Mario Toral a los 90: “¿Qué hago si me jubilo? ¡Volver a pintar!”
Con 90 años recién cumplidos, el artista no piensa dejar los pinceles. Mantiene su energía creativa. Acaba de concluir una obra para el GAM, recreación de aquella que donó en 1972 para la Unctad III y desapareció tras el Golpe. Además, trabaja en una serie de nuevas pinturas de grandes dimensiones, mientras recupera recuerdos para un libro de memorias y proyecta la fundación que conservará su legado.
Gala y Bombón, las dos perritas de Mario Toral, salen a recibir al visitante. El pintor está en su taller. Un galpón amplio y luminoso en el antiguo barrio Los Dominicos, donde conviven obras de distintas épocas y técnicas. También libros y recuerdos: esculturas africanas, un caballo de la India. En una esquina se asoma un conjunto de pinturas en proceso. A los 90 años, Toral mantiene una energía admirable y la creatividad intacta. También el sentido del humor: la puerta de entrada al taller tiene un cartelito que dice “Actor porno”.
Sobre una de las mesas del taller se encuentran cincos rostros en blanco y negro que acaba de pintar para el GAM. Ellos se integrarán a una estructura con marcos en forma de octágono y llevarán una lectura en grandes letras: “Más mejor cerrar los ojos”.
-Le iba a poner “Mejor cerrar los ojos”, pero me gusta “Más mejor”..., es más popular. Más mejor vamos a tomarnos un trago -dice y se ríe.
La obra es una recreación de aquella que en 1972 donó al edificio de la Unctad III. Convocados por Eduardo Martínez Bonatti, una treintena de artistas chilenos entregaron trabajos para el edificio que hoy alberga al GAM. La mayoría de ellas desapareció en 1973, tras el golpe militar. Pero desde hace unos años el centro cultural -liderado por Felipe Mella- comenzó la recuperación de ese patrimonio.
Así, en abril próximo volverán al GAM la obra de Toral y un mural de Mario Carreño, recreado por su ayudante Juan Campos, según el diseño original del pintor chileno-cubano. La obra de Toral no es idéntica. A diferencia de los primeros, los rostros que acaba de pintar destacan por la luminosidad de su mirada.
-En esa época yo estaba pintando caras, estuve un par de años trabajando en eso, cada vez economizando materiales y formas para llegar a una pobreza de imágenes significativa. Hice una serie de cuadros, algunos muy grandes, con estos rostros. Ahora me fijé especialmente en los ojos, porque la comunicación del ser humano descansa mucho en la mirada. Y creo que logré darle brillo y profundidad.
En 1972 las obras de Toral y Carreño compartían el mismo espacio, la sala de delegados de la Unctad III. Ahora, 50 años después, regresan juntas. Para Toral, es una forma de volver a conectarse con quien fue uno de sus grandes amigos.
“Chumpimpe”
Se conocieron a inicios de los 60, en la naciente Escuela de Arte de la UC. Toral volvía al país después de 14 años, luego de estudiar grabado en París. Y fue invitado a unirse como profesor en la casona de El Comendador, donde enseñaba Mario Carreño.
-Las alumnas eran muy pitucas y no iban casi nunca. Me acuerdo que una tenía un perrito y pidió permiso para ir con el perrito a la clase de pintura. Con Mario dijimos bueno, tal vez aprende pintura el perro -se ríe.
Toral y Carreño solían reunirse en el casino. Tenían largas conversaciones. Así se fue formando una amistad que creció con el tiempo, con talleres compartidos, proyectos y fiestas. Ambos ilustraron ediciones especiales de libros de Pablo Neruda y fueron amigos del poeta.
-Mario me decía “Chumpimpe”. ¿Por qué me llamas así?, le pregunté. Es señal de amistad, en Cuba se llama “Chumpimpe” al amigo, me dijo. Yo me sentía súper contento, y después descubrí que significa pavo. Mario me lo decía para tomarme el pelo; él tenía un gran sentido del humor. Recuerdo una fiesta en casa de Neruda, Mario se cayó de espaldas sobre una mesa de vidrio y la rompió. Todos corrimos a ver cómo estaba. Y él se paró, chiquitito como era, y salió caminando cómicamente como Chaplin en Luces de Ciudad.
