El joven Capote y el libro que definió su destino
Color local, original de 1950, se reedita en castellano por la editorial española Elba con una nueva traducción. Narra los viajes que el oriundo de Nueva Orleans realizó por Nueva York, Los Angeles, Haití, incluso España y Marruecos. Desde Chile se le puede conseguir por Buscalibre o en edición digital.
Cuando se publicó, Truman Capote contaba 26 años. Era 1950 y Estados Unidos recién había salido victorioso de la Segunda guerra mundial. Los muchachos de su generación se enfrentaban a un mundo postguerra que los esperaba con los brazos abiertos de la nueva sociedad de consumo y que pocos años después, al son de una canción que hablaba de rockear alrededor de un reloj, vería nacer un nuevo estilo de baile.
Pero por esos días de principios de la década, Capote tenía otras cosas en mente, como la publicación de su primer libro de no ficción. Color local, se llamaba, y el tiempo hizo que palideciera ante otros de sus títulos que le dieron prestigio, como A sangre fría, o Desayuno en Tiffany’s.
Pese a su juventud, Capote no era ningún neonato en cuanto a la literatura. Ya había publicado escritos de ficción. En 1945, apareció el cuento Miriam en la revista Mademoiselle, el cual llamó la atención de un editor, quien le propuso reunirlo con otros en una compilación. Surgió así Otras voces, otros ámbitos, que vio la luz en 1948. Al año siguiente, apareció la antología Un árbol de noche.
Aunque si hay algo que tienen los objetos culturales, es la posibilidad de tener una nueva vida. Y en este caso, Color local la tiene, pues acaba de reeditarse -en idioma castellano- a través de la española editorial Elba. Si bien, en nuestro idioma el volumen estuvo incluido en el libro Los perros ladran (Anagrama, 1999), Elba lo ha puesto en circulación con una nueva traducción, a cargo de Clara Pastor.
De Nueva Orleans a Tánger
“De Algeciras a Estambul”, canta Joan Manuel Serrat en ese himno inmortal llamado Mediterraneo, pero Capote no fue de de España a Turquía, sino que de Algeciras a Tánger, en Marruecos, cruzando el estrecho de Gibraltar. Para el oriundo de Nueva Orleans, la ciudad africana era “el lugar ideal para ir” si es que uno se encuentra huyendo de algo.
Aunque ese periplo entre España y Marruecos fue cuando Capote se decidió a cruzar más allá del charco, primero las crónicas pasaron por su país natal, así, Capote describe Nueva Orleans, Los Angeles (donde hace una parada por Hollywood), Nueva York, y posterior a eso se sumerge en el Caribe, específicamente en Haití.
En Nueva Orleans, Capote se detiene en esa cotidianeidad que siempre le atrajo, reflejado en la barra de un bar de mala muerte; y en la ciudad del estado de California tuvo la ocasión de visitar una mansión, de la cual dijo: ”Parecía el escondrijo ostentoso de un viejo contrabandista empeñado en demostrar que las cosas iban bien”.
En Nueva York, Capote conoció Manhattan y Brooklyn. De hecho, en la “Gran Manzana” fue becario y luego corrector en la revista The New Yorker, previo a su historiada pelea con el poeta Robert Frost. De la ciudad, Capote escribe en En Color local que es un lugar habitado por “la secta de los talentosos sin talento, demasiado perspicaces para aceptar un ambiente más provinciano, pero no lo bastante para respirar con soltura en ese otro ambiente que tanto anhelan. Así subsisten, alimentándose neuróticamente de la parte marginal de la escena neoyorquina”.
De todos modos, Capote viajaba siempre solo, y sobre eso apunta: “Viajar solo es desplazarse por un páramo. Pero si se ama lo suficiente, a veces llegas a ver por ti y también por el otro”.
El libro ya está para ser pedido desde Chile vía Buscalibre, y para quienes no tengan tanta paciencia, se encuentra en edición digital.
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