La historia oculta de la bochornosa visita de Salman Rushdie a Chile
En noviembre de 1995, y con la idea de cerrar la Feria del Libro de Santiago, el autor -que hoy se recupera de un ataque que sufrió hace una semana- vino al país, pero su visita fue muy accidentada. Fue retenido e incomunicado por Carabineros por el riesgo de un supuesto atentado contra él. Aquí, testigos de la época recuerdan con Culto esos días.
Parecía una película. No tenía nada que envidiarle al mejor filme de acción de Hollywood. Pero era Chile y era la vida real. Cuando el escritor británico Salman Rushdie puso un pie en la loza del aeropuerto Arturo Merino Benítez, en el primaveral 16 de noviembre de 1995, lo que vino después tuvo poco de colorido.
“Aparecieron varios furgones de Carabineros. Rápidamente desembarcaron miembros de las fuerzas especiales, armados con metralletas, y lo introdujeron en un helicóptero. Mientras esto ocurría, un doble de Salman Rushdie entraba en el auto blindado que se había dispuesto para protegerlo de un ataque terrorista. El vehículo salió velozmente del aeropuerto, flanqueado por ululantes motocicletas”, escribe el poeta Óscar Hahn en un texto llamado Salman Rushdie en Chile, publicado por el Centro de Estudios Públicos (CEP), en 2008.
Su presencia en nuestro país estaba agendada para cerrar la Decimoquinta Feria Internacional del Libro de Santiago, y además, presentaría su novela El último suspiro del moro. Sin embargo, todo se iría al tacho.
La presentación de Rushdie había sido cancelada por orden del ministerio del Interior. La autoridad tenía antecedentes de que la vida del escritor estaba en riesgo. Y unas declaraciones previas no ayudaron a mejorar el ambiente. “Uno o dos días antes que llegara Salman, el embajador de Irán en Chile había hecho una amenaza diciendo que no había que permitir que Rushdie hablara. Salió en toda la prensa de la época”, recuerda con Culto el escritor Arturo Fontaine, entonces director del CEP.
El origen de esa declaración del embajador estaba en la fatwa -o decreto- que el líder iraní, el Ayatola Jomeini, lanzó contra Rushdie, en febrero de 1989, y que al escritor le significó vivir prácticamente escondido durante una década. Todo por el libro Los Versos Satánicos, que a Jomeini no le gustó nada. “En el nombre de Dios Todopoderoso, deseo informar a los valientes musulmanes del mundo que el autor del libro titulado Los Versos Satánicos, compilado, impreso y publicado en oposición al Islam, al Profeta y al Corán, ha sido sentenciado a muerte”, rezaba la sentencia.
En 2021, el entonces subsecretario del Interior, Belisario Velasco, relató a este medio que tanto Carabineros como Investigaciones manejaban la información de un posible atentado con artefactos explosivos contra el autor. “Podía suceder algo saliendo del aeropuerto o en la Feria del Libro. Yo, según la Constitución, tenía que velar por la seguridad no solo del señor Rushdie, sino de todos los chilenos”, dijo.
Desafiar la fatwa
En la organización de la Feria estaba el escritor Carlos Franz, uno de los íconos de la llamada Nueva Narrativa Chilena, el grupo de escritores que publicaron célebres libros en los 90 y formados al alero del taller de José Donoso. Hoy, al teléfono con Culto, Franz todavía recuerda esos días de locura.
Comenta que Rushdie tenía un claro propósito en nuestro país. “Todo fue muy tenso y decepcionante, la invitación se había trabajado durante meses , y él había decidido aparecer ante un público masivo por primera vez en Chile. Así que iba a ser algo muy importante. Calculábamos unas 500 personas en la Estación Mapocho. Antes había dado charlas y conferencias pero con un mecanismo de seguridad en que el público era citado en un lugar, transportado en buses, cosas así”.
Franz cita un factor importante para poner en contexto la visita de Rushdie al Chile noventero. “Me parecía una oportunidad más para que el país se reintegrara en el circuito internacional, del cual había estado alejado hasta 1990 con la dictadura”.
Rushdie fue trasladado a una casa de seguridad de Carabineros, en calle Manuel Montt. Carlos Franz recuerda ese momento: “Fue muy desconcertante, fue peor todavía porque lo mantuvieron incomunicado, no lo dejaron hablar con nadie aquí. La primera llamada que pudo hacer fue a su agente en Londres, y desde allá empezaron a reclamar por esto”.
Después de haber pasado un par de horas incomunicado ahí, Rushdie pudo salir gracias a las gestiones del entonces embajador de Reino Unido en Chile, Frank Wheeler. “Él armó una cena en la embajada y consiguió autorización para que el gobierno permitiera la presencia de Rushdie. En esa comida estaba Antonio Skármeta, por el gobierno estaba también Mariano Fernández, ministro subrogante de Relaciones Exteriores, quien hizo una defensa diplomática, cautelosa y formal de la posición del gobierno de Chile”, recuerda Arturo Fontaine.
