"Los desiertos son lugares de vértigo existencial"

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Hace unos años el artista chileno Nicolás Sánchez decidió instalarse en el Norte. Luego se fue a estudiar a Alemania, de donde viene llegando con una nueva mirada de la zona desértica de nuestro país. Hoy presenta la serie Norte Grande y traspasa la barrera del artista promisorio.




Mientras estudiaba en la Escuela de Arte de la UC algo lo incentivó a tomar cursos de fotografía análoga con Jorge Padilla y de video con Roberto Farriol. Nicolás Sánchez, hoy, con diversas exposiciones en Chile y Europa, suma su reciente experiencia en Düsseldorf, donde compartió taller durante un año con artistas de distintas disciplinas locales y provenientes de otros lugares como Israel, Kurdistán e Irán. Esto posibilitó un diálogo nutrido que lo llevó a darle forma a su nueva muestra llamada Norte Grande. En ella intenta "conectar objetos ingleses encontrados en el desierto con nidos de tucúqueres recolectados en Quillagua y fotografías de gran formato de cañerías colosales, polvo en suspensión, estaciones de monitoreo, y atardeceres dorados de nostalgia", dice Nicolás.

Aprovechó su tiempo al máximo estando fuera. Estudió nuevas técnicas audiovisuales, trabajó en una serie de serigrafías y reunió material para nuevos proyectos; hizo un recorrido por el Rhineland, la cuenca del Rin que Víctor Hugo comparó con las plateadas arenas de los arroyos brillantes del Nuevo Mundo, y realizó un estudio sobre la vida nocturna y la iluminación artificial en Düsseldorf, Berlín, Teherán y Londres.

Hoy, el resultado de su serie Norte Grande viene a poner un pilar más dentro de la solidez de su carrera. "Me vine al desierto siguiendo mi interés en ese arte sutil –que describía Salvador Reyes en su libro "Andanzas por el desierto de Atacama"–, de viajar y amar el mundo para descubrir los secretos lazos que unen las ciudades. Me interesaba descubrir la historia humana tras la conquista del despoblado de Atacama como era llamada la región durante la Colonia, y en esa aproximación quería buscar imágenes despegadas de lo documental, un retrato de lo invisible, una imagen que pudiera viajar por el tiempo, que no comunicase algo directamente, sino que pudiera habitarse".

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¿Dónde surge la serie Norte Grande? Desde el siglo diecinueve que en Antofagasta recalan ingleses, gringos, yugoslavos, chinos y todos los aguijoneados por el deseo de hacer rápida fortuna. Llegaban en barco, en tren y ahora en avión y en automóvil por largas carreteras rectilíneas a esta aislada franja entre dos extensiones inabarcables, el desierto de Atacama y el océano Pacífico. Aquí han vivido y penado miles de hombres, entre la fortuna y la desgracia, combatiendo al desierto en un esfuerzo de toda la vida, alimentados por la fascinación y el sueño de un mejor futuro. La toponimia de las oficinas habla por sí sola; Esperanza, Porvenir, Prosperidad, Progreso, Victoria...

¿Cómo o cuál fue tu línea de trabajo? El proceso es una combinación entre el estudio alejado y la experiencia sensible, entre la investigación minuciosa y el apego al mundo subjetivo. Hay un tema con la distancia para lograr ver. La producción dislocada me funciona en estos casos, es decir, reunir material de un lugar y trabajarlo en otro distinto. Con la idea de darle forma al proyecto fue que postulé a la residencia en Düsseldorf, Alemania, para mirar con lejanía ese paisaje que no podía enfocar.

Orhan Pamuk analiza muy bien este tema de la distancia en su hondo retrato sobre Estambul. Lo abre confesando que no solo nunca ha dejado la ciudad que describe y que lo vio nacer, sino tampoco la calle ni el edificio en el que vive desde hace más de 50 años. Así profundiza luego en su memoria, en la historia del Bósforo, en la visión distante del afuerino, del inmigrante, en los relatos de ciudades escritos en su mayoría por cronistas extranjeros, en la tradición cultural de Oriente y Occidente, en lo que desapareció, en el futuro, en esa atmósfera pesada e invisible de ciertas ciudades, en la compleja ecuación que es el querer entender dónde se está. Mi proceso ocurre en ese campo de investigación y fluye así, acercándose y alejándose.

