Michael Sandel: “Las élites liberales deben reflexionar sobre su contribución al actual descontento”
Para el filósofo político estadounidense, autor de El descontento democrático, la crisis que atraviesa hoy la democracia es en parte responsabilidad de la élite de centroizquierda, que cuando fue gobierno, en lugar de enfrentar los problemas estructurales de la desigualdad, le prometió a los trabajadores que el camino del éxito pasaba por la universidad y que si no lo lograban era culpa de ellos. “Eso contribuyó a generar la rabia a la que Trump y otros populistas apelan”, sostiene.
En 1996, Michael Sandel publicó El descontento democrático. A pocos años de la caída del Muro de Berlín y el posterior colapso de la Unión Soviética -cuando aún resonaba El fin de la historia, de Francis Fukuyama, y la democracia liberal parecía vivir sus años de gloria-, pocos prestaron realmente atención a las advertencias del filósofo político estadounidense y académico de la Universidad de Harvard. Hoy, sin embargo, 27 años después, prácticamente nadie pone en duda que las democracias liberales atraviesan una crisis y que existe un creciente descontento. Por eso, Sandel decidió desempolvar sus apuntes y actualizar su ya clásica obra, cuyo título hoy resuena distinto.
“Hace 30 años, era mediados de los 90, la Guerra Fría había terminado y parecía que reinaban la paz, la prosperidad y el crecimiento económico”, recuerda hoy el autor estadounidense, devenido en una suerte de rocks star de la filosofía –como lo describió un reciente artículo del diario español El País- al analizar las razones de por qué decidió reeditar el libro. “Sin embargo, bajo la superficie me pareció que había dos fuentes de creciente descontento, una era el sentimiento de muchas personas de que no eran escuchadas y, segundo, la sensación de que el tejido social se estaba desarmando”, dice en esta entrevista con La Tercera desde su casa en Boston.
Y ¿esas son las mismas razones que explican la situación actual?
El descontento democrático se ha vuelto más agudo y más evidente. La pérdida del autogobierno, esa sensación de no tener nada que decir en la toma de decisiones, se ha profundizado. Las personas están frustradas con la política y dudan de sus posibilidades de participar en la toma de decisiones. Por eso, creo que las dos tendencias sobre las que escribí hace tres décadas simplemente se han agravado.
¿Por qué los gobiernos no tomaron atención a esos problemas?
Los gobiernos no escucharon esos problemas ni respondieron a ellos. Al contrario, las élites en el poder en las pasadas tres décadas abrazaron la versión de la globalización neoliberal, guiada por las finanzas y el mercado que llevó a profundizar las desigualdades. Esa versión de la globalización, es verdad, sí produjo crecimiento en muchos países, pero las ganancias de ese crecimiento no fueron correctamente repartidas, llegaron principalmente al 10% o 20% de la parte alta de la población, mientras los trabajadores comunes y corrientes y las clases medias perdieron terreno. No sé los números en Chile, pero en Estados Unidos por casi cinco décadas los ingresos de los trabajadores retrocedieron o no avanzaron en términos reales. Los ingresos reales estuvieron estancados por casi cinco décadas, y esto es porque hubo enormes ganancias obtenidas por las personas en la parte alta de la población. Esto generó resentimiento y no sólo por la desigualdad económica, sino también por la creciente desigualdad en términos de estima social y reconocimiento. Al mismo tiempo las élites asumieron una orientación tecnocrática hacia la política, presentando la nueva economía y los nuevos arreglos económicos no como un tema debatible, sino como datos de la naturaleza. No debatimos sobre estos temas, simplemente nos adaptamos.
Usted habla de estima y reconocimiento, pero ¿por qué la democracia debería entregar a las personas autoestima, es esa una responsabilidad de la democracia o es algo que cada uno debe buscar?
Es interesante el punto, porque uno puede pensar que la autoestima es un asunto que depende de la actitud de cada individuo. Pero yo distinguiría entre autoestima, que es el término que usted usó, y estima social o reconocimiento social. Porque, ya sea que hablemos de autoestima o de estima social, no es posible sentirse orgulloso y respetado, a menos que la vida social ofrezca una base para ese respeto y esa estima. Déjeme darle un ejemplo sobre cómo la autoestima está conectada con el reconocimiento y la estima social. Una de las cosas que han cambiado durante las últimas décadas es el creciente rol de las finanzas en la economía en cuanto a porcentaje del PIB y porcentaje de las ganancias corporativas. Pero en las últimas cuatro décadas la mayoría del crecimiento en las finanzas no fue productivo, sino que especulativo, especulando sobre el valor futuro de activos ya existentes, algunos sintéticamente creados para el fin de la especulación. ¿Cómo se conecta esto con la pregunta sobre el reconocimiento y la estima social? Porque una enorme cantidad de dinero y de estima social fue dirigida hacia los inversionistas de Wall Street, hacia los corredores de Bolsa o los gerentes de bancos de inversión. Se hicieron programas de televisión, películas. En la cultura popular se valoraron sus actividades, mientras el trabajo en el sentido tradicional, el ir a trabajar cada día ya sea a servicios o a una fábrica o a la agricultura, ese respeto al trabajo en el sentido tradicional, se erosionó. Hemos celebrado tanto las ganancias de las personas en la industria financiera que eso tuvo un efecto desmoralizador en la dignidad del trabajo y en el respeto hacia aquellos que no tienen un grado profesional o grandes credenciales o acciones, pero que no obstante hacen grandes contribuciones día a día a la economía y al bien común.
Un economista podría decir que el pago que reciben esos trabajadores responde al valor económico de ese trabajo de acuerdo con el consenso económico existente. ¿Cómo se cambia eso?
