La caída de Arley
La historia del levantador de pesas parecía una fábula: de desertor cubano a campeón del mundo por Chile. Pero ese mismo cuerpo no pudo aguantar el rendimiento que le exigieron. El epílogo deportivo de Arley Méndez fue lesionado y sin medallas. Por eso, dice, “a mí nunca me cuidaron”.
Esto parte con una medalla. La que Arley Méndez consiguió en Turkmenistán durante noviembre de 2018, en el mundial anual de levantamiento de pesas. Hasta ese momento su biografía parecía una suerte de fábula que enseñaba que todo era posible. Porque Méndez, nacido en 1993 en el pequeño caserío de Fierro, en Cuba, desertor del régimen en 2013, nacionalizado chileno en 2017, después de casi cuatro años viviendo en condiciones precarias y lejos del deporte en el que fue formado desde los nueve años, fue, a fines de ese mismo año, campeón del mundo en Estados Unidos. Por eso es que la medalla conseguida en Turkmenistán parecía simplemente indicar una cosa: que Méndez, en 2020, sería medallista olímpico para Chile.
Solo que debajo de las sonrisas y los podios, Méndez sabía que su cuerpo le estaba gritando. A Turkmenistán fue con serios dolores a la hernia discal en la L4 y L5. El esfuerzo que hizo allá, soportando 169 kg en el arranque, que es el levantamiento en un solo movimiento, y 200 kg en el envión, que se hace en dos movimientos, tuvo sus costos: perdió la fuerza en su pierna izquierda y, por lo mismo, tuvo que compensar con la derecha.
—Cuando hacía un movimiento donde forzaba la pierna, sin querer, la parte del músculo de la pierna me temblaba. Imagina el dolor que sentía cuando hacía los movimientos. Era imposible. Pero a pesar de eso, aguantaba y aguantaba. Después no podía ni trotar —recuerda Arley Méndez.
En vez de parar, Méndez siguió. En abril de 2019 fue a una competencia en Guatemala, que preparó en Colombia.
—En Cali estaba con un dolor increíble. Yo no quería seguir. Pero ahí tomamos la decisión con el profe. Y al final se decidió que fuéramos a Guatemala.
En Guatemala, Méndez consiguió el primer lugar. Sumando el arranque y el envión, levantó un total de 375 kilos, una marca que seguía posicionándolo como un contenedor a medalla en Tokio.
—Eso me destruyó. Gané, pero me destruí la pierna.
El problema fue otro: el esfuerzo le fracturó la tibia derecha. El próximo objetivo eran los Juegos Panamericanos de Lima, donde la federación chilena quería lucir a su campeón. Pero antes, ya de regreso en Santiago, Arley se dio cuenta de algo.
—Empecé a entrenar y no pude, hermano. No pude. Era mucho el dolor y no me dejaba entrenar.
Méndez no fue a Perú, pero el daño, temía, no se limitaba sólo a eso.
—Dije ya, listo. Yo no voy a ir a los Juegos Olímpicos. Me pierdo estos, pero llego a los próximos.
¿Por qué?
Porque yo sentía que me iba a hacer más daño, hermano. Tenía un cototo en la pata, levantado a la altura del hueso. Se me inflamaba de líquido óseo. El dolor era inmenso, imagínate. A mí lo que me da rabia es que ahí me citan a una reunión y me hacen quedar como que soy un indisciplinado. De que yo no quería entrenar, que ya yo quería irme de las pesas. Y la verdad, sí. De las pesas no quería saber nada. Porque me estaban maltratando demasiado. Me hicieron esta reunión. Estaba yo, Georgi Panchev (su entrenador), el presidente del Comité Olímpico Chileno (Miguel Ángel Mujica), el presidente de la Federación de Levantamiento de Pesas (Juan Carlos Aburto) y Ronald Salinas (gerente técnico de la federación). Empezaron a hablar de que yo era un malagradecido con el profe, porque le había faltado el respeto porque no asistía a los entrenamientos. A lo cual yo les dije ya: listo, yo no voy a competir. Me voy a retirar. Y me dijeron ‘si te quitan el Proddar, no vas a tener plata’.
