La inserción de Boric en ojos de expertos en la región
A un año de su llegada a La Moneda, intelectuales, analistas y columnistas de América Latina entregan su visión a La Tercera sobre el desembarco de Gabriel Boric en la región. Si bien algunos mantienen sus dudas sobre el joven Mandatario, reconocen su apego a la tradición republicana de Chile, así como su condena a los abusos contra los derechos humanos en países como Nicaragua. Otros, en cambio, sostienen que ha tenido un papel diplomático “muy discreto” en el continente. E, incluso, lo consideran un rara avis en un convulso vecindario.
La sombra del Presidente
Por Enrique Krauze, historiador y ensayista mexicano
En su cuenta de Twitter, el Presidente Gabriel Boric recuerda a Albert Camus: “La duda debe seguir a la convicción como una sombra”. Cuando leí esa cita, quise pensar que Boric representaba la posibilidad de una izquierda capaz de dudar de sus férreas ideologías, de sus intolerancias y de su autoproclamada superioridad moral. Por fin, una izquierda moderna. Por eso vi con buenos ojos su candidatura, por eso celebré su triunfo.
Sigo pensando bien de Boric, pero con mayores dudas. Desde luego, no se ha apartado de la tradición republicana de Chile, tan excepcional en América Latina, aunque a veces los chilenos no lo ven así ni lo valoran.
Pero veo claroscuros y contradicciones en su política exterior. Por un lado, ha criticado de frente y con acierto los regímenes de Nicaragua y Venezuela, aunque no a Cuba. Octavio Paz solía decir que sin ver de frente la realidad cubana -es decir, la destrucción de Cuba a manos de Castro-, la izquierda latinoamericana no podrá consolidar un proyecto libre y propio. Boric podría dar ese paso (sin detrimento de señalar la responsabilidad histórica de Estados Unidos). Si no lo hace, la autocrítica de la izquierda, a estas alturas de la historia, seguirá pendiente. Y el mito de la revolución cubana seguirá lastrando su solidez moral y su imaginación social.
Por otro lado, Boric -sin ser populista- tiene una actitud blanda frente a los populismos. No tiene nada que ganar aliándose con AMLO ni con Fernández, que sólo en el papel y la demagogia pueden reclamar el ideario socialista. Y sin embargo los procura. No tiene nada que ganar junto a Pedro Castillo, y sin embargo lo defiende. Quizá Lula o Petro podrían representar convergencias mejores, más afines a una izquierda no autoritaria ni dogmática. Pero, en la circunstancia actual, esos líderes lidian con suficientes problemas internos como para preocuparse por la construcción de una nueva izquierda latinoamericana no populista.
Chile cuenta, Chile pesa en la historia latinoamericana. Y en el cincuentenario del Golpe de 1973 debe ser vanguardia de un proyecto progresista que no sea el populista ni el castrista ni el comunista.
Ojalá Boric relea a Camus y ese espíritu de rebelión en la libertad sea como su sombra.
Un papel diplomático muy discreto
Por Eliane Cantanhêde, columnista del diario O Estado de Sao Paulo
El Presidente Gabriel Boric es joven, tiene un buen currículum y experiencia política, pero el ambiente en Chile es visto con preocupación, ante todos los signos de descontento de la sociedad con los gobiernos, la política y el statu quo.
Con una caída en la popularidad y tantos problemas internos, Boric ha tenido un papel diplomático muy discreto en nuestro continente, donde el regreso del Presidente Luiz Inácio Lula da Silva para el tercer mandato en Brasil ha centralizado la atención.
Después de cuatro años de aislamiento de Brasil en el mundo, en América Latina y en la propia América del Sur, durante el mandato del expresidente Jair Bolsonaro, Brasil retoma su papel con sus activos naturales: mayor economía, mayor territorio y mayor población, ahora con la fuerza política y los canales internacionales que tiene Lula.
