Piñera 1 y 2 en la mirada de cinco historiadores
Un grupo de académicos fue consultado por La Tercera acerca de distintos aspectos de los dos gobiernos (2010-2014 / 2018-2022) de quien en marzo cederá la banda presidencial a Gabriel Boric. ¿Cómo lo verá la historia? ¿Cómo lo está viendo?
Pasó una vez, hace 160 años, y fue todo tan a contrarreloj que hasta problemas hubo con el empastado y otros ítems librescos. Terminaba en 1861 el segundo gobierno de Manuel Montt y un cuarteto de autores (Diego Barros Arana, José Victorino Lastarria, Domingo Santa María y Marcial González) publicaba Cuadro histórico de la Administración Montt, según sus propios documentos.
En las décadas y siglos posteriores se han conocido crónicas, memorias o anales, pero no se ha vuelto a ver un ejercicio de ese tipo, lo que no invalida hoy una pregunta: ¿qué dirá la historia de los dos gobiernos de Sebastián Piñera Echenique (2010-2014, 2018-2022)? He ahí la interrogante por el legado, con cierto tufillo a “juicio de la historia”. Pero hay otras sobre el mismo asunto, así como historiadores dispuestos a contestarlas.
Cinco académicos chilenos de distintas generaciones y especializaciones historiográficas (Aníbal Pérez, Cristina Moyano, Iván Jaksic, Joaquín Fermandois y Verónica Valdivia) fueron consultados por diferentes aspectos de Piñera 1 y 2. Ahí es donde se encuentran y desencuentran.
Y así es como pudo preguntárseles, antes incluso de que se explayaran sobre logros y fracasos, si el solo llegar a entregar la banda presidencial en marzo próximo -tras dos acusaciones constitucionales y una crisis política y social inédita- puede contarse entre los logros.
Académica de la Usach y autora de El MAPU durante la dictadura, Moyano plantea que terminar el mandato, cuando ocurra, no corresponderá a un logro de Piñera, sino más bien a una expresión “de la fortaleza de las instituciones democráticas, por muy cuestionadas que estén”. Por su parte, Pérez, autor de Clientelismo en Chile y docente en la UDP, piensa que “cerrar el ciclo es siempre un desafío y un logro, pero conociendo la trayectoria personal de Piñera y las expectativas del sector, dudo que sea considerado como tal”.
El haber “sobrevivido en una situación de cuasiabandono, enfrentado a algo para lo cual la administración no estaba preparada”, piensa a su vez Fermandois (La democracia en Chile), “es un gran mérito institucional del gobierno de Piñera”, lo que en el caso de este último “fue, por momentos, heroico”. Y que el actual mandatario termine este período, cree por último Jaksic, premio nacional de Historia 2020, “está probando el principio de la alternancia del poder, el cual se está respetando, y esperamos que continúe así en el futuro”.
Primera vez desde Alessandri
Del 18-O a esta parte, tiende a hablarse de “los 30 años”, aunque durante ese período la palabra predominante era, más bien, “transición”. Y fue de rigor, en los 90 y en los 2000, ir designando hitos que le habrían puesto término a esa transición, entre ellos la “Constitución de Lagos” y la muerte de Pinochet. La primera victoria presidencial de la derecha desde que Jorge Alesandri se impuso en 1958, pudo también calificar para esas consideraciones. Pero, ¿qué significación tuvieron los triunfos de Piñera, entonces y después?
Autora de Nacionales y gremialistas, Valdivia se remonta al origen de las señaladas tres décadas para plantear que la derrota del “Sí”, en 1988, y de Hernán Büchi al año siguiente, tuvieron “un significado dual para las derechas: por un lado, representaron la pérdida del Ejecutivo, obligándolas a hacer política desde el Parlamento, el municipio, el poder económico y sus aparatos culturales, pero no destruyeron la refundación neoliberal, cuya pervivencia era el elemento más importante”.
Agrega la académica de la Usach que la “alcaldización de la política”, implantada en los 80 y desplegada en los 90 con Joaquín Lavín a la cabeza, tuvo variados logros, pero no impidió que la estrategia “cosista” de este último fracasara en su gestión en Santiago, “eclipsándolo como alternativa de la derecha”. Aunque tomaría unos años en concretarse, “ello abrió posibilidades a Sebastián Piñera, una versión percibida como menos ortodoxa de pinochetismo”. RN y Piñera “intentaron durante la posdictadura representar una derecha liberal”, pero cuya plataforma política “nunca se distanció de la dictadura”. Más aún, “Piñera representa la esencia de los anhelos pinochetistas: la hegemonía de la economía por sobre la política y una noción de esta como gestión, en manos de tecnócratas”.