El Proddar es la beca estatal que el Estado les da a los deportistas destacados. Méndez, al ser campeón mundial en 2017, recibía $ 1.560.000 mensuales. Con eso sustentaba su carrera, pero también a su pareja, Antonieta Galleguillos, y a su hijo de cuatro años entonces. El monto también alcanzaba para que Méndez enviara dinero a su madre, Isabel, viuda desde 2017, y a su hermano Alexis, en Cuba.
—Ahí cambié mi decisión. Cometí el error grave de no escucharme a mí mismo. Viajé a Bulgaria, para prepararme para el mundial de Tailandia. Ahí fue donde más daño me hice.
En Tailandia, Méndez fue una sombra de sí mismo. El total de sus levantamientos fue 50 kilos menos de lo que había registrado en Guatemala.
—Tenía la fractura viva, la cadera se me estaba yendo para un lado, porque trataba de compensar por el dolor que sentía en la pierna. Yo quería dar lo mejor de mí, a pesar del dolor. Pero nosotros los pesistas dependemos de las piernas. Si no tenemos piernas, no podemos levantar.
El viaje a Tailandia de 2019 le costó más molestias en la espalda. Pero lo que realmente le dolía a Arley, cuando repasaba sus presentaciones, era otra cosa: su técnica, aprendida en el rigor de las escuelas de iniciación en Pinar de Río y depurada por el entrenador Félix Machín en el complejo “La mariposa”, en La Habana, estaba desapareciendo.
¿Sientes que el Comité Olímpico Chileno y tu federación te presionaron para que compitieras cuando no estabas listo?
Mira, yo no digo que fue obligado. Pero ellos a mí no me cuidaron. Lo digo yo. A mí nunca me cuidaron.
La relación de Méndez con las autoridades federadas habían girado completamente. En su mente, Georgi Panchev pasó de ser el entrenador que lo había descubierto y que había empujado su nacionalización por gracia, a un búlgaro que no creía en sus dolores. Y Juan Carlos Aburto dejó de ser el dirigente que consiguió milagrosamente y a último minuto su pase deportivo desde Cuba en 2017, al presidente de la federación que elegía verlo como un atleta poco comprometido. Los únicos que -según Méndez- seguía preocupados por él, eran Ronald Salinas y su esposa.
—Cuando entrenaba duro, llegaba a mi casa y me pasaba mínimo dos horas con el dolor cortante, como que daba latidos. Tenía que pincharme subcutáneo en la pierna every day. Esas me las ponía la Antonieta. Yo no tenía ni un médico que me dijera qué hacer.
Arley contra el mundo
Hubo un momento en que Arley Méndez pensó que podría volver a ser el campeón que había sido. Fue en 2020, cuando los Juegos Olímpicos se retrasaron un año por la pandemia. La prórroga, pensó, le daba tiempo para sanarse sin necesidad de competir. Así que comenzó a entrenar en su casa, sin malestar en su pierna derecha. Pero, aprendió, era una sensación tramposa. No sentía dolor porque seguía compensando con el lado izquierdo de su cuerpo. Pronto aparecieron dolores en el codo y era por eso: porque, como no podía aguantar el peso con el lado derecho, su cuerpo instintivamente lo cargaba al lado opuesto.
El precio lo pagó, una vez más, su espalda. La federación le pagó un bloqueo facetario que alivió el dolor, pero que no calmó su rabia. Su madre y su hermano tenían permisos desde Cuba para venirse a Santiago a finales de marzo. Eso, dice Méndez, entre documentación, pasajes y pasaportes, le costó unos US$ 5 mil. Pero el cierre de fronteras por Covid lo ha hecho imposible desde entonces. Luego, a comienzos de agosto, la federación le pidió que volviera a entrenar en el Centro de Entrenamiento Olímpico de Nuñoa. Arley se negó por razones sanitarias y dijo que lo haría una vez que terminara la cuarentena. La respuesta de las autoridades deportivas fue severa.
—Me mandaron una carta diciendo que me quitaban el Proddar y que me sacaban del proceso de los JJ.OO. de Tokio 2020. Con lágrimas en los ojos miré a mi esposa y le dije ¿cómo esta gente me puede hacer eso?
