Las consecuencias incomprendidas de la presidencia de Jimmy Carter

El expresidente estadounidense Jimmy Carter y la exprimera dama Rosalynn Carter llegan a la toma de posesión presidencial de Donald Trump en el Capitolio, en Washington, el 20 de enero de 2017. Foto: Reuters

Al demostrar que un "outsider" puede ganar, allanó el camino para Reagan y Trump.




Jimmy Carter fue un buen hombre que fue presidente en un mal momento.

La cuestión que los libros de historia deben decidir es si empeoró los problemas con su indecisión y vacilación, o si su tumultuosa presidencia simplemente quedó atrapada en un período de agitación ineludible, cuyas semillas se habían sembrado años antes.

En cualquier caso, Carter, que murió el domingo, debe ser recordado como un presidente de gran importancia; de hecho, de mayor importancia en retrospectiva de lo que podría haber parecido cuando los votantes le negaron un segundo mandato. La tendencia en los años desde que dejó Washington en 1980 ha sido asociarlo a él y a su presidencia con las crisis que se acumularon sobre él: escasez de energía, colas para la gasolina, inflación debilitante, tasas de interés en alza, izquierdistas tomando el poder en Nicaragua, tropas soviéticas marchando sobre Afganistán, estudiantes iraníes tomando rehenes diplomáticos en la Embajada en Teherán.

En los estereotipos, Jimmy Carter llegó a ser visto como un hombre decente y trabajador que simplemente estaba sobrepasado por la situación. Sin embargo, esa es una imagen lamentablemente incompleta del impacto que James Earl Carter Jr. tuvo en nuestra política y en el mundo.

Una voluntaria del Centro Presidencial Carter organiza los recuerdos que dejaron las personas para rendir homenaje a la vida y el legado del expresidente estadounidense Jimmy Carter, quien murió a los 100 años, en Atlanta, Georgia, el 29 de diciembre de 2024. Foto: Reuters

Carter dirigía una granja de maní en Georgia apenas unos años antes de su improbable victoria en 1976. En un momento en que la presidencia había pasado de un miembro de adentro a otro, demostró que un extraño podía abrirse paso. En cierto sentido, Ronald Reagan y Donald Trump siguieron sus pasos.

Aunque ahora el fenómeno se asocia con los republicanos, Carter en realidad llevó a los cristianos evangélicos a la arena política como una fuerza organizada. Al presentarse abiertamente como un cristiano renacido -de hecho, uno que continuó enseñando en la escuela dominical mientras era presidente-, vio un cálculo moral en las decisiones de gobierno y sacó el debate sobre la religión de las sombras políticas. Eso le valió, temporalmente, el apoyo de muchos estadounidenses de creencias similares.

Hoy en día, se recuerda poco, pero Carter, un demócrata, inauguró una era de desregulación de la economía estadounidense. Al menos en cierta medida, desreguló las industrias de las aerolíneas, los camiones y los ferrocarriles, y levantó los controles de precios del petróleo. Nunca obtuvo los beneficios esperados, pero sus acciones marcaron un punto de inflexión en la relación del gobierno con la economía.

Inculcó la idea de que la moral tenía un lugar en la política exterior de Estados Unidos al declarar que el respeto por los derechos humanos -hasta entonces, un término rara vez identificado con las decisiones de seguridad nacional- debía estar en el centro de la política exterior de Estados Unidos. Algunos lo ridiculizaron por ingenuo, pero su política marcó el fin del período más incruento y fríamente calculador de la realpolitik que anteriormente había dominado los cálculos de seguridad nacional de Estados Unidos.

NFL: Atlanta Falcons at Washington Commanders
Un minuto de silencio por el fallecimiento del expresidente Jimmy Carter antes del partido entre los Washington Commanders y los Atlanta Falcons en el Northwest Stadium, en Landover, Maryland. Foto: Reuters

Impulsó en el Congreso un plan que presidentes anteriores habían considerado, pero descartado, para entregar la propiedad del canal de Panamá al país de Panamá. Por ello fue duramente atacado por sus enemigos internos, en particular por Reagan, el republicano que lo derrotaría en su intento de reelección.

“Pagó un precio muy alto”, recuerda Jack Watson, que fue jefe de gabinete de Carter en la Casa Blanca. Pero, afirma Watson, su disposición a ignorar los riesgos políticos demostró que “Carter aportó una integridad genuina –no retórica ni teórica, sino genuina– a su presidencia”.

