En Ucrania: la nueva cruzada de Juan Carlos Cruz

CARLOS CRUZ

El periodista y denunciante de Karadima ha viajado cinco veces a Ucrania realizando corredores humanitarios acompañado de una fundación. Ahí ha sacado del país a refugiados, visitado hospitales y trasladado soldados heridos a curarse a España, para luego llevarlos de vuelta a la guerra. Aquí cuenta cómo ha sido esa experiencia.


A Juan Carlos Cruz (59), el inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania lo tenía inquieto. Del conflicto que se desató el 24 de febrero de 2022 no se perdía una sola noticia. Pero una de estas llamó su atención. Empezó a salir en distintos medios internacionales, apenas a cuatro días de iniciada la guerra: un grupo de estudiantes nigerianos, marroquíes, egipcios y ghaneses, que vivían en Ucrania, intentaban volver a sus países y denunciaban que los militares de la frontera no los dejaban salir, acusando discriminación y racismo.

Luego de leer en detalle la información e identificar a 10 jóvenes nigerianos que llevaban días en Kiev -la capital de Ucrania- sin poder escapar, Cruz contactó a Lucía Caram, una monja argentina que había seguido de cerca su caso cuando fue uno de los denunciantes del sacerdote Fernando Karadima y con la que, a partir de ahí, forjó una relación de amistad.

-Le dije ‘tenemos que hacer algo’ -recuerda él.

Cuando todo eso ocurrió, Cruz, hoy asesor del Papa en el Vaticano y miembro de la Pontificia Comisión para la Tutela de Menores, desde marzo de 2021, estaba de visita en Chile para ver a su familia. Desde hace 18 años que el periodista vive en EE.UU. y desde hace uno que trabaja en Washington DC, como jefe de comunicaciones y asuntos públicos de Livent Corp, una empresa dedicada al desarrollo de tecnología con litio. Esta misma le había dado facilidades para viajar a Roma o a Chile, trabajando telemáticamente.

Por eso, pensó, quizás tendría suerte preguntando si podía viajar a Ucrania, a los corredores humanitarios que Lucía Caram, junto a su Fundación Convento de Santa Clara, y con aportes del banco catalán CaixaBank, organizaba para ir a la frontera. Después de que Cruz le advirtió sobre la noticia de los estudiantes nigerianos, Caram partió desde Barcelona, en una furgoneta, rumbo a Kiev a buscarlos. Cuando llegó, supo que ya habían logrado salir. Pero se encontró con miles de familias que querían irse: así que regresó a España con un grupo de ellas para buscarles refugio.

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Juan Carlos Cruz, Lucía Caram y un coronel ucraniano en uno de los cinco viajes que realizó al país en guerra.

Eso repitió en otros dos viajes, mientras Cruz le preguntaba diariamente qué se necesitaba para ayudar.

-Sentí que tenía que ir, porque había que hacer algo. Nunca he entendido mi vida sin aprovechar estas oportunidades de ayudar al resto.

A principios de marzo del año pasado consultó a su empresa si podía ir a Ucrania y llegaron a un acuerdo: el periodista podría trabajar desde allá y tendría que cubrir con sus propios medios todos los costos. Fue entonces que llamó a Caram.

-Le pregunté si para este nuevo viaje que organizaba podía sumarme. Me dijo que sí.

Rescates en convoy militar

El 30 de marzo se concretó. Cruz viajó desde Washington a Barcelona. Desde ahí tomó otro avión en dirección a Cracovia y, luego, avanzó por tierra hasta Lviv: una ciudad ubicada justo en la frontera de Polonia con Ucrania. La primera misión era llevar personal de salud y una ambulancia. Lucía Caram había coordinado, junto a su fundación, traer a dos médicos, 50 voluntarios, traductores, choferes y enfermeras.

El primer contacto que tuvieron con los coroneles ucranianos lo dejó helado:

-Nos agradecieron la ambulancia. Pero nos dijeron que, para la próxima vez, estuviera más camuflada, porque esas eran las primeras que los rusos bombardeaban.

