Pinochet y Perú: Cuando la guerra era “inminente”
Un libro de los historiadores Sebastián Hurtado y Joaquín Fermandois aborda los conflictos entre las dictaduras militares sudamericanas en los años 70. El peligro de un conflicto bélico entre 1974 y 1976 fue abordado en esta investigación a través de documentos inéditos obtenidos en los archivos de Chile, Brasil, Argentina, Reino Unido, Alemania y EE.UU. “La evidencia documental permite reconstruir la historia más detalladamente”, plantea Hurtado.
En junio de 1976, 23 ministros de Relaciones Exteriores del continente -a excepción del representante de México- participaron en la VI Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Santiago, “en el Chile de Pinochet”, como consignó el diario español El País en aquel momento. En plena Guerra Fría, la región sufría un momento de alta tensión, en especial en el cono sur, dominado por dictaduras militares. De hecho, apenas dos días antes de la reunión de la OEA, el exgobernante de Bolivia, Juan José Torres -derrocado por Hugo Banzer en 1971-, había sido asesinado en Buenos Aires. Pero las complejidades regionales también se palpitaban entre cuerdas. Chile y Perú llevaban un par de años mostrándose los dientes: una guerra entre ambos países podía ser inminente. Ese fue precisamente el tema de conversación que sostuvo Henry Kissinger, entonces secretario de Estado de EE.UU., con Pinochet. Al intentar ponderar cómo actuaría Washington si eventualmente Chile lanzaba un ataque preventivo contra su vecino, el general chileno preguntó:
-Asumiendo lo peor, es decir, si Chile es el agresor, Perú se defiende y luego nos ataca a nosotros ¿Qué podría pasar?
Kissinger intentó evadir la pregunta, pero dio a entender que la respuesta diplomática de Washington dependería de qué país fuese el agresor. Con reservas, le dijo que Estados Unidos apoyaría a Chile si Perú comenzaba la guerra. En aquel momento, el régimen militar también evaluaba la posibilidad de que Perú, dirigido por el general Francisco Morales Bermúdez, atacara con el apoyo de tropas cubanas. Kissinger respondió entonces:
-Una guerra entre Perú y Chile sería un asunto complejo, pero (ante) una guerra entre Cuba y Chile u otros, no podríamos ser indiferentes”.
Este diálogo forma parte de una exhaustiva investigación llevada a cabo por los historiadores Sebastián Hurtado y Joaquín Fermandois, de la Universidad San Sebastián, plasmada en un libro que lleva por título An International History of South America in the Era of Military Rule: Geared for War, de editorial Routledge. Por ahora el libro solo estará disponible en inglés, en formato físico y digital, pero el próximo año se publicará en español.
Para narrar la trama de la posible guerra entre Chile y Perú en los 70, pero también las tensiones entre el resto de los países de la región, los autores buscaron documentos históricos en Argentina, Brasil, Chile, Alemania, Reino Unido y Estados Unidos. En los archivos del hemisferio norte, Hurtado y Fermandois encontraron información valiosa e inédita sobre Chile, Perú y otras naciones de la región.
“La evidencia documental permite reconstruir la historia más detalladamente”, plantea Hurtado. “El momento más crítico para una posibilidad de conflicto entre Perú y Chile en los 70 depende de la fuente a observar. Nosotros sabemos que en la primera mitad de 1974 el gobierno militar chileno estaba muy preocupado por la posibilidad de un ataque militar peruano y ordenó algunas formas de movilización de reservistas y de preparación de la frontera, es decir, minar parte de esa zona. Querían anticiparse a un posible ataque peruano”, apunta el historiador.
En aquel entonces, políticos, oficiales y diplomáticos sudamericanos, europeos y estadounidenses, pensaban que el régimen militar peruano tenía intenciones de atacar Chile, en un intento por recuperar parte de lo que había perdido durante la Guerra del Pacífico. La dictadura de Banzer en Bolivia estaba al tanto de esto e intentó sacar su propio provecho, mientras que Argentina casi va a la guerra con Chile en 1978.
“La tensión entre Chile y Perú en 1974 era palpable”, señala el libro. Por un asunto ideológico, a Velasco no le agradaba Pinochet, aunque aceptó que en junio de 1974 Gustavo Leigh, jefe de la Fuerza Aérea chilena, visitara Lima para apaciguar los ánimos. Tras el viaje, el canciller chileno Ismael Huerta se reunió con el embajador de EE.UU en Santiago y le comentó que el viaje de Leigh había ayudado a mejorar “la atmósfera de las relaciones entre Chile y Perú”. No obstante, le dijo que aún había muchas razones para preocuparse, dado que Lima había adquirido “tanques soviéticos (T-55) que se encuentran desplegados en el sur de Perú y que están adecuados para la guerra en el desierto, pero el desierto está en Chile, no en Perú”.
A tal nivel llegó la tensión entre la dictadura chilena y el “gobierno revolucionario de la Fuerza Armada en Perú”, que el libro hace referencia a una arenga de mediados de 1975 -revelada en su momento por la historiadora Patricia Arancibia-, atribuida al general peruano Juan Velasco Alvarado: “Soldados, solo después de que sus botas pisen el suelo sagrado de Arica, podremos decir: coronel Bolognesi, ahora puede descansar en paz”. Francisco Bolognesi murió en el campo de batalla en Arica durante la Guerra del Pacífico y es considerado como uno de los mayores héroes militares en Perú.
