide de sus carreras.

Gran parte de los 75 mil ducados que costó la construcción se recuperaron con la venta de los mejores asientos de los palcos. Cuanto más cerca estuvieran del rey, más pagaban por las butacas. "Stendhal, Donizetti, Verdi y Rossini escribieron cosas maravillosas sobre el San Carlo", cuenta a La Tercera Rosanna Purchia, superintendenta del teatro.

En febrero de 1816 un incendio lo destruyó casi por completo, pero en 10 meses volvía a estar en pie. Una década después comenzaría su mejor época, cuando Rossini, Donizetti y Verdi eran contratados por Barbaja, administrador de la sala, para escribir óperas. Allí nacieron Otello (Rossini), Lucia de Lammermoor (Donizetti) y Alzira (Verdi). Pero a pesar de ser uno de los principales escenarios del mundo, la cosa nunca es fácil. "Atravesamos tiempos difíciles por la crisis, al igual que todos los teatros de Europa, pero en los 40 años que llevo trabajando no recuerdo un solo momento en que nos haya sobrado el dinero y la vida sea fácil. Tampoco cuando el más importante reggiseur del San Carlo tenía que conseguirse el dinero por fuera para pagarle a Verdi y Donizetti", explica Purchia.

Così fan tutte no es de las óperas más conocidas de Mozart, pero es una de las más perfectas, sin duda la más interesante por su simetría: tres personajes femeninos, tres masculinos, dos parejas y la misma cantidad de arias para cada uno. El compositor austríaco creó la historia en 1790 con el libretista Lorenzo da Ponte, después de haber hecho juntos Las bodas de Fígaro y Don Giovanni. En su momento no fue apreciada por la crítica, por su moderna composición y rupturista historia: trata sobre el intercambio de parejas. Fue rescatada a mediados del siglo XX. "Siempre tuve miedo de tocarla, porque es un monumento. Es muy clara, como todo Mozart, y los errores se notan enseguida. La primera vez que la dirigí fue en el Teatro Municipal de Santiago en 2004, y ahora volveré a Chile con la misma ópera", cuenta desde París Maurizio Benini, actual director principal del San Carlo y ex director invitado del Municipal.

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