Triple corona: Las jocketas que brillan en Chile
Hoy existen solo tres jocketas que corren en el turf nacional. Las chilenas Anita Aedo y Lesly González, y la danesa Cathrine Weilby, las cuales -en medio de altas dosis de testosterona- intentan demostrar día a día su valía arriba del caballo. MT MAG. se reunió con ellas un día de carreras, en pleno ambiente hípico, buscando conocer su pasión por este deporte de reyes.
La hípica es un mundo de hombres. Basta darse una vuelta por cualquier hipódromo del país para comprobarlo. O bien, poner atención al siguiente dato: solo tres de los 170 jinetes que compiten en el turf nacional son jocketas.
Las conocí en el Hipódromo Chile, un día jueves de carreras. Anita Aedo, Cathrine Weilby y Lesly González, en ese orden se presentaron entonces, dejando entrever de inmediato cada una sus propios colores. A ratos, eso sí, en aquella habitación de uso exclusivo para ellas -sin mucho más que tres camas y un televisor para ver las carreras-, se volvían una sola voz, mostrando consenso en ciertos temas, sobre todo los relacionados con la desigualdad de género en este deporte.
"De la noche a la mañana, a mí me dio esto de los caballos, sin saber prácticamente nada. Acompañaba a mis papás a apostar de vez en cuando, pero nada más. Un día le digo a mi mamá que quería ser jineta y ella me dice jocketa (...). Cuando eras chica había una que se llamaba Fresia García, ahora ninguna", relata Anita, hoy la jocketa de mayor trayectoria del país, con más de dos décadas de ejercicio y 140 carreras ganadas.
Fácil no ha sido. En sus inicios, Anita tuvo que mentir. "Monto los caballos del campo de mi abuelo", le respondió a un preparador cuando se presentó por primera vez en el Club Hípico de Concepción. Y no solo no sabía montar, sino tampoco su abuelo tenía campo, ni caballos. Aquella vez se subió y aferró como pudo al animal, quedando en evidencia frente a todos.
Desde ese día, a un año dos meses después ya estaba corriendo. No sin antes, eso sí, que le negaran tres veces la patente de jinete por ser mujer. "Tenía 18 años, me veían muy pollito, delicada, que podía dejar la embarrada", confidencia con una cercanía que se vuelve su principal sello.
Lesly (21 años) también partió desde cero. Si bien desde pequeña iba a las carreras y le gustaban los caballos, la más joven exponente de la fusta nacional comenzó a galopar a los 18 años, descubriendo entonces que quería correr de forma profesional. "Estuve un año y medio en la escuela de jinetes, donde obtuve el certificado de aprendiz de jinete, para luego comenzar a correr en los hipódromos del país (...). Pese a que al principio me dijeron que no podía ser jocketa por el porte, hoy ya voy a cumplir dos años corriendo, con 45 carreras ganadas", declara esta chica renquina, tímida de entrada y risueña en confianza, recalcando que está a solo 15 triunfos de convertirse en jocketa de primera categoría.
A diferencia de estas dos chilenas, la historia de Caty (38 años) parte en el mundo de la equitación a los 13 años, en Dinamarca, su tierra natal. "Un día una amiga de la equitación me dijo vamos a las carreras, yo nunca antes había estado interesada, pero luego de ir no me fui nunca más", comenta con un peculiar español chilenizado, el cual aprendió solo con un dicccionario en mano y conversaciones del día a día.
"Llevaba seis años corriendo allá cuando me invitaron a un torneo en Chile. Éramos siete chiquillas de Escandinavia (Dinarmarca, Suecia y Noruega). Estuve tres semanas acá y me gustó, por lo que empecé a venir todos los veranos. Hoy ya llevo casi cuatro años radicada acá".
Si bien en principio su relación con un jinete chileno ayudó a que echara raíces en Chile, lo cierto también es que la hípica de aquellos países nórdicos terminó por desencantarla. "Era muy apagada, pocas carreras, pocos caballos (...), uno venía de allá, pleno invierno, caballos feos y llegaba acá, pleno verano, caballos brillaban poh".
Caty nota que su particular acento genera simpatía. "Mis vecinos en Dinarmarca son argentinos y también me dicen que hablo mucho chileno", acota.
» Favoritos
Anita se vino de Concepción a Santiago, gracias a la ayuda de las hermanas Solari, pertenecientes a una reconocida familia apasionada por la hípica, quienes le costearon su estadía en la capital mientras duró el curso de aprendiz en Santiago.