Fue en esa cena donde Fontaine conoció a Rushdie. “Ahí se produjo una discusión sobre el hecho, y me formé clara idea de que él quería desafiar la fatwa en Chile, y el gobierno chileno no lo permitió”. Osado, y ante el panorama que estaba viendo pasar ante sus ojos, Fontaine tomó la iniciativa y lanzó una idea para que el escritor pudiese hablar de todas maneras. “En ese momento, se me ocurrió ofrecerle el CEP como lugar para que él pudiera hablar en Chile. Él aceptó. Todo esto fue muy rápido”.
Posteriormente, Rushdie fue conducido a la viña Concha y Toro, donde estuvo resguardado y no pudo ver a nadie. “Eso debió ser gestión del embajador”, señala Fontaine.
Al día siguiente, 17 de noviembre de 1995, Salman Rushdie fue trasladado desde la viña Concha y Toro a Monseñor Sotero Sanz 175, en la comuna de Providencia. Ahí se encontraba la sede del CEP, donde Rushdie pudo dar una rueda de prensa. Sin embargo, Fontaine revela que recibió presiones para que la actividad no se realizara.
“Llegó el GOPE y un general de Carabineros a cargo. Me presionaron enormemente. Decían que ellos no podían garantizar la seguridad en la sede del CEP, que era un alto riesgo. Pero seguimos adelante y se produjo un diálogo, junto a David Gallagher y yo, al que asistieron muchos escritores, y luego una conferencia de prensa donde llegaron todos los medios. Esa fue la única rueda que pudo dar en Chile”, señala Fontaine.
Para la ocasión, se tomaron medidas de seguridad, recuerda Fontaine. “Los escritores convidados fueron recogidos en un cierto punto y de ahí se subieron a un bus y fueron dando vueltas, no sabían bien dónde iban. Más que nada, la idea era que no se supiera mucho dónde iba a ser el lugar del encuentro”.
En la ocasión, flanqueado por Fontaine y Gallagher, vistiendo un vestón gris, polera negra y un pelo desgreñado que le daba un aire a lo Allen Ginsberg, Rushdie se refirió a la espada de Damocles que pendía sobre su cabeza. “Mi propósito no ha sido insultar a nadie, sino tomarme la libertad que cualquier novelista se tomaría con las historias que elige narrar, sean inventadas por él o sacadas de una tradición no canónica. Yo no hubiera ocupado 550 páginas y cinco años de mi vida para insultar a alguien. Podría haberlo hecho en mucho menos tiempo”.
Carlos Franz fue uno de los que pudo departir con Rushdie. “Hablé con él después que lo liberaron. Estaba decepcionado, pero muy tranquilo. Después de haber pasado años encerrado y amenazado de muerte, esto tampoco era tan traumático. Él venía con la expectativa de poder hablar con libertad, no se pudo”.
“Me sentí prisionero en Chile”
Tras los aplausos, parabienes y abrazos de rigor tras la conferencia, parecía que eso era todo. Públicamente, la actividad en el CEP fue lo único que hizo Rushdie en esa visita a Chile. Sin embargo, sus correrías no terminaron ahí. Arturo Fontaine le hizo un convite difícil de rechazar.
“Después de esa rueda yo lo invité a mi departamento junto a un grupo pequeño de escritores. Estaban mis hijos, que por entonces eran muy pequeños, él se impresionó con el hecho de que hubiera puesto a mis hijos ahí, por la amenaza que se cernía sobre él en ese momento. Tomamos vino y comimos quesos”.
Fontaine tiene aún fresca en la retina la actitud que tenía Rushdie. “Él es un hombre que tiene mucho sentido del humor, es muy vital, muy alegre. No es para nada la imagen de la víctima seria, grave, acongojada. Es irónico, alerta y de una inteligencia asombrosa. Pese a todo lo que le pasó, se mostraba alegre, ingenioso”.
La jornada con los mostros y los quesos no fue lo último. “Después nos fuimos al fundo de Sara Crespo, la esposa de David Gallagher, ahí pasamos un par de días. De ahí se fue”.
¿Qué lo más impactante de todo? Arturo Fontaine comenta: “El contraste entre ese momento de debilidad del gobierno de Chile en comparación con el coraje de Rushdie y de los escritores y periodistas chilenos que fueron a solidarizar con él y desafiar la fatwa. Y esa era la posición del gobierno inglés por lo demás, hablé con el embajador para ver qué tipo de peligro real había, pero a Rushdie lo protegían los servicios de seguridad inglesa, porque el gobierno de Thatcher estimó que la fatwa era un atentado contra la libertad de expresión de un ciudadano británico”.
Hasta hoy, Carlos Franz se muestra decepcionado con los hechos ocurridos. “Fue un gran desaguisado, fue una gran metida de pata del gobierno de la época que se asustó con la venida de Rushdie. Creyeron que podía haber algún atentado y en lugar de proteger su derecho a la libertad de expresión, lo silenciaron, lo callaron. Quedó tan decepcionado que apenas salió de Chile, declaro en el New York Times: ‘Me sentí prisionero en Chile’”.
Posteriormente, Rushdie continuó su gira latinoamericana sin inconvenientes. Carlos Franz lo recuerda no sin cierto dolor. “Apareció en la FIL de Guadalajara ante 3.000 personas haciendo lo que nosotros habíamos soñado acá. Para mí fue muy decepcionante, era darse cuenta de todo lo que le faltaba a Chile para ser un país normal, libre, democrático”.
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