En su país, primero como gobernador de Georgia y luego como presidente, hizo un gran esfuerzo para borrar la imagen del Sur como bastión del racismo y para integrar más profundamente a las minorías en la maquinaria de gobierno. En el exterior, su logro más destacado en el escenario mundial fue el histórico acuerdo de paz entre Israel y Egipto, alcanzado mediante una larga y ardua diplomacia personal en el retiro presidencial de Camp David. El acuerdo abrió la puerta a un nuevo período de prosperidad en Israel y a nuevos esfuerzos diplomáticos que dieron frutos tan recientemente como los avances diplomáticos árabe-israelíes del propio Trump durante su primer mandato.

Al final, ninguno de esos logros pudo salvarlo de la derrota en 1980. Pero en las más de cuatro décadas transcurridas desde entonces, Carter se convirtió en el expresidente más exitoso de los tiempos modernos, gracias a su labor en favor de la vivienda para los pobres en el país y de la democracia en el extranjero, y por no haber intentado nunca sacar provecho económico de la fama que había ganado en el servicio público.

Jimmy Carter saluda a mujeres desplazadas internamente en un punto de agua en la ciudad de Kebkabiya en el norte de Darfur, Sudán, el 3 de octubre de 2007. Foto: Reuters

En definitiva, la presidencia de Carter estuvo definida por fuerzas que no podía controlar -y que, tal vez, nadie podría haber controlado-. Asumió el cargo cuando la creciente adicción del país al petróleo barato importado había llegado finalmente a su punto más alto insostenible. Los productores de petróleo de Medio Oriente tenían a Estados Unidos bajo control, y en los años 70 descubrieron que, en esencia, podían dictarle los precios del petróleo a Estados Unidos, y no al revés.

El fin del petróleo barato, a su vez, contribuyó a forzar una transición histórica pero dolorosa en la economía estadounidense, de una impulsada por la abundancia de energía y la industria pesada a una que llegaría a estar dominada por la tecnología y los servicios. Pero iniciar esa transición fue difícil y Carter sufrió la peor parte del dolor.

Las poderosas fuerzas que bullían justo debajo de la superficie estallaron en 1979, el tercer año de la presidencia de Carter. La inflación alcanzó un asombroso 10,4% durante ese año, y las tasas de interés hipotecarias se acercaban al 13%. Aunque nadie lo sabía en ese momento, el empleo manufacturero alcanzó un peak ese año, y luego comenzó a declinar.

Cuando la revolución islámica de Irán golpeó en 1979, sacando una cantidad relativamente pequeña de petróleo del mercado por un tiempo, los precios se dispararon, y Carter decidió pronunciar un discurso presentando una nueva política energética para Estados Unidos. Pero al considerar cómo hacerlo, llegó a la conclusión de que los problemas de Estados Unidos eran más profundos que los altos precios de la gasolina.

Los expresidentes estadounidenses Jimmy Carter y Gerald Ford señalan en diferentes direcciones mientras llaman a los periodistas que quieren hacer preguntas en una conferencia de prensa en Ciudad de Panamá, el 5 de mayo de 1989. Foto: Reuters

Así que hizo algo notable. Aplazó el discurso, se mudó a la residencia presidencial de Camp David y pasó 10 días reunido con una serie de estadounidenses prominentes para discutir cómo sacar al país de su crisis. Apareció a mediados de julio para pronunciar lo que se conoció como “el discurso del malestar”, en el que en realidad nunca utilizó el término malestar, pero dijo que el país estaba sufriendo una crisis de confianza tan profunda como su crisis energética.

El discurso fue bien recibido inicialmente, pero con el tiempo llegó a ser visto como un intento del presidente de culpar a los ciudadanos estadounidenses por sus problemas. Los problemas de Carter continuaron cuando la Unión Soviética invadió Afganistán y los estudiantes iraníes tomaron como rehenes a docenas de diplomáticos estadounidenses más tarde ese año, preparando el escenario para su derrota y el giro conservador introducido por Reagan.

Carter cerró su presidencia con el tipo de buena acción desinteresada que llegaría a marcar su pospresidencia: trabajó durante días, a menudo sin dormir, en un acuerdo para liberar a los diplomáticos retenidos como rehenes en Irán, logrando su liberación justo cuando su sucesor asumía el cargo.

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