El adiós de Frederik de Klerk: el controvertido legado del último presidente blanco de Sudáfrica que liberó a Mandela
El Nobel de la Paz por propiciar el fin del sistema racista del apartheid, falleció hoy a los 85 años, dejando tras de sí un legado complejo, pero crucial en la historia de su país.
El que fuera el último presidente blanco de Sudáfrica, Frederik Willem de Klerk, falleció esta mañana en su hogar, en Ciudad del Cabo, a los 85 años. El líder que propició el fin del sistema racista del apartheid, puso en libertad a Nelson Mandela, pilotó la transición pacífica a una democracia sin segregación de razas y ganó el Nobel de la Paz junto a su más icónico enemigo, deja tras de sí un legado complejo pero crucial en la historia de su país.
La Fundación De Klerk informó que el exmandatario murió pacíficamente en su residencia en el suburbio de Fresnaye, luego de su lucha contra el cáncer de mesotelioma. La institución había anunciado el diagnóstico, un cáncer que afecta el tejido que recubre los pulmones, en junio. A De Klerk le sobreviven su esposa Elita, sus hijos Jan y Susan y sus nietos, según el comunicado.
El actual Presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, dijo que él y el gobierno estaban entristecidos, y agregó que De Klerk había desempeñado un “papel clave en el inicio de la democracia” en el país. Ramaphosa afirmó: “Tomó la valiente decisión (como presidente) de desbancar a los partidos políticos, liberar a los presos políticos y entablar negociaciones con el movimiento de liberación en medio de una fuerte presión en sentido contrario por parte de muchos en su electorado político”.
La Fundación Nelson Mandela dijo en una declaración separada que De Klerk estaría “para siempre vinculado a Mandela en los anales de la historia de Sudáfrica”. Sin embargo, la propia organización sin fines de lucro fundada por Mandela en 1999 para promover su visión de libertad e igualdad para todos, matizó su valoración sobre el legado del último presidente blanco de Sudáfrica.
“El legado de De Klerk es importante, pero asimismo desigual, algo que los sudafricanos están llamados a tener en cuenta en este momento”, indicó en un comunicado la fundación que lleva el apellido del primer presidente sudafricano negro, electo en 1994.
Familia afrikáner
Nacido en Johannesburgo en marzo de 1936, en el seno de una familia afrikáner, De Klerk era hijo del senador y ministro en varias ocasiones, Jan de Klerk. Estudió Derecho y en 1972 fue elegido diputado por el Partido Nacional, la formación que defendía los intereses de la comunidad afrikáner en Sudáfrica y había ido construyendo el apartheid desde 1948.
En las décadas siguientes, De Klerk ocupó carteras ministeriales, pero fue en 1989 cuando su liderazgo dentro del partido se consolidó, al imponerse sobre la fórmula de continuidad que el entonces presidente del país, Pieter Willem Botha (férreo defensor del apartheid), quería para oficialismo. Unos meses después de su elección como líder del Partido Nacional, Botha dimitió y ello catapultó a De Klerk a la Presidencia sudafricana, consignó EFE.
Para los líderes antiapartheid -como el propio Mandela, que le describía como un “enigma”- nada hacía pensar entonces que en aquel hombre pragmático y de partido iba a estar la llave de las reformas. “Los dirigentes del Partido Nacional normalmente oían sólo lo que deseaban oír en sus conversaciones con los líderes negros, pero el señor De Klerk parecía estar haciendo verdaderos esfuerzos por comprender lo que le decían”, explicó Mandela sobre su primera reunión con De Klerk, en diciembre de 1989, cuando aún estaba encarcelado.
El gobierno de De Klerk se consolidó en las elecciones generales de septiembre de ese año y, con ello, la legitimidad para iniciar las transformaciones que Sudáfrica, ahogada económicamente y aislada internacionalmente por sus políticas racistas, precisaba con urgencia.
A De Klerk, quien se desempeñó como presidente de Sudáfrica de 1989 a 1994, se le atribuye haber convencido a los miembros de su gobierno de que el apartheid ya no era una política gubernamental viable. El punto de inflexión llegaría el 2 de febrero de 1990, cinco meses después de su elección, cuando en un discurso ante el Parlamento anunció que Mandela, el encarcelado líder del Congreso Nacional Africano (ANC), sería liberado de la prisión, donde había estado durante 27 años. El anuncio electrizó a un país que durante décadas había sido despreciado y sometido a sanciones por gran parte del mundo por su brutal sistema de discriminación racial.
En la misma oportunidad, De Klerk levantó la prohibición de los partidos de oposición y anunció la liberación de los presos políticos. Las conversaciones comenzaron entre su gobierno liderado por el afrikáner y los partidos de oposición, incluido el ANC de Mandela. “La temporada de violencia ha terminado”, dijo en ese momento. “Ha llegado el momento de la reconstrucción y la reconciliación”.
Según The Wall Street Journal, la conversión de De Klerk se produjo al final de su carrera política. Había apoyado las políticas de “desarrollo separado” del apartheid, incluso defendiendo la segregación racial en las universidades durante su tiempo como ministro de Educación. Mandela también había expresado su frustración en ocasiones con De Klerk y con el fracaso de su gobierno para proteger a los negros que protestaban por el apartheid. Pero Mandela, en su autobiografía El largo camino hacia la libertad, describió a De Klerk como “no un ideólogo, sino un pragmático, un hombre que veía el cambio como algo necesario e inevitable”.
