La sangre archivada de Sofía

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Sofía Bono Rodríguez

Nació en Chile hace 20 años y fue entregada en adopción a una de las familias españolas más populares, la del socialista José Bono. Hoy tiene prosperidad, formación y cariño. Y también la necesidad de volver a sus raíces.


Sofía no quiere saber quiénes son sus padres biológicos ni qué ha sido de ellos. Podría averiguarlo, se lo han ofrecido, pero no tiene ninguna curiosidad, ni ganas. No es resentimiento. Al contrario, dejarla en aquella casa de acogida de Providencia a los cuatro días de nacer lo asume como el mejor de los regalos, la oportunidad de dar con una familia adoptiva, la suya de hoy, que le ha llenado de cariño y abundancia. Lejos de su país de sangre, a 11.000 kilómetros, en otra nación, otra cultura y otro acento, pero extremadamente cuidada, preparada y feliz. “No los quiero encontrar”, afirma sin perder la dulzura, pero con una rotundidad que hiela: “Ni me ha llamado la atención saber por qué me dejaron. No tengo nada de rencor. Al revés, me han hecho un favor”.

Sí sabe que ella nació el 12 de octubre (el día de la hispanidad, otro antojo del destino, una premonición) del año 2000. Porque Sofía hoy es española, reparte sus noches entre Madrid y Toledo, y es la regalona de una familia influyente, potentada y famosa. Los Bono (o ‘los bonitos’, como deforma a su favor el grupo de WhatsApp por el que se mensajean), cuyo patriarca es el popular político español José Bono, a quien Sofía llama Páter y cuya firma lleva tatuada en su brazo derecho.

Aunque ya está jubilado (70 años), Pepe Bono sigue siendo carne de entrevista y una voz autorizada (y tan característica que la imitan y caricaturizan los Stefan Kramer hispanos) a la que acuden los programas de debate para pedir opinión. Socialista empedernido, fue presidente de la Comunidad Autónoma de Castilla la Mancha durante 21 años, ministro de Defensa de 2004 a 2006 y presidente del Congreso de los Diputados hasta 2011. La madre es Ana Rodríguez Mosquera (63 años), que de joven también formó parte del PSOE, pero lo dejó para convertirse en empresaria (gestiona varias tiendas de la firma de joyas Tous). Fue ella, en un viaje a India, cuando una mujer que la atendía le rogó de repente que se llevase a su hija, la que sintió la necesidad de adoptar. Inicialmente iban a realizar los trámites en Bolivia, pero les exigían quedarse tres meses. En Chile solo pedían uno.

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La primera foto de Sofía en manos de su madre adoptiva.

El imprevisto giro de guion de hace 20 años le ha permitido a Sofía cursar la educación secundaria en el internado Brillamont, un colegio exclusivo de Lausana (Suiza), y estudiar hoy su carrera en Londres. Primero Administración de Empresas, hasta que se cansó y lo dejó, y ahora Diseño de Interiores, recién concluido el primer curso de cuatro. No se ha emancipado todavía, pero tiene un departamento propio que arrienda, monta a caballo, ha recorrido medio mundo en sus vacaciones y empieza a acostumbrarse a que las páginas del papel couché se fijen en ella como la pequeña de un clan que la ha obligado a convivir con las cámaras y la exposición (al principio de mala gana) desde que recuerda. Habla cuatro idiomas (español, inglés, francés e italiano) y sabe de muchas cosas. Y además es elegante y divertida. Desconoce lo que habría sido de ella de seguir en Chile, pero lejos de allí hoy lo tiene todo.

O no. Porque siente que le falta algo, un viaje. La vuelta al origen. “Todavía tengo esa espinita clavada de no haber podido ir”, susurra. “Siempre he tenido un cariño a Chile. Yo soy de ahí, esas son mis raíces y he estado muy atada en ese sentido. Me siento ciento por ciento chilena. Soy parte de ellos, aunque no haya vuelto desde entonces. Para mí es una de las partes más importantes de mi vida, es el comienzo de mi historia”.

Un comienzo que duró solo tres meses y del que le queda todavía una secuela que no corrige: dormir siempre del lado izquierdo. Como mirando a la ventana que daba a la calle Darío Urzúa desde su cuna del C.T.D. Casa de Acogida para Lactantes, en Providencia. Así pasaba las horas, le han dicho. Allí la dejaron sus padres biológicos a los cuatro días de nacer y de allí la rescataron dos meses después los padres de la guarda que le asignaron: “Llegaron a Chile y se quedaron a prueba. Para ver cómo me cuidaban, por temas burocráticos y tal. Para poder realizarse la adopción tenían que estar seguros de que la familia que me adoptase me iba a cuidar bien. Estuvieron conmigo un mes. Y ya nos volvimos a España”.

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Recepción en el aeropuerto a Sofía a su llegada a España en 2001.

Paseos por los parques de Santiago, largas veladas en el Estadio Español y alojamiento en un apart-hotel de Las Condes completaron la breve vida en Chile de la recién nacida junto a sus padres adoptivos aquel mes de enero de 2001. Luego, al llegar a Madrid, la esperaban en el aeropuerto de Barajas sus nuevos hermanos: Amelia (casada con un hijo del cantante Raphael), Ana y José, 19, 18 y 16 años mayores que ella, respectivamente. Y con ellos, otras 30 personas, en una masiva recepción, como si llegara de ganar la Copa América, con pancartas, regalos y globos, cuya imagen no se cansa de revisar. Una memoria visual que le debe a su padre, a esa manía de fotografiarlo y grabarlo todo y a su costumbre de no acostarse nunca sin antes haberse encerrado en su despacho para grabar la bitácora de cada jornada, una especie de diario oral que hoy representa un jugoso archivo de la historia política española reciente y una impagable hemeroteca familiar.

