Los restaurantes que el Covid-19 se llevó
Mientras algunos bares y restaurantes están con las reservas en sus terrazas copadas, otros tienen las cocinas apagadas, las cortinas abajo y carteles de “se arrienda” en su frontis. Es el contraste que generó la pandemia en los barrios gastronómicos más importantes de Santiago.
Desde que abrió sus puertas en 1973 en calle La Concepción, en pleno Providencia, Aquí está Coco, el restaurante del chef Coco Pacheco, sorteó varias crisis. Como la debacle económica de 1982 en Chile, cuando el desempleo superó el 23%. También resistió al cólera, que en los años 90 provocó temor en la gente a consumir platos del mar en locales especializados. “Nadie quería venir a comer pescados y mariscos frescos, ni las moscas entraban. Hasta que vino Julio Iglesias y dijo que desafiaba al cólera. Al otro día nos llenamos”, recuerda Pacheco.
Su restaurante también podría haber cerrado tras el incendio que lo destruyó por completo la madrugada del 2 de julio de 2008. Pero no fue así. “Estuvimos dos años sin funcionar, pero regresamos con un local ecológico, con muchos objetos reciclados”, cuenta su dueño.
Pero Aquí está Coco no resistió la crisis actual, la que causó el Covid-19 y que puso fin a los 47 años de historia de una de las cocinas de Santiago favoritas de empresarios y políticos. El restaurante ya venía afectado por el estallido social, que provocó que se cancelaran todas las reservas por la cumbre Apec y los eventos de empresas de fin de año. El 15 de marzo, cuatro días después de que la OMS calificara la situación del coronavirus como pandemia, decidió bajar la cortina de su emblemático restaurante. “Nos estábamos autocomiendo, las cifras no daban. El último día abierto teníamos 40 personas trabajando y solo tres clientes. Mis hijas fueron visionarias y me dijeron: ‘papá, esto viene para largo, es mejor que cerremos’. Y así lo hicimos. Vendí la casa en Tantauco, a un precio bajo, y con eso les pagué a los proveedores y saldé todas mis deudas. Me siento como jubilado”, grafica Pacheco.
Hoy, Aquí está Coco tiene sus cortinas abajo y el jardín seco. Una imagen que se repite en otros emblemáticos barrios gastronómicos de Santiago, donde se vive una situación de contrastes: mientras las terrazas de algunos bares y restaurantes en las comunas en Fase 3 volvieron a cobrar vida en los últimos días, otros están con sus puertas cerradas y de manera definitiva.
Basta hacer un recorrido para enterarse de cuáles son los locales que el Covid-19 se llevó. Algunos lucen un aviso de “se arrienda” en la fachada. En otros, solo queda el cartel con el nombre del restaurante. Ni rastro de los sabores y olores que los hicieron conocidos.
En la Av. Alonso de Córdova, la que concentra a las cocinas más exclusivas, en los últimos meses dejó de funcionar La Brasserie de Franck & Héctor, el restaurante que el chef francés Franck Dieudonné y el máster sommelier Héctor Vergara inauguraron, hace poco más de un año, en CV Galería, el elegante bulevar gastronómico que hasta antes de la pandemia era el lugar de moda para comer en Santiago. Pero el local no logró sortear la crisis y no volverá a abrir sus puertas. “Hace un par de meses se tomó la decisión”, cuenta Dieudonné desde Francia.
Ahora, el lugar que ocupaba La Brasserie, ya tiene un nuevo inquilino: Fe Restaurante, la próxima apuesta de Gino Falcone, el mismo de Sarita Colonia, y que abrirá próximamente.
En la misma avenida, la Fuente Belga, del empresario Francisco Sokorai y Sylvie Moerman, también tiene sus puertas cerradas, y andamios y paneles en su fachada. Nada queda de las cervezas y choritos al vapor con papas fritas que ofrecían ahí.
Caminando hacia la también exclusiva Nueva Costanera, muchos echan de menos al OX, el favorito de empresarios y ejecutivos para probar carnes premium y donde un corte de vacuno podía costar más de $ 30.000. El restaurante, de los empresarios Daniel Avayú y Patricio Kreutzberger, hijo de Don Francisco, ya venía con problemas tras enfrentar su primera huelga legal y, apenas comenzó la pandemia, decidieron apagar los fuegos de sus parrillas luego de 17 años de funcionamiento. A mediados de marzo fue su último servicio.
A pasos de ahí, también dejó de funcionar hace algunas semanas Millefleur, el café y bistró al estilo parisino del mall Casa Costanera. A mediados de marzo recibió público por última vez y cerró definitivamente en julio.
Mientras en BordeRío, también bajó sus cortinas para siempre Peumayén, el restaurante de cocina ancestral donde se podían probar platos de las culturas aimara, mapuche y rapa nui, de la mano del chef Juan Manuel Pena Passaro. Llevaba poco tiempo en este tradicional polo gastronómico de Vitacura, menos de un año, donde abrió como un “hermano” del local original, que está en el barrio Bellavista.
Se arrienda en Providencia
Más al poniente, en los polos gastronómicos en torno a la Avenida Providencia, mientras algunos ya reabrieron, otros no van más. Como la Fuente Las Cabras, el ondero local de Luis Thayer Ojeda, a los pies del Costanera Center, que abrió hace seis años siguiendo el estilo de las tradicionales fuentes de soda, con servilletas puestas en las mesas en forma de cucurucho y mechada con tallarines y palta reina en su carta. Ahora, ya no están las mesas y sillas de su terraza y en la ventana hasta hace algunos días se leía un aviso de “Se arrienda, gran oportunidad”.
El chef Juan Pablo Mellado, uno de sus fundadores, cuenta que el estallido social ya había provocado una baja importante en las ventas, porque estuvieron semanas sin operar. “Todo eso hizo que luego la pandemia fuera insostenible, por eso se decidió cerrar el local. Aunque no es un cierre de Las Cabras como concepto. Me muero de ganas de abrir otro boliche, donde ofrecer ambiente y comida rica, pero en otro lugar. Aun estoy viendo cómo rearmarme para emprender, pero hoy no es el momento”, asegura Mellado.
A un par de cuadras de ahí, el emblemático Rivoli, el clásico italiano que en abril cumplió 30 años, tampoco será el mismo después de esta pandemia. Con el estallido social sus ventas ya habían bajado en un 80%, situación que empeoró con la crisis económica que trajo el coronavirus.
Debido a eso, su dueño, el romano Massimo Funari, decidió entregar la mitad del local, la que arrendaba, y aún no sabe si volverá funcionar. “No tengo una decisión tomada respecto a abrir un nuevo Rivoli. Estoy pensando distintos conceptos y mirando nuevas posibles locaciones. Cambio de idea todos los días. Lo que sí tengo claro es que el escenario de la gastronomía cambió radicalmente después del estallido y la pandemia. Estalló la burbuja y pagar un arriendo y un personal como el que tenía ese restaurante era insostenible. El mundo cambió y no hay marcha atrás”, resume el chef.
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