El oficio establece que, además de esta negativa, “el deportista no ha cumplido con los reglamentos establecidos por el head coach” y que “el deportista tampoco se comunicó con su técnico en los días posteriores para explicar y plantear su situación. Por último, concluye que “sabemos que la decisión de excluirlo del seleccionado nacional con miras a la clasificación olímpica puede traer muchas críticas mediáticas, pero creo que debemos mantener una sol voz entre las autoridades deportivas y la federación”.
Méndez dice que tuvo que apelar a través de una carta, moderar su tono y aceptar que fuesen a supervisarlo a su hogar.
—Está bien que yo me hubiese vuelto un poco más indisciplinado, pero todo es a raíz de eso, hermano. Que te vas dando cuenta que a las personas al final de la jornada no les interesa tu salud. Lo único que les importa es que vayas a la cuestión y listo.
En abril de 2021, Arley Méndez fue a competir a Santo Domingo. Levantó un total, combinado, de 310 kilos: el registro más bajo, por lejos, desde su retorno a la competencia en 2017 y, además, una marca que lo alejaba de cualquier sueño de medalla. Luego se fue a Colombia, a un torneo sudamericano en mayo.
—Los entrenamientos me salían mal, forzados. Sabía que me estaba haciendo más daño y no sentía mejoría ninguna. Estaba a pura voluntad, hermano. ¿Cómo iba a levantar la barra, si cuando lo intentaba me daba un pinchazo en la pierna? Porque al no tener fuerza en las piernas, la espalda se te va. El día antes de competir me encabroné, y ya. Y dije a la picha, que se joda esta mierda. Y listo, fumé marihuana.
¿Fue porque te calmaba el dolor?
No, no. Eso fue por gusto. La marihuana te cambia la mente. Te pone más relajado. Entonces en vez de pensar puras huevadas, te pones más feliz. Te cambia el switch, hermano. Pero el dolor no te lo quita nada.
¿Lo hiciste a propósito?
Allá en Tokio dije que lo hice adrede. Fue como un decir. Porque adrede, adrede, obvio que no. Pero ¿qué es lo que pasa? Que la estaba pasando tan mal en Colombia, que obviamente tú sabes. Tú compites al otro día, ¿cómo tu vas a coger y fumar marihuana? Es imposible.
En Colombia, Méndez marcó un total de 335 kilos. Era suficiente para clasificar a Tokio, pero muy distante de los 382 que llegó a combinar alguna vez.
En un control de dopaje le detectaron esa marihuana.
—Salió la noticia y muchos pensaron que Arley estaba bajoneado. Hermano, yo me alegré de eso. Porque la verdad, no quería ir a ningún lado. Yo sabía que no podía.
La sanción fue de un mes: un castigo que aún le permitía ir a Tokio.
—Ya con mente fría, hablando con mi señora, dije pinga: el evento en el que tenía que renovar el Proddar era Tokio. Si iba y hacía una buena participación, por lo menos podía luchar la beca y seguir cobrando, que es lo que me interesaba por ahora. Porque yo vivo de esto, del deporte.
¿Fuiste por un tema económico?
Así mismo. Porque ya con el deporte nada. No sentía nada, porque vi que ya no podía levantar lo que antes podía.
Méndez tomó una decisión más: si en Japón no lograba sus marcas mínimas, se despedía del deporte.
Arley en el piso
Durante demasiado tiempo, ir a unos Juegos Olímpicos había sido la meta vital de Arley Méndez. Fue lo que lo motivó a fugarse del hotel de concentración de la delegación cubana en el centro de Santiago en 2013 y lo que lo empujó a volver a las pesas cuando se ganaba la vida como asistente en una panadería de Ñuñoa o instructor en un gimnasio. Pero estar en Tokio no fue como alguna vez lo había imaginado. No llegaba como un contendor y, por dentro, lo sabía.
—Los primeros días estuve muy nervioso. Sabía que no iba a hacer nada, pero quería ponerle todo. El día de la competencia puse la mejor cara, traté de demostrar que estaba bien. Por dentro sentía qué cojones, una inseguridad de pinga.
