¿Y dónde están todos esos solteros?
<p>El mito dice que, como en Chile hay más mujeres que hombres, los mozos casaderos son un bien escaso que hay que cuidar. Pero la realidad dice otra cosa: en el tramo comprendido entre los 30 y los 44 años que se declara soltero/a, existen más ejemplares de sexo masculino. ¿Qué pasa entonces?</p>
EN LOS AÑOS 80, el espacio de Sábados Gigantes, Solteras sin compromiso, era un hit. Un grupo de jóvenes desfilaba por el escenario intentando convencer de sus bondades físicas y espirituales a un coro de señoritas en edad de merecer, como decían las abuelas. A diferencia del número de individuos de sexo masculino, que se podía contar con los dedos de una mano, ellas constituían un batallón que aplaudía y gritaba en búsqueda del "hombre ideal" (a modo de anécdota podemos contar que por esa vitrina pasaron Amaro Gómez Pablos y Juan Carlos Eichholz).
Esta postal ochentera sirve para ilustrar un viejo mito de la sociedad chilena: las mujeres de nuestra patria tendrían muchas más probabilidades de terminar vistiendo santos que los hombres por una cuestión de simple estadística: hay más faldas que pantalones circulando por territorio nacional.
Pero, como veremos, esto no es tan así. Lo más dudoso es que el rumor sólo ha servido como protección del ego de los solteros para quienes casi siempre su “situación” es una cuestión de elección, casi de estilo. Al revés, para su contraparte femenina esta estadística constituiría una fatalidad… la fatalidad de llegar tarde a la estación y contemplar con impotencia que el tren pasa ya bien lejos.
El número que alimenta el mito es que en Chile hay siete mujeres por cada hombre. Es decir, que por cada soltero o ex soltero empedernido, codiciado y endiosado, habría una cohorte de siete solteronas o ex solteras desesperadas por atraparlo. Sin embargo, la realidad detrás de esta cifra cabalística es otra. Eso de un hombre por siete mujeres se refiere a lo que los especialistas en demografía conocen como “índice de feminidad” (número de mujeres por cada cien hombres) que tiene que ver más con un asunto evolutivo que con el sueño del pibe (Hugh Hefner rodeado de su harén). Lo que ocurre es que por una cuestión de biología, en casi todos los países del mundo nacen más niños que niñas, para luego la naturaleza favorecer a las mujeres con mayores tasas de supervivencia, completando así un mayor volumen relativo de población.
Es decir, puede ser que en Chile existan siete mujeres por cada hombre, pero puede tratarse tanto de criaturas que todavía arrastran la bolsa del pan como de abuelitas ad portas de estirar la pata.
Por lo que habría que preguntarse sería por el número de señoritas y por el número de jóvenes casaderos en algún rango etário específico de nuestra población. Y he aquí donde nos encontramos con una sorpresa: según la última encuesta Casen (2009) hay más hombres que mujeres solteras entre los chilenos que pasan por el crítico tramo que va de los 30 a los 44 años. Es decir, explica el sociólogo de la U. Andrés Bello, Juan Carlos Oyanedel, pese a que existe mayoría absoluta de población femenina, hay 12 mil solteros más que solteras entre los 30 y 44 años, siendo en 2006 el peak de esta tendencia donde ellos aparecen más destinados a vestir santos.
La pregunta es estonces, ¿dónde están? Sí, dónde están todos esos solteros, esos mozos casaderos, esos príncipes azules que andan buscando a su media naranja para llevarla al altar y vivir felices para siempre. Porque lo que uno suele escuchar es a un coro de voces femeninas quejándose de los escasos ejemplares solteros que hay disponibles. Todos tienen una amiga, una hermana o una conocida que deja caer de vez en cuando un comentario sobre la pobre oferta de pretendientes y/o ha escuchado el consejo de una tía o una abuela de que peor es mascar lauchas.
Si la respuesta a esta situación no es la cantidad (como lo demuestra la encuesta Casen), entonces no queda más que pensar que se trata de un problema de calidad. Es decir, hombres hay, pero las mujeres no los encuentran lo suficientemente aptos y prefieren atribuir su soltería a un asunto de escasez.
En noviembre de 2011, la revista estadounidense The Atlantic publicó un extenso artículo titulado All the single ladies (Todas esas solteras), donde la periodista Kate Bolick contaba en primera persona cómo llegó a los 39 años y se dio cuenta, no sin estupor, de que a esas alturas la posibilidad de enamorarse y casarse resultaba más una cuestión de suerte que de elección. "A medida que las mujeres hemos subido cada vez más alto, los hombres han ido quedando atrás. Hemos llegado a la cima para comenzar nuestras vidas y hemos terminado viéndonos en una enorme habitación al final de una fiesta, en la que la mayoría de los hombres ya se ha marchado, otros nunca aparecieron y los que se quedaron no son aquellos con los que uno quisiera salir", anota Bolick en su ensayo.
Puede que en Chile ocurra un fenómeno similar. La edad promedio en que un chileno se casa es a los 29 años y si bien expertos en masculinidad, como el sicólogo Francisco Aguayo, ven esta postergación como "una oportunidad de preparación y aprendizaje", puede que su contraparte femenina sólo los considere un remanente de especímenes posibles de dividir en dos categorías: "jugadores" (donjuanes, gigolo y similares) o "buenos para nada", por usar los términos preferidos de la periodista de The Atlantic.
Al igual que en países como Estados Unidos, las mujeres en Chile están superando a sus pares masculinos en aspectos como escolaridad y fuerza laboral. Según una encuesta de la Universidad de Chile, la participación femenina en Santiago superó el 50% por primera vez en la historia. Y un dato aún más significativo: en el grupo que va de los 30 a los 44 años el porcentaje de solteros con posgrado es de 23,2% ¡mientras que el de las solteras alcanza un 28,7%!
Habrá que esperar los resultados del Censo 2012 para buscar interpretaciones sobre la relativa escasez de hombres casaderos en Chile. Mientras tanto, la postal de Solteras sin compromiso -un coro de voces femeninas pidiendo a escasos cinco guapetones mover la colita- permanecerá en nuestro imaginario como la mejor explicación de tanto desencanto femenino con el cuento del príncipe azul.
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