Emmanuel Carrère: “El bien causó una impresión más fuerte que el mal en este juicio”
El reconocido escritor francés, autor de El Reino, Limónov y Yoga, conversa con La Tercera acerca del proceso por los atentados terroristas de 2015 en París. Un juicio que siguió de cerca en el tribunal durante nueve meses y que se plasmó en V13. Crónica judicial, de reciente desembarco en las librerías locales.
Lo llamó el “Núremberg del terrorismo” y, pese a lo que considera de una “ambición desmesurada”, cree que estuvo a la altura del desafío que se impuso.
Entre septiembre de 2021 y junio de 2022 -de lunes a viernes, excepto unos días de convalecencia por Covid-, el escritor Emmanuel Carrère estuvo en las audiencias del juicio por la operación terrorista que el viernes 13 de noviembre de 2015 dejó 130 muertos y 415 heridos en París: los nueve asesinos habían terminado con sus propias vidas y en el estrado sólo se presentaron once cómplices, siendo el más notorio de ellos un tal Salah Abdeslam.
Semanalmente, Carrère fue escribiendo columnas para la revista L’Obs y, ya terminado el proceso, publicó V13. Crónica judicial, una reunión y adaptación de sus textos cuya traducción llegó este año a las librerías locales.
Autor de Limónov, El reino y Yoga, así como de una sustanciosa obra periodística, el autor francés habló con La Tercera de un libro que es una cita con la historia, un llamado a la justicia y una experiencia emocional de la que no se sale indemne. Cuenta que lo escribió “para que quienes no estaban allí pudieran compartir un poco esta experiencia de una fuerza extraordinaria (…) Hay pocos libros donde yo haya usado tanto la primera persona del plural, el ‘nosotros’”.
Usted escribe en V13: “Creo que entre el momento en que entremos al tribunal y el momento en que nos vayamos, algo en todos nosotros se habrá movido”. ¿Qué movió en usted?
Algo que no va en absoluto por el lado de algún misterio del mal, o cosas de ese tipo, que me parecieron ridículas, patéticas.
Cita usted de todos modos a Simone Weil (“El mal imaginario es romántico, novelesco y surtido; el mal real es soso, estéril y anodino. El bien imaginario es aburrido; el bien real es siempre nuevo, prodigioso, cautivador”).
Ha habido ejemplos. Hubo personas que se encontraron, al final del juicio, representando el bien por una capacidad de solidaridad, sacrificio, coraje, cosas a veces muy impresionantes en términos de grandeza de espíritu. Me pareció que el bien causó una impresión más fuerte que el mal en este juicio.
El mal, si se quiere, estaba un poco a mal traer, que es todo lo contrario del caso de Jean-Claude Romand [de su libro El adversario]: el criminal era fascinante y sus víctimas, si bien nos compadecimos de ellas, resultaron ser más bien gente común y corriente, no nos importaban mucho. En V13, yo diría que los criminales eran pobres maleantes venidos a menos, mientras entre sus víctimas hubo quienes dieron la impresión de haber alcanzado grandes cotas de humanidad.
En el fondo, lo que encontré fue la forma en que se constituyó un relato. A cada testigo se le preguntó qué esperaba del juicio, y la mayoría dijo que esperaba justicia, que se hiciera justicia. Hubo uno que dijo: “Estoy esperando que se forme una narración colectiva”. Y realmente vimos que esta se formó, poco a poco, muy potente y muy hermosa. Y también hemos visto, en general, una versión bastante ejemplar de la justicia.
Eso es lo que queríamos: el Estado deseaba hacer una especie de demostración de justicia democrática, y el hecho es que funcionó. Al principio, fue una especie de intención un tanto noble y piadosa pero, poco a poco, todo tomó forma, y creo que se demostró lo que puede ser la justicia en un Estado de Derecho.
¿Cree que se hizo justicia?
Honestamente, sí. Habrá cosas por discutir, y soy de quienes consideran que uno de los veredictos no fue proporcionado, pero considero que se hizo justicia, porque el juicio se desarrolló con respeto por los acusados y por los derechos de la defensa. De parte de las víctimas y de sus familias hubo un acto de educación, de madurez jurídica. Muchos eran muy capaces de distinguir entre los acusados y sus abogados: consideraron que desempeñaban su papel de abogados y que era importante que lo hicieran adecuadamente; pudieron tener estima por ellos, lo que no es espontáneo. Espontáneamente, la gente piensa que el abogado es más o menos cómplice de su cliente y que el abogado de un terrorista es un poco terrorista. Este no fue el caso.
¿De qué veredicto “desproporcionado” está hablando?
