Un factor positivo
La historia del programa de televisión ‘Factor de cambio’ refleja de alguna manera cómo han evolucionado el interés y la comprensión de los temas ambientales en Chile. Su creadora y directora nos explica la fórmula para permanecer al aire por una década y nos muestra el sueño cumplido de tener una casa en el medio de un bosque, en total concordancia con su desarrollo profesional.
¿Qué tan correcto es afirmar que Francisca Álvarez fue pionera en poner la sustentabilidad en los medios? Dice mucho el hecho de que hace 10 años, cuando la primera temporada salió al aire por canal 13C, ‘Factor de cambio’ se anunciaba como un programa de contenido ecológico. Nadie hablaba por entonces de sustentabilidad. “Ya tenía la conciencia de que vivimos rodeados de cosas innecesarias, gastando energía innecesaria. En ese minuto el movimiento ecológico se veía como una especie de exilio, como ‘quiero vivir de otra de otra forma, más cerca de la naturaleza y me haré una casa de barro’. Cuando partimos la investigación periodística nos dimos cuenta inmediatamente de que no era así, de que hay muchas cosas que uno puede hacer, pero había muy poca educación en temas como trazabilidad, por ejemplo, sobre lo que implica una conserva que viene de Tailandia para ser consumida y desechada acá; todo mal. Eso se evita con acciones tan fáciles como preferir al proveedor local, comiendo lo que está cerca de ti. Achicando la cadena de producción y consumo”, dice Francisca, comunicadora audiovisual de profesión, además profesora de yoga con conocimientos de ayurveda obtenidos en la India.
En ese mundo de la ecología primero, hoy de la sustentabilidad, también llamó su atención el talibanismo de muchas personas. Contraria a ver la vida en blancos y negros, optó hacer algo amigable y flexible, desde un lugar bonito y motivador: “’Factor’ no tienen un guion aristotélico, no hay conflicto. No se trata de mostrar ballenas ensangrentadas sino de mostrar a gente trabajando en preservación con animales. Sí existen maneras de mejorar las cosas, sí uno puede actuar en positivo, y eso al final te abre. Uno quiere ver cosas lindas, cosas que hagan bien y ‘Factor’ quiere mostrar eso. El shock como herramienta de cambio es peligroso, finalmente puede provocar rechazo porque no te ofrece ninguna salida”.
Terminar esa primera temporada fue uno de esos logros que llenan de orgullo y también de miedo, ‘¿Y si tengo que hacer otra? ¿Y una tercera, y una cuarta?’. Este año se estrena la temporada 12. “Orgánicamente se fue dando algo que no sabía que iba a pasar: las marcas sí iban a apoyar estos emprendimientos, si íbamos a tener auspiciadores. Era algo que a nivel comercial sí se quería apoyar”. Si en esos comienzos era un trabajo arduo encontrar 10 emprendedores sustentables que mostrar en el programa, hoy asegura que hay material para mil temporadas; tanto por la gente involucrada en proyectos de impacto positivo como por la naturaleza de Chile, que aún no han tenido oportunidad de divulgar. “También vino el boom de la redes sociales. Hoy nos llega gente por Instagram diciendo: ‘Hola, vivo en la Región del Biobío y tengo un emprendimiento de tal cosa…’. Ya no necesitamos buscarlos como antes con recortes del diario o de revistas. Parte de la fórmula de ‘Factor’ es que funciona como una especie de subsidio cruzado: viene una empresa de telefonía importante que hace reciclaje de celulares, nos financia y tiene la oportunidad de mostrar esas acciones, pero además eso nos permite darles voz a los que no la tienen, a una señora que vive en La Pintana, que recicla PET y está haciendo algo increíble, que no tiene otra forma de llegar a la tele ni visibilizar su iniciativa. Los emprendedores sienten ese espaldarazo de ‘salí en la tele, lo estoy haciendo bien’. Nos lo agradecen mucho”.
A Francisca Álvarez le gusta pensar que su programa, la columna vertebral de su vida, ha aportado –y lo sigue haciendo– en la valoración de los pequeños gestos hacia el medioambiente, en la sensibilización hacia estos temas, en la compresión de que los cambios que se dan de manera natural y fluida son realmente los que se pueden mantener en el tiempo, no así los bruscos y violentos. “La manera en que te transportas, en que calientas el agua o calefaccionas tu casa son decisiones personales. Nosotros estamos entregando información para tomarlas con responsabilidad ambiental”.
En el bosque
Volvamos a los cambios naturales y que fluyen sin presión, a los cambios sostenibles. Cuando el proyecto de ‘Factor de cambio’ ya ‘tenía patitas’ y podía seguir en marcha sin importar la localización de su creadora, sucedió que los pasajes en avión bajaron de precio y el teletrabajo empezó a ser una alternativa real; entonces Francisca se fue al Sur como siempre había querido.
“Eso fue hace cuatro años. Primero me arrendé una casita, después conocí a mi pololo y empezamos a pensar en construir algo. Él me presentó a los arquitectos que hicieron la casa, se llaman Estudio Campo. Creo que esta es su segunda casa y le han puesto mucho corazón. Toda la madera es mañío rescatado y eso es pura movida de ellos. Era un proyecto superdesafiante, estamos en medio de un bosque de 200 hectáreas y no teníamos ni camino. Era algo supervolado, mi casa está a 4 metros de altura desde el suelo. Les contamos que queríamos la casa biodinámica y sustentable y empezamos a pensarla juntos”, recuerda Francisca.
En ese proceso, así como surgió la idea de usar mañío recuperado de la erupción del volcán Calbuco, aparecieron otros recursos que hacen la casa –que ya contaba con sistema de recolección de aguas lluvia, pozo y paneles solares– aun más sustentable. “El aislante que usamos se obtiene germinando avena sobre aserrín. Se forman unos ladrillos que van dentro de la pared y funcionan como una especie de membrana que regula la entrada y salida del calor y la humedad, que es ignífuga y además aísla el ruido”. Francisca llegó a saber de este sistema porque tuvo a sus creadores –Kumetremun– en ‘Factor de cambio’. “Una cosa alimenta la otra. Todo el proyecto de luz solar lo hicieron unos amigos de Santiago que se llaman Rising Sun. Me regalaron los paneles y yo les hice una nota en ‘Factor’. Fue un canje, pero además ellos querían participar de la casa”.
Además de esa flexibilidad para integrar innovaciones como esas, la pareja pidió a los arquitectos ver siempre las copas de los árboles. La acción de elevarla no solo les permitió esa vista sino también absorber menos la humedad de la tierra y recibir más luz solar y reducir al mínimo la tala en el terreno. Nuestra casa es como una L. Pedimos a los arquitectos que el corazón fuera la cocina, porque ahí pasa todo. Hacia un extremo está nuestro dormitorio y hacia el otro el de los niños. Acá en el Sur pueden pasar 10 días lloviendo, y se ocupan mucho los espacios interiores; queríamos que el de ellos fuera ‘bacán’ y con su identidad; ahí están sus juguetes, las guitarras, las consolas de juegos”.
Ideas que inspiran. Una casa cuya mayor inversión se hizo con el corazón y la conciencia ambiental.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.