Mario Toral se ríe y se emociona.
-Mario Carreño fue un gran artista y fue mi gran amigo. Nos queríamos mucho. Volver a estar con él ahora, por una cosa del destino, es muy reconfortante -dice.
A estas alturas, no son pocos los amigos que ya no están. El pintor se acuerda de Enrique Zañartu, hermano de Nemesio Antúnez, con quien compartió mucho en París; el fotógrafo Roberto Edwards y el paisajista Fernando Bórquez, entre otros.
-Cuando uno llega a una edad mayor al promedio, desgraciadamente se van muriendo quienes fueron tus amigos. Eso es muy triste. Pero ellos siguen vivos, porque lo que quisieron decir sigue vivo en sus obras. Picasso, Leonardo, Miguel Ángel están vivos, ¿no? Los grandes pintores nunca mueren; los malos pintores desaparecen.
A la aventura
En la esquina de Sazié con Molina había un almacén que a Mario Toral le encantaba visitar cuando era niño. Su dueño, Agustín Calvo, era un inmigrante español y pintor autodidacta, y a Toral le gustaba mirarlo trabajar.
-Era almacenero y pintor aficionado. Pintaba detrás del mostrador, pintaba y atendía. Tenía una obra maravillosa. Yo tenía ocho años y desde entonces me quedó la fascinación por el arte.
El taller del pintor es un testimonio de su vida dedicada al arte. Junto a pinturas de otras épocas se encuentra un conjunto de telas recién terminadas o en proceso de trabajo. Algunas de ellas de grandes dimensiones, con atmósferas dramáticas. En todas se distinguen las estilizadas formas humanas y femeninas que son estética de Toral. “Quiero completar una serie de 10 pinturas en este estilo”, cuenta.
Entre su trabajo reciente hay también un gran cuerpo de dibujos, con escenas levemente oníricas y cálidas y otras de ambiente más sombrío.
-Tengo como dos mil dibujos. Algunos muy acabados, como estos que terminé ahora. Para mí el dibujo es central en el arte. Me gustaría hacer una exposición con ellos.
Por estos días, el pintor comparte el tiempo con otra de sus pasiones: la escritura. Toral prepara un libro de memorias. Una autobiografía estilísticamente muy libre, donde quiere relatar algunas de las experiencias que lo formaron.
-Yo pasé las de Kiko y Kako. Me fui de mi casa a los 16 años. Me fui a Buenos Aires sin nada. Pasé hambre, dormí en las calles, pedí limosna. Para que mi mamá estuviera tranquila, le dije que me iba a casa de unos amigos de la familia. Fui una vez a verlos, pero me cargó, porque era volver a lo mismo de lo que yo iba escapando.
-¿De qué escapaba?
-De la vida burguesa. Yo quería ser vagabundo. No tener patrón ni institución. Ir a la aventura.
Hizo múltiples oficios, durmió en la playa, incluso vivió entre una banda de ladrones. En Montevideo estudió arte y solía escaparse a la biblioteca para admirar en libros las pinturas de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. A mediados de los años 50 llegó a París. Trabajó y estudió en el Taller de Grabado de la Escuela de Bellas Artes. Desde la ventana, en la ribera izquierda del Sena, podía ver el majestuoso edificio del Museo del Louvre.
-Cruzábamos caminando el Pont des Arts y llegábamos al Louvre -recuerda.
Una vez volvía de una fiesta en moto, “no borracho, pero sí optimista”, dice con una sonrisa. Conducía por el Boulevard St. Germain y al llegar a una luz roja, frente al célebre Café Les Deux Magots, calculó mal. Chocó con los autos detenidos y fue a dar al suelo.