Trabajo con Mandela
Después de la liberación de Mandela, en febrero de 1990, ambos trabajaron juntos. Se aseguraron de que se llevaran a cabo elecciones democráticas pacíficas, supervisaron la redacción de una Constitución de transición y se unieron en el gobierno. En 1993, fueron galardonados conjuntamente con el Premio Nobel de la Paz. “Por su trabajo por un fin pacífico del régimen del apartheid y por sentar los cimientos para una nueva Sudáfrica democrática”, destacó el Comité Nobel Noruego sobre ambos.
En esa oportunidad, recuerda el diario El País, De Klerk aseguró satisfecho: “Hace cinco años la gente habría puesto en duda la salud mental de cualquiera que hubiera predicho que el señor Mandela y yo recibiríamos conjuntamente el Premio Nobel de la Paz”. Con una sonrisa cómplice hacia Mandela, De Klerk añadió: “Aquí estamos. Somos oponentes políticos, tenemos fuertes desacuerdos en muchas cuestiones claves y pronto lucharemos en una dura campaña electoral. Pero lo haremos, creo, en el marco de paz que ya ha sido establecido”.
En 1994, Sudáfrica celebraría finalmente sus primeras elecciones democráticas y multirraciales, con una victoria aplastante del CNA de Mandela (62,65 %). De Klerk, segundo con un 27,81% de los votos, pasaría a ser vicepresidente de Mandela dentro de un gobierno de unidad, tal y como se había acordado previamente.
La victoria de Mandela puso fin a 342 años de dominio blanco y a 46 de régimen de discriminación racial. “Nunca, nunca y nunca más esta bella tierra será escenario de la opresión de los unos sobre los otros y de la vergüenza de ser la oveja negra del mundo”, dijo Mandela tras su toma de posesión.
Desde el cargo de vicepresidente, De Klerk ejerció no sin fuertes tensiones con el célebre primer presidente negro de Sudáfrica. Se retiró en 1996 y, un año después, cuestionado también dentro su propio partido, dejó la política. “Renuncio porque estoy convencido de que es lo mejor para el partido y el país”, justificó. En el año 2000 creó la fundación que lleva su nombre para impulsar su trabajo por la paz y la defensa de su legado.
“Aunque no me retractaría de mis críticas, diría que él hizo una contribución genuina e indispensable al proceso de paz”, escribió Mandela. Más tarde pasó a decir en un discurso en la fiesta de cumpleaños número 70 de De Klerk, en Ciudad del Cabo, que estaba orgulloso de haber compartido con él algunos de los momentos históricos más importantes de Sudáfrica.
Evitar una “catástrofe”
En su mayor parte, De Klerk se mantuvo al margen de la política, comentando solo ocasionalmente sobre temas a través de sus diversas fundaciones. Estaba orgulloso del progreso del país desde las elecciones de 1994, pero advirtió que se requeriría mucho trabajo para mantener la democracia de Sudáfrica. “Quizás la principal lección que hemos aprendido de nuestra transición democrática es que el proceso nunca termina”, dijo en un discurso de 2011 en Oslo. “No es posible dormirse en los laureles e imaginar que alguna vez se han resuelto todos los problemas”.
En 2013, 20 años después de haber recibido el Nobel de la Paz, De Klerk estimó que su decisión había permitido evitar “una catástrofe”, sacar a los blancos de su “aislamiento y su culpabilidad” y permitir a los negros acceder a “la dignidad y la igualdad”. Como dijo en su discurso de recepción del Nobel en 1993, más de 3.000 personas murieron en hechos de violencia política en Sudáfrica solo ese año.
Según la BBC, muchos han culpado a De Klerk por no frenar la violencia contra los sudafricanos negros y los activistas antiapartheid durante su tiempo en el poder. Pero el principal partido de oposición de Sudáfrica, la Alianza Democrática, dijo que su contribución a la transición del país a la democracia no puede ser exagerada.
“Su decisión, dentro de un año de asumir la presidencia… de desbancar los movimientos de liberación, liberar a Nelson Mandela de la prisión, levantar la prohibición de las marchas políticas y comenzar el proceso de negociación de cuatro años hacia nuestra primera elección democrática fue un momento decisivo en nuestra historia del país “, señaló el líder del partido, John Steenhuisen, en un comunicado.
El año pasado, De Klerk se vio envuelto en una disputa en la que fue acusado de restar importancia a la gravedad del apartheid. Más tarde se disculpó por “objetar” sobre el asunto. El abogado de derechos humanos Howard Varney lo describió como un “apologista del apartheid”, destacó la cadena británica.
“En los últimos años, una generación más joven de sudafricanos, algunos alentados por políticos populistas, ha tratado de cuestionar los compromisos que acompañaron la transición de Sudáfrica a la democracia y ha argumentado que De Klerk y otros líderes del apartheid deberían ser considerados responsables de los escuadrones de la muerte que tenían por objetivo a miembros del movimiento de liberación”, comentó Andrew Harding, corresponsal de la BBC en Sudáfrica.
“De Klerk se disculpó por los elementos del apartheid, pero hasta su muerte todavía luchó por reconocer que las acciones del régimen del apartheid -tratar a millones de sudafricanos negros como ciudadanos de segunda clase, limitar su educación y desterrarlos a las ‘patrias’ negras- constituyeron un crimen contra la humanidad”, destacó Harding.
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