Todo lo que Cruz vio en ese primer viaje, que duró siete días, quedó registrado en su cuenta de Instagram. “Es impactante la tristeza y el dolor en las caras de las personas que cruzan la frontera a Polonia. Mañana llegan los buses que llevarán a España a más de 200 niños, mujeres y ancianos. Imposible no conmoverse con el dolor de la guerra”, decía una de sus publicaciones. En esas imágenes aparece un campamento en pleno invierno ucraniano, con baños químicos, personas envueltas en frazadas con sus maletas, haciendo largas filas para poder cruzar la frontera. La última imagen de esa publicación es un video de Lviv donde suenan las alarmas, dando aviso de que viene un ataque ruso.

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Fue en esas calles donde Cruz se paró, anotando con lápiz en una libreta los nombres de las familias para incluirlos en la lista de refugiados y poder ir subiéndolos a los buses. La mayoría de ellos no hablaba inglés, sólo ucraniano, por lo que Cruz reconoce que al principio no fue fácil.

-Después empezó a ser más simple, porque, como ya se había corrido la voz, se abrió un chat de WhatsApp donde las personas mandaban sus datos directamente y nosotros hacíamos la gestión de llevarlos a hoteles y subirlos a los buses.

Para moverse de un lado a otro, Lucía Caram y Juan Carlos Cruz se trasladaban en los convoyes militares.

-Me fui rezando esas dos horas y media de trayecto, porque nos dijeron que los rusos atacaban a los convoyes. Entonces íbamos bien rápido y los checkpoints los pasábamos directo.

Fue así que llegaron hasta el hospital militar de Lviv, donde Cruz conoció a familias y soldados heridos. No puede decir cuántos eran. El periodista dice que los directores de los hospitales les pedían mantener ese número en reserva, pues podría perjudicar la estrategia ucraniana. El lugar, cuenta, estaba forrado con sacos de tierra para protegerse de los bombardeos. Cada box era largo y angosto, en donde cabían cuatro camas. Ahí estaban los soldados, la mayoría de ellos, recuerda Cruz, no excedía los 20 años.

-Te paseabas por los boxes y veías a muchachos con piernas inflamadas, o derechamente mutilados, incluso había uno sin brazos ni piernas. Normalmente son las extremidades, porque en la cabeza tienen un casco y en el pecho tienen un chaleco antibalas.

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Desde ahí, Cruz tenía que tomar las reuniones de su trabajo en Washington. Recuerda que las hacía desde una habitación pequeña en el hospital militar, con fondo neutro y a la 1.00 de la madrugada por la diferencia horaria. El resto del día lo pasaba en los centros de refugiados y, cuando iba al hospital, intentaba conversar con los soldados. Aunque no era fácil.

-Estaban recostados en las camas, algunos con la mirada perdida, otros oyendo música en su iPhone con sus audífonos. Todavía no me los puedo sacar de la cabeza. Intentaba hablar con los que querían y podían hablar en inglés. Y con otros conversábamos a través de una traductora que nos acompañaba.

A partir del segundo viaje que hizo en junio, y todos los que vinieron después, la misión cambió: lo que tenían que hacer ahora era llevar a esos soldados heridos a recuperarse en hospitales de mayor complejidad en España para luego volver al frente.

-Los coroneles nos pidieron que no estuvieran mucho tiempo fuera, porque después se querían quedar en España o en alguna parte. Lo normal era dejarlos cuatro o cinco meses en Madrid y Barcelona, esperar a que se recuperaran y luego traerlos de vuelta.

Al regreso del viaje que hizo en junio, en el bus donde llevaban a seis de estos soldados, le tocó conocer a Andrei: un guardia fronterizo de 23 años que estaba con heridas de metrallas en las piernas y en los brazos.

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-Venía con cara de depresión y muy aislado. No quería conversar con nadie. Así era con la mayoría de ellos a la ida.

Volver a la guerra

Una de las cosas que más le han impactado a Juan Carlos Cruz es cómo, cada vez que vuelve a Lviv, el cementerio de la ciudad está más grande. Eso fue lo primero que visitó cuando volvió el 24 de noviembre a la frontera.