Me refiero a la sentencia de Salah Abdeslam. No estoy en absoluto a favor de la clemencia en su caso, y creo que es normal que haya tenido una sentencia muy dura, la sentencia máxima. Sin embargo, y este es un razonamiento puramente legal, si su hermano u otro de los verdaderos asesinos hubieran sido capturados vivos, habrían tenido la sentencia máxima y, por lo tanto, Abdeslam habría tenido una sentencia severa, pero menor. Aquí se escogió la ejemplaridad en detrimento de la proporcionalidad, lo que me sorprendió un poco. Simplemente, creo que hay en derecho algo que es cuestionable, pero que no se discutió porque sus abogados no apelaron.
¿Quiso conocer a Salah Abdeslam, saber quién es? ¿Hubo algo que sacara en limpio?
Dado que era el único superviviente de este comando, alguien que debería haber matado, que no había matado, Salah Abdeslam se encontró en una posición de vedette del juicio. Fue un papel que le quedó demasiado grande, porque no diremos que es alguien con una personalidad muy fuerte. No sabía muy bien qué papel desempeñar, y no creo que tenga una identidad muy consolidada; es alguien un poco volátil que no dejó de probar con diferentes roles, como el papel del gran guerrero yihadista, o del matón belga que en realidad es más bien un traficante de yerba que cada tanto quería meter miedo o suscitar compasión. Dio la impresión de ser alguien que no sabía dónde estaba, que no sabía quién era. Además, notando el enorme interés que despertaba, actuaba de una manera que a veces era muy fastidiosa, como si se estuviera transformando en una pequeña estrella.
En general, estos yihadistas no causaron una gran impresión. Tal vez los que murieron fueron más importantes, pero realmente no lo creo. El interés en este juicio iba mucho más por el lado de las víctimas que de los acusados.
Poco después de los atentados de 2015, en el seminario “La Ciudad y las Palabras”, usted dijo que podría tener similitudes con Jean-Claude Romand o con Eduard Limónov, pero no con un terrorista. ¿Cómo lo ve hoy?
Hay personajes que pueden ser extremadamente reprobables. Un tipo como Jean-Claude Romand, por supuesto. Yo no me veo matando a toda mi familia ni por un segundo. No veo cómo podría pasar algo así. Por el contrario, todo ese mecanismo que, partiendo de una pequeña mentira, hace que alguien se hunda en una especie de espiral de mentiras, de angustia... Me parece que eso lo conozco, y creo que la mayoría de nosotros lo conoce. Es muy humano.
Pude escribir un libro sobre Jean-Claude Romand, pero no podría escribir un libro sobre un asesino en serie. No es sólo una cuestión de desaprobación moral. No me atribuyo grandes cualidades morales, pero no hay nada en mí que desee violar y torturar a mi prójimo. Por lo tanto, no tengo el mínimo requerido para interesarme en un asesino en serie. Y lo mismo corre para un terrorista. Hay crímenes, hay malas acciones que podría imaginarme cometiendo, pero no matar por fanatismo. No entiendo mucho de este asunto, así que intenté, como intentamos todos en el juicio, entender a estas personas.
Ahora, es falaz decir “te equivocas al interesarte por personas que no lo merecen”. Desde el momento en que se les juzga, debemos interesarnos en ellos. Se trata de la ley, no de alguna fascinación enfermiza. En la historia de Romand, sentí que me hundía en una especie de abismo psicológico que me parecía fascinante. Aquí, sin embargo, los que estaban en el banquillo de los acusados no eran fascinantes porque, básicamente, estaban movidos por el fanatismo, y es sabido cómo funciona. Es eso, y también mostrarse frente a los amigos tan valientes como ellos. Entonces, incluso si no eres realmente un fanático, igual quieres demostrar que puedes serlo, lo cual es muy posible en el caso de Salah Abdeslam, que no me parece un gran fanático.
¿Por qué?
Antes de sus ataques, no lo es. Tiene a su hermano que se fanatizó, y no quiere ser menos que su hermano, no quiere parecer cobarde. Quiere demostrar que también es valiente. No es gente muy compleja.
Se sale de la lectura de su libro con la idea de que la “desyihadización”, la lucha política contra el Estado Islámico (EI) es irrealizable. ¿Es exagerado plantearlo así?
A decir verdad, la lucha militar contra el EI ha sido mucho más efectiva que la lucha política: si arrojas bombas sobre Raqqa [en Siria], es una mejor manera de luchar contra ISIS que lanzar programas contra la yihadización. Cuando se enfrenta a fanáticos, no se les anda explicando que no está bien lo que hacen. Hay programas para evitar la radicalización en las cárceles, pero la noción misma de evitarla, cuando se trata de personas que regresan de Siria y han sido militantes y combatientes del EI, no evita nada.
Hay ciclos en esto. Hay grandes estallidos terroristas, como los que hubo en 2015-2016, como tal vez los vuelva a haber –creo que no debemos engañarnos al respecto–, pero hay períodos en que el yihadismo se vuelve más silencioso. Es lo que pasa ahora, cuando no es la principal de nuestras preocupaciones.
