El último asilo de los religiosos acusados de abuso

Imagen FACHADA CASA JESUITAS31628

Residencias con patio interior, zonas de lectura, descanso y servicio de cocina. Estas son algunas de las condiciones bajo las que viven religiosos sancionados o investigados por delitos sexuales contra menores. Se trata de casas de retiro de las congregaciones donde comparten con otros sacerdotes que están allí por edad o razones de salud. Las dos principales casas de este tipo son la residencia de los jesuitas, en el centro de Santiago y la casa de los maristas en Providencia.


Los incómodos huéspedes jesuitas

La manzana que se forma entre las calles Alonso de Ova-lle, Lord Cochrane, Felipe Gómez de Vidaurre y San Ignacio, desde 1856 ha sido territorio de los jesuitas. En una parte está la iglesia, en otra el Colegio San Ignacio y al lado la residencia que lleva el mismo nombre. Pero la misma casa que alguna vez fue sinónimo de sacerdotes emblemáticos y que tiene casi como un museo la pieza de San Alberto Hurtado, hoy está en medio de la polémica. De los 27 jesuitas que viven allí, cinco han sido sancionados por la iglesia por abusos sexuales o actos impropios; dos de ellos por delitos contra menores.

Una puerta clausurada impide que la casona se conecte con el colegio, pero los apoderados exigen que estos sacerdotes sean trasladados.

Desde afuera, a la altura del 1480 de la calle Alonso de Ovalle, resaltan las letras JHS, que en español se traduce como Jesús. Las tres letras incrustadas en la pared dan una primera pista. Así como el bronce "envejece", los habitantes del lugar también.

La Residencia San Ignacio es considerada el lugar donde los jesuitas pasan sus últimos días. Allí llegan los sacerdotes más ancianos y enfermos. De hecho, es la casa jesuita que cuenta con la mejor enfermería. Hay médicos, enfermeras y terapeutas.

La casona es grande y vieja. Tiene dos pisos, un living amplio, una especie de biblioteca y un comedor. Toda la construcción rodea un patio interior con árboles de hasta seis metros de alto. Adentro de la residencia hay normas que rigen la vida comunitaria y ciertos "rituales".

Por ejemplo, la comunidad se reúne una vez a la semana para tratar algún tema y tener una cena especial.

¿Y se habla de la contingencia? ¿De la polémica que se ha instalado por los jesuitas sancionados y que viven ahí?

-No. El castigo de ellos es no poder ejercer el ministerio, pero adentro se les incorpora a la dinámica de la casa. Funcionan como una familia -dice un cercano.

Lo único que perturba a los jesuitas de la casa es la muerte. Como la de Carlos Aldunate, que falleció el miércoles pasado, a los 102 años.

Ni tan iguales

En la casona vivió hasta 2011 el ex rector del colegio Juan Miguel Leturia, condenado canónicamente por abusos sexuales contra menores. Hoy reside el sacerdote Jaime Guzmán, el hermano Raúl González y el sacerdote Leonel Ibacache. Los dos primeros condenados por el Vaticano y el tercero con investigación en curso. El exprovincial Eugenio Valenzuela está sancionado por conductas impropias y Juan Pablo Cárcamo por abuso de conciencia y transgresión en el ámbito sexual a una mujer adulta.

A las actividades de la casa se integran como todos. El día parte a las seis. Una de las primeras actividades es la misa que se realiza a las ocho. También almuerzan juntos.

Luego hay tiempo para la dispersión. En la casa hay salas con mamparas para recibir visitas o dar dirección espiritual y otras destinadas para ver televisión. La hora de la comida es más libre. Entre 4 y 5 de la tarde, cada jesuita puede ir al comedor. El personal de la casa -15 a 18 personas- deja pan, yogur y fruta. Todo listo para comer.

Pero para los castigados hay restricciones. No pueden salir de la casa, ni celebrar misa públicamente. Tampoco pueden recibir gente. Y deben pedir permiso para cualquier cosa excepcional. Como invitar a sus familias, ir al médico o al dentista. Incluso, tienen controlado el acceso a los computadores.

Cuenta regresiva

Quedan apenas 10 días para el plazo final. El 31 de julio es la fecha que acordaron los apoderados del Colegio San Ignacio y el provincial, Cristián del Campo, para el traslado de los jesuitas sancionados. Sin embargo, dicen fuentes cercanas a los jesuitas, aún no hay claridad de su destino.