-A mi compañera no le pasó nada, felizmente. Yo perdí el conocimiento, quedé tendido en el suelo, y desde el café sale un señor corriendo y me pega en el hombro. ¡Levántate, muchacho, levántate! Me daba golpecitos y trataba de despertarme. Abro los ojos, lo veo, y era un señor turnio, de lentes enormes. ¡Era Jean Paul Sartre! Y ese era el café donde él siempre se sentaba, tenía una mesa reservada. Y eso creó un vínculo. Nunca lo quise molestar, pero cada vez que pasaba, lo saludaba con la mano y él me hacía un gesto con las manos como de despertar.
Toral no quiere escribir unas memorias lineales. No le interesan. Prefiere recuperar momentos, frases, como chispazos.
Su talento para escribir lo reconoció el poeta Gonzalo Rojas cuando Toral participó en un taller en 1983. Fue en Nueva York, la ciudad donde el pintor vivió durante 20 años. Después Rojas diría: “Me gustaría escribir como Toral, el memorialista. Descarnado, intenso, con su desplante y con su fósforo”.
El legado
La obra que entregará al GAM es un nuevo aporte al arte público. Su obra más destacada, desde luego, es Memoria Visual de una Nación, el monumental mural que pintó en la Estación de Metro Universidad de Chile. En más de mil metros cuadrados, Toral compuso un gran relato pictórico: una historia con los hitos de nuestro pasado y aquellos que delinearon nuestro presente, desde la creación del mundo en la mitología mapuche y la Conquista, al asesinato de Portales, el gesto heroico de Arturo Prat y el suicidio de Balmaceda; la vida y muerte en las minas del carbón, los grandes poetas chilenos y el bombardeo de La Moneda.
Recién llegado de Nueva York en 1993, Toral trabajó cinco años en el mural. Para él fue una forma de volver a conectarse con la historia del país.
-La gente me conoce más por el mural que por mis 70 años de pintor. En el mural traté de retratar la esencia de nuestra historia, de una forma en que todos se sintieran representados. No solo lo bueno, sino también aquello en que nos equivocamos y no hicimos bien. Esa obra tiene algo popular, fácil de entender, y yo creo que tocó a la gente.
¿Será su mayor legado?
No, yo espero que sea mi fundación. Hace unos años establecí una fundación que se llama Alas y Raíces.
La fundación nació con el propósito de conservar y difundir su obra, así como ser un espacio de visibilidad para artistas, especialmente jóvenes. Para ello formará un comité de expertos a cargo de la selección.
-Quiero darles a los jóvenes la oportunidad de exponer en un lugar con prestigio, donde no intervienen la política ni la billetera del padre, solo la calidad de su obra. Jóvenes y también artistas desconocidos que no han tenido la oportunidad de exponer. Hay muchos pintores ingeniosos que nunca estudiaron, con talento innato, como mi vecino del almacén, que hacía unos cuadros maravillosos.
La fundación ya cuenta con patrimonio: el terreno de 6.400 metros donde vive y está su taller, y el gran acervo artístico que conserva: más de 400 cuadros.
-Es la historia de mi pintura; hay cuadros con más de 65 años, contemporáneos y los que estoy haciendo ahora. Eso tiene un valor en el mercado. Y yo le agregué esta parcela en Los Dominicos, que vale una fortuna. Yo la doné a la fundación, ya no es mía.
Originalmente, Toral quería crear un museo y convocó a un concurso de arquitectura que ganó Alberto Tiddy. El proyecto era ambicioso y de difícil realización. Los planes se complicaron con una gran pérdida: el artista fue uno de los más afectados por la estafa piramidal de Alberto Chang: perdió US$ 4 millones. Y “ahora no está la situación para pensar en un museo”.
Por lo pronto, lo más urgente es la construcción de un espacio acondicionado para resguardar su obra, protegido de la humedad y del peligro de incendios. Y espera gestionar recursos privados para lograrlo.
A los 90 años, ¿se siente satisfecho con su obra?
El artista nunca se siente satisfecho. Siempre está buscando algo nuevo, crear algo distinto.
¿No piensa en la jubilación?
¿Qué hago si me jubilo? ¡Volver a pintar!
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