Ernesto Samper, expresidente de Colombia: “La Constitución se tiene que hacer a la medida de las necesidades de Chile”
El exsecretario general de Unasur considera que la aprobación por una mayoría de dos tercios es la “negación de lo que debe ser la constituyente”. “Debe primar la figura de la mitad más uno”, dijo a La Tercera.
El abogado y expresidente colombiano, Ernesto Samper (1994-1998), fue testigo del proceso constituyente que se llevó a cabo en Colombia en 1991 y que derivó en la aprobación de una nueva Constitución. Invitado por Progresa, la fundación de Marco Enríquez-Ominami, Samper participará el martes en Santiago de un encuentro organizado por el PRO para debatir sobre el proceso constituyente en Chile. En conversación con La Tercera, el también ex secretario general de Unasur (2014-2017) entrega su visión sobre el tema.
La Asamblea Constituyente en Colombia la gatilló el movimiento estudiantil Séptima Papeleta. En Chile este proceso tuvo un origen similar en cuanto a demandas ¿Hay similitudes entre ambas experiencias?
Existen muchas similitudes, especialmente en los actores. En Colombia, al igual que en Chile, los principales promotores del referendo que llevó a la creación de la Asamblea Constituyente fueron los jóvenes. Aunque las causas pueden diferir. En Colombia estábamos pasando por un período muy difícil: era la época del narcoterrorismo, el país estaba muy azotado por el conflicto armado, se necesitaban abrir espacios, abrir ventanas y acababan de asesinar a un gran dirigente joven que aparentemente iba a ser Presidente, Luis Carlos Galán. En ese momento se vio que la Constitución estaba estrecha para lo que se estaba viviendo como efervescencia social. En el caso de Chile creo que las circunstancias pueden ser asimilables: hay un cierto descontento con la Constitución, una sensación de los sectores jóvenes de que se están tapando los canales de participación, los canales de movilidad social y eso se expresa, por lo menos en las encuestas, en el deseo de que haya un cambio estructural que permita de alguna manera redireccionar el país.
Analizando el proceso en perspectiva, después de dos décadas ¿Cree que se cumplió la expectativa? ¿Se logró calmar el descontento popular?
Depende mucho que sea una constituyente elegida popularmente en un 100%. Eso ya de por sí crea unas condiciones distintas. Es como una bocanada de oxígeno, en un ambiente viciado, en una democracia que va muy lentamente. Ciertamente, depende mucho de cuál es la Constitución que se apruebe. En el caso de Colombia, la Constitución de 1991 tenía dos elementos que la hacían particularmente importantes. El primero, que fue una Constitución esencialmente garantista: se consagraron todos los derechos y las libertades civiles, derechos sociales, derechos económicos y derechos ambientales. No era un tema solamente de libertades políticas, sino que también de derechos en un sentido amplio de la palabra. El segundo, que está relacionado con lo anterior, se aprobaron una serie de mecanismos de participación democrática, entre los cuales había uno que se sobresalía mucho: las consultas para determinado tipo de obras, especialmente ambientales y la figura del amparo, aquí se llama tutela, que es el derecho que tiene el ciudadano de pedir -a través de unos procedimientos expeditos- que le sea reconocido uno de los derechos ya consagrados en la Constitución.
¿Cuáles son las lecciones que saca de este proceso constituyente?
Me parece que el tema de las mayorías es definitivo para la operación de la constituyente. He visto por allí que algunos están proponiendo algunas mayorías de dos tercios. Eso es la negación de lo que debe ser la constituyente, en la cual debe primar -así fue en Colombia- la figura de la mitad más uno, que es la regla de oro de la democracia. Lo segundo es que hay que crear un mecanismo que con posterioridad a la Constituyente permita desarrollar rápidamente las figuras constitucionales que se acuerden. Hay que tener en cuenta que la Constitución es una ley de leyes y no puede entrar en crear reglamentaciones o entrar en los detalles que corresponden a los esfuerzos legislativos. En este sentido, habría que preparar o prever un mecanismo para que la constituyente no se convierta en un Congreso más y comience a expedir leyes que, de alguna manera, sea responsabilidad de un cuerpo independiente que podría crear la misma constituyente. En Colombia se creó un Congreso pequeño con un reducido número de parlamentarios, también elegidos popularmente, que fue el que finalmente puso en marcha las figuras constitucionales más importantes.
¿Qué lecciones se pueden sacar para Chile?
Lo primero es no tenerle miedo al constituyente primario. Creo que el poder legitimador de una consulta popular defiende por sí solo el hecho, siempre y cuando, esté bien formulado el proceso. Lo segundo, es que las Constituciones son a los países, lo que son los vestidos a las personas: si esos vestidos son demasiados estrechos o si son demasiado holgados, simple y sencillamente no permiten que las personas cumplan con sus deberes y lo mismo sucede con las Constituciones. Esta Constitución que se apruebe tiene que ser la Constitución hecha a la medida a las necesidades actuales de Chile y cada país tiene sus circunstancias distintas. Entrar a dar lecciones que puede hacer un país que haya hecho otro no tiene sentido. En Colombia lo que tenemos es una experiencia que a mi juicio fue muy exitosa. Cambiamos una Constitución por una Carta Magna moderna que tenía una serie de mecanismos de control. Yo creo que al final son las dos cosas: la forma y el fondo son definitivos para que la constituyente salga bien.
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