Tres pymes que se reinventaron gracias al comercio digital en pandemia
A través de su programa Digitalizados, Entel entregó mentoría a más de 100 proyectos de emprendedores que buscaban una segunda oportunidad para sobrevivir en la pandemia. Estas son sus historias.
Para Marcelo Bhanu, maquillador con 14 años de trayectoria, todo comenzó a cambiar desde el 18 de octubre del 2019. El rubro de la vanidad, de la moda y de los eventos sociales comenzó a desacelerarse producto del estallido social. Su círculo cercano de fotógrafos, estudios y otros maquilladores comenzaban a notar una caída que esperaban recuperar durante el 2020.
Pero llegó marzo, llegó el Covid, llegaron las mascarillas y con ello una revelación para Marcelo: debía reinventarse lo más rápido posible ya que su fuente tradicional de ingresos ya no estaría. Todo esto con el peso además del fallecimiento de su madre y de una grave enfermedad de su abuela que junto a su hermana comenzaron a cuidar.
Pero este estaría lejos de ser un desafío complejo para Marcelo Bhanu. Su carrera, que lo llevó a ser maquillador de artistas como Francisca Valenzuela, la formó de manera autodidacta y desde Lo Prado, comuna donde aún reside, por lo que rápidamente decidió dar un giro: dar clases por internet. Desde su cuenta de Instagram ya había logrado amasar una base de seguidores virtuales a los que ahora les enseñaría sus talentos.
Experiencia ya tenía: durante 8 años realizó varias clases y talleres -muchos de ellos gratuito- pero en formato presencial, lo que tampoco podía hacerse en pandemia. Ahora, usando la comunicación a distancia, podrían convertirse en su principal forma de sustento. El desafío, obviamente, era montar desde cero una plataforma para difundir, cobrar y mostrar sus clases de maquillaje a través de la red.
Cuando supo sobre el programa Digitalizados de Entel, al principio dudó en participar porque no se consideraba ni una Pyme ni un emprendedor. “Yo siempre pensé que mi valor estaba en mis conocimientos, nunca en un producto para ofrecer, pero allí entendí que mi producto es ser yo mismo, que me contratan por mis habilidades y por lo que sé”, cuenta Bhanu.
Ese proceso de enseñanza fue el que desarrolló Arturo Domínguez, quien trabaja en el área de Sustentabilidad de Entel y que está siendo el mentor de Maquillosito durante este período. Dice Domínguez que se encontró con alguien que ya tenía el trabajo bastante avanzado: se manejaba con redes sociales y tenía gran relación con su público. ¿Lo que faltaba? Darle valor a su producto.
“Como a cualquier PYME que se está iniciando, tuve que ayudarlo a ordenarse y desplegar el sitio, pero lo más importante era entregar un valor extra y además, unificar todo en un solo sitio, en vez de los tratos realizados a través de Instagram”, nos cuenta. Pero también a darle un vuelco a la clase.
Si antes hacía cursos presenciales para 40 personas, hoy prefiere hacer clases a distancia con grupos reducidos, pero con un trato preferencial: pueden preguntarlo todo, tener acceso a PDFs con instrucciones y un correo para enviar dudas incluso después del curso. Las clases han sido todo un éxito y ha logrado cosas que antes no se podían, como llevar su conocimiento a personas de otras regiones, como Antofagasta.
“Es super sano tratar de sentirse lo mejor posible. Incluso yo añoraba mucho ir a la barbería, arreglarme y sentirme hermoso. Esto es algo mucho más que algo estético. Y la gente me lo dice, que cuando están en el curso son las únicas dos horas a la semana que han tenido para quererse y sentirse mejor durante la semana. Y eso es lo que me sigue motivando a seguir enseñando aunque sea de forma virtual”, agrega.
Un sueño postergado
A sus 63 años de edad, Álvaro Bravo está a punto de lograr uno de sus mayores sueños. De profesión Ingeniero en Minas, hace 30 años quedó maravillado con una entonces exótica preparación japonesa: el surimi.
En el Chile de los 90 ni el sushi ni la comida oriental eran tan conocidos. Pero a través de la novia de un amigo conoció un día un extraño bocado hecho de carne picada de pescado y crustáceos, servidos como una suerte de embutido cuya gracia es que podía parecerse mucho al sabor de productos como la langosta.
Así es como, paralelo a su trabajo, comenzó a estudiar más sobre el origen del surimi, sus propiedades y lo más importante: como poder lograrlo. Su idea era utilizar al clásico jurel para crear la versión chilena de este producto. Fue por el año 2005 cuando finalmente Álvaro comenzó a instalar su primera fábrica, pero hasta ahora, solo a modo de experimento.
