Titularse y ejercer de arquitecto
TODOS recuerdan aquel día en el que se titularon de abogado, médico o ingeniero. Sin embargo, y dejando de lado cualquier prejuicio o menoscabo posible, titularse de arquitecto fue para nosotros el llegar a puerto luego de una navegación habitualmente sacrificada, muy trasnochada y sufrida, como si el proyecto de final de carrera fuese realmente la “primera criatura”.
Esta descripción no ha cambiado mucho de generación en generación, aun cuando el ejercicio de la profesión hoy se da en un escenario radicalmente distinto al de hace 25 años, marcado por la sobreoferta de profesionales, la banalización de nuestro aporte a la sociedad y la falta de rigor en la formación de los nuevos profesionales. Titularse y ejercer de arquitecto son ciertamente mundos opuestos.
La semana pasada presencié con orgullo la presentación del examen de título de mi hermana, hoy arquitecta titulada. Justo la noche anterior comentábamos con otros colegas sobre el desafío de ser y ejercer en medio de una oferta de 48 escuelas de Arquitectura que imparten la carrera, con un volumen anual de matriculados que supera los 3.500 al año. En términos globales, hoy existen aproximadamente 20.000 estudiantes de Arquitectura en el sistema de educación superior, con una tasa de titulación en torno a los 1.400 arquitectos por año. Para completar la escena, sólo puntualizar que un arquitecto recién titulado, según cifras 2013 del Ministerio de Educación, gana en promedio un sueldo bruto de 700.000 pesos.
Cuando hoy se discute sobre si las universidades públicas serán aquellas de propiedad estatal o bien todas que por historia y calidad han sido serios constructores de nuestra sociedad, sin distinción de quién es el dueño, considero de suma relevancia que esa discusión incorpore información del mercado del trabajo. Generar mayor acceso a educación superior, cuando no hay relación directa con las oportunidades reales de ejercer esas labores y aportar a Chile es altamente contraproducente y de un costo social imperdonable. Creo necesario agregar el concepto de “responsabilidad” a aquella “educación de calidad” a la cual se quiere llegar. Más allá de la gratuidad y de lo que se acuerde sobre lo que entenderemos por universidad “pública”, la condición de responsabilidad, entendida como “medir la oferta educacional respecto de las expectativas reales de trabajo”, no la veo sobre la mesa. Más bien se ve una defensa corporativa por aumentar la torta de los estudiantes vía gratuidad, sin ninguna relación con las necesidades reales de Chile y sin el cuidado de evitar las sobreexpectativas de empleabilidad, ingreso y realización personal.
Estudiar Arquitectura es ciertamente una vocación, casi equivalente a la de ser médico. Sin embargo, la vocación es alimento para el espíritu, sólo en la medida en que la profesión permita concretar esos anhelos de aportar a la sociedad a la par de mantener un ingreso suficiente. En medio de una extensa discusión que ya se ha iniciado, ojalá la realidad de la oferta irresponsable de la carrera de Arquitectura permita agregar el adjetivo de “responsable” a esta nueva educación que se promete.
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