Dos miradas sobre el momento de Cuba

FILE PHOTO: People shout slogans against the government during a protest in Havana
Ciudadanos cubanos protestaron en La Habana y otras ciudades de la isla el domingo pasado.

El domingo pasado el descontento social estalló en la isla. Las calles de La Habana y otras ciudades fueron tomadas por manifestantes cansados de la crisis económica y la crisis sanitaria provocada por la pandemia. Armados con sus celulares, los cubanos desafiaron al régimen. Leonardo Padura, el escritor más prestigioso de Cuba, y Patricio Fernández, autor de Viaje al fin de la Revolución, analizan la situación actual del país.


Leonardo Padura
El escritor cubano Leonardo Padura.

Un alarido

Por Leonardo Padura *

Parece muy posible que todo lo ocurrido en Cuba a partir del pasado domingo 11 de julio lo hayan alentado un número mayor o menor de personas opuestas al sistema, pagadas incluso algunas de ellas, con intenciones de desestabilizar el país y provocar una situación de caos e inseguridad. También es cierto que luego, como suele suceder en estos eventos, ocurrieron oportunistas y lamentables actos de vandalismo. Pero pienso que ni una ni otra evidencia le quitan un ápice de razón al alarido que hemos escuchado. Un grito que es también el resultado de la desesperación de una sociedad que atraviesa no solo una larga crisis económica y una puntual crisis sanitaria, sino también una crisis de confianza y una pérdida de expectativas.

A ese reclamo desesperado, las autoridades cubanas no deberían responder con las habituales consignas, repetidas durante años, y con las respuestas que esas autoridades quieren escuchar. Ni siquiera con explicaciones, por convincentes y necesarias que sean. Lo que se imponen son las soluciones que muchos ciudadanos esperan o reclaman, unos manifestándose en la calle, otros opinando en las redes sociales y expresando su desencanto o inconformidad, muchos contando los pocos y devaluados pesos que tienen en sus empobrecidos bolsillos y muchos, muchos más, haciendo en resignado silencio colas de varias horas bajo el sol o la lluvia, con pandemia incluida, colas en los mercados para comprar alimentos, colas en las farmacias para comprar medicinas, colas para alcanzar el pan nuestro de cada día y para todo lo imaginable y necesario.

Creo que nadie con un mínimo de sentimiento de pertenencia, con un sentido de la soberanía, con una responsabilidad cívica puede querer (ni siquiera creer) que la solución de esos problemas venga de cualquier tipo de intervención extranjera, mucho menos de carácter militar, como han llegado a pedir algunos, y que, también es cierto, representa una amenaza que no deja de ser un escenario posible.

Creo además que cualquier cubano dentro o fuera de la isla sabe que el bloqueo o embargo comercial y financiero estadounidense, como quieran llamarlo, es real y se ha internacionalizado y recrudecido en los últimos años y que es un fardo demasiado pesado para la economía cubana (como lo sería para cualquier otra economía). Los que viven fuera de la isla y hoy mismo quieren ayudar a sus familiares en medio de una situación crítica, han podido comprobar que existe y cuánto existe al verse prácticamente imposibilitados de enviar una remesa a sus allegados, por solo citar una situación que afecta a muchos. Se trata de una vieja política que, por cierto (a veces algunos lo olvidan) prácticamente todo el mundo ha condenado por muchos años en sucesivas asambleas de Naciones Unidas.

Y creo que tampoco nadie puede negar que también se ha desatado una campaña mediática en la que, hasta de las formas más burdas, se han lanzado informaciones falsas que al principio y al final solo sirven para restar credibilidad a sus gestores.

Pero creo, junto con todo lo anterior, que los cubanos necesitan recuperar la esperanza y tener una imagen posible de su futuro. Si se pierde la esperanza se pierde el sentido de cualquier proyecto social humanista. Y la esperanza no se recupera con la fuerza. Se le rescata y alimenta con esas soluciones y los cambios y los diálogos sociales, que, por no llegar, han provocado, entre otros muchos efectos devastadores, las ansias migratorias de tantos cubanos y ahora provocaron el grito de desesperación de gentes entre las que seguramente hubo personas pagadas y delincuentes oportunistas, aunque me niego a creer que en mi país, a estas alturas, pueda haber tanta gente, tantas personas nacidas y educadas entre nosotros que se vendan o delincan. Porque si así fuera, sería el resultado de la sociedad que los ha fomentado.

