No sólo videoclips: cómo MTV nos cambió la vida
La cadena de videomúsica cumple 40 años este 1 de agosto no sólo bajo su leyenda asociada a los formatos audiovisuales; también cambió la forma en cómo escuchamos, sentmos y consumimos la música, estableciendo una era pop y moderna. Incluso en países como Chile, donde poco y nada supimos de su suceso en los 80.
MTV guarda en sus inicios el sino de toda buena idea que después estalla en leyenda: miradas de recelo, risas decreídas, portazos de ejecutivos que no le ven mucho destino, tibios resultados en un despegue donde todo casi se estrella contra el piso.
Pero el áspero origen no guardó relación con su esencia o su calidad como proyecto; tuvo más que ver con un escenario adverso donde la música reconvertida en artefacto audiovisual no conectaba con parte de la sensibilidad cultural y comercial de esos días, sobre todo en Estados Unidos. A fines de los 70, las empresas consultoras empezaron a tomar un rol clave en las radios de ese país, definiendo lo que el público quería escuchar en el dial, una suerte de rating donde los resultados tenían un carácter wurlitzer y casi siempre aparecían las mismas canciones, hits ya garantizados que acumulaban hasta 20 años replicándose en varias generaciones.
Por otro lado, no existía una estación de alcance nacional; por el contrario, todas funcionaban en estados o en zonas delimitadas, por lo que casi la mayoría apelaba a nombres de éxito garantizado, a vacas sagradas que no detonaban en el público ni esa mirada bajo ceño fruncido de “¿qué demonios estoy oyendo?”, ni el vaciamiento de audiencia que podía topedear las arcas comerciales.
Además, aún reinaban dos formatos tatuados a fuego en la piel del rock más clásico propio de los 70: los megaconciertos y los discos de vinilo. Led Zeppelin, The Eagles, Billy Joel, Fleetwood Mac o Pink Floyd montaban giras colosales y millonarias, mientras que sus álbumes se despachaban a velocidad de local de cómida rápida. De hecho, un porcentaje importante de las señales de EE.UU. estaban destinadas al rock clásico y tradicional, sin los acentos rupturistas que se estaban gestando en otras latitudes, partiendo por Inglaterra, o siguiendo por Latinoamérica y África.
Pese a la lejanía geográfica, en Chile la situación no era muy distinta. La Frecuencia Modulada (FM) había empezado su auge en 1972 y a fines de ese decenio tenía como radios líderes a Concierto y Carolina, las que también se remitían a amplificar una y otra vez los éxitos del circuito anglo, estandarizando un tipo de sonido y estética -desde la onda disco hasta el rock de estadios tipo Peter Frampton- que se amaba y se disfrutaba.
En ese contexto, ¿para qué inventar algo que rompiera el cascarón e interfiriera el refugio que daba buenos dividendos a todos?
Es cierto, quizás no era necesario, pero algo pasó. Llegaron los 80, las grandes bandas se separaron (Led Zeppelin, The Who) o se desmembraron (Pink Floyd), y el rock en EE.UU. terminó aburgesado y anquilosado de tanto atrincherarse. Todo sonaba más menos igual y, para calamidad de la industria, hasta las ventas de los discos empezaron a sucumbir, viendo como el oro puro se comenzaba a escapar entre los dedos.
Quien detectó con olfato que una nueva forma de promocionar la música podía generar frutos más frescos y renovados fue un hombre precisamente de la vieja guardia del rock. Y quizás no de la mejor, casi como si se tratara de una revancha frente al ninguneo de años anteriores: Michael Nesmith, miembros de The Monkees, conjunto mirado de forma perpetua como la reacción norteamericana endeble e irrisoria a The Beatles.
El músico en la última parte de los 70 realizó una serie de imaginativos registros con cámara para algunas de sus canciones en solitario, inspirado también en la serie de TV que tuvo junto a los Monkees en la década anterior, adornada con interludios que semejaban proto videoclips (tal como también lo hicieron The Beatles o los Stones).
La aventura audivisual de Nesmith llamó la atención en gran parte del país, pero él mismo se dio cuenta que no había un canal que pudiera rotar con regularidad sus trabajos en pantalla. Ahí se le ocurrió un programa llamado Popclips, que debutó en el canal Nickelodeon, propiedad de la compañía Warner Brothers.
Con los años, Nesmith ha dicho que la idea de Popclips también surgió a partir de proyectos televisivos en otros países, alejados de las grandes órbitas de la industria de la entretención (EE.UU. e Inglaterra) y que por esos años jamás verían pasar por sus escenarios a los peces gordos de la música popular, por lo que emitir videos era la única manera de hacer sentir al público cerca de los ídolos rockeros. Y, también, era un modo de levantar una cofradía en torno a los artistas, más allá de la generada por la radio.
Es probable que nunca haya tenido noción alguna del proyecto, pero uno de esos tantos programas fue Midnight Special, el revolucionario espacio chileno de Sergio “Pirincho” Cárcamo que hizo lo propio a partir de 1977. Y claro, en un país muy muy lejano.
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Cuando Popclips logró cierta resonancia, Nesmith le propuso a los ejecutivos de Warner implementar un canal que emitiera 24 horas de videomúsica. A regañadientes, los jefes aceptaron, pero bajo una condición: que fuera rentable y donde se exhibieran los videos de los más grandes.
