Valparaíso underground: revelan que bajo edificios y calles del puerto hay 12 barcos enterrados

<P>¿Cómo es posible que en el suelo del Puerto haya naves sepultadas? Son naufragios del siglo XIX, cuando el ahora plano de la ciudad era parte del mar, que luego de años fue rellenado para construir parte de la urbe. Un equipo de la U. de Valparaíso investigó esta historia secreta.</P>




Más de algún porteño sabe muy bien que donde hoy hay calles, bares, museos y edificios hace un par de siglos todo era agua. No fueron las placas tectónicas, no se movió la tierra ni tampoco se retiró el mar; fueron los mismos habitantes los que rellenaron el espacio para ganarle terreno al océano, porque en ese Valparaíso en ciernes del siglo XIX los cerros se unían abruptamente con la costa, sin cuidado ni distancia.

Lo que es desconocido para vecinos y afuerinos es que bajo el pavimento quedaron enterradas decenas de barcos, ya sea a propósito o infortunio. Sí, allí, donde está el Reloj Turri está hundido el Aurora, un navío de 1823, y donde se emplaza la actual Intendencia Regional hay un bergantín llamado Eduard Marie.

En total, son 12 los naufragios del siglo XIX que quedaron bajo tierra, según la investigación de un equipo de la Carrera de Gestión en Turismo y Cultura de la Universidad de Valparaíso, denominada "Fragmentos de Mar". Ellos lograron documentar y situar los puntos casi exactos de las naves enterradas.

Fue un trabajo meticuloso. Pequeñas luces de estas historias se develaron por suerte: trabajos realizados en las calles aledañas a la costa, donde algunas excavaciones sorprendieron a arquitectos y constructores. Se hallaron cañones, piezas de fuertes e incluso, anclas de barcos. Ello motivó una búsqueda de documentación.

"La idea es que la gente se dé cuenta que en la ciudad han ocurrido más cosas de las que creemos que sabemos y pueda reconocerla como parte de nuestra historia", explica el director del proyecto y jefe de carrera, Ernesto Gómez. No hay que ir muy lejos. Antiguas embarcaciones como el Manuel Olivares y Carolina, el Loncomilla y el Perú yacen bajo la Biblioteca Severín, en la calle Edwards. La goleta Elisa se esconde sitúa bajo el frontis de la Escuela de Ingeniería de la U. Católica de Valparaíso, y los barcos Amelia y Cristina Navarro descansan bajo el bandejón central de Av. Brasil.

Naufragios y saqueos

El asesor histórico de la Municipalidad de Valparaíso, Archibaldo Peralta, cuenta que a partir de 1825 la ciudad comenzó a ganarle espacio al mar y llegó a cubrir áreas de hasta casi 100 metros lineales, como en el caso de la Plaza Sotomayor.

Fue así, a punta de enroques, escombros liberados por terremotos y rellenos artificiales, que las 12 fragatas, goletas y bergantines detectadas quedaron ocultas, tras zozobrar entre 1823 y 1891. No eran eventos extraños para los porteños. En esa época, los temporales se convirtieron en una trampa para las naves que llegaban al "emporio comercial del Pacífico". Intentando sortear las marejadas, fondeaban infructuosamente y eran arrastradas hasta la playa.

Eran todo un espectáculo. "La tripulación se podría haber salvado, mientras que el barco aún resistía; pero el capitán no se figuraba tan grande el peligro y mantenía la tripulación a bordo, para cuidar el barco y la carga. Sin embargo, la base del barco se soltó a golpes; los mástiles se cayeron al agua y lo flotante de la carga, que consistía en mercadería en fardos, cubrió toda la superficie del agua entre el buque destrozado y la tierra", narraba el viajero sueco C.E. Bladh sobre la destrucción en 1826 del Arethusa, hoy bajo el Reloj Turri.

Una práctica que se volvió común fueron los saqueos: los vecinos corrían cerro abajo para apoderarse de los productos arrastrados por la marea. "Las señoras más distinguidas, al ver pasar a otras mujeres más desposeídas luciendo sedas o telas exclusivas rescatadas de los buques decían 'ahí van las varadas', como un desprecio", sostiene Peralta.

El rescate de estas historias culminará con la instalación de placas recordatorias en los sitios de los naufragios y la publicación de un libro. "Queremos que tengan la oportunidad de ver que la ciudad tenía otra dimensión, otra escala, otra forma de vida", dice Daniela Cubillos, una de las investigadoras.

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