La manera espontánea, sin la atadura a ningún liderazgo, sin recibir nada a cambio ni robar nada en el camino, con que también una cantidad notable de personas se han manifestado en las calles y en las redes, debe ser una advertencia y pienso que es una muestra alarmante de las distancias que se han abierto entre las esferas políticas dirigentes y la calle (y así lo han reconocido incluso dirigentes cubanos). Y es que solo así se explica que haya ocurrido lo que ha ocurrido, más en un país donde casi todo se sabe cuando quiere saberse, como todos también sabemos.

Para convencer y calmar a esos desesperados el método no puede ser las soluciones de fuerza y oscuridad, como imponer el apagón digital que ha cortado por días las comunicaciones de muchos, pero que sin embargo no ha impedido las conexiones de los que quieren decir algo, a favor o en contra. Muchos menos puede emplearse como argumento de convencimiento la respuesta violenta, en especial contra los no violentos. Y ya se sabe que la violencia puede ser no solo física.

Muchas cosas parecen estar hoy en juego. Quizás incluso si tras la tempestad regresa la calma. Tal vez los extremistas y fundamentalistas no logren imponer sus soluciones extremistas y fundamentalistas, y no se enraíce un peligroso estado de odio que ha ido creciendo en los últimos años.

Pero, en cualquier caso, resulta necesario que lleguen las soluciones, unas respuestas que no solo deberían ser de índole material sino también de carácter político, y así una Cuba inclusiva y mejor pueda atender las razones de este grito de desesperación y extravío de las esperanza que, en silencio pero con fuerza, desde antes del 11 de julio, venían dando muchos de nuestros compatriotas, esos lamentos que no fueron oídos y de cuyas lluvias surgieron estos lodos.

Como cubano que vive en Cuba y trabaja y crea en Cuba, asumo que es mi derecho pensar y opinar sobre el país en que vivo, trabajo y donde creo. Ya sé que en tiempos como este y por intentar decir una opinión, suele suceder que “Siempre se es reaccionario para alguien y rojo para alguien”, como alguna vez dijera Claudio Sánchez Albornoz. También asumo ese riesgo, como hombre que pretende ser libre, que espera ser cada vez más libre.

En Mantilla, 15 de julio de 2021.

*Publicado originalmente en La Joven Cuba.

patricio fernandez
El periodista y escritor Patricio Ferández.

Estallido Social en Cuba

Por Patricio Fernández

El fantasma que recorre América Latina no es el fantasma del comunismo, sino el de los estallidos sociales. En su libro ¿Ya es Mañana?, el politólogo Ivan Krastev cuenta que “en la última década… más de noventa países de todo el mundo han sido testigos de importantes protestas masivas. Millones de personas han logrado organizar numerosas y duraderas iniciativas al margen de los partidos políticos y con desconfianza hacia los medios de comunicación, con pocos cabecillas visibles y evitando casi siempre la organización formal”. En la existencia de todas ellas, las redes sociales han jugado un rol insoslayable.

Chile lo vivió en octubre de 2019 y, pandemia mediante, dio pie al proceso constituyente en que hoy nos encontramos. Bolivia tuvo el suyo por esos mismos días, cuando Evo Morales fue acusado de manipular los resultados electorales. Se le denominó “La Revolución de los Pititas”, como bautizó el propio Evo a quienes protestaban en su contra bloqueando las calles con esos cordeles delgados que por acá llamamos “pitas”. En noviembre del mismo año explotaron en Colombia y tras 18 meses en que la peste sumergió “el paro”, este volvió en 2021 a propósito de un proyecto de reforma tributaria que quiso implementar el gobierno de Iván Duque. En Perú tuvo su amago cuando el Congreso derrocó al presidente Vizcarra, pero la renuncia del efímero Manuel Merino, más la toma providencial y momentánea del poder por parte de Francisco Sagasti, aplacó la protesta. Ya veremos lo que sucede con el recién electo Pedro Castillo.