Ni las casas de Calera de Tango o Padre Hurtado son opciones, por encontrarse cerca de colegios.

Desde el área de comunicaciones de la congregación explican que el traslado de Guzmán y González se realizará en el plazo convenido. El caso de Ibacache, dicen cercanos, es distinto: no está condenado. Además, su condición de salud es delicada.

El refugio de los hermanos maristas

Imagen-FACHADA-CASA-DE-MARISTAS.jpg

Ciento veinte pasos separan la entrada del emblemático Liceo Siete de Niñas del acceso principal a una antigua casona ubicada en calle Monseñor Sótero Sanz 189, en Providencia. Detrás de un imponente portón de acero de color verde se encuentra la residencia de la Congregación de los Hermanos Maristas.

La casona de tres pisos, ubicada frente a la Nunciatura Apostólica, recibe a religiosos que viajan a la capital desde regiones, de otras partes del mundo o quienes tienen problemas de salud. Pero también es el refugio de quienes enfrentan procesos judiciales tras ser denunciados por presuntos abusos sexuales contra menores.

Actualmente el recinto acoge a 18 religiosos, entre los que se encuentran Armando Alegría, Adolfo Fuentes, Jesús María Castañeda de la Viuda y Luis Cornejo Silva. Los cuatro maristas enfrentan una investigación de la Fiscalía Sur, ante la cual fijaron esta dirección como su domicilio en la causa penal.

Luis Cornejo, precisan desde la congregación, se encuentra en estado vegetal y conectado a un respirador artificial en la residencia. Mientras que Abel Pérez, el primer marista investigado por estos hechos, abandonó la residencia tras ser expulsado de la orden en junio.

Puertas adentro

Atravesar la puerta de roble, cuyo contorno ovalado lo decora una enredadera natural, no solo permite conocer por dentro la residencia construida en 1941, sino que, además, revela cómo viven los religiosos.

El silencio es una regla implícita dentro de la casa de Monseñor Sótero Sanz. Pero cuando el reloj marca las 8.00 los diálogos, risas y plegarias resuenan en el lugar. Si bien el trato normalmente es amable entre los maristas, también existen momentos de tensión: "Un tema que los afecta en su estado de ánimo es cuando sale en la prensa algo de sus casos. Siempre están pendientes y lo siguen por televisión o los diarios. Del tema casi no se habla en la mesa, porque insisten en que son inocentes", asegura un trabajador del recinto.

Cuatro mesas redondas cubiertas con manteles dorados forman parte del comedor diario de la residencia. Es aquí donde todos los habitantes de la casona se mezclan sin importar si están de paso o están siendo investigados por la justicia civil o canónica.

El término del desayuno da paso al tiempo de oración. A metros del comedor y detrás de un muro de madera se encuentra la capilla de la residencia, con capacidad para cerca de 15 personas. Un vitral con la imagen de la Virgen María y un pequeño altar resaltan en este lugar. Debido a que los hermanos maristas no pueden celebrar misa, un sacerdote concurre periódicamente a efectuarlas.

Tras el almuerzo de las 13.15 horas, los religiosos disponen de tiempo libre. Quienes conocen la mecánica interna aseguran que no tienen prohibición para salir de la residencia, ya que sus casos están en plena investigación y no han sido condenados. Solo los que tienen problemas de salud deben salir acompañados.

La cena se sirve a las 19.30, luego de lo cual los religiosos pueden realizar juegos de naipes o regresar a sus habitaciones individuales, ambientadas con un velador, una cama y un baño privado, o bien ir a una sala común con televisión. Fue en este último lugar donde los maristas encontraron un pasatiempo en común: ver juntos el Mundial de Rusia.

Debido a la presencia de religiosos españoles en la residencia, el torneo de fútbol y el apoyo al combinado hispano reunió a "hermanos maristas" que están de paso y a aquellos que son indagados por la justicia.

Esto, según uno de los trabajadores del recinto, marcó un momento de distensión, en la antesala de la decisión que adopte la congregación sobre los maristas denunciados por abusos sexuales y que, de acreditarse las denuncias, podrían ser expulsados de la orden, tal como ocurrió con Abel Pérez.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.