La expectativa es que Lula, luego de enfocarse en el Mercosur y reabrir el diálogo de Brasil con Venezuela, intensifique los lazos con Chile, un socio histórico estable y confiable. Lula y Boric tienen mucho de qué hablar, además de temas directamente bilaterales. Uno de estos temas, por cierto, es urgente: la violencia y la arbitrariedad en Nicaragua, que ofende a todos los que queremos paz, igualdad, justicia y democracia.
Un intruso en una región dividida y a veces envenenada
Por Ivan Briscoe, director del programa América Latina de Crisis Group
Mientras Boric indudablemente forma parte de la izquierda democrática latinoamericana y canalizó electoralmente el mismo descontento popular que Lula en Brasil, Petro en Colombia o Castillo en su momento en Perú, su política exterior se ha desmarcado de la de sus pares. No ha tolerado violaciones a las normas democráticas ni campañas represivas, aun cuando son responsabilidad de sus supuestos camaradas ideológicos.
Las críticas de Boric a la deriva autoritaria de Venezuela, la psicosis carcelaria de Ortega en Nicaragua o el autogolpe frustrado de Castillo le proporcionan un lugar especial en el reparto actual de gobiernos progresistas. Rechaza por completo la aplicación parcial y sesgada de valores como la democracia y los DD.HH. por ciertos gobiernos de izquierda, y su tendencia a priorizar la defensa colectiva en lugar de los principios fundamentales. Tampoco es populista. Tiene menos años que Bukele en El Salvador, pero no comparte su afán de poder, su fetichismo por los resultados inmediatos -cuesten lo que cuesten- ni su manía para ser “influencer”.
A la vez, visto desde fuera de Chile, Boric tiene rasgos de un político muchas veces más radical que otros gobiernos de la izquierda democrática. Su aliado quizás más cercano en la región es Petro, quien ha desplegado una política doméstica e internacional innovadora. Su visita a Santiago en enero, su declaración de intenciones compartidas y la participación de Chile en negociaciones con la guerrilla del ELN muestran diversas facetas de una afinidad inusualmente seria, dialogante, democrática y transformativa.
Los principios que no se venden y el objetivo de lograr cambios duraderos en la realidad latinoamericana demuestran un líder con voz distintiva. Pero a veces parece que las corrientes políticas y diplomáticas van en su contra. Se conoce claramente en América Latina el fracaso del proyecto de reforma constitucional original, y la caída en la popularidad del Presidente. Chile tampoco es un poder regional como Brasil o México. Los gobiernos autoritarios no tienen miedo de Boric, y su posición equilibrada durante el tumulto en Perú podría ser emblema de su independencia de espíritu o su rechazo a ser parte del “equipo”. Boric sería un político hecho para una época de construcción institucional. En una región dividida y a veces envenenada, parece un intruso.
En ningún lugar de América Latina es fácil gobernar
Por Cynthia Arnson, exdirectora programa América Latina del Wilson Center
El Presidente Boric ha sido prácticamente el único entre sus homólogos de la izquierda democrática en la región que defendió firmemente los derechos humanos en la región y condenó enérgicamente los abusos en lugares como Nicaragua. Si ha estado solo en su franqueza, es para su crédito. Es decepcionante, por decir lo menos, que en una situación tan extrema como la de Nicaragua, otros líderes de izquierda en la región hayan llegado “tarde a la fiesta”, ofreciendo la ciudadanía a los presos políticos recién liberados, o se hayan escondido detrás de la hoja de parra de la “no intervención” para evitar comentar en absoluto.
La posición consistente de Boric es admirable. Lo mismo ocurre con la invasión rusa de Ucrania, donde Boric ha sido inequívoco al condenar la agresión rusa y la violación de la soberanía de Ucrania, al tiempo que llama al diálogo para poner fin al conflicto militar.