Hace una semana la ola llegó a Cuba. Las circunstancias que en cada uno de estos países justifican los estallidos en cuestión, son muy distintas. En unos reaccionan frente a la segregación y la desigualdad generadas por el modelo neoliberal y en otros, como Cuba, contra el totalitarismo y las carencias de una Revolución agotada. El dato globalizado es que la gran transformación tecnológica en curso cambió profundamente nuestras relaciones políticas. Hoy los miembros de la comunidad se relacionan sin necesidad de intermediarios y en los márgenes de cualquier autoridad.

Cuando comencé a frecuentar la isla para escribir mi libro Viaje al fin de la Revolución, a comienzos de 2015, luego de que Barack Obama y Raúl Castro aparecieran en televisión -uno desde Washington y el otro desde La Habana-, comprometiéndose a reanudar las relaciones diplomáticas entre ambos países tras medio siglo de Guerra Fría, los cubanos apenas tenían internet. Si querían acceder a wifi debían pagar U$ 2 por unas tarjetas que se vendían en las oficinas de ETECSA, la empresa estatal de telecomunicaciones, y que les permitía una hora de navegación, cuando el sueldo oficial no superaba los U$ 30 mensuales. Los sitios en que había señal se contaban con los dedos de las manos y como varios de ellos eran hoteles en los que sólo entraban sus huéspedes o quienes consumían en sus restaurantes, los habaneros que podían adquirirlas se instalaban en las cunetas de sus calles aledañas para conectarse. Desde ahí se comunicaban con los parientes en el extranjero y no era raro encontrarse con escenas conmovedoras, abuelas haciéndole morisquetas a sus nietos recién nacidos o llorando al recibir malas noticias.

La apertura que se vivió desde entonces hasta el fin del gobierno de Obama, en 2017, no sólo agilizó la actividad económica con la llegada de capitales extranjeros, la construcción de hoteles de lujo, el ingreso de marcas exclusivas –”Cuba está convertida en el paraíso de la moda, por eso quise venir aquí”, declaró Giorgio Gucci- y el impulso a la iniciativa de pequeños emprendedores, sino que también nacieron medios online como On Cuba, El Estornudo, Progreso Semanal, El Toque y otros en los que, aunque tímidamente, grupos de veinteañeros comenzaron a desarrollar un periodismo en los márgenes del control estatal, al mismo tiempo que se multiplicaban los espacios con wifi y “los computines” ideaban mecanismos para conectarse sin pagar.

Desde entonces hasta ahora, llegaron a Cuba el 3G y el 4G, lo que ha permitido a muchos de sus habitantes participar desde sus smartphones de las redes sociales y establecer vínculos y organizaciones hasta hace menos de un lustro inimaginables.

Actualmente, la situación económica es calamitosa. Donald Trump se encargó de volver a fojas cero toda la apertura e intercambio que se consiguió bajo el gobierno de su antecesor. Desaparecieron los cruceros y se detuvo el puente aéreo que durante los años de Obama se estableció entre Florida y La Habana. Cerraron muchos de los restaurantes y negocios que entonces se echaron a andar y el Covid acabó por arruinar el negocio turístico. Desde entonces hasta ahora terminó de salir de escena la generación histórica de los barbudos: murió Fidel, renunció Raúl y de la vieja guardia sólo quedan circulando por ahí Machado Ventura y Ramiro Valdés, a quien ese domingo abuchearon en las calles. Los nuevos, con Díaz Canel a la cabeza, han procurado endurecer los controles sobre esa prensa joven y, en lugar de agilizar el proceso de transformaciones e incorporación a las democracias occidentales, tras ratificar una nueva constitución el año 2019, asumieron como lema el “Somos Continuidad”, retomando la línea ortodoxa y obstinada de un sistema político y económico que más parece administrar su muerte que otra cosa. Esos herederos del régimen no le merecen ningún respeto a la población. Los Castro podían ser queridos u odiados, pero no menospreciados, como ellos.

El último capítulo en la preparación de esta “tormenta perfecta”, como algunos en la isla llaman a la conjunción de acontecimientos previos a este estallido que no parece destinado a durar un día, comenzó con la huelga de hambre del colectivo artístico San Isidro tras la detención de uno de sus integrantes en noviembre de 2020 y la corriente de solidaridad que generó en el mundo cultural cubano. Después vino la canción Patria y Vida -como respuesta al lema revolucionario Patria o Muerte- del popularísimo grupo musical Gente de Zona, que comenzó a ser tarareado en las calles como gesto de sublevación.