"Llego a la capital completamente sola, a enfrentarme a un grupo de puros hombres. Todos me miraban. Y si bien no traté de imponerme, sí me di mi lugar en todo momento (...); creo que hasta ahora lo he hecho bien, porque cuento con el cariño de todos mis colegas", cuenta la jocketa oriunda de Cabrero, Región del Biobío.
Lo mismo sienten Lesly y Cathrine, que sus pares hombres las respetan, cuidan y valoran, que en ese sentido no hay discriminación de género, a diferencia de cuando se habla de oportunidades. Afirman que entre un hombre y una mujer, la mayoría aún prefiere darle la monta a un jinete, obstaculizando así sus posibilidades de surgir a nivel profesional y económico.
Y es que no depende del jockey las carreras en las que compite el día de reunión, sino del preparador que, finalmente, le dé esas montas. "De los caballos que trabajo en la semana, con suerte corro el 20%", asegura Caty.
Situación que a la larga se traduce en un sueldo muy inestable, pues de no llegar en tabla -dentro de los cuatro primeros lugares, por lo que se percibe un porcentaje del premio total (de entre el 7,1 y 8,7%)-, solo ganan la paga de la monta, es decir, 14 mil pesos (después de los descuentos). Hay semanas que pueden correr 15 carreras, por ejemplo, pero otras una o ninguna, cuando están suspendidos.
Dedicarse a la hípica en Chile es díficil en general. Anita asegura que "el 15% de las montas se las llevan los jinetes más top, es decir, unos 10, por lo que el resto tenemos que pelear por agarrar una monta".
A esta dura competencia, la jocketa danesa, por su parte, agrega lo siguiente: "Cuando hay un caballo bueno, que solo hay que manejar, que hace la pega solo, no nos consideran. Pero cuando quieren echar a correr los más locos, ahí sí servimos (...); nosotras tenemos la mano más liviana, nos los ganamos con cariño, así ellos se entregan".
Un trato distinto. "Intentamos entender por qué actúan de cuál o tal manera, dominando por las buenas, sin huasca", así lo explica Lesly, quien agrega, además, que "hay veces en que los preparadores necesitan una monta liviana y ahí están ellas". Sí, una monta liviana, para probar, por ejemplo, un caballo de handicap más bajo con otros de índice más alto. Ahí, al primero se le da la ventaja de caer liviano. Entonces se busca a un jinete liviano.
Igualmente, Lesly tiene la convicción de que si se trabaja duro, se tienen montas. "Al principio, empecé súper mal, corriendo a lo más uno, no me daban montas, porque no mostraba calidad. Ahora ya los preparadores me tienen más confianza y yo también he sabido aprovechar las oportunidades".
» Fuera de las pistas
Ignacio se llama el hijo de 17 años de Anita, con el que iba a correr desde que tenía siete meses de edad y que hoy quiere ser jinete. "Cuando yo me retire, quiero hacerlo tranquila y no con el corazón en la boca", dice Anita, intentando explicar por qué no le gustaría la misma profesión para su hijo. "Me da miedo, porque yo sé lo que es estar en las patas de los caballos. Sé cuando castañean, cuando viene un apretón fuerte, cuando se puede caer".
Así como de triunfos, igualmente, bien se sabe de caídas en la hípica. Más allá de que Caty reconozca que "hoy los jinetes corren mejor, más derecho, con un mayor respeto entre colegas".
Aun así ocurren accidentes, no solo en días de carreras, sino también de trabajo. "Una vez me caí del caballo y quedé nocaut, desperté en la clínica", cuenta Lesly. En tanto que Caty relata que un día se le dio vuelta la silla, se pegó en la cabeza y quedó inconsciente. "Estuve tres semanas en el hospital y no me acuerdo de nada. Tengo todo borrado".
Ni hablar de Anita, que tiene ocho fracturas en su cuerpo. "Una vez un colega me botó sin querer, pasándome a llevar tres caballos. Me perforé el pulmón, además de quebrarme dos costillas y unas vértebras. Me recogieron y yo no podía respirar, no tenía aire, fue desesperante. Ahí estuve siete meses fuera de las pistas".
Lejos de ahuyentarlas los accidentes, las tres coinciden en que no dejarían la hípica. "Más allá de que a veces me frustro, no me veo en otra cosa, es mi pasión", dice Lesly. Sobre lo mismo, Caty afirma que se ve corriendo hasta que el cuerpo se lo permita, pues los caballos son su vida. Y Anita, con los ojos brillantes, apunta que de solo pensar en retirarse, se le hace un nudo en la garganta. "Hasta cuando Dios quiera", concluye. MT
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