Boric no es el único entre los líderes de izquierda latinoamericanos en respetar las instituciones de la democracia representativa. Pero la adhesión de Boric a los principios democráticos es especialmente admirable a la luz de importantes derrotas políticas, no sólo la pérdida del referéndum sobre la nueva Constitución de Chile, sino también el reciente fracaso en obtener la aprobación legislativa de una reforma tributaria que permitiría un aumento en el gasto social. Un demócrata menos comprometido habría buscado formas de eludir el sistema. Pero especialmente con respecto a la Constitución, Boric simplemente ha vuelto a la mesa de trabajo, apoyando un nuevo proceso menos ambicioso para redactar una nueva Constitución.
La región latinoamericana en su conjunto está fragmentada. A la luz de los enormes desafíos económicos que enfrentan los gobiernos, es comprensible que predominen las preocupaciones nacionales, no las regionales. Dicho esto, Chile sigue siendo un líder regional en temas de protección ambiental y transición energética verde. Y Boric ha adoptado (aunque tímidamente) esquemas de integración comercial como el TPP, al que se opuso anteriormente.
En ningún lugar de América Latina es fácil gobernar. Por desafiante que siga siendo la política interna de Chile, Boric se ha ganado el respeto internacional por su liderazgo y franqueza en defensa de la dignidad humana básica y la soberanía de las naciones.
Un líder de izquierda sin compañía
Por Michael Shifter, expresidente de Diálogo Interamericano
En el último año es difícil llevar la cuenta de la cantidad de referencias a la “nueva izquierda” en América Latina. Para muchos el término en parte significa que gobiernos de izquierda de hoy, a diferencia de los anteriores, estarían dispuestos a criticar otros gobiernos de izquierda que violan los derechos humanos. Así iba a ser la izquierda posmoderna. Ya sabemos que tal cosa no existe. Como suele pasar cuando uno pasa de generalidades a ejemplos concretos, la etiqueta carece de contenido. No refleja una tendencia regional, sino más bien un solo caso, el Presidente Gabriel Boric.
Es innegable que Boric se ha destacado como el único presidente latinoamericano de izquierda con una postura coherente con respecto a conductas autoritarias y abusos de los DD.HH. en la región. No ha dudado en criticar los regímenes represivos de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Lamentablemente, para los demás la ideología les pesa más que la realidad. Las declaraciones de Boric sobre la situación de Nicaragua, la más aterradora que América Latina ha vivido en más de tres décadas, han sido categóricas y desapasionadas.
Los presidentes populistas de México y Colombia, AMLO y Gustavo Petro, parecen atrapados en un túnel de tiempo y muestran reflejos de la (vieja) Guerra Fría. El tuit infame de Petro después de la derrota del referendo en Chile fue revelador. Mientras que AMLO es complaciente con barbaridades en Nicaragua y Venezuela, erróneamente acusa a Dina Boluarte de ser presidenta inconstitucional de Perú. En la política exterior de Argentina criterios ideológicos también dominan. El gobierno de Lula lleva poco tiempo, falta definirse. Aunque su postura podría ser más cercana a Boric, su partido, el PT, lo jalará en una dirección ideológica.
La voz equilibrada y ética de un líder de izquierda como Boric es crucial hoy en América Latina. Lástima que no está acompañado.
El valor potencial de la juventud
Por Brian Winter, editor jefe de Americas Quarterly
El gobierno de Boric ha inspirado una mezcla de reacciones en América Latina: curiosidad, admiración y, en ocasiones, cierta decepción. Por supuesto, lo primero que todos mencionan es la edad del Presidente, lo que representa un relevo generacional que ningún otro país ha logrado aún. En sus mejores momentos ha utilizado su juventud como un activo, iluminando el camino de una nueva izquierda moderna en las Américas, hablando con claridad sobre democracia y DD.HH. sin importar la orientación ideológica.
Esto se destaca en una región donde otros gobiernos hablan en voz baja sobre sus amigos, no sólo por simpatía ideológica, sino por la historia personal. Tomemos el caso de Lula en Brasil, quien conoce a Daniel Ortega desde hace más de 40 años y, por lo tanto, parece vacilar personalmente en condenar a su aliado de mucho tiempo, a pesar de que las circunstancias en Nicaragua han cambiado tan dramáticamente para peor. Esto ilustra el valor potencial de la juventud en las relaciones internacionales: puede permitir una honestidad arraigada en el momento presente, en lugar de condiciones del pasado que ya no son válidas.