“Al principio hacía una especie de patés, pero más grandes. Esos yo se los regalaba a amigos y vecinos para ver qué les parecía. Una vez uno me dijo que por qué no los convertía en unos medallones para que se vieran más bonitos, más parecidos a una hamburguesa”, nos cuenta.
Su público más cercano siguió siendo su principal focus group. Por ejemplo, cuando el jurel entraba en veda, le recomendaron hacerlo con merluza, la que terminó siendo muy fácil de procesar también. 10 años después llegó a un producto que le gustó y que comenzó a vender entre los más cercanos. A dos mil pesos el pack de 4 medallones de pescado procesado.
La dificultad de encontrar trabajo a su edad y el hecho de haber de cierta manera, concluido su investigación, lo llevaron a formalizar su empresa y dedicarle el 100% de su tiempo. Esto comenzó el año pasado y en la medida que avanzaban sus planes, también sus recursos. El tiempo corría en su contra.
Así es como, realizando unos cursos de capacitación para Pymes, dio con el programa Digitalizados. Postuló y quedó finalmente para poder crear una página web en donde poder vender sus productos.
“Se trató de un desafío mucho más grande ya que como muchos a su edad, posee una brecha digital importante”, nos cuenta María José Cordero, mentora de Álvaro en este proyecto.
A pesar de estar ajeno a las redes sociales y el mundo digital, María José nos cuenta que su pupilo tenía muchas ganas de aprender, que estaba constantemente investigando y preguntando lo que no entendía. “A pesar de la edad, él quería seguir creciendo y aprendiendo, estaba lejos de pensar que no podía hacerlo”.
La idea es que concluido el proceso, el sueño de Inesumi, el nombre que finalmente le dio a estas hamburguesas procesadas de pescado, se convierta en una alternativa de alimentación para jóvenes y familias, a un precio muy conveniente. Al menos así es como lo sigue soñando Álvaro.
Recuperando la calle
Más que una tienda de ropa, la apuesta de Leaf Wear siempre fue la de un estilo de vida. El estilo de vida urbano que se expresa, naturalmente, de manera social, en la calle, y con una gran sensación de libertad.
Y para Sebastián Osorio, el fundador de esta tienda de vestuario urbano, la llegada de la pandemia fue también un golpe para la cultura que a través de sus productos buscaba promover. Leaf Wear funcionó, hasta marzo, como una tienda física que era el único canal de venta operativo, mientras que sus redes sociales solo difundían la marca.
“Desde mi adolescencia siempre me he mantenido activo y conectado con la calle”, dice Sebastián, por lo que sabe que el streetwear es solo una dimensión más de una cultura que se expresa a través de gustos musicales, artísticos o deportivos afines. Algo que, con las cuarentenas en sus primeros meses, sufrió un freno impredecible.
Y lo mismo ocurrió con su tienda, donde los obstáculos comenzaron a sumarse: las materias primas para elaborar las prendas demoraban en llegar, ya no se podían hacer sesiones de fotografía con modelos ni en exteriores, las agencias de envío colapsaron y sobre todo, se perdió la comunicación directa con los clientes, que siempre fue cara a cara.
Sebastián tuvo que adaptar su casa como un estudio, donde tuvo que hacer de fotógrafo y muchas veces modelo a la vez. ¿Lo que le faltaba? Poder crear una tienda digital para poder seguir con el negocio.
Daniela Gutiérrez de Entel, fue la encargada de tomar la mentoría de Sebastián tras la que comenzaron a diseñar lo que faltaba: un sistema de digitalización de su Pyme que le permitiera automatizar el sistema de venta, envíos y servicio al cliente.
Lo bueno del proceso, dice Daniela, es que Sebastián ya era de la era digital, por lo que tenía varias nociones de cómo hacer que su tienda funcionara. El problema es que no sabía finalizarlo y además, estaba siempre muy encima de todo. “Él es muy meticuloso, lo cual le da potencia y diferencia a su marca, pero también exige mucho tiempo. Por ejemplo, en vez de contestar él mismo las preguntas sobre tallas u otras consultas que enviaba la gente, instalamos un chatbox que sirve para automatizar ese proceso y darnos tiempo para pensar en otras cosas”, nos explica.
Gutiérrez dijo que al final, la mentoría le sirvió a Sebastián para hacerse preguntas que nunca se había hecho y a la larga, potenciar más adelante su posicionamiento en el mercado, permitiéndole soñar no solo con mantener a su tienda viva en tiempos de distancia social, sino que incluso, eventualmente, internacionalizar las ventas.
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