Alegres las chirimoyas
Sábado 4 de noviembre, edición 756
Siempre lo han sido, mucho más allá de cuando anda con su partner jugo de naranjas. La chirimoya es alegría, felicidad en la boca, un escándalo como decimos con una amiga peruana. Noviembre es su mes descarado. El momento del buen precio y de la no esperada para que madure; de hecho, casi apurada con el consumo. Literalmente perfecta para el vino, con cero necesidad de agregar azúcares procesadas y con la única exigencia de un gran jarro transparente (si no se ve el contenido de esta pócima se pierde el brillo), hielo y un buen blanco, eso del vino en caja para mezclarlo con fruta pertenece a los noventa –así que adiós– o a los mochileros bebés, y punto. Mientras mejor sea el vino, mejor es el resultado. Se puede mezclar con unas frutillitas cortadas de todas maneras tipo aporte de color, pero con la chiri como protagonista, por favor. También con un poco de jugo de naranja. Así queda un clery alegrón.
¿Qué más hacemos? Una mezcla con yogur en la juguera, algo de cardamomo y al freezer. Una especie de helado casero que me fascina y que requiere de que una vez casi congelado pase otra vez por la juguera y de vuelta al freezer hasta comerlo viendo todas esas series recién estrenadas de Netflix. Además queda muy rica con hojas verdes poderosas como la rúcula y los berros, achicoria y algo de apio. Puede ser haciendo una vinagreta con la chirimoya o directo en pedacitos. Y ahí entramos al universo de los que amamos la comida agridulce. Hace poco probé en Bogotá una preparación de porotos suaves fríos con guanábana, una prima de la chirimoya, más grande, con otro aroma y más viscosidad en la carne. La pensé altiro a la chilena. Villanos en Bermudas, el restaurante donde lo probé, lo hacían con una 'mantequilla' o grasa de jamón ibérico, rico contraste que puede ser perfectamente bien reemplazado por trocitos del mismo.
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