“En agosto de 1975 Velasco Alvarado fue derrocado por Morales Bermúdez, que tenía una posición más moderada respecto de Chile. Las potencias del continente, Estados Unidos y Brasil, temían una guerra en ese momento”, apunta Hurtado. Además de los tanques de la URSS, Perú contaba con Mirage franceses. Según el gobierno peruano, Lima adquirió este armamento porque Washington se había negado a venderles armas.
El rol de Bolivia
La posible guerra entre Chile y Perú fue recibida con preocupación extrema en La Paz. En más de una ocasión, el régimen de Banzer manifestó que un conflicto entre sus vecinos era algo inevitable. Citando a Velasco, Banzer le dijo a William Rogers -alto diplomático estadounidense-, que éste pretendía “recuperar el territorio perdido de Arica”, mientras que Pinochet había dicho, también delante de él, que Chile lucharía “hasta el último hombre para preservar su territorio”.
Banzer, un general derechista -tal como Pinochet- veía a Velasco con temor y desconfianza. El dictador boliviano estaba tan convencido de una guerra inminente entre Chile y Perú que reforzó su frontera. “Para Hugo Banzer se abrió la posibilidad de tener soberanía en el Pacífico, al norte de Arica, como resultado del interés que tenía Pinochet y los militares chilenos de atraer a Bolivia a una órbita chilena y además eliminar el límite fronterizo entre Chile y Perú. Poner una faja de tierra, de soberanía boliviana, entre el límite norte de Chile y el límite sur de Perú, hubiese puesto una dificultad más en las intenciones de Perú de eventualmente atacar Chile en algún momento”, sostiene Hurtado.
El 8 de febrero de 1975, Pinochet llegó a la estación de trenes boliviana de Charaña, donde se reunió y se fundió en un abrazo con Banzer. El acuerdo entre ambos permitía el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, rotas en 1962, y el diseño de una propuesta para solucionar la salida al mar para Bolivia. Para Pinochet significaba, además, situarse en una mejor posición frente a las intenciones bélicas de Perú, mientras que Bolivia al fin podría recuperar parte de su litoral. Eso sí, ambos países dependían del Tratado de 1929, que estableció que cualquier transferencia de un antiguo territorio peruano a un tercer país debía ser visado por Lima.
El 22 de diciembre de 1975, Banzer se dirigió a los bolivianos, a quienes les comunicó que el diálogo con Chile para una salida al Pacífico estaba dando frutos. “Pinochet sabía que esa situación ponía al régimen peruano en un escenario complejo”, plantean los autores. Banzer quiso involucrar a Estados Unidos en el acuerdo, pero Kissinger no estaba para nada entusiasmado.
“Temor de guerra”
Cuando la estrategia de la dictadura chilena respecto de Perú comenzaba a tener cierto efecto, ocurrieron otros hechos que provocaron nuevos vientos de guerra. En agosto de 1975, un grupo de oficiales ecuatorianos intentó derrocar al general Guillermo Rodríguez Lara, en el poder desde 1972. Rodríguez le había abierto la puerta al exilio chileno en Ecuador y poseía cierta afinidad ideológica con los militares peruanos.
Según la investigación de Hurtado y Fermandois, algunos oficiales del Ejército ecuatoriano pensaron que la acción había sido alentada por Pinochet. De hecho, surgió una versión de que un auto de la embajada de Chile esperó cerca del palacio presidencial al general González Alvear, líder golpista, cuando la asonada militar fracasó. Rodríguez Lara y otros oficiales asumieron que Chile estaba involucrado en esas acciones.
Presionado por las FF.AA. Rodríguez Lara finalmente dejó el poder en enero de 1976. El almirante Alfredo Poveda fue quien asumió su cargo. Poveda tenía una mirada crítica de Perú, pero no de Chile. A fines de ese año, la relación entre Quito y Lima comenzó a deteriorarse, justo cuando Pinochet intentaba salvar el acuerdo de Charaña tras la negativa de Perú, comunicada en noviembre de 1976.
Ecuatorianos y peruanos discutían en ese momento una serie de asuntos relacionados con la guerra de 1941, cuando la decisión de Quito de suspender una reunión entre Poveda y Morales Bermúdez abrió un nuevo conflicto: Ecuador temió que una agresión militar peruana era inminente. Incluso, solicitó ayuda a Chile.
“Lo que dicen las fuentes norteamericanas es que el mayor momento de peligro de una guerra regional fue en diciembre de 1976, como resultado del incidente diplomático entre Perú y Ecuador. Perú acumuló tropas en su frontera norte. Desde el punto de vista de los observadores, lo que estaba haciendo Perú era resolver una cuestión en su flanco norte, porque estimaba que una guerra con Chile en el flanco sur era inevitable”, dice Hurtado.
Finalmente, fue la diplomacia la que triunfó. “La diplomacia evitó la guerra en el sentido político y estratégico, incluyendo a las grandes potencias, a la acción de diplomáticos avezados y de uniformados convertidos en diplomáticos, aunque a veces la lucha entre hermanos es más feroz que entre culturas distintas”, concluye Fermandois.
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