El sábado 1 de agosto de 1981 empezó oficialmente MTV con las palabras “Damas y caballeros: rock and roll”, pronunciadas por John Lack -vicepresidente ejecutivo de la compañía- y reproducidas sobre imágenes de la primera cuenta regresiva del lanzamiento del transbordador espacial Columbia (que tuvo lugar a principios de ese año) y el lanzamiento del Apolo 11. La frase fue seguida por el tema musical original de MTV, compuesto por Jonathan Elias y John Petersen, reproducido sobre la bandera estadounidense, la que variaba para mostrar el logotipo de MTV en diversas texturas y tamaños.
Luego, a lo que vinimos. O al menos lo que la gente buscaba: los videoclips, con el ya legendario y simbólico arranque con Video killed the radio star, de The Buggles, y después You better run, de Pat Benatar. La carrera había comenzado, pero con los días Nesmith no estaba conforme.
El gran ideólogo sentía que el afán comercial impuesto desde más arriba había derribado sus anhelos artísticos, esa impronta de vanguardia con que pensaba dotar al maridaje de música + imagen. Renunció y dejó el proyecto andando, con un acertijo mayúsculo: MTV no llegaba a todo EE.UU. (sólo un 25% del país tenía en ese momento acceso al cable) y los grandes colosos que con sus videos podían hacer más rentable y atractiva la estación, la miraban con desdén o sencillamente no veían un beneficio sustantivo en ella.
¿Y qué pasa cuando los veteranos no creen en ti? Te unes a los de tu edad: ahí empezó parte de la verdadera revolución de MTV, más allá de la obviedad de los videoclips y de darle auge a un formato que transformaría la cultura popular. Sin apoyo ni dinero para que algunos grandes confiaran en su plataforma -y con una cultura del videoclip que al menos en Norteamérica era escasa-, la estación empezó a darle tiraje a una serie de nombres poco o nada conocidos en Estados Unidos, los que simbolizó el triunfo de sangre nueva y de talentos con ánimo transgresor que cambiaron al planeta musical completo.
Aquí estaba lo alternativo por fin derribando al viejo orden y, más aún, obligándolo a que corriera a sus pies: Pete Townshend o Mick Jagger se sumaron a la campaña promocional de la señal (aquella que tenía como lema “I want my MTV”).
De manera casual, la nueva era impulsada por MTV -¡e impulsada por uno de los Monkees!- se había hecho realidad.
Bandas de espíritu tan moderno como The Human League, Soft Cell o ABC comenzaron a aparecer con insistencia -vaya que les convenía la promoción-, para luego dar paso a otra camada de nombres como Duran Duran, Culture Club, Eurythmics y Wham! Hacia 1983, MTV logró que las ventas de discos volvieran a aumentar, en un 10%.
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Además, casi todos los grupos que consiguieron llevar a la gloria a MTV - y llenarse de gloria ellos- tenían una particularidad: eran ingleses. Eso sirvió para que la prensa hablara de una “segunda invasión británica” -homologándola a la de los 60- y para que el 35% de las ventas de álbumes en 1982 en EE.UU. correspondieran a músicos de Gran Bretaña.
Y que fueran de la isla no era un mero saludo a la bandera: al otro lado del Atlántico -gracias a The Beatles, Queen, David Bowie y muchos otros- gran parte de los artistas ya estaban habituados al videoclip como anzuelo para las masas. No sonaba como tecnología futurista de ciencia ficción. Sabían que debía enganchar desde un principio, tener cierto glamour, algunos toques de ambigüedad, presentar mundos de fantasía, resaltar algo de piel femenina y masculina; en definitiva, ser un cachetazo a los sentidos.
Por eso casi todos los videoclips de esos años semejan mini películas saturadas de estímulos, fórmula que luego llevarían a la cima Madonna o Michael Jackson. El artilugio incluso daba para ser hedonista y despuntar frivolidad, lo que la música se había permitido tan poco hasta ese instante: es cuando surge el concepto de pop precisamente asociado al videoclip, pero también a un modo plástico y evasivo de comprender la música.
Pocas veces una palabra tan breve había dividido tantas aguas. Para algunos, el demonio de peinados escarmenados y champán en un yate; para otros, la necesaria entretención que debe portar una expresión tan humana como la música.
Ese mismo sustrato hasta definió el sonido de toda una generación, trazado entre teclados, cajas de ritmo, sintetizadores, guitarras procesadas, voces distorsionadas y efectos sintéticos: después de todo, había que sonar tal como lo que se mostraba por la pantalla de TV.
Por esos años, los chilenos no supimos de MTV. Quizás los más enterados (algunos vinculados al circuito de la disquería Fusión), uno que otro con algún kilometraje de viajes foráneos o quienes podían acceder a revistas que informaban de ese invento donde podías observar maravillas. Pero, pese a distancia insular, todo aquello irradiado por el canal de videomúsica llegó hasta varios de nuestros músicos. Y también del resto de Latinoamérica.
La estética, la impronta visual y un sonido rico en colores fueron el disparador de Soda Stereo o Virus, pero también de Los Prisioneros y Aparato Raro. Bandas que tenían claro no sólo el peso de cómo sonaban, sino también cómo se veían. Creadores que ya no estaban dispuestos a guitarrear acordes de Deep Purple como de seguro debían haber escuchado en casa, sino que también querían despuntar el fascinante hechizo de las bandas anglo que poblaron los 80.
En resumen, comprendieron que la música ingresaba a su propia era de la modernidad. Y MTV, ni más ni menos que con la imagen de un astronauta en la Luna -el logro humano máximo-, era uno de sus grandes responsables.
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