Usted admira la dignidad de los testigos que dijeron no sentir ira y que afirmaron que gritar “venganza” es conceder la victoria a los asesinos, pero piensa que hay ahí un discurso demasiado unánime y virtuoso para ser absolutamente honesto. ¿Qué lugar tuvo en el juicio el deseo de venganza?
Creo que eso estuvo en la línea de lo legalmente ejemplar que tuvo el juicio. Hubo, en general, una gran altura moral en las víctimas, en las familias de las víctimas. Y hubo también un libro de mucho éxito, escrito por un joven cuya esposa fue asesinada en el Bataclan [Antoine Leiris], No tendrás mi odio. “No tendrás mi odio” se ha convertido en una especie de eslogan. Es un eslogan muy noble, que mucha gente ha repetido, pero soy un poco escéptico sobre esta unanimidad.
Me parece que el rechazo del odio debe ser el resultado de una especie de largo trabajo espiritual, moral, más que de llegar y decir “no tendrás mi odio”. Por eso cuento en el libro sobre un padre que testificó, yo diría, escupiendo su odio: “Siento odio, odio a estos tipos, desafortunadamente la pena de muerte ya no existe, pero me gustaría que se pudrieran en el infierno”. Es cierto que una expresión tan virulenta de odio podría parecernos poco comprensiva, pero pensé que era importante escuchar la palabra del odio, que me parece muy legítima. La voz del odio no es simpática: es áspera, es ronca, es desagradable, pero es bueno escucharla. Y si mataran a mi hija, partiría sintiendo odio.
Usted escribe sobre la condición de la víctima, sobre “una sociedad victimista” que tiene “una confusión complaciente entre el estatus de víctima y el de héroe”.
Fui muy prudente, incluso cauteloso, frente a esta especie de confusión entre héroe y víctima, como si el mero hecho de haber sido víctima te convirtiera en un héroe. Ahora, el hecho es que varias de estas víctimas se comportaron heroicamente.
Hay un testimonio de una mujer que estaba en el Bataclan y cuenta que había un tipo al que no conocía, muy corpulento, que le dijo, yo peso 120 kg, te haré un buen escudo. En un minuto, hubo la posibilidad de escapar: otro tipo les dijo, vamos rápido a esa puerta. Entonces, él le dijo a la mujer, vámonos, y ella dijo, no puedo moverme. Él dijo, ok, me quedo contigo. Alguien que hace eso con una persona que no conoce… Eso es heroísmo, eso es admirable. Yo no podría hacerlo.
Habla usted de las “insuficiencias de los servicios de inteligencia”, y se podrían agregar los errores y las torpezas de la policía francesa y, especialmente, de la policía belga. ¿Le pareció tragicómico?
Especialmente por el lado de los belgas, sin querer cargarles la mano, hubo cosas de no creerse. Hacía un tiempo, la policía belga había interrogado a Rahim, el hermano de Salah Abdeslam. Lo arrestaron y luego lo liberaron, porque no parecía tener un plan terrorista. Entonces, el presidente de la corte dijo: “¿Cómo sabían que no tiene un plan terrorista?”. Y el policía belga respondió: “Bueno, le preguntamos”.
Ahora, tenemos razón al denunciar el mal funcionamiento de la policía, debemos hacerlo mejor la próxima vez, pero tampoco podemos meter a todo el mundo a la cárcel. La justicia no puede ser preventiva. No puedes decir constantemente, “pero este tipo conoce a alguien que conoce a alguien que tal vez podría hacer tal cosa”. Y no podemos encarcelar a las personas de antemano, como en el relato de Philip K. Dick que se convirtió en una película de Spielberg [Minority Report], donde las personas son arrestadas porque podrían cometer un delito en el futuro. Hay que encontrar un equilibrio.
¿Cuán importantes fueron en este caso la parentalidad y la paternidad?
Yo no podría haber estado en el Bataclan. Ha pasado mucho tiempo desde que fui a un concierto de rock. Pero mis hijos podrían haber estado allí. Por eso no me identifiqué directamente con las víctimas: me identifiqué con los padres cuyos hijos o hijas fueron asesinados.
Escribe que no podemos culpar a los hijos por lo que hicieron sus padres, pero que a la inversa la cosa no es tan clara.
Es complicado. Por supuesto que los padres no pueden ser considerados responsables de los crímenes de los hijos, pero al final son ellos quienes los criaron. Hay algo que hace que la culpa del padre o de la madre cuyo hijo cometió un crimen sea algo de lo cual es difícil escapar. No es algo a lo que se le pueda dar una forma jurídica, afortunadamente, pero en términos de culpabilidad moral... Se entiende.
¿Está escribiendo algo?
No estoy trabajando en un libro ahora. Hago un poco de guion, un poco de reportaje, cosas así, pero no tengo un tema. Necesito un tema para trabajar y aún no he identificado uno que movilice mis energías. Estoy buscando un poco a tientas.
Hay muchas posibilidades.
Vaya que sí. Como siempre, cuando no hay un proyecto, todo es posible.
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