Iván Jaksic, historiador: “Lo opuesto al orden no es tanto el desorden como la incertidumbre”
El premio nacional de Historia 2020 se formula la pregunta por el orden, ahora que el sustantivo ha retomado protagonismo local. Su idea, advierte, no es la de la mano dura ni la del orden como disfraz de la opresión.
Hay palabras como “orden” que, además de sugerir mucho, nos desafían a dar inmediatamente por entendido lo que significan. Como si el significado fuera tan obvio o tan acotado. Como si no hubiera 21 acepciones en el diccionario de la RAE, cinco de las cuales, al menos, vienen al caso en una conversación con Iván Jaksic, premio nacional de Historia 2020 y autor de Andrés Bello. La pasión por el orden (2001, de próxima reaparición en versión actualizada).
En función de lo que registra el DRAE, “orden” puede entenderse en oposición a “desorden”: como la “colocación de las cosas en el lugar que les corresponde” y como “concierto, buena disposición de las cosas entre sí”. También, como “regla o modo que se observa para hacer las cosas”, “serie o sucesión de las cosas” y “ámbito de materias o actividades en el que se enmarca alguien o algo” (como cuando se dice que un fenómeno integra el orden social).
¿Y qué se tiene en la punta de los labios cuando se escucha la palabra, especialmente en las últimas semanas? Posiblemente, el “orden público”, o las “fuerzas de orden y seguridad”. E incluso si no se la menciona, la idea del orden portaliano y del Estado en forma (más que la del peso de la noche, a estas alturas). Menos visible es lo que el propio Jaksic cuenta que quiso transmitir sobre el concepto en su libro de hace 20 años. Porque dicotomías como orden/desorden y orden/violencia no van al punto: la libertad.
Eso sí, previene, “el orden no es la contraparte binaria de la libertad. Orden y libertad existen en una dependencia mutua y su relación tiene muchísimos bemoles. Lo claro es que sin orden no hay libertad, en el sentido de que la libertad tiene límites que son regulados por diferentes sistemas políticos de diferentes maneras. Hablamos de un Estado de Derecho, con protecciones a los individuos, pero también con limitaciones al ejercicio de la autoridad”.
En Chile y en otras partes de Hispanoamérica, prosigue el muy reciente autor de La vocación filosófica y El debate fundacional. Los orígenes de la historiografía chilena, “el problema central de la independencia era la legitimidad del poder tras el colapso del imperio español. Esto derivó en una multiplicidad de guerras civiles, más que en una heroica lucha por la emancipación. Considerando esta dimensión histórica, el tema del orden versaba más bien sobre el sistema político que podía legítimamente reemplazar al imperial. Chile se decidió por la República, sin un consenso sobre si esta debía ser unitaria o federal. Este aspecto, en apariencia teórico, tuvo implicaciones prácticas en cuanto a disputas por el poder, tanto local como central”.
Por eso el orden, a su juicio, “no era una abstracción, sino una forma de organización republicana del poder, que en el caso de Chile resultó en la Constitución de 1833, que le daba al Ejecutivo atribuciones para imponerse a todo tipo de amenazas, incluyendo la del regionalismo, la secesión y la invasión extranjera, que fue la plaga política de la Hispanoamérica del siglo XIX”. ¿Y el resultado? “Un sistema presidencialista y autoritario que, sin embargo, permitió una continuidad institucional en la que el Poder Legislativo fue adquiriendo mayores poderes”.
Estos y varios otros elementos -en el tiempo, con idas y venidas a veces pendulares- van construyendo un orden, piensa Jaksic, “y no solo los palos y bizcochuelos con los que se busca definir la historia política del país”.
¿En qué términos aborda hoy el orden?
Gran parte de la relevancia de la pregunta tiene que ver con lo que nos pasó recientemente, ¿no? Ahí surge la pregunta: ¿qué es el orden? Y es preocupante cuando sectores políticos dicen que es la tranquilidad pública o que es un concepto que disfraza la opresión. Estas dos caras existían antes del siglo XIX: hay toda una filosofía política que habla de la dicotomía entre orden y libertad. Por lo mismo, cuando pensaba en Bello y en la pasión por el orden, pensaba más bien en esas primeras acepciones [del diccionario]: las cosas que caen en su lugar, que tienen una coordinación con otras.