En su ficha de inscripción, Méndez y Panchev apuntaron a levantar 370 kilos en total. Arley sabía que era una meta irreal: no levantaba ese peso desde abril de 2019.
—La gente decía por Dios, se mejoró el Arley. Anda fino. Pero yo sabía que era imposible.
¿Por qué?
Las pesas es un deporte muy fácil. Si tú sabes que alguien hace un mes hizo 170 de arranque y 205 envión, olvídate, que menos que eso no va a hacer. Uno sabe los números de cada atleta. Yo, por fuera, demostraba que era un león que se iba a comer la tarima. Pero en realidad, por dentro, era un cangrejito.
En la modalidad de arranque, Méndez levantó 160 kg en su primer intento, pero falló cuando subió la apuesta a 163 y 165 kilos.
—Cuando yo salí del arranque, el brazo derecho, no sé qué mierda hice, pero sentí que algo se me rajó en la muñeca. Tuve que irme adentro a forrarme con tape, fuerte. Porque me dolía demasiado. Decía qué mierda. Tenía el temor de que se me fuera el codo o se me partiera la muñeca. Porque sentía que era demasiado el dolor. No podía aguantar el peso con la muñeca.
Con la muñeca herida, Arley Méndez levantó 170 kg en los ejercicios de calentamiento para la modalidad de envión. Según su ficha, en la competencia debía ir por 190 kg. El pesista caminó a la tarima con el dolor en la muñeca derecha, un pinchazo en el muslo y una idea que no podía sacarse de su cabeza: que, al no tener fuerza en las piernas, no podría levantar 190.
Lo intentó a la primera y no pudo.
Lo intentó a la segunda y fue lo mismo, pero con más dolor.
Antes de su último intento, la comentarista de la señal internacional de la transmisión hizo una observación: la técnica del chileno no era buena, estaba acortando los movimientos y no se veía equilibrado. Lo que ella no sabía era que si eso sucedía era porque el cuerpo de Méndez no le permitía más. Y entonces pasó lo que Méndez había aprendido hace tantos años: cuando no hay fuerza en las piernas, la espalda se te va.
—En el tercer intento caí con la cadera muy abajo, la metí demasiado y el peso me desarmó en el balance y me fui para atrás.
¿Qué pensaste?
Dije coño, cagué.
Al terminó de su participación, habló para la transmisión de TVN. Dijo que había fumado marihuana adrede, que estaba sufriendo mucho dolor y depresiones. También comunicó la decisión que tomó en Colombia: “Me voy a retirar definitivo, por cosas personales. Son muchas complicaciones, dolores, ya no me siento a gusto. Voy a dedicarme a otras cosas, a salir adelante, pero pesas no voy a hacer más”.
¿Qué sentiste cuando dijiste eso?
Yo lo que quería era coger un bate y reventarlo todo.
Arley Méndez regresó esta semana a Santiago. Llegó directo a su hogar en Macul, a hacer una cuarentena preventiva de 10 días. Y a pesar de no entrenar, de no ejercitarse, los dolores aún no lo sueltan.
—Siento el cuerpo oxidado. No sé qué me partí en la muñeca. Pero tengo un dolor cuático. Y los otros son los mismos dolores de siempre. No he visto a un doctor y no pienso ver a uno tampoco. No quiero que alguien me vea y me diga que pueden recuperarme, porque es como darme esperanza.
Pero eso no es lo que más le molesta. En su pieza, pensando aún en qué hará con su vida a los 27 años, lejos del único oficio que ha conocido, Arley Méndez repasó su rutina poscompetencia una última vez. Se sentó frente al computador y repasó los videos de su participación en Japón. Analizó su técnica y no sintió que era la de un excampeón del mundo, sino que la de alguien que estaba recién empezando. Se vio adolorido, empujándose hasta más allá de lo razonable y, dice, se recriminó por no haberse escuchado antes y por haberse presentado así: como un atleta destrozado que, pronto, ya nadie recordaría. Así que no quiso seguir mirando.
—¿Sabes lo que pasa? Me dio pena verme así.
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