Este mes la pandemia ha alcanzó sus mayores niveles de contagios y muertes. No quedan medicamentos y el sistema de salud está según unos al borde del colapso y, según otros, enteramente colapsado. Las colas para conseguir comida son eternas y cotidianas -hay los que se ganan la vida como “coleros”, haciéndolas por otros-, y las diferencias de acceso empiezan a ser escandalosas entre quienes cuentan con divisas y aquellos que no. Hay quienes aseguran llevar semanas comiendo solamente arroz. Más allá del cruel bloqueo, lo cierto es que hoy Cuba incluso importa el azúcar.

La gota que rebalsó el vaso fue el regreso de los apagones. Para los cubanos significan la vuelta al Período Especial de los años 90, cuando se comían hasta los gatos por la falta de alimentos en que los dejó el fin de la Unión Soviética. La Revolución Cubana nunca maduró; ha sido siempre una especie de adolescente que pide plata a otros -URSS, Venezuela, las remesas enviadas por los exiliados- para financiar su “rebeldía”. Pero si el año 1994 salió Fidel en persona a detener las protestas que se produjeron en El Malecón, y lo consiguió, esta vez, cuando Díaz Canel pretendió remedarlo en San Antonio de los Baños, donde empezaron las manifestaciones antes de expandirse por más de 50 localidades a lo largo y ancho de la isla, fue recibido con insultos. Desde distintos ángulos le gritaban “¡Singao!” (en Cuba el verbo “singar” remite al acto sexual).

Así como en otros países de América Latina se intentó culpar al Castro-Chavismo de orquestar sus protestas locales, en Cuba, como ya es costumbre, de inmediato responsabilizaron al imperialismo. El gobierno llamó a los revolucionarios a recuperar las calles. Aunque matizó sus declaraciones al día siguiente, lo cierto es que salieron los boinas negras y llegaron a distintos barrios guaguas repletas de policías con ropa de calle, palos y bates de béisbol para controlar a los sublevados. La represión más efectiva allá suele operar de civil. A esos grupos organizados que le caen encima a los manifestantes se les llama “brigadas de reacción rápida”. Yo las vi muchas veces actuar en contra de las Damas de Blanco. Hay quienes dicen haber visto a algunos de sus miembros exhibiendo armas, pero al respecto no abunda la información confiable. El único muerto reconocido por la oficialidad provendría de la Guinera, del municipio habanero de Arrollo Naranjo, donde un grupo de vecinos intentó asaltar a pedradas su comisaría.

Toda las noticias que nos llegan provienen de videos grabados por la población y echados a correr desde teléfonos celulares. Ese domingo 11 el gobierno cortó la internet y los datos móviles, pero muchos continuaron dándolos a conocer apoyándose en el sistema de VPN. Los hay que muestran radiopatrullas volteados, gente gritando “¡Libertad!”, “¡Ya no tenemos miedo!” y otras consignas por el estilo. Todo mensaje de texto que contuviera frases como ésas, además de “comunismo”, “protesta” o “SOS.Cuba” fue interceptado a partir de esa tarde por las autoridades, de modo que no llegara a sus destinatarios. El lunes, muchos de sus emisores fueron detenidos en sus casas y el viernes, la alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, pidió su liberación y agregó: “Es especialmente preocupante que entre ellas haya personas presuntamente incomunicadas y personas cuyo paradero se desconoce”.

Ya veremos cómo se desarrollan los acontecimientos. Tras el estallido del domingo, han sido pocos y pequeños los piquetes que han continuado con las protestas. Reina, más bien, un silencio y un vacío inusual para esas calles caribeñas.

Podría tratarse del comienzo del fin o derivar en un cambio de la malla dirigente sin terminar con el régimen. También podría restaurarse el orden con mano dura.

Es siempre riesgoso augurar el futuro, pero en tiempos que corren a tanta velocidad -¡no lo sabremos nosotros, los chilenos!- lo extraño sería que todo continuara igual. No es sólo un régimen el que podría estar terminando, sino una época.

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