Sin embargo, los gobiernos de la región también han observado otros casos en los que la falta de experiencia ha sido un lastre y han visto con consternación cómo el Presidente Boric ha sufrido derrotas como el plebiscito constitucional y un índice de aprobación relativamente bajo. Estos retrocesos han sido celebrados por los críticos más vehementes de Boric, quienes, curiosamente, tienden a ser de izquierda en lugares como La Paz, Caracas y Managua.
En el futuro, parece probable que el historial y la aprobación interna de Boric determinarán el grado de su influencia y la de Chile en el resto de la región. Pero también es importante señalar que quedan tres años en su mandato; una eternidad, especialmente para uno que es joven.
El republicano
Por Carlos Malamud, investigador principal de América Latina del Real Instituto Elcano
Muchos alertan del riesgo de que tras la llegada de Boric a La Moneda, Chile deje de ser el alumno aventajado de la región que desde el restablecimiento de la democracia en 1990 supo impulsar una transición política eficaz y un crecimiento económico sostenido. El colapso del proceso constitucional, con sus expectativas desmedidas, habría sido un paso más en el camino hacia ninguna parte.
Más allá de los riesgos que planean sobre la democracia chilena, su sistema político se asienta sobre firmes valores republicanos. En muchos países de la región hubiera sido impensable que un presidente de derecha y un candidato de extrema derecha felicitaran a un inexperto y treintañero Presidente de izquierda, más próximo a la extrema izquierda que a la socialdemocracia, aunque su experiencia en el gobierno ya lo obligó a cambiar el paso varias veces.
En América Latina, donde se suele desconocer el resultado de las urnas acusando del fraude a los otros, siempre el fraude es de ellos, aunque los nuestros gobiernen y controlen el proceso, es infrecuente una reacción como la de Boric admitiendo la derrota del Apruebo.
Su decisión de continuar con la reforma constitucional, en el marco de la Constitución y con amplio consenso político, confirma la presencia de los valores republicanos. Estos descansan en instituciones sólidas que resisten los embates del populismo y de otras corrientes iliberales (también presentes en la coalición gubernamental). Tampoco se debe olvidar el papel del Presidente en un escenario nacional, regional e internacional poco favorable a sus objetivos políticos y económicos reformistas.
En febrero, después de que la dictadura matrimonial de Ortega-Murillo privara de nacionalidad a 94 nicaragüenses, el Presidente Boric se solidarizó con ellos y tuiteó: “No sabe el dictador que la patria se lleva en el corazón y en los actos, y no se priva por decreto”, concluyendo: “No están solos”. Fue una clara excepción en el conjunto de presidentes autoproclamados progresistas, tras caer en el desprestigio casi absoluto el adjetivo bolivariano.
Luego, muchos revisaron sus actos, reaccionando más en sintonía con sus teóricos postulados. En buena medida, estas respuestas fueron forzadas por la actitud del Presidente chileno, que desnudaba miserias ajenas, y por la rápida reacción del gobierno español, luego seguida por el chileno y el argentino, otorgando la nacionalidad a los represaliados del neosomocismo. López Obrador, y su constante doble vara de medir, es un claro ejemplo.
La vulneración de los DD.HH. en Nicaragua, Cuba, Venezuela y El Salvador, sin olvidar a Ucrania, son temas recurrentes al valorar a los presidentes de la izquierda latinoamericana. Si bien se suele juzgar a todos con el mismo rasero, hay notables diferencias políticas, ideológicas y de edad entre ellos.
Precisamente aquí destaca Boric, sobresaliendo sus valores políticos por encima del pragmatismo acomodaticio de sus colegas regionales. Su estilo, incluso, es diferente al del colombiano Gustavo Petro. Por eso, y más allá de los graves problemas que tiene en casa, es un rara avis en el convulso territorio latinoamericano.
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