Retomando lo dicho párrafos atrás, Jaksic subraya a este respecto el ejercicio de la alternancia (“el traspaso del mando a una derecha democrática significó un paso importante”), mientras Moyano hace lo propio con la cuestión institucional (las dos victorias electorales fueron “la demostración de que Chile dispone de instituciones sólidas y de que no había que temer regresiones autoritarias”). Y ambos, como el resto de sus colegas, son interrogados por Piñera y su publicitada condición de votante del “No”. ¿Qué tanto incidió?
Para Jaksic, esto “jugó ciertamente un papel” en tiempos en que “para un segmento importante de la derecha era importante desligarse del sector pinochetista”, sin obviar factores como el desgaste de la Concertación y una renovación política que el actual Presidente “parecía representar”. Moyano, en tanto, conjetura: “Quizás Piñera representaba esa combinación de redes familiares en el mundo DC, [la condición de] empresario y líder de una derecha más liberal, que podía continuar con el modelo sin sobresaltos ni grandes transformaciones”.
Que reconociera su voto opositor a Pinochet se convirtió, a juicio de Pérez, “en un marketing político que trabajó constantemente y que le permitía posicionarse como diferente”. Más aún, dice, “construyó un liderazgo que logró desplazar al lavinismo, que fue hegemónico por mucho tiempo y terminó asfixiando a la militancia de RN”.
Fermandois, por su lado, piensa que este factor “lo ayudó a superar un obstáculo más, pero no fue algo definitivo”. Y agrega: “Lavín perdió estrechamente en 1999, a pesar de haber sido uno de los jóvenes pinochetistas acérrimos y un decidido hombre del ‘Sí’. Lavín fue el primer candidato que esbozó una derecha post-Pinochet, en algunos sentidos al menos. Cuando aparece el desafío de Piñera, en 2005, esto ya no era gran tema para la derecha”.
Luces y sombras
Aunque no es la idea definir un “legado”, cabe tomar nota de cuestiones salientes, para bien y para mal. ¿Qué éxitos y cuáles fracasos puede anotarse el dos veces Presidente?
Entre los primeros, no hay de esos episodios que alguna vez lo coparon todo, como el rescate de los 33 mineros (que tampoco parece haber instalado una épica piñerista ni algún “relato” de los que pedía Pablo Longueira). Y asoma repetidamente, aunque con acentos distintos, el manejo de la pandemia por Covid-19, en particular la adquisición y el suministro de vacunas, que “ha demostrado ser efectivo para frenar la ola de muertes de esta compleja enfermedad”, dice Moyano. Coincide Valdivia, eso sí matizando: “Aunque no fue su iniciativa, haber respondido al desafío de la vacunación frente a la pandemia es un logro. Pero, en verdad, es un logro del carácter histórico del Estado nacional y de su presencia en los rincones más apartados del país”.
La autora de Pisagua, 1948 plantea que el “principal logro” de Piñera fue “haber roto con el veto histórico-político que la sociedad le impuso a la derecha desde 1958, de marginarla del gobierno, permitiendo la alternancia en el poder y rivalizar políticamente con la centroizquierda”. En tal sentido, Piñera pareció “capaz de ‘superar’ el trauma que el pinochetismo representa para la derecha, en materia de liderazgo, no de proyecto”.
Otra entrada, complementaria de la anterior, es la que provee Pérez, para quien “siempre estará la duda si aquellos elementos que desde el propio sector defienden como logros son originarios del tipo de gestión, o más bien representan situaciones a las cuales tuvo que reaccionar y funcionaron como parte de una cultura anterior a él. Me refiero a la apertura de la discusión constitucional y a la gestión de la pandemia”.
Fermandois estima, en tanto, que en el primer gobierno de Piñera, “y a la postre también en el segundo”, su mérito estuvo “en que la derecha demostró que podía ser parte fundacional de una democracia relativamente robusta (con crisis de modernización), cosa que fue sólo en lo político durante el de Jorge Alessandri”. Su gestión exhibió, asimismo, “un pequeño impulso de crecimiento económico que era más modesto que en los 90, pero que conservaba la fortaleza del sistema y mostraba algunas de sus posibilidades”.
En Piñera 2, prosigue el académico de la UC y la USS, “se repitió algo del primer gobierno, una debilidad política junto con las formas y debates propios a la democracia real, aunque las grandes consignas de ‘tiempos mejores’ tempranamente se probaron espejismos, sin ser falso que la gestión era su fuerte”. Y acá aterriza en los problemas y las falencias: en el “vacío político que acompañó [la segunda gestión] y la implacable oposición desde el primerísimo día, en ambos gobiernos”, cuestión, a su juicio, “bien distinta de la cooperación que la Concertación recibió de la centroderecha en los primeros 20 años de la nueva democracia”.