Mostraste esta serie en Alemania, ¿cómo fue la experiencia y qué feedback recibiste? La ciudad de Düsseldorf y su academia de arte son fundamentales en la historia del arte y la fotografía recientes; la escuela de pintura, Joseph Beuys, los Becher, la Nueva Objetividad, desde los años 70 se ha formado una escena artística muy completa. Tuve la suerte de trabajar en un medio exigente y profesional, de producir la obra con los mejores laboratorios de impresión del mundo a un nivel técnico desafiante que requería nuevos aprendizajes.

Exhibí la serie en la Lepsien Foundation, que adquirió parte de esta para su colección, y luego participé en una muestra curada por artistas del circuito de Düsseldorf donde colectivamente discutimos las obras a mostrar. Dentro de ese ambiente la acogida del trabajo fue muy interesante. Y es que las cuencas del río Rin y del Ruhr también tuvieron un estrepitoso apogeo industrial vinculado a la explotación del acero y el carbón. Mientras allá se vivía la fiebre del oro negro, Atacama sufría la del oro blanco, y las historias de inmigración, esperanza y decepción eran más o menos las mismas…

Tu obra se caracteriza por tener un equilibrio y respiro sobrecogedores, ¿qué te interesa transmitir a través de la fotografía y cómo has ido evolucionando en tus años de carrera? En Alemania tuve el tiempo de leer "Hiperión", de Hölderlin –una de las cúspides de la cultura alemana–, una poesía con aires visionarios, pero alejada de la doctrina, muy estimuladora de la indagación permanente y la búsqueda de la infinita armonía ("¡es muy fácil ser feliz y estar tranquilo, con un corazón seco y un espíritu limitado!"). A esa disconformidad de a quienes atormenta el tedio del siglo, responde el poeta; ¡que cambie todo a fondo!, ¡que cambie todo en todas partes!, pero queda en suspensión el dilema de si hay que cambiar el mundo (Marx) o cambiar al hombre (Rimbaud), o incluso la fusión de ambas que declaró Breton y los surrealistas en ese intento tan propio de las vanguardias del siglo veinte de fundir arte y vida.

En fin, es un tema largo, si supiera nombrarlo, no necesitaría hacer tantas piruetas. Pero no siento que haya una evolución, al menos en términos darwinistas. Uno entona estrofas distintas de la misma canción. Esto es un ejercicio personal y diario para tratar de entender, es parte de un proceso, no el fin. Vuelvo a esa idea de la primera pregunta, de habitar las imágenes, no de escucharlas esperando acordar algo.

Tu trabajo ha hecho muchas veces referencia al norte de Chile, ¿qué significado tiene para ti esa zona del país? El mismo Salvador Reyes decía que los nortinos eran de espíritu andariego, distintos del campesino sedentario, hombres sin florituras que miraban con desprecio al sur bucólico, amanerado y de vida fácil. No sé si sea así, pero la estética nortina, de cosa que se va extinguiendo, abandonada, ruinosa, polvorienta y triste me genera una atracción confusa. Y es que al mismo tiempo hay algo bello, una luz clara, un brillo luminoso de la quimera de encontrar la veta, que despierta de manera casi dolorosa la infinita poesía de la historia del desierto y la condición humana.

Y las zonas áridas en general tienen algo especial; he recolectado imágenes en los ger de los nómades del Gobi, a los pies de los Atlas en una enorme plantación de hachís, en un templo zoroastriano del plateau iraní donde entregan sus muertos a los buitres, y en los casinos de Las Vegas en el Mojave… los desiertos son lugares de vértigo existencial.

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