Para mí, el orden era una forma de organización, de establecer reglas entre sectores que pueden tener conflictos, pero que encuentran un término medio en el que conviven. Y me preocupa que me hayan leído mal, pero también me preocupa la connotación que hoy tiene “orden”, que puede ser interpretado en el sentido de que hay que aplicar mano dura. No es lo que yo quiero decir.
¿Ve más difícil plantearse el asunto en estos días?
Tengo una mirada súper optimista. De vez en cuando ocurren cosas violentas -y no es que tengan que ocurrir, pero ocurren- que hacen que la gente piense: cuáles son mis prioridades. Y lo del último tiempo ha sido una especie de lección. Creo que ha sido bueno que la gente vuelva a pensar el orden en términos positivos, algo que sería lo contrario del orden opresivo. Porque yo también estaría de acuerdo en que no se trata del orden de los regimientos ni de un orden estalinista, sino de un orden que vivo al sentir confianza cuando estoy en el espacio público. Ha quedado muy claro que la idea de compartir el espacio público sin temor es una connotación del orden, y es algo que hay que incorporar.
¿El orden es algo que se da por sentado, como la libertad? ¿Es lo opuesto de lo incierto?
Una de sus acepciones indica que cada cosa tiene su lugar, y uno espera que eso funcione. Eso es parte, no de un orden conservador, sino de un orden de expectativas, de lo que no es incertidumbre. Yo diría que lo opuesto del orden no es tanto el desorden como la incertidumbre: no saber lo que te espera cuando te subes al Metro. Yo quiero subirme al Metro y saber que voy a llegar a mi destino. Eso es el orden.
A partir del 18-O reasomó, para fines denostativos, la figura del “Partido del Orden”, que parece encapsular una definición de orden como lo conservador o lo reaccionario.
La idea del Partido del Orden tiene mucho que ver con la Revolución rusa, donde tienes todos los elementos: un estallido social, una rebelión militar, un gobierno provisional. Y de repente aparece Lenin. Allí surgió la idea de que, cuando las cosas están demasiado revueltas, lo que hay que aunar como voluntad es una idea de orden sin que sea una ideología. No se trata de un partido con un dogma, sino de la idea de que, en esta convulsión, lo que tiene que aplicarse es la ley de gravedad: qué queremos. Y el Partido del Orden dice: lo que no queremos es el descalabro. Pero no es una ideología conservadora.
Ahora, es cierto que a partir de ese ejemplo se han creado partidos fascistas o muy reaccionarios. Pero la idea de Partido del Orden es que incluso en una asamblea, incluso en un departamento académico en donde se están peleando por un contrato, siempre hay una voz que dice, seamos sensatos, busquemos un arreglo. Yo creo que esa es la referencia. Algunos lo toman como una especie de dogma conservador, donde como primera cosa hay que aplicar mano dura y mantener el orden público. Pero creo que hay un peligro en tratar de validar la idea de un Partido del Orden. En estos momentos se aplicaría a Kast.
¿No ha sido una forma de llamarle a la clase política?
La idea del Partido del Orden surge en momentos de polarización en que la gente que no está abanderada llega a una especie de centro donde dice, “miremos más allá de las luchas políticas y veamos cuáles son las prioridades de la vida individual y social”. Y eso va en contra de la idea de un partido. Es un sustrato que ha surgido, yo creo que ahora en particular, porque la gente quiere tener mayor certidumbre. Por mil razones.
A diferencia de la candidatura de Boric, la de Provoste habla de “gobernabilidad”. ¿Ha irrumpido la gobernabilidad para prestarle ropa al orden?
Creo que hemos vivido momentos así. Cuando ha habido demasiado desorden con los partidos, mucha fragmentación, un Congreso completamente fragmentado o una proliferación de partidos políticos, tienes a alguien como Ibáñez, que viene con la escoba y que gana. No tenía un partido, una ideología, pero recogió la sensación de que hay algo que anda mal y que, por lo tanto, hay que arreglar u ordenar. Eso apela a la gente. Sin estirar mucho la comparación, me da la impresión de que eso es lo que está pasando: algo así como añorar la estabilidad que ha sido impugnada. Porque los 30 años eran aburridos, porque no se resolvían las cosas, porque había un arreglo medio pegado con goma. Pero la violencia, todo lo que ha ocurrido, ha hecho que vuelva el tema del orden cuyo sinónimo más cercano sería “estabilidad”. Y el tema de la estabilidad está instalado.