“Sus logros dicen relación -en el primer gobierno-con mantener los equilibrios macroeconómicos”, considera, a su vez, Moyano. Sin embargo, añade, “durante el segundo mandato los conflictos en la Macrozona Sur, así como el aumento de la delincuencia y la crisis migratoria, junto a la crisis del modelo económico y social, marcarán su paso a la historia”.
Otro fracaso que anotar, para Jaksic, es que “tampoco logró alinear sus fuerzas partidarias. En un régimen presidencialista con minorías parlamentarias, el fuego amigo puede ser fatal”. No tuvo el apoyo de los partidos de su coalición, prosigue, que se jugaron por sus propias agendas, y él mismo no supo o no pudo liderarlas”. Debió, además, “lidiar con una derecha muy fragmentada, incluso hostil, con un segmento que no cree que la política sea un factor de alineamiento o de apoyo. En el pasado lo llamábamos ‘la fronda’”.
Concuerda Moyano en lo del “fuego amigo”. Y complementa: “A diferencia del rol que jugaron Aylwin, Frei y Lagos como los grandes hombres que resolvían y ordenaban las huestes partidarias (excluyo a Bachelet, porque tampoco logró ser un eje articulador de los partidos de su coalición), Piñera nunca fue capaz de lograr aquello”.
El estallido y después
Y si en el arranque de esta nota se invocaba la inminencia de un nuevo cambio de mando para Sebastián Piñera, cabe recordar la crisis sorteada para llegar a él. También, que esto tuvo varias derivadas, algunas expresadas hoy en el proceso constituyente y otras que podrían desplegarse en el tiempo que viene.
¿Cómo leer, entonces, su respuesta al 18-O? ¿“Entregó” Piñera la Constitución, como se le ha reprochado? ¿No le quedaba otra?
La rebelión de 2019, piensa Valdivia, “trasuntó una critica profunda y amplia al ‘modelo’ chileno, imposible de ser enfrentada con tecnocracia y gestión, pues requería de una perspectiva histórica y de reconocimiento del conflicto planteado. Tal desafío estaba fuera del alcance del Presidente Piñera”.
“No creo que Piñera haya entregado la Constitución”, opina, por su parte, Moyano: “Hubo una revuelta popular masiva, extensa, maciza, pluriclasista y pluripartidaria. Lo único que podía hacer era alcanzar un acuerdo con las élites políticas para que el conflicto se resolviera en esos términos y no terminara en una guerra civil. Era el camino que debía no sólo promover, sino también garantizar”.
A este respecto, aporta Fermandois algo que no hubo y que pudo haber: “A todos se nos fue el no haber impulsado un plebiscito con más reformas en 2005. Es cierto que, según encuestas, era una preocupación que ocupaba el último lugar entre los chilenos, pero se podía prever -por aquello de que la Constitución en sí misma juega un papel extraordinario, mágico, si bien estéril, en la imaginación de los latinoamericanos- que esto vendría, y [Piñera] debió haber aprovechado el terreno abonado por la expresidenta Bachelet”.
¿Y se verá modelada la visión histórica por las violaciones de DDHH en la revuelta, allí donde la primera gestión fue la de los “cómplices pasivos” y el cierre de Punta Peuco?
Piñera “no estuvo preparado para la contención de un tipo nuevo de protesta y tampoco para el control del orden público mediante un ejercicio legítimo del poder sin violación de los derechos humanos”, piensa Jaksic, para quien “el descontrol de la fuerza pública durante su [segundo] gobierno y la violencia por los dos lados durante el estallido quedarán grabados en la memoria política de nuestro país. Eso puede afectar la evaluación que se haga de su gobierno”.
Valora, eso sí, el profesor de la U. de Stanford y la UAI “el reconocimiento, por una parte significativa de la derecha representada por Piñera, de que la dictadura militar fue no solamente castrense, sino que contó con un importante sector civil que miró para otro lado cuando se cometieron los horrorosos crímenes que nos marcarán a los chilenos para siempre”. Más le habría valido a Piñera, piensa por su parte Fermandois, hablar de los “cómplices” en 1989, cuando pasó de la DC a RN, pues “en 2013 fue una frase aislada, leída como oportunismo en momentos de desmayo de la centroderecha “.
He acá “el aspecto más negativo de su gestión”, observa Pérez, uno en el que “tiró por la borda su capital político construido a través de su discurso de alejamiento del autoritarismo”. Porque, remata, “aunque en su primer gobierno tomó distancia de la derecha autoritaria, mirando al centro, una vez que los hechos históricos lo pusieron ante una disyuntiva, retomó el tronco autoritario”.
Lo expuesto hasta acá corresponde a miradas en busca de sentido. La investigación y el análisis seguirán su camino sin que nadie tenga, por suerte, la última palabra.
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