Usted usó una frase interesante en esa pregunta, “el consenso de la economía dice que esa es la forma en que funciona”, y cuando usted habla del consenso de la economía está en lo correcto, pero lo que el consenso de la economía realmente significa es el veredicto del mercado. Y tiene razón, asumimos muy fácilmente que el dinero que las personas ganan es la verdadera medición de su contribución a la economía y al bien común. Pero necesitamos cuestionarnos esa suposición. Si eso es verdad, si el mercado del trabajo y el pago es la verdadera medida del valor, entonces deberíamos concluir que el valor social de un gerente de un fondo de inversión es dos mil veces mayor que el de un profesor o una enfermera o un médico. Incluso a los más comprometidos economistas del laissez faire les costaría mucho defender esa idea. ¿Realmente creemos que si estamos hablando de valor social, los gerentes de fondos de inversiones son más valiosos? Durante la pandemia no recuerdo a nadie diciendo que los gerentes de fondos de inversión eran trabajadores esenciales. Debemos recuperar del mercado el juicio moral sobre qué realmente es una contribución valiosa a la economía y al bien común.
En esta discusión sobre el descontento democrático surge también el tema de los populismos y del avance de los sectores de derecha más dura. Hoy vemos que son esos sectores los que mejor conectan con la clase trabajadora, un sector que históricamente estaba asociado a la izquierda. ¿Por qué cree que ese sector conecta hoy tan bien con las clases trabajadoras?
Es verdad, históricamente la base de apoyo del progresismo era la clase trabajadora. Esto era verdad en Estados Unidos con el New Deal de Franklin Roosevelt. La clase trabajadora votaba por los demócratas y el Partido Republicano parecía ser el partido de los ricos, de los privilegiados y de las corporaciones. A fines de los 90 y comienzos del 2000 este patrón comenzó a ser revertido, no sólo en Estados Unidos, sino también en Europa, donde los partidos de centroizquierda se volvieron los partidos de las clases profesionales y bien educadas y el Partido Republicano, especialmente con Trump, se volvió un partido que atrajo a la clase trabajadora. Una cosa similar vimos en Gran Bretaña con el voto por el Brexit, que mayoritariamente fue un voto de aquellos sin un grado universitario. Eso pasó también en Francia y algo similar sucedió en Alemania. Creo que hay una explicación para esto, al menos en Europa y Estados Unidos. El apoyo de aquellos sin una educación universitaria a los partidos populistas de derecha se debe a que estos movimientos apelan a la política del resentimiento y la humillación. El resentimiento y la humillación de trabajadores que sintieron que no fueron respetados por elitistas educados. Esto tiene que ver, además, con el hecho de que la respuesta a la desigualdad dada por los partidos de centroizquierda no fue enfrentar los problemas estructurales de esa desigualdad, sino ofrecerles a los trabajadores un valioso consejo. Los políticos y los partidos les decían esto: si quieres competir y ganar en la economía globalizada anda a la universidad, lo que ganas depende de lo que aprendes, lo puedes lograr si tratas. Les ofrecieron, como una respuesta a la desigualdad, la promesa de la rápida movilidad social a través de la educación superior. Lo que estas élites no vieron fue el insulto implícito en ese consejo y el insulto era este: si no vas a la universidad y terminas luchando por sobrevivir en la nueva economía, tú serás el culpable de tu fracaso. Esto se suma al insulto y la herida causada por el estancamiento de los sueldos y la desigualdad. Creo que esa es una razón de por qué mucha gente sin grado universitario siente rabia y resentimiento hacia los partidos de centroizquierda y hacia las élites.
¿Cree que las políticas identitarias también han contribuido a alejar a sectores populares de los partidos de izquierda?
Es un factor adicional, en especial porque ha distraído a las élites tradicionales y a las clases profesionales de abordar las desigualdades, las desigualdades económicas. Muchos demócratas que fueron golpeados por la elección de Donald Trump en Estados Unidos, porque nunca pensaron que eso podía ser posible, lo explicaban de forma muy simplista. Según ellos, eso demostraba que las personas responden cuando se apela al racismo, a la misoginia, al sexismo. Muchos de los votantes de Trump eran, como dijo Hillary Clinton, un canasto de deplorables. Hay algo de verdad en esto, Trump apeló al racismo y sus políticas antiinmigrantes tenían un componente xenófobo, no estoy menospreciando eso, pero para el Partido Demócrata, para las élites liberales, al decir que es sólo por el racismo y la xenofobia, están evitando su propia reflexión autocrítica y, en particular, su compromiso con la desregulación financiera que fue parte de las políticas neoliberales. Estas contribuyeron a la desigualdad que llevó a generar la rabia a la que Trump y otros populista apelan. Es muy fácil como explicación y lleva a las élites liberales a ser autocomplacientes y a no reflexionar de manera crítica sobre si sus propias políticas tienen algo que ver con la condición en que nos encontramos ahora. Una de las razones para escribir esta nueva edición de El descontento democrático es motivar a esas élites liberales a reflexionar críticamente sobre su contribución al actual descontento.
¿Cómo ve la democracia en Estados Unidos y lo que pueda pasar en las elecciones del próximo año, es pesimista u optimista?
Desafortunadamente, creo que el futuro de la democracia en Estados Unidos está en entredicho, no diría que está en riesgo, pero sí diría que está en cuestión por las siguientes razones. Si Trump, pese a las acusaciones en su contra, pese a que promovió un ataque al Capitolio el 6 de enero de 2021, pese a todo eso, gana la próxima elección, creo que la democracia estará en riesgo, porque ha mostrado que no tiene ningún respeto por los límites constitucionales o las normas democráticas. Hoy es muy difícil predecir siquiera si va a obtener la nominación republicana o si va a ser elegido si gana esa nominación, pero diría que hay nubes sobre el futuro de la democracia de Estados Unidos.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.