-La primera tumba que miré era la de un muchacho que había muerto hacía tres días y tenía 19 años. A su lado había más tumbas con las fotos de los jóvenes y otras vacías donde estaban solo los hoyos, esperando ser rellenados.

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Antes de viajar allá, Cruz pasó a ver a los soldados que se estaban recuperando en Madrid. Andrei, el de las metrallas, ya estaba mejor. Con una pareja de amigos de Cruz, lo sacaron a pasear por la ciudad e, incluso, lo llevaron a comprar ropa a Zara. Mientras estaba en España, Cruz cuenta que el soldado también se enamoró de una compatriota que vivía ahí. Pero ahora dejarían de verse, pues el soldado tenía que regresar a su país.

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-Ahora somos como amigos. Lo dejé en Ucrania y me ha escrito últimamente, pero no me puede decir dónde está, solo que está en el frente. A menudo lo veo en Instagram, donde diariamente sube historias antiguas de su tiempo en Madrid. No le gusta subir fotos de donde está ahora.

En su paso por Madrid también conoció al tío de Andrei, Roman, otro soldado herido que ya estaba recuperado y Cruz con Caram tenían que encargarse de que volviera al frente. La noche antes de salir, ambos comieron con un grupo de soldados recuperados.

-Nos dieron las gracias. Uno de ellos contó que si no fuera porque llegó a un hospital de España, le habrían tenido que amputar la pierna. Recuerdo que Roman también nos pidió que contáramos de la guerra, que lo habláramos, porque en el mundo esta realidad se estaba normalizando y esto no era solo un dolor de un pueblo, sino que un dolor mundial.

Ya en Lviv, Juan Carlos Cruz conoció en el hospital a Oleksander, un soldado de 19 años que vivía junto a su familia en Mariupol: una de las ciudades más afectadas por la guerra, que hoy está ocupada por los rusos. Desde ahí, Oleksander tenía que atacar a sus adversarios. El tema es que ese mismo bombardeo que tenía que hacer, sucedía en la ciudad donde vivía su familia.

-Mientras estaba ahí lo hirieron, le explotó una bomba que lo dejó con una contusión en la cabeza y una herida en la pierna. Internado en el hospital, me contaba que su mamá y papá habían logrado salir, pero que nada sabía de sus hermanos, tíos o abuelos.

Ese era uno de los jóvenes que se tuvieron que llevar de vuelta a Madrid. Pero antes de que Juan Carlos Cruz partiera en un nuevo bus de soldados heridos, el Ejército ucraniano lo condecoró por su trabajo humanitario: por llevar, junto a Lucía Caram, a 45 soldados a España y a más de 550 familias refugiadas. “Agradecido es poco y con más fuerza para seguir trabajando por tantas personas que sufren en esta guerra tan cruel. Gracias @sorluciacaram @meritxellripoll y tantos voluntarios por dejarme acompañarlos en esta labor”.

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El último álbum de fotos que Cruz subió de su viaje a Ucrania es del 27 de noviembre de 2022. En él se ve abrazando a uno de los soldados que trajo de vuelta. “Despedimos a los soldados que, convalecientes, llevamos de vuelta a Ucrania a pedido de sus superiores. Algunos podrán salir del Ejército por sus heridas y otros volverán al frente. Valientes y determinados a defender su país de la invasión injusta de Rusia en una cruel guerra”.

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La primera foto de ese álbum es un abrazo de despedida con Roman. Tras dejarlo en la frontera, se reencontró con sus papás y su hija. Pero no sería por mucho: el soldado tenía que regresar a pelear. Cruz recuerda las últimas palabras que le dijo:

-Lo abracé fuerte, le dije que se cuidara y que yo estaría para él cuando lo necesitara.

Eso mismo les ha dicho a varios de los que ha despedido. Con algunos ha mantenido el contacto, principalmente vía WhatsApp, donde conversa con ellos a través de Google Translate, o por redes sociales. Pero lo cierto es que Cruz no sabe si los volverá a ver. Su miedo es uno solo. Que en su próximo viaje, que hará en marzo, los encuentre enterrados en las nuevas tumbas del cementerio de Lviv.

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