Sofía tiene toda su vida registrada. También esos tres meses en Chile. La primera foto en brazos de mamá. El primer paseo. La carta que en su nombre les escribió a los papás de la casa de acogida. La respuesta de Páter (Pepe Bono se la enseñó al cumplir los 18 años)... Todo archivado por nombres, lugares y fechas. Ahí aparecen también instantáneas junto a tres chilenas muy especiales, Adriana Durán Córdova, Loreto Aguirre y Marcia Aguirre, quienes se ocuparon de ella en el centro benéfico: “Quiero ir a verlo. Es de las cosas más importantes que tengo pendientes. Ir allí. Conocer el Estadio Español. Hablar con mis cuidadoras. Solo las conozco por las fotos. Mi padre sí ha hablado con ellas en alguna ocasión. Y cuando vaya las quiero conocer. Y me gustaría recorrer Chile entero, de punta a punta. Me muero de ganas”.

Suena como un deseo, pero en realidad es una promesa. Se la hizo José Bono cuando Sofía cumplió 16 años. Fijaron entonces el viaje para cuando cumpliera 18 y ya van dos de retraso. “La pandemia nos lo aplazó todo, pero va a ser el primer plan que hagamos en cuanto el coronavirus nos deje”. El itinerario lo tiene diseñado el padre, el principal responsable de que Sofía hoy tenga el ‘ceacheí’ en la vena. “De pequeña me contaba cuentos chilenos y me ponía todo el rato canciones chilenas, “Gracias a la vida”. Y en todos mis cumpleaños me hace un video o un cuadro con un montón de fotos. Y nunca faltan de Chile. Y también me ha hablado un montón del tema político allí. De Allende y Pinochet. Cuando vayamos quiere enseñarme todo”.

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La familia Bono y las cuidadoras en la casa de acogida en Providencia.

Pese a la influencia paterna, Sofía no tiene intención de seguir por la senda de la política (“y si lo hiciera, menudo disgusto le daría; no quiere que pasemos por lo que él ha pasado, el linchamiento de los contrarios”). Tampoco tiene intención de dedicarse a las joyas, el sector en el que ha trabajado su madre. Su idea es montar su propio estudio de diseño de interiores. O tal vez no: “Los negocios me encantan. Me gustan muchas cosas. Tengo un abanico muy grande de posibilidades y no me quiero cerrar. Hoy mi sueño es ese, pero mañana tal vez cambie”.

Es curioso que hasta se parece físicamente a sus padres adoptivos (están separados desde hace 12 años, pero pasan las navidades y los viajes vacacionales juntos: “Tienen una relación maravillosa; me han enseñado que desde el respeto y la amistad unos divorciados se pueden llevar bien”). No se descubren contrastes en las fotos de familia. Sofía es Bono Rodríguez hasta en la fisonomía. “Me hace gracia la cantidad de veces que me dicen que soy igualita a mi padre. Yo creo que son las expresiones las que nos igualan”. Pero nunca ha escondido su condición. “Sin saber lo que era la palabra adopción, yo ya decía: ‘Hola, soy Sofía, y soy adoptada’. Me lo inculcaron desde pequeña de una manera muy natural. Mucha gente lo tiene como un tema tabú y hay amigos que me reconocen que nunca se han atrevido a preguntarme. Pero para mí es algo de lo que sentirme orgullosa. Cuando algún niño me decía ‘ah, eres adoptada’, no me hería. Yo contestaba ‘a mucha honra, yo encantada’. A mí es que siempre me ha parecido algo súper bonito y mi historia me parece preciosa. Jamás me he sentido mal, jamás me he sentido menos parte de mi familia por ser adoptada, por no ser de la misma sangre. Lo he llevado como una bandera”.

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Y hoy que tiene una activa vida en Instagram, y que su historia se conoce, a la pequeña de los Bono le sacan el tema: “Una señora me escribió para decirme que quería adoptar, pero que tenía miedo. Le habían dicho que el niño nunca se iba a sentir de la familia, que iba a fracasar escolarmente, pero que la imagen de mi familia le daba esperanza. Yo le contesté que eso no iba a pasar. El único consejo que le di es que se lo explicara desde pequeñito. Adoptar es uno de los actos de amor más bonitos que puede hacerse por una persona”. Sofía tiene su público. También la contactan algunas marcas, que le hacen regalos para que promocione sus productos. Pero no se proyecta como instagramer: “Me gusta subir lo que quiero cuando yo quiero y no sentirme presionada de ‘tienes que publicar tanto’. Y luego también hay gente que se mete conmigo. No me lo quiero tomar muy en serio por eso”.

A la veinteañera santiaguina le sale espontáneo pronunciar ‘coño’, el garabato que se les adjudica invariablemente a los españoles, pero no reniega del ‘cachái’. Al contrario: “No tengo nacionalidad chilena, pero podría. Muchas veces me he planteado tenerla, porque para mí es una parte muy importante de mi vida. Es mi comienzo. Aunque fue muy corto, es algo que está ahí. Me encantaría. Para mí es un orgullo de donde vengo”. Asegura que siente un pellizco de emoción cuando ve la bandera chilena.

Sofía tiene decidido concretar su cariño en forma de tatuaje. “Pero me lo quiero hacer directamente allí, cuando vaya”. Será la culminación de un viaje por el que siente más que ganas, necesidad. El reencuentro con sus raíces, sus comienzos y la canción “Gracias a la vida”. La mirada atrás de una chilena que nació dos veces hace 20 años para saltar del Sename a una vida de ensueño.

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