A una década de la invasión, Bagdad busca recuperar la normalidad perdida

Son pocas las construcciones e incluso las calles históricas. Muros de hormigón protegen de ataques a edificios de gobierno y hoteles.




Los atentados parecen haberse trasladado de Bagdad a Damasco. La guerra civil en Siria parece haber acallado los bombazos en Irak. Pero 10 años después de la invasión anglo-estadounidense y del fin del régimen de Saddam Hussein, la capital iraquí, situada a las orillas del Tigris y llamada como la Ciudad de la Paz por su fundador, el califa Al- Mansur, en el año 761, aún no ha dejado atrás los años de guerra, terrorismo y lucha fratricida. Lo que pasa es que la violencia latente ya no alcanza a llegar a las páginas de los diarios y a las pantallas de televisión.

A comienzos de mes la periodista Angeles Espinoza, del diario español El País, describía en su blog la esperanzadora impresión que le dejaba ver a un grupo de jardineros regando unas palmeras y cuidando un prado, apenas salir del aeropuerto de Bagdad. Pero la realidad salió a su encuentro con crudeza, a unos cuantos metros de ahí: "Un par de tanquetas cruzadas en la carretera cierran uno de los accesos a la capital iraquí para aquellos vehículos que no tengan pase especial". Incluso asegura que un poco más adelante una explosión elevó una columna de humo en uno de los pocos barrios donde aún conviven sunitas y chiitas.

En la segunda semana de febrero dos autos bombas estallaron, con apenas minutos de diferencia, en un mercado de mascotas en el barrio de mayoría chiita de Kamiziya, al norte de la ciudad. Los ataques dejaron 16 muertos y 44 heridos. Se trata de una clara muestra de que Bagdad aún está lejos de volver a una normalidad perdida y ya casi olvidada. Ya no se compara con el clima de los peores años de la ocupación norteamericana, entre 2006 y 2008. Pero el temor al estallido de una violencia mayor se cierne sobre la ciudad a consecuencia de la parálisis política en que se encuentra el país desde las elecciones de 2010, que no mostraron un claro vencedor.

Bagdad, que en otro tiempo llegó a ser la capital del Imperio Abbasí, centro del mundo musulmán y un importante centro de influencia intelectual, se ganó en 2010 el título de la ciudad con la peor calidad de vida del mundo, según el ranking que realiza la consultora británica Mercer. En los 70 tenía una bullante vida nocturna, pero eso se acabó con los ocho años de guerra contra Irán (1980-1988). La capital comenzó a perder algo de su brillo a consecuencia de las sanciones impuestas al país por la invasión de Kuwait en 1990, y todo quedó sepultado con la ocupación de 2003 y la ola de violencia entre chiitas y sunitas, que dejó decenas de miles de personas muertas.

Después de todos estos años violentos, son pocas las construcciones e incluso las calles históricas. Muros de hormigón envuelven a modo de protección edificios gubernamentales, hoteles y otros recintos que podrían ser blancos de ataques. Los edificios característicos de la ciudad son unas deterioradas construcciones de concreto. Y un enredo de cables cuelga sobre sus calles: son las conexiones de las casas con los generadores privados de electricidad, prueba de que el gobierno aún es incapaz de proporcionar energía a sus ciudadanos.

Una estremecedora prueba de que Bagdad está lejos de alcanzar algún grado de tranquilidad es la vigencia de la fortificada Zona Verde. Ahí el Ejecutivo iraquí tiene su sede, a resguardo de los atentados y ataques, defendida por los tanques de fabricación estadounidense Abrams. Se trata de un área de cinco km2 donde están los antiguos edificios de gobierno.

De todas formas, a 10 años de la invasión, la ciudad busca avanzar en la normalidad que alguna vez tuvo. Así, el tráfico vehicular, que se había transformado en una pesadilla por la proliferación de los puntos de control y de los muros de hormigón, ha mejorado con creces, y son muchos los iraquíes que -tras huir de la ciudad e instalarse en el Kurdistán o en el extranjero- han regresado para darle una "segunda oportunidad" a Bagdad.

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