¿Cómo leyó lo de “meter inestabilidad”, en palabras del secretario general de RD?
Cuando Sebastián Depolo habla de “meterle inestabilidad al país”, en el fondo se está refiriendo a eso: si quieres cambio, tienes que romper con la estabilidad. Pero el sentido de lo que ha pasado en los últimos dos años es precisamente lo contrario: mucha gente dice que añora la estabilidad. Que añora saber que va a viajar en Metro sin problemas.
Creo que se sacraliza la idea de orden como imposición de un poder, y que lo contrario es subvertir ese orden a través de cualquier medio, incluida la violencia. Está mal planteado el concepto de orden. El concepto que quisiera ver es el que está en las primeras acepciones de la RAE: el de las cosas que nencajan en su lugar. Por eso insisto tanto en que la verdadera dicotomía es orden y libertad, pero que la libertad tiene límites y que el orden tiene límites: el orden no puede salirse de madre y ponerse dictatorial, y la libertad tampoco se puede salir de madre y transformarse en licencia, como diría Bello.
¿Ve en los últimos dos años algún tipo de pendularidad por este lado?
Los vilipendiados 30 años marcaron el predominio del centro, y cuando desaparece el centro tenemos este péndulo. En muchos momentos históricos fue posible poner paños fríos a algo muy humano y muy social, que es tener miradas completamente contradictorias. Han sido momentos en los que se termina gravitando en torno al centro. Pero creo que en la crisis que tenemos ahora el centro, si no desapareció, se fragmentó, y eso visibiliza mucho más los extremos. Entonces, más que pensar en una ley según la cual vamos para un lado y después para el otro, creo que hay que considerar que en Chile las opciones han tendido al centro, pero cuando el centro deja de gravitar, o pierde apoyo, se destacan estos otros… hasta que surge un nuevo centro. Y yo creo que ese es el momento en el que estamos.
No es que haya legitimidad en algún partido del orden pinochetista ni en la izquierda extrema: lo que hay ahora es una ausencia de centro. Y hay una búsqueda en que nos planteamos volver a un momento de centro. Siempre hemos tenido un centro de gravedad, pero las condiciones políticas o económicas nos han tirado para un lado o para el otro. No es una dinámica inscrita en el ADN político.
A propósito de orden y de excepcionalidad chilena, ¿se ha subestimado el lugar de “excepciones” históricas como revueltas, revoluciones, guerras civiles o estallidos?
Se habla de Chile como un país excepcional, comparadamente, porque mientras en el resto del continente había dictaduras y caudillos, en Chile no. Pero ser excepcional en ese sentido comparado no significa que no haya oposición. La oposición siempre ha existido y ha habido una oposición tanto o más terrible que lo que hemos visto en el último tiempo. Pero yo separaría eso del concepto historiográfico de excepcionalidad, que tiene que ver con la regularidad de las instituciones, aun si los acontecimientos que superaron esa excepcionalidad no dejan de ser importantes: hay gente que se sacrificó, que peleó, que murió porque quería derribar ese orden, pero no ha sido ese el patrón predominante, que ha estado más bien en las salidas institucionales, que no le caen bien a mucha gente, que despiertan protestas. Estas salidas no cambian los paradigmas: no dicen, este orden no sirve y, por lo tanto, hay que hacer uno nuevo, que es un poco en lo que estamos ahora. La Convención está tratando de reordenar el país, pero mediante vías institucionales.
¿Podría la Convención aportar a una definición?
La Convención está muy acotada: tienen que ir artículo por artículo, tienen que definir el papel de las ramas del gobierno, y ojalá que se refieran al papel de las Fuerzas Armadas. Pero yo lamentaría, aunque creo que así va a ser, que no haya la definición de un concepto de orden. En culturas más desarrolladas el orden está internalizado y es una cosa muy individual: cómo la gente te da el paso, cómo se comportan en la calle. En nuestro caso no va a ocurrir a través de un artículo constitucional, y no deberíamos esperarlo, tampoco. Pero se pueden mandar señales. O sea, la Convención puede usar cognados. Puede puede hablar de convivencia, puede hablar de democracia en un sentido más valórico: qué significa vivir en comunidad. Pero no creo que una